miércoles, 31 de agosto de 2011

YO VENDÍ MI NOMBRE

YO VENDÍ MI NOMBRE
Guadalupe Dueñas

Como algunos venden su alma y otros venden su cuerpo y otros más su sombra y hay quienes venden pájaros, yo vendí mi nombre. Consta de cinco letras. Es un nombre pequeño y un apellido muy largo, que en tiempo no remoto alcanzó fama y pudo cotizarse como alta moneda. Apareció junto a plumas reconocidas y estuvo precedido por títulos de sabios y prohombres. El misterio de su ampulosidad no viene a cuento. Baste saber que conservo en oro sus iniciales y que existen aulas y bibliotecas señaladas con mi nombre. Grabado estuve en universidades y no faltaron editores que lo adoptaron por bandera izándola en las cúpulas. Otros muchos lo esculpieron en muros y portadas. Entretejían las mayúsculas con hilos de plata y sombreaban las vocales con acerinas y esmalte. Convirtióse en símbolo, en aleluya, en buen agüero, en triunfo y en sonido glorioso. Periódicos y revistas nacionales y extranjeros lucharon por consignarlo, por encabezar sus columnas con los augustos rasgos bautismales. Los lectores saltaban de emoción al hallarlo en enciclopedias, en semblanzas, en biografías y volúmenes antológicos destinados a la posteridad y hasta en reseñas de modas. El mundo lo alquilaba sin reparar en el precio. Avanzó en popularidad como los mitos que la credulidad agranda. Adorno fue de la palabra. Labios encumbrados lo envidiaban; hasta que un día, un desdichado día, empezó a apagarse con prisa de luciérnaga y dejó sin sombra el paraje de la noche más oscura.

Restos de su gloria quedaron atrapados en artículos de segunda. Revistas no informadas retuvieron los jirones alfabéticos, los caracteres degradados, las letras que al envejecer perdían equilibrio como epitafios de tumbas olvidadas por los deudos. Las vocales disparáronse a manera de luces pirotécnicas.

Fue el comienzo de tortura mortal. La mengua reducía el nombre cada vez más y más. Aparecía distorsionado con letrilla microscópica del todo indistinguible. Nadie exigía las bélicas mayúsculas de trazo gótico; nadie extrañaba las alas de cuervo que rubricaron el nombre caído en desgracia, sucio de polvo como corcel abatido y sin dueño.

La adversidad propició el desacato de escribir las iniciales como cuando se habla de la ONU. Sí, los letreros fueron empalideciendo. Las publicaciones que ostentaron escandalosos ribetes con gualdas, suprimieron las gárgolas y los arabescos hasta que las consonantes danzaron derrengadas y sonámbulas. Con frecuencia fallaban letras o aparecían tan borrosas como si un designio infernal se anticipara a su cancelación.

El calvario se agrava. Ahora, antes de que amanezca, me dirijo anhelante al primer puesto, al vendedor más cercano; al gacetillero, al pepenador, para revisar meticulosamente cada publicación y comprobar si aún figura mi nombre, aunque sea en el directorio. Con mano temblorosa y ávida, abro las páginas; los dedos se me hacen huéspedes. Con esfuerzo olvido el llanto que me cause ver en algún rincón mi nombre de pila o la inicial perdida del apelativo que ya nadie reconoce.

Confidencias afanosas o malignas me hacen saber que las Directivas tratan el conflicto de suprimir el nombre que se les ha quedado fijo como una alcayata. Sé que quienes votan por el aniquilamiento, encuentran tibia resistencia en románticos añorantes de la firma que no tiene valor para desterrarla de su paginario.

Un sudor no exento de amargura me hace cavilar en la manera de liberarlos a todos de la pesantez de mi nombre, cuyas letras cadavéricas encenizan sus revistas. He llegado a sentir agradecimiento cuando alguien lo suprime sin ceremonias. Insoportable es irse muriendo a pedazos, mejor dicho a letras; un puntillo hoy y un acento mañana; ahora el rasgo de la T no aparece; más adelante la diéresis y luego la r y la m y aún la Y, que es tan poco socorrida en nuestro idioma. ¡Lo capto todo! La fisura de mis tímpanos recoge las murmuraciones y a pesar de núbiles cataratas que entresolan mis pupilas, adivino el desdén y las muecas de repudio. Con las yemas de mis dedos palpo negativas y razones. En la rajadura de mis labios y en mi lengua reseca, sopla el aire salado que dispersa mi nombre. Padezco comentarios y juicios sin poder darme a la fuga: “Dicen que está ciega”. “Bueno…. estar ciega es estar muerto”.

