Como he mencionado en varias ocasiones, la relación que sostengo con la literatura de Emiliano González es mágica, en todos sus significados. Y sucesos extraordinarios me lo confirman cada vez.
Hace un par de meses di una charla, en el ciclo Autores Secretos en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, sobre la obra de Emiliano González. Para ello releí toda su obra, estudié, investigué… Al regresar a casa, mantuve Los sueños de la bella durmiente en mi escritorio, sobre una pila de libros, como si se tratara de una torre de los espejismos.
Hace unas horas decidí regresarlo al librero…
Al hacerlo, una hoja amarillenta se desprendió de su interior. Maldije a Cthulhu al pensar que se trataba de una de sus páginas, pero no, lo que cayó al suelo fue esto:
Una nota de 1979 donde se alcanza a distinguir que un anónimo cliente compró Los sueños de la bella durmiente a 60 pesos (no distingo los otros dos títulos).
Una pieza de colección, sin duda, pero lo que me ha mantenido asombrado (y perturbado) es que ese libro lo conseguí hace más de cinco años, y lo he leído y releído en infinidad de ocasiones… y nunca di con esa nota, hasta ahora.
Esta situación mágica me hizo recordar el prólogo del "Libro segundo: la torre de los espejismos" (Los sueños de la bella durmiente, 1978):
Cronistas de la dinastía Ming aseguran que "desde la torre de los espejismos es imposible apreciar dos veces el mismo panorama: tal diversidad hay en los espacios que domina el vigía. Cada diez generaciones un hombre y una mujer, iniciados en los misterios, ascienden la escalera de caracol que los lleva hasta una plataforma circular sin techo y sin baranda. De noche, las constelaciones de desplazan, intercambian papeles y crean figuras nuevas. A veces, el paisaje es marino y, otras, desértico. Selvas intrincadas o glaciares o metrópolis populosas o ruinas de imperios reverberan abajo, vacilantes o nítidas."
Los dioses edificaron esa torre sobre un espejo infinito que reflejaba los pensamientos, las imágenes, las fantasías y los sueños del hombre. Un ave gigantesca, salida de aquel tapiz de cristal, dejó caer una gran roca que lo redujo a polvo. Los fragmentos del espejo se dispersaron por el mundo y por la historia. De vez en cuando un peregrino, una secta o una pareja de enamorados da con un fragmento y lo guarda en una caja. Pasada la noche, abre la caja y encuentra huevos, joyas, elefantes de jade: los fragmentos de un espejo infinito son también infinitos y materializan los deseos más oscuros de sus poseedores. Yo deambulaba por Brujas una tarde cuando, al doblar en una esquina cerca de la plaza central, me topé con un viejo mendigo que hostigó mi caridad. Hurgué en los bolsillos y le di unas monedas. El hombre, a su vez, me puso en la mano un espejito redondo, que guardé por cortesía. Los pasos del mendigo se esfumaron, pero varias veces volví a escucharlos en el laberinto de canales mohosos y en los ojos vacíos de las gárgolas y finalmente, a solas ya, en el fondo del espejo redondo. Por aquellos tiempos iniciaba yo un libro de fantasías en prosa y en verso, y se me ocurrió, antes de acostarme, guardar el espejo entre sus páginas. ¡Cuál no sería mi sorpresa al abrirlo en la mañana y ver que, desafiando toda conjetura razonable, tres o cuatro páginas de apretada escritura, mi escritura, engrosaban el manuscrito!… y esas palabras, ordenadas y utilizadas a mi manera… ¡describían mi sueño más reciente!
No soy ningún sonámbulo, y mi doble se ha mostrado siempre demasiado tímido como para poder adjudicarle semejante milagro, que se repitió desde aquella primera noche hasta la última, dos semanas después, cuando terminada mi obra (la última intervención del espejo fue un Epílogo) la extravié en una estación de trenes y, recuperándola al día siguiente, pude comprobar que mi tesoro, el espejo, había desaparecido. Quizás alguien lo robó o se cayó y al caer se convirtió en polvo. Algo, sin embargo, persistió del espejo, pues en la última lectura que hice de la obra, antes de entregarla al editor, noté correcciones y añadidos insólitos, y al revisar las pruebas hallé otros, que no siempre juzgué pertinentes. Multiplicado por la imprenta, el proteico manuscrito es ahora el volumen que tienes entre las manos. Dudo mucho, aunque no es imposible (dadas las cualidades adhesivas de lo microscópico) que un fragmento del fragmento del espejo legendario sobreviva en alguna parte de este ejemplar. Si te toca esa suerte, no será extraño que uno de sus textos, leído el sábado, se convierta en otro, ligeramente distinto, el domingo… pero esa magia, siendo patrimonio de casi todos los libros leídos por una alma sensible, pasará inadvertida.
¿Será que Ana y yo somos esa pareja de enamorados que encontró un fragmento del espejo infinito?
De lo que estoy seguro es que ahora mismo meteré la nota en una caja, o en el libro que estoy escribiendo.
A su vez, me gustaría buscar la Librería Hamburgo, pero tengo miedo de que nunca haya existido o sea un portal a otra dimensión…
Si no vuelven a saber de mí, intuirán lo ocurrido.