Les contaré de otro excelente paquete libro/película:
El Resplandor
Novela de Stephen King (1977)
Versión cinematográfica de Stanley Kubrick (1980)
Si les pido que mencionen diez películas de terror, seguramente más de una será una adaptación de las novelas de King:
Carrie, Salem´s lot, Cujo, La zona muerta, Christine, Los niños del maíz, Cementerio maldito, Eso, La ventana secreta, 1408, Sobre-natural...
De Kubrick basta mencionar algunas de sus películas: Naranja mecánica, Cara de guerra, 2001: Odisea al espacio...
Tengo que confesar que El Resplandor es el primer libro de King que leo. Como he visto casi todas sus adaptaciones cinematográficas, me rehusaba a leerlo porque al ver una película te quedas con esas imágenes y al leer el libro no puedes borrarlas.
Afortudamente (gracias al diplomado) leí El Resplandor y quedé maravillado.
Si recuerdan algunas de las películas mencionadas, notarán que los personajes están bien cimentados; son reales; imperfectos; con emociones, defectos y virtudes muy humanas. Cuestión que últimamente le cuesta mucho a los directores y escritores transmitir.
En la novela, Jack Torrance (John en la película: primer cambio) arrastra algunos problemas: su padre era alcóholico y le golpeaba... cuestión que lo llevaría a volverse uno; Wendy (en la película no es rubia y es mucho más pasiva que en el libro) tiene problemas con su madre, una hermana muerta y celos de la relación Jack-Danny.
En la película no entran en detalles de este don (o maldición) que tiene: Danny "esplende" y puede saber lo que piensas, lo que pasará...
Kubrick respeta la escencia de la novela y le añade, acertadamente, el toque visual que nos ha y seguirá maravillando (estaba muy adelantado a su época).
Todos recordarán esa gran escena donde un mar de sangre recorre los pasillos del Overlook (el hotel)... temo desilusionarlos, pero eso no viene en la novela; tampoco la aparición de las hermanitas asesinadas (sólo se hace mención).
Una de las mejores secuencias de la película es cuando Danny recorre el Overlook en su triciclo. El audio es maravilloso, (basta recordar los cambios cuando cruza la alfombra y regresa a la madera). En la novela, Danny recorre el Overlook caminando.
Jack Nicholson está genial y no imagino a otro actor encarnando a Jack (John) Torrance.
Otro cambio es el maravilloso laberinto de arbustos. En la novela no aparece; y es que visualmente es más llamativo un laberinto de arbustos que simples arbustos podados con forma de animales.
El final varía, pero eso no se los contaré para que lean el libro.
Si les interesa, tengo el e-book; así que dejen su mail en comentarios y se los mando.
Hay un fragmento en la novela (que no aparece en la película) que me encantó por el grado de suspenso que maneja:
"...Desde atrás llegó de nuevo el mismo ruido, el flamp de la nieve al caer. Se dio la vuelta y vio que ahora la cabeza de uno de los leones se alzaba sobre la nieve, mostrándole los dientes. Y estaba más cerca de lo que debería haber estado, casi junto al portón de la zona infantil. El terror intentó resurgir y él lo dominó. Era el Agente Secreto, y se escaparía.
Empezó a andar para salir de la zona infantil, dando el mismo rodeo que había dado su padre el día de la primera nevada. Se concentró en la forma de andar con raquetas. Pasos lentos y llanos. No levantar demasiado el pie, para no perder el equilibrio. Girar el tobillo para hacer que la nieve caiga de las correas. Qué lento parecía. Llegó a la esquina de la zona, donde la nieve formaba un ventisquero alto, que le permitió pasar por encima de la cerca. Ya estaba a mitad de camino cuando estuvo a punto de caerse, cuando la raqueta del pie que quedaba atrás se le enredó en uno de los postes de la cerca. Se inclinó en un ángulo inverosímil, extendiendo los brazos, recordando lo difícil que era volver a levantarse cuando uno se caía.
Desde su derecha le llegó el mismo ruido sordo de desmoronamiento de nieve. Al mirar vio que los otros dos leones, despejados de nieve hasta las garras delanteras, estaban uno junto al otro, a unos sesenta pasos de distancia. Las muescas verdes que señalaban los ojos estaban fijas en él. El perro había vuelto la cabeza. (Eso sólo sucede cuando no estás mirando.)