A veces rampo, me agazapo, ruego hasta redacciones donde otrora pidieron de rodillas mi colaboración eterna y, disimulan mi presencia.

Un terror supersticioso me invade, un terror ajeno a vanidades y esperanzas: la certidumbre de que en cuanto la última letra se esfume y el punto final se diluya sobre el papel como una lágrima, mi vida, mi frágil e inútil vida, será un renglón en blanco.

jueves, 18 de agosto de 2011

LAS PARTES NOBLES

Aprovechando que ya se viene la nueva temporada de THE WALKING DEAD, un cuento de zombies:


LAS PARTES NOBLES
Les Daniels

En vida había sido enorme, pero difícilmente una amenaza; sus doscientos kilos eran todo grasa y no músculo. En realidad, le costaba mucho moverse.

Pero ahora a casi todo el mundo le costaba mucho moverse. Los músculos, los tendones, los huesos, eran blandos como el cieno, blandos como la putrefacción, blandos como los suyos.

Pero él era más grande.

En lugar de cazar con el grupo, cazaba detrás de él. Esperaba hasta que abatían a una víctima, y sólo entonces se movía para ayudar a matarla. Los otros del grupo no parecían advertir lo que hacía, nunca se oponían a él cuando los apartaba con su enorme mole. Ellos sólo tenían ojos para la carne, y caían allí donde él les empujaba cuando se inclinaba sobre el comedero escarlata y cogía las partes nobles.

Si quedaba algún resto de pensamiento en su gelatinoso cerebro, habría sido expresado en estas tres palabras: las partes nobles.

Siempre le habían gustado las partes nobles, incluso cuando estaba vivo. Le habían gustado en sus libros, y los leía una y otra vez, marcando los márgenes en rojo para que fuera más fácil encontrarlas la próxima vez. Y le habían gustado en las películas. En realidad nunca fue al cine (los asientos eran demasiado pequeños), pero eso no importaba, ya que tenía su vídeo. Podía sentarse en la oscuridad y ver las partes nobles una y otra vez. Adelante y atrás, adelante y atrás. Dentro y fuera. Arriba y abajo. Y mientras miraba, comía.

Tenía libros como Orgía en el gimnasio del instituto, y Harlots en autostop, tenía películas como Romance con Pene y Debbie se hace Dallas, y tenía revistas como Castores ansiosos y Caliente. En cierto modo, las revistas eran lo mejor: si encontraba una con el adecuado tipo de fotografías, no contenía más que partes nobles.

Pero todo eso era en los días antes de que la civilización se hundiera, antes de que los muertos se alzaran para devorar a los vivos. Ahora era incluso mejor. En otro tiempo, se limitaba a mirar las partes nobles y a atiborrarse de comida, pero ahora había alcanzado su destino. Ahora se comía las partes nobles.

No se daba cuenta de lo seguro que estaba; no comprendía que el ser grande y lento le mantenía apartado de las luchas hasta que se habían terminado y los vivos estaban abatidos. Las partes nobles eran difíciles de alcanzar, pero ahí también tenía suerte: los cazadores más rápidos seguían tirando de las extremidades, brazos y piernas y cabezas, cuando se levantaba y se abría paso como una apisonadora hacia las partes nobles. A veces tenía que conformarse con un pecho o una nalga, pero casi siempre obtenía lo que realmente deseaba. Su comida favorita sabía a pescado y a queso fundido pringado con orina: nadie tenía tiempo de bañarse.

Sus dientes amarillos estaban cubiertos de vello púbico y membrana mucosa; nunca se los lavaba.

Tal vez cuando estuviera vivo fuera un sexista, pero todo eso quedaba ya muy atrás. Ahora se comía las partes nobles de cualquiera.

Era virgen.

