Aprovechando que ya se viene la nueva temporada de THE WALKING DEAD, un cuento de zombies:
LAS PARTES NOBLES
Les Daniels
En vida había sido enorme, pero difícilmente una amenaza; sus doscientos kilos eran todo grasa y no músculo. En realidad, le costaba mucho moverse.
Pero ahora a casi todo el mundo le costaba mucho moverse. Los músculos, los tendones, los huesos, eran blandos como el cieno, blandos como la putrefacción, blandos como los suyos.
Pero él era más grande.
En lugar de cazar con el grupo, cazaba detrás de él. Esperaba hasta que abatían a una víctima, y sólo entonces se movía para ayudar a matarla. Los otros del grupo no parecían advertir lo que hacía, nunca se oponían a él cuando los apartaba con su enorme mole. Ellos sólo tenían ojos para la carne, y caían allí donde él les empujaba cuando se inclinaba sobre el comedero escarlata y cogía las partes nobles.
Si quedaba algún resto de pensamiento en su gelatinoso cerebro, habría sido expresado en estas tres palabras: las partes nobles.
Siempre le habían gustado las partes nobles, incluso cuando estaba vivo. Le habían gustado en sus libros, y los leía una y otra vez, marcando los márgenes en rojo para que fuera más fácil encontrarlas la próxima vez. Y le habían gustado en las películas. En realidad nunca fue al cine (los asientos eran demasiado pequeños), pero eso no importaba, ya que tenía su vídeo. Podía sentarse en la oscuridad y ver las partes nobles una y otra vez. Adelante y atrás, adelante y atrás. Dentro y fuera. Arriba y abajo. Y mientras miraba, comía.
Tenía libros como Orgía en el gimnasio del instituto, y Harlots en autostop, tenía películas como Romance con Pene y Debbie se hace Dallas, y tenía revistas como Castores ansiosos y Caliente. En cierto modo, las revistas eran lo mejor: si encontraba una con el adecuado tipo de fotografías, no contenía más que partes nobles.
Pero todo eso era en los días antes de que la civilización se hundiera, antes de que los muertos se alzaran para devorar a los vivos. Ahora era incluso mejor. En otro tiempo, se limitaba a mirar las partes nobles y a atiborrarse de comida, pero ahora había alcanzado su destino. Ahora se comía las partes nobles.
No se daba cuenta de lo seguro que estaba; no comprendía que el ser grande y lento le mantenía apartado de las luchas hasta que se habían terminado y los vivos estaban abatidos. Las partes nobles eran difíciles de alcanzar, pero ahí también tenía suerte: los cazadores más rápidos seguían tirando de las extremidades, brazos y piernas y cabezas, cuando se levantaba y se abría paso como una apisonadora hacia las partes nobles. A veces tenía que conformarse con un pecho o una nalga, pero casi siempre obtenía lo que realmente deseaba. Su comida favorita sabía a pescado y a queso fundido pringado con orina: nadie tenía tiempo de bañarse.
Sus dientes amarillos estaban cubiertos de vello púbico y membrana mucosa; nunca se los lavaba.
Tal vez cuando estuviera vivo fuera un sexista, pero todo eso quedaba ya muy atrás. Ahora se comía las partes nobles de cualquiera.
Era virgen.
No había mucho que hacer excepto comer y buscar más comida. Un día fue a la librería Naughty Nite, y casi la recordó. Por allí rondaba parte de la habitual multitud, chocando contra las paredes y gimiendo con desmayo porque no había comida en el lugar. Se marcharon, pero él se demoró. Cogió una revista llamada Ballin. No podía leer el título, pero podía ver las fotografías, y todavía seguía mirándolas cuando salió de la tienda y se encontró en un pequeño apartamento en la parte de atrás. El sofá parecía acogedor. Se sentó en él unos minutos para ver su revista, y luego salió por comida, pero más tarde volvió. Tenía que ir a algún sitio.
Tenía una casa.
De vez en cuando algunos amigos le seguían a su casa (también ellos tenían que ir a algún sitio), pero después de rondar por allí unos minutos, decidían que allí no pasaba nada y se marchaban. Nadie le comprendía.
Había escasez de comida. A veces apenas valía la pena levantarse. Al cabo de unos meses tenía ya toda una colección de revistas, y estaba perdiendo los dientes. Se le cayeron algunos dedos.
Pero es necesario comer, de modo que a veces hacía el esfuerzo de levantarse a buscar el almuerzo. Toda la gente que veía en la calle tenía aspecto triste. En la ciudad resonaban sus aullidos. Algunos intentaron comerse unos a otros, pero la carne estaba podrida y la tendencia no arraigó.
Un día le siguió a casa una hembra, y él advirtió que se le veían las partes nobles. Parecía la fotografía de una revista. Bueno, se parecía bastante. Algunos instintos nunca mueren.
Tuvo un arranque de inspiración, y luego tuvo una esposa.
A ella no pareció importarle. Cuando él se apartó, vagamente confuso, dejó el pene dentro de ella. En realidad nunca lo echó de menos. De todas formas, estaba demasiado podrido para comérselo.
Después de aquello, cazaban juntos. Las presas eran escasas. Una vez consiguió unos bocados de una pierna, que no era lo que le apetecía tomar aquella noche, pero era mejor que nada. No advirtió que ella estaba engordando, a pesar de que apenas comían.
Un día ella le llevó a un supermercado, un lugar que ella conocía casi tan bien como conocía él la librería Naughty Nite. Le enseñó cómo funcionaba un abrelatas. A él no le interesaba realmente, y no prestó mucha atención a la comida, pero ella la devoraba como si aún estuviera caliente y fresca.