—¡OH! Ay...
Las raquetas para la nieve se le habían cruzado y Danny cayó boca abajo en la nieve, extendiendo inútilmente los brazos. La nieve se le metió por la capucha y por el cuello y dentro de los bordes de las botas. Se esforzó por enderezarse y salir, procurando volver a pisar sobre las raquetas, sintiendo cómo el corazón ya le latía enloquecido (El Agente Secreto recuerda que eres el Agente Secreto) y volvió a perder el equilibrio, esta vez hacia atrás. Durante un momento se quedó tendido mirando al cielo, pensando que lo más sencillo era entregarse.
Después pensó en eso que había en el tubo de cemento y se dio cuenta de que no podía. Volvió a ponerse de pie, y se dio la vuelta a mirar el jardín ornamental. Ahora los tres leones estaban juntos, tal vez a unos doce metros de distancia. El perro se había desplazado a la izquierda de ellos, como para bloquearle la retirada a Danny. No tenia nada de nieve, salvo un collarín polvoriento en torno del cuello y del hocico. Y todos estaban mirándolo.
La respiración había vuelto a acelerársele, y detrás de la frente sentía el pánico como una rata que lo roía desde dentro, retorciéndose. Peleó con el pánico, peleó con las raquetas para la nieve. (La voz de papá: no, no pelees con ellas, doc. Camina sobre ellas como si fueran tus propios pies. Camina con ellas.) (Si, papa.)
Empezó de nuevo a caminar, intentando recuperar el ritmo fácil que había practicado con su papá. Poco a poco empezó a encontrarlo, pero con el ritmo vino el darse cuenta de lo cansado que estaba, de hasta que punto el miedo lo había extenuado. Sentía los tendones de las piernas ardientes y temblorosos. Hacia delante se distinguía el «Overlook», burlescamente distante, que daba la impresión de estar mirándolo con sus múltiples ventanas, como si todo no fuera más que una especie de competición en la que apenas estaba interesado.
Danny volvió a mirar por encima del hombro y la respiración presurosa se le cortó durante un momento antes de reanudarse, más entrecortada aún. El león más próximo no estaría ahora a más de seis metros a sus espaldas, abriéndose paso en la nieve como un perro que nadara en un estanque. Los otros dos, a derecha e izquierda lo seguían. Eran como un pelotón del ejército en misión de patrulla; el perro, que seguía un poco a la izquierda, guardándoles el flanco. El león más próximo tenía la cabeza baja; los músculos de las paletillas se le perfilaban poderosamente por encima del
cuello. Tenia la cola levantada, como si en el instante antes de que Danny se volviera a mirarlo hubiera estado agitándola inquietamente. El chico pensó que parecía un gato común, pero grande, que se divirtiera en jugar con un ratón antes de matarlo.
(…caerse...)
No, si se caía estaba perdido. Jamás lo dejarían que se levantara. Le saltarían encima. Extendió desesperadamente los brazos y se precipitó hacia delante; el centro de gravedad se le desplazó fuera del cuerpo. Danny lo atrapó y siguió adelante, sin dejar de mirar por encima del hombro. El aire le silbaba al entrar y salir de la garganta, seca como un vidrio. El mundo se había reducido a la nieve cegadora, el verde de los setos y el murmullo susurrante de las raquetas para la nieve. Y algo más. Un ruido suave, ahogado, acolchado. Trató de apresurarse más, pero no podía. En ese momento iba andando por la senda sepultada bajo la nieve, con su carita de niño casi hundida en la capucha del anorak, en la tarde calma y luminosa.
Cuando volvió a mirar hacia atrás, el león delantero estaba apenas a un metro y medio de él. Con una mueca. La boca abierta, las grupas tensas como la cuerda de un reloj. Por detrás de él y de los otros leones alcanzó a ver al conejo, que ahora también asomaba fuera de la nieve la cabeza, de un verde brillante, como si se hubiera despojado de su horrenda máscara inexpresiva para ver el final de la cacería.
Ahora, ya sobre el césped del jardín delantero del «Overlook» entre la calzada circular para coches y la terraza, Danny se dejó ganar por el pánico y empezó a correr torpemente con sus raquetas para la nieve, ya sin atreverse a mirar hacia atrás, cada vez más inclinado hacia delante, con los brazos extendidos ante él como un ciego que tanteara los obstáculos. La capucha se le había caído y dejaba al descubierto la cara de un blanco enfermizo, pastoso, que en las mejillas dejaba lugar a rojas manchas afiebradas, los ojos desorbitados por el terror. Ahora ya estaba muy cerca de la terraza.