No había mucho que hacer excepto comer y buscar más comida. Un día fue a la librería Naughty Nite, y casi la recordó. Por allí rondaba parte de la habitual multitud, chocando contra las paredes y gimiendo con desmayo porque no había comida en el lugar. Se marcharon, pero él se demoró. Cogió una revista llamada Ballin. No podía leer el título, pero podía ver las fotografías, y todavía seguía mirándolas cuando salió de la tienda y se encontró en un pequeño apartamento en la parte de atrás. El sofá parecía acogedor. Se sentó en él unos minutos para ver su revista, y luego salió por comida, pero más tarde volvió. Tenía que ir a algún sitio.

Tenía una casa.

De vez en cuando algunos amigos le seguían a su casa (también ellos tenían que ir a algún sitio), pero después de rondar por allí unos minutos, decidían que allí no pasaba nada y se marchaban. Nadie le comprendía.

Había escasez de comida. A veces apenas valía la pena levantarse. Al cabo de unos meses tenía ya toda una colección de revistas, y estaba perdiendo los dientes. Se le cayeron algunos dedos.

Pero es necesario comer, de modo que a veces hacía el esfuerzo de levantarse a buscar el almuerzo. Toda la gente que veía en la calle tenía aspecto triste. En la ciudad resonaban sus aullidos. Algunos intentaron comerse unos a otros, pero la carne estaba podrida y la tendencia no arraigó.

Un día le siguió a casa una hembra, y él advirtió que se le veían las partes nobles. Parecía la fotografía de una revista. Bueno, se parecía bastante. Algunos instintos nunca mueren.

Tuvo un arranque de inspiración, y luego tuvo una esposa.

A ella no pareció importarle. Cuando él se apartó, vagamente confuso, dejó el pene dentro de ella. En realidad nunca lo echó de menos. De todas formas, estaba demasiado podrido para comérselo.

Después de aquello, cazaban juntos. Las presas eran escasas. Una vez consiguió unos bocados de una pierna, que no era lo que le apetecía tomar aquella noche, pero era mejor que nada. No advirtió que ella estaba engordando, a pesar de que apenas comían.

Un día ella le llevó a un supermercado, un lugar que ella conocía casi tan bien como conocía él la librería Naughty Nite. Le enseñó cómo funcionaba un abrelatas. A él no le interesaba realmente, y no prestó mucha atención a la comida, pero ella la devoraba como si aún estuviera caliente y fresca.

Por supuesto, él no sabía que pronto sería padre.

Al fin y al cabo, ¿quién sabía lo que un zombi podía hacer?

Los científicos humanos que los estudiaron tenían otras cosas en que pensar antes que en la posibilidad de una sexualidad zombi. Los zombis parecían estar demasiado ocupados con la satisfacción oral para que nadie se preocupara por sus genitales. Nadie tenía ya porquerías en la cabeza; en lugar de eso, sus cuerpos eran una porquería.

Pero la hembra estaba preñada. Estaba esperando. Estaba, como solía decirse, llena de vida. Y se sabe que podría haber ocurrido, porque ocurrió.

La hembra comenzó a ir regularmente al supermercado, y volvía a casa con todas las latas que podía. Él no le veía mucho sentido a aquello, pero comenzó a ir con ella para ayudarla. Era algo que hacer.

Sus amigos pensaron que estaban locos.

En realidad, ya no veían tanto a sus amigos. Muchos de ellos se estaban desmembrando, sobre todo los delgados. En el aire flotaba la decadencia. En la calle yacían tirados trozos de cuerpos- Algunos se movía y otros no. De pronto se puso de moda estar gordo: eso hacía más fácil seguir de una pieza. La mole era bella.

Cuando por fin llegó el día, el parto fue poco ortodoxo. El bebé simplemente se arrastró hacia el exterior a través del abultado vientre de su madre, después de lo cual la hembra tuvo ciertos problemas de recuperación. De hecho, se desgarró por la cintura, y habría muerto de estar viva. Apuntaló la mitad superior de su cuerpo en un retrete y lo alimentaba de tanto en cuando, pero fue perdiendo interés y se desintegró.

El bebé era una niña, y era humana.

La primera vez que se dio cuenta de ello, casi le arranca un trozo de un buen mordisco, pero de pronto advirtió que había algo raro. Sus partes nobles aún no eran realmente buenas para comer. No estaba todavía madura.

Era tentador, eso sin duda, pero por lo que él sabía, aquélla era la última comida fresca que vería jamás. Deseaba esperar. Deseaba cuidarla. Deseaba que su última comida fuera un banquete perfecto. No sólo estaría ella más madura, sino que también sería más grande. Incluso podría invitar a algunos a la fiesta.

Pero no esperaron a las invitaciones. Sólo unos días después, mientras él, con sus muñones, metía una sopa concentrada de pollo con fideos en la boquita rosada de su hija, oyó a los de la vieja pandilla trasteando torpemente por la librería; sus voces se alzaban en famélica coral. Era muy propio de ellos estropearle su sorpresa.

Sentía un impulso protector hacia su única hija, y seguía siendo el hombre más grande de la ciudad. Cerró la puerta que daba a su casita y apoyó su gigantesca masa contra ella. Naturalmente los zombis intentaron echarla abajo, pero los que se vinieron abajo fueron muchos de ellos en cambio. Los brazos y las piernas se les rompían como spaguetti crudos. Algunos de ellos se alejaron reptando como pudieron, y otros ni se molestaron, pero ninguno entró. Simplemente se descompusieron y se licuaron y se fundieron con las tablas del suelo de la librería Naughty Nite.

La chiquilla estaba bien. Creció fuerte a través de días y semanas y meses que pasaban a toda prisa, y menos mal que así era, porque su padre estaba definitivamente más débil cada vez. Las páginas caían del calendario y de él caían trozos. Seguía esperando, pero la verdad es que había esperado demasiado. Ahora era ella la que abría las latas y le alimentaba a él. No le quedaban dientes, bueno, en realidad no le quedaba mucho de la boca, pero ella embutía alegremente lo que podía en sus fauces goteantes y fétidas. Él no se podía mover. Estaba atrapado en el sofá, era una ulcerosa montaña de pus. Después de la cena, ella trepaba a su regazo y le volvía las páginas de sus revistas favoritas, y disfrutaban juntos de ellas. A ella le gustaban aquellas curiosas fotos, y ellos eran rosados igual que ella.

Papá era gris y verde.

No podemos seguir así, habría dicho él, pero no podía hablar, y tampoco podía pensar mucho. Naturalmente, aquello no era nada nuevo, pero sintió vagamente que las cosas se le escapaban de las manos cuando una noche ella se sentó en su rodilla y se hundió en ella hasta los sobacos. Se echó a reír y palmeó ante la bromita de su papá, y él, como respuesta, emitió una especie de suspiro, pero aquello fue todo.

A la mañana siguiente, cuando ella se despertó, papá se había filtrado por el sofá y estaba desparramado en la alfombra. Al principio pensó que tal vez era una broma, pero unos días más tarde decidió que tenía que hacer frente a los hechos. Hacía un tiempo que se preguntaba acerca de él, pero ya no podía haber dudas:

Papá había pasado a la historia.

Se quedó por allí un tiempo, sólo para estar segura, advirtió que se le agotaban las reservas de comida, lloró unos minutos y luego anadeó hacia la puerta. Con el abrelatas por toda arma, se lanzó desnuda al mundo.

Había huesos y charcos aquí y allá, pero nada se movía. Ella sobreviviría, y quizás encontrara a otros como ella, nuevos humanos nacidos del deseo de muertos. Podrían vivir cerca de un local de pornografía, donde sólo se deseaba el deseo. Incluso podría haber, con el tiempo, un brote de nueva vida.

Había visto los libros de su padre y sabía qué hacer con las partes nobles.

domingo, 7 de agosto de 2011

RESUMEN MENSUAL DE CINE

Muy breves reseñas de las películas (más o menos recientes) que vi en Julio:

BUENAS

I SAW THE DEVIL, de Jee-woon Kim, es una mezcla de Seven y Oldboy. Además, el director fue el responsable de la deliciosa A tale of two sisters. ¿Necesito decir más?

LA CUERDA FLOJA, de Nuria Ibañez, es un documental que nos muestra la vida de una familia dedicada al circo. Hermosa, profunda, poética... Elisa Miller, directora de la infame Vete más lejos, Alicia, debería aprender de Nuria.

AMANTES, de James Gray, retrata a la perfección de lo que se trata el amor: a quien amas no te ama y tienes que conformarte con quien te ame. Joaquin Phoenix nos regala una gran actuación.