Por supuesto, él no sabía que pronto sería padre.
Al fin y al cabo, ¿quién sabía lo que un zombi podía hacer?
Los científicos humanos que los estudiaron tenían otras cosas en que pensar antes que en la posibilidad de una sexualidad zombi. Los zombis parecían estar demasiado ocupados con la satisfacción oral para que nadie se preocupara por sus genitales. Nadie tenía ya porquerías en la cabeza; en lugar de eso, sus cuerpos eran una porquería.
Pero la hembra estaba preñada. Estaba esperando. Estaba, como solía decirse, llena de vida. Y se sabe que podría haber ocurrido, porque ocurrió.
La hembra comenzó a ir regularmente al supermercado, y volvía a casa con todas las latas que podía. Él no le veía mucho sentido a aquello, pero comenzó a ir con ella para ayudarla. Era algo que hacer.
Sus amigos pensaron que estaban locos.
En realidad, ya no veían tanto a sus amigos. Muchos de ellos se estaban desmembrando, sobre todo los delgados. En el aire flotaba la decadencia. En la calle yacían tirados trozos de cuerpos- Algunos se movía y otros no. De pronto se puso de moda estar gordo: eso hacía más fácil seguir de una pieza. La mole era bella.
Cuando por fin llegó el día, el parto fue poco ortodoxo. El bebé simplemente se arrastró hacia el exterior a través del abultado vientre de su madre, después de lo cual la hembra tuvo ciertos problemas de recuperación. De hecho, se desgarró por la cintura, y habría muerto de estar viva. Apuntaló la mitad superior de su cuerpo en un retrete y lo alimentaba de tanto en cuando, pero fue perdiendo interés y se desintegró.
El bebé era una niña, y era humana.
La primera vez que se dio cuenta de ello, casi le arranca un trozo de un buen mordisco, pero de pronto advirtió que había algo raro. Sus partes nobles aún no eran realmente buenas para comer. No estaba todavía madura.
Era tentador, eso sin duda, pero por lo que él sabía, aquélla era la última comida fresca que vería jamás. Deseaba esperar. Deseaba cuidarla. Deseaba que su última comida fuera un banquete perfecto. No sólo estaría ella más madura, sino que también sería más grande. Incluso podría invitar a algunos a la fiesta.
Pero no esperaron a las invitaciones. Sólo unos días después, mientras él, con sus muñones, metía una sopa concentrada de pollo con fideos en la boquita rosada de su hija, oyó a los de la vieja pandilla trasteando torpemente por la librería; sus voces se alzaban en famélica coral. Era muy propio de ellos estropearle su sorpresa.
Sentía un impulso protector hacia su única hija, y seguía siendo el hombre más grande de la ciudad. Cerró la puerta que daba a su casita y apoyó su gigantesca masa contra ella. Naturalmente los zombis intentaron echarla abajo, pero los que se vinieron abajo fueron muchos de ellos en cambio. Los brazos y las piernas se les rompían como spaguetti crudos. Algunos de ellos se alejaron reptando como pudieron, y otros ni se molestaron, pero ninguno entró. Simplemente se descompusieron y se licuaron y se fundieron con las tablas del suelo de la librería Naughty Nite.
La chiquilla estaba bien. Creció fuerte a través de días y semanas y meses que pasaban a toda prisa, y menos mal que así era, porque su padre estaba definitivamente más débil cada vez. Las páginas caían del calendario y de él caían trozos. Seguía esperando, pero la verdad es que había esperado demasiado. Ahora era ella la que abría las latas y le alimentaba a él. No le quedaban dientes, bueno, en realidad no le quedaba mucho de la boca, pero ella embutía alegremente lo que podía en sus fauces goteantes y fétidas. Él no se podía mover. Estaba atrapado en el sofá, era una ulcerosa montaña de pus. Después de la cena, ella trepaba a su regazo y le volvía las páginas de sus revistas favoritas, y disfrutaban juntos de ellas. A ella le gustaban aquellas curiosas fotos, y ellos eran rosados igual que ella.
Papá era gris y verde.
No podemos seguir así, habría dicho él, pero no podía hablar, y tampoco podía pensar mucho. Naturalmente, aquello no era nada nuevo, pero sintió vagamente que las cosas se le escapaban de las manos cuando una noche ella se sentó en su rodilla y se hundió en ella hasta los sobacos. Se echó a reír y palmeó ante la bromita de su papá, y él, como respuesta, emitió una especie de suspiro, pero aquello fue todo.
A la mañana siguiente, cuando ella se despertó, papá se había filtrado por el sofá y estaba desparramado en la alfombra. Al principio pensó que tal vez era una broma, pero unos días más tarde decidió que tenía que hacer frente a los hechos. Hacía un tiempo que se preguntaba acerca de él, pero ya no podía haber dudas:
Papá había pasado a la historia.
Se quedó por allí un tiempo, sólo para estar segura, advirtió que se le agotaban las reservas de comida, lloró unos minutos y luego anadeó hacia la puerta. Con el abrelatas por toda arma, se lanzó desnuda al mundo.
Había huesos y charcos aquí y allá, pero nada se movía. Ella sobreviviría, y quizás encontrara a otros como ella, nuevos humanos nacidos del deseo de muertos. Podrían vivir cerca de un local de pornografía, donde sólo se deseaba el deseo. Incluso podría haber, con el tiempo, un brote de nueva vida.
Había visto los libros de su padre y sabía qué hacer con las partes nobles.