Tras él oyó de pronto el crujido áspero de la nieve, en el momento en que algo saltaba. Cayó sobre los escalones de la terraza, gritando sin emitir ruido alguno, y trepó a gatas, mientras las raquetas se sacudían ruidosamente tras él.
En el aire resonó un ruido sibilante y Danny sintió un repentino dolor en la pierna. Ruido de tela que se desgarra. Algo más que tal vez estuviera —que tenia que estar— únicamente en su mente. Un bramido, un rugido colérico. Olor de sangre y de arbustos.
Cayó en la terraza cuan largo era, sollozando roncamente, sintiendo en la boca, rico, metálico, un sabor a cobre. El corazón le golpeaba como un trueno en el pecho. De la nariz se le escurría un hilillo de sangre. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba allí tendido cuando se abrieron las puertas del vestíbulo y Jack salió corriendo, sin más ropa que los tejanos y un par de zapatillas. Tras él venia Wendy.
—¡Danny!
—¡Doc! ¡Danny, por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Qué sucedió?
Papá lo ayudaba a levantarse. Por debajo de la rodilla, Danny tenía los pantalones desgarrados. Además, el calcetín de lana de esquiar también estaba desgarrado, y en la pantorrilla se le veía un raspón superficial... como si hubiera intentado abrirse paso a través de un seto verde muy vivo, muy tupido y las ramas lo hubieran rasguñado.
El chico miró por encima del hombro. Allá lejos en el parque, pasando el campo de golf, se veían varias formas imprecisas, cubiertas de nieve. Los animales del seto. Entre ellos y la zona infantil. Entre ellos y el camino. Las piernas se le aflojaron. Jack lo recogió, y Danny empezó a llorar."
El Resplandor
Novela de Stephen King (1977)
Versión cinematográfica de Stanley Kubrick (1980)
Si les pido que mencionen diez películas de terror, seguramente más de una será una adaptación de las novelas de King:
Carrie, Salem´s lot, Cujo, La zona muerta, Christine, Los niños del maíz, Cementerio maldito, Eso, La ventana secreta, 1408, Sobre-natural...
De Kubrick basta mencionar algunas de sus películas: Naranja mecánica, Cara de guerra, 2001: Odisea al espacio...
Tengo que confesar que El Resplandor es el primer libro de King que leo. Como he visto casi todas sus adaptaciones cinematográficas, me rehusaba a leerlo porque al ver una película te quedas con esas imágenes y al leer el libro no puedes borrarlas.
Afortudamente (gracias al diplomado) leí El Resplandor y quedé maravillado.
Si recuerdan algunas de las películas mencionadas, notarán que los personajes están bien cimentados; son reales; imperfectos; con emociones, defectos y virtudes muy humanas. Cuestión que últimamente le cuesta mucho a los directores y escritores transmitir.
En la novela, Jack Torrance (John en la película: primer cambio) arrastra algunos problemas: su padre era alcóholico y le golpeaba... cuestión que lo llevaría a volverse uno; Wendy (en la película no es rubia y es mucho más pasiva que en el libro) tiene problemas con su madre, una hermana muerta y celos de la relación Jack-Danny.
En la película no entran en detalles de este don (o maldición) que tiene: Danny "esplende" y puede saber lo que piensas, lo que pasará...
Kubrick respeta la escencia de la novela y le añade, acertadamente, el toque visual que nos ha y seguirá maravillando (estaba muy adelantado a su época).
Todos recordarán esa gran escena donde un mar de sangre recorre los pasillos del Overlook (el hotel)... temo desilusionarlos, pero eso no viene en la novela; tampoco la aparición de las hermanitas asesinadas (sólo se hace mención).
Una de las mejores secuencias de la película es cuando Danny recorre el Overlook en su triciclo. El audio es maravilloso, (basta recordar los cambios cuando cruza la alfombra y regresa a la madera). En la novela, Danny recorre el Overlook caminando.
Jack Nicholson está genial y no imagino a otro actor encarnando a Jack (John) Torrance.
Otro cambio es el maravilloso laberinto de arbustos. En la novela no aparece; y es que visualmente es más llamativo un laberinto de arbustos que simples arbustos podados con forma de animales.
El final varía, pero eso no se los contaré para que lean el libro.
Si les interesa, tengo el e-book; así que dejen su mail en comentarios y se los mando.
Hay un fragmento en la novela (que no aparece en la película) que me encantó por el grado de suspenso que maneja:
"...Desde atrás llegó de nuevo el mismo ruido, el flamp de la nieve al caer. Se dio la vuelta y vio que ahora la cabeza de uno de los leones se alzaba sobre la nieve, mostrándole los dientes. Y estaba más cerca de lo que debería haber estado, casi junto al portón de la zona infantil. El terror intentó resurgir y él lo dominó. Era el Agente Secreto, y se escaparía.
Empezó a andar para salir de la zona infantil, dando el mismo rodeo que había dado su padre el día de la primera nevada. Se concentró en la forma de andar con raquetas. Pasos lentos y llanos. No levantar demasiado el pie, para no perder el equilibrio. Girar el tobillo para hacer que la nieve caiga de las correas. Qué lento parecía. Llegó a la esquina de la zona, donde la nieve formaba un ventisquero alto, que le permitió pasar por encima de la cerca. Ya estaba a mitad de camino cuando estuvo a punto de caerse, cuando la raqueta del pie que quedaba atrás se le enredó en uno de los postes de la cerca. Se inclinó en un ángulo inverosímil, extendiendo los brazos, recordando lo difícil que era volver a levantarse cuando uno se caía.
Desde su derecha le llegó el mismo ruido sordo de desmoronamiento de nieve. Al mirar vio que los otros dos leones, despejados de nieve hasta las garras delanteras, estaban uno junto al otro, a unos sesenta pasos de distancia. Las muescas verdes que señalaban los ojos estaban fijas en él. El perro había vuelto la cabeza. (Eso sólo sucede cuando no estás mirando.)
—¡OH! Ay...
Las raquetas para la nieve se le habían cruzado y Danny cayó boca abajo en la nieve, extendiendo inútilmente los brazos. La nieve se le metió por la capucha y por el cuello y dentro de los bordes de las botas. Se esforzó por enderezarse y salir, procurando volver a pisar sobre las raquetas, sintiendo cómo el corazón ya le latía enloquecido (El Agente Secreto recuerda que eres el Agente Secreto) y volvió a perder el equilibrio, esta vez hacia atrás. Durante un momento se quedó tendido mirando al cielo, pensando que lo más sencillo era entregarse.
Después pensó en eso que había en el tubo de cemento y se dio cuenta de que no podía. Volvió a ponerse de pie, y se dio la vuelta a mirar el jardín ornamental. Ahora los tres leones estaban juntos, tal vez a unos doce metros de distancia. El perro se había desplazado a la izquierda de ellos, como para bloquearle la retirada a Danny. No tenia nada de nieve, salvo un collarín polvoriento en torno del cuello y del hocico. Y todos estaban mirándolo.
La respiración había vuelto a acelerársele, y detrás de la frente sentía el pánico como una rata que lo roía desde dentro, retorciéndose. Peleó con el pánico, peleó con las raquetas para la nieve. (La voz de papá: no, no pelees con ellas, doc. Camina sobre ellas como si fueran tus propios pies. Camina con ellas.) (Si, papa.)
Empezó de nuevo a caminar, intentando recuperar el ritmo fácil que había practicado con su papá. Poco a poco empezó a encontrarlo, pero con el ritmo vino el darse cuenta de lo cansado que estaba, de hasta que punto el miedo lo había extenuado. Sentía los tendones de las piernas ardientes y temblorosos. Hacia delante se distinguía el «Overlook», burlescamente distante, que daba la impresión de estar mirándolo con sus múltiples ventanas, como si todo no fuera más que una especie de competición en la que apenas estaba interesado.
Danny volvió a mirar por encima del hombro y la respiración presurosa se le cortó durante un momento antes de reanudarse, más entrecortada aún. El león más próximo no estaría ahora a más de seis metros a sus espaldas, abriéndose paso en la nieve como un perro que nadara en un estanque. Los otros dos, a derecha e izquierda lo seguían. Eran como un pelotón del ejército en misión de patrulla; el perro, que seguía un poco a la izquierda, guardándoles el flanco. El león más próximo tenía la cabeza baja; los músculos de las paletillas se le perfilaban poderosamente por encima del
cuello. Tenia la cola levantada, como si en el instante antes de que Danny se volviera a mirarlo hubiera estado agitándola inquietamente. El chico pensó que parecía un gato común, pero grande, que se divirtiera en jugar con un ratón antes de matarlo.
(…caerse...)
No, si se caía estaba perdido. Jamás lo dejarían que se levantara. Le saltarían encima. Extendió desesperadamente los brazos y se precipitó hacia delante; el centro de gravedad se le desplazó fuera del cuerpo. Danny lo atrapó y siguió adelante, sin dejar de mirar por encima del hombro. El aire le silbaba al entrar y salir de la garganta, seca como un vidrio. El mundo se había reducido a la nieve cegadora, el verde de los setos y el murmullo susurrante de las raquetas para la nieve. Y algo más. Un ruido suave, ahogado, acolchado. Trató de apresurarse más, pero no podía. En ese momento iba andando por la senda sepultada bajo la nieve, con su carita de niño casi hundida en la capucha del anorak, en la tarde calma y luminosa.
Cuando volvió a mirar hacia atrás, el león delantero estaba apenas a un metro y medio de él. Con una mueca. La boca abierta, las grupas tensas como la cuerda de un reloj. Por detrás de él y de los otros leones alcanzó a ver al conejo, que ahora también asomaba fuera de la nieve la cabeza, de un verde brillante, como si se hubiera despojado de su horrenda máscara inexpresiva para ver el final de la cacería.
Ahora, ya sobre el césped del jardín delantero del «Overlook» entre la calzada circular para coches y la terraza, Danny se dejó ganar por el pánico y empezó a correr torpemente con sus raquetas para la nieve, ya sin atreverse a mirar hacia atrás, cada vez más inclinado hacia delante, con los brazos extendidos ante él como un ciego que tanteara los obstáculos. La capucha se le había caído y dejaba al descubierto la cara de un blanco enfermizo, pastoso, que en las mejillas dejaba lugar a rojas manchas afiebradas, los ojos desorbitados por el terror. Ahora ya estaba muy cerca de la terraza.
Tras él oyó de pronto el crujido áspero de la nieve, en el momento en que algo saltaba. Cayó sobre los escalones de la terraza, gritando sin emitir ruido alguno, y trepó a gatas, mientras las raquetas se sacudían ruidosamente tras él.
En el aire resonó un ruido sibilante y Danny sintió un repentino dolor en la pierna. Ruido de tela que se desgarra. Algo más que tal vez estuviera —que tenia que estar— únicamente en su mente. Un bramido, un rugido colérico. Olor de sangre y de arbustos.
Cayó en la terraza cuan largo era, sollozando roncamente, sintiendo en la boca, rico, metálico, un sabor a cobre. El corazón le golpeaba como un trueno en el pecho. De la nariz se le escurría un hilillo de sangre. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba allí tendido cuando se abrieron las puertas del vestíbulo y Jack salió corriendo, sin más ropa que los tejanos y un par de zapatillas. Tras él venia Wendy.
—¡Danny!
—¡Doc! ¡Danny, por Dios! ¿Qué te pasa? ¿Qué sucedió?
Papá lo ayudaba a levantarse. Por debajo de la rodilla, Danny tenía los pantalones desgarrados. Además, el calcetín de lana de esquiar también estaba desgarrado, y en la pantorrilla se le veía un raspón superficial... como si hubiera intentado abrirse paso a través de un seto verde muy vivo, muy tupido y las ramas lo hubieran rasguñado.
El chico miró por encima del hombro. Allá lejos en el parque, pasando el campo de golf, se veían varias formas imprecisas, cubiertas de nieve. Los animales del seto. Entre ellos y la zona infantil. Entre ellos y el camino. Las piernas se le aflojaron. Jack lo recogió, y Danny empezó a llorar."
Un dato curioso: Stephen King y su esposa Tabitha era tan pobres que vivían en un remolque; Stephen daba clase en una preparatoria y escribía. Un día se desesperó tanto que tiró a la basura una novela. Tabitha la recogió y la leyó. Le encantó y la llevaron a una editorial. Esa novela resultó ser Carrie.
Ahora Stephen King es el escritor vivo más leído...