REGULARES


ACTIVIDAD PARANORMAL TOKIO, de Toshikazu Nagae, pintaba muy mal, pero no me molestó en absoluto. Como ya sabemos de que va este tipo de películas, algunas cosas resultan obvias, pero todo cuadra. De hecho, si ves las tres versiones que lleva esta franquicia sin decirte cuál es la original, estoy seguro que dirías que Tokio es la original y las otras las secuelas.

SPLINTER, de Toby Wilkins, es una película que nos regala a un monstruo muy diferente. Original, aunque los personajes caen en el estereotipo.


MALAS


MY SOUL TO TAKE (Espíritus): han quedado muy lejos los días en que Wes Craven creó películas inmortales como Pesadilla en la calle del infierno y La serpiente y el arcoiris. Esta película trata de unos adolescentes que bla, bla, bla.


THE HUMAN CENTIPEDE, de Tom Six, es de las películas más sobrevaloradas que he visto. La idea sonaba interesante, pero el guión y las actuaciones están para llorar. Lo peor, es que ya viene la segunda parte...


VIEJITA PERO CHIDITA


THE TINGLER (El aguijón de la muerte), de William Castle y protagonizada por el gran Vincent Price, es una teoría bastante original acerca del miedo. Después de verla, no dudarás en gritar cada que algo te espante.


THEATER OF BLOOD (El mercader de la muerte), de Douglas Hickox y protagonizada (de nuevo) por Vincent Price, es una delicia para los seguidores del teatro, en especial de Shakespeare, pues se recrean algunas excelentes muertes de sus obras.

IT CAME FROM OUTER SPACE (Llegó del más allá), de Jack Arnold y en 3D, es una gran historia (cortesía de Ray Bradbury) acerca de una posible conquista marciana.


CUADRO DE HONOR

MARATÓN DE GRAJALES EN 3D:
It came from outer space
Catwomen from the moon
Abraa Ka Dabraa
The stewardess

NEUROMARATÓN (Ay dolor, ya me traes de encargo)
Annie Hall
Garden state
Who´s afraid of Virginia Woolf?
Las lágrimas del tigre negro






martes, 2 de agosto de 2011

DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES

Resumen de DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES (Primer artículo, 1827), de Thomas De Quincey que interpreté, cuchillo en mano, en la clase de Ensayo:


Buenas noches.

Bienvenidos a la Sociedad de Expertos en el Asesinato.

Nuestro comité me ha otorgado el honor de hablarles sobre el asesinato considerado como una de las bellas artes. Porque un buen asesinato requiere algo más que dos necios, uno que mata y otro que muere, un cuchillo, una bolsa y un callejón oscuro.

Pero antes de comenzar me gustaría dirigir unas palabras a ciertos mojigatos que tachan de inmoral a nuestra Sociedad. ¡Inmoral! ¡Qué Júpiter nos asista! Estoy y siempre estaré a favor de la moralidad, la virtud y todas esas cosas. Firmemente mantengo que el asesinato está en una línea de conducta indebida, de lo más indebida. Y no me cansaré de decir que todo aquél que se dedica al asesinato razona de forma muy equivocada y que sus principios son erróneos... Pero una vez cometido el asesinato, ¿qué podemos hacer?, sino contemplarlo estéticamente (como dicen los alemanes), es decir, en relación con el buen gusto.

No es de asombrar que se asesine a príncipes y a estadistas. De sus muertes dependen a menudo los cambios importantes y están expuestos a convertirse en objetivo de todo artista dominado por las ansias de lograr un efecto escénico. Guillermo I de Orange, los tres Enriques franceses, el duque de Buckingham, Gustavo Adolfo y Wallenstein: siete obras espléndidas.

Otra clase de asesinatos que ha prevalecido desde principios del siglo XVII es el asesinato de filósofos. Es un hecho que todo filósofo inminente de los dos últimos siglos ha sido asesinado o, por lo menos, ha estado muy cerca de serlo; hasta el punto de que si un hombre se llama así mismo filósofo y nunca han atentado contra su vida pueden estar seguros de que no merece la pena. Descartes, Kant, Spinoza, Hobbes… Aunque muchos, como Locke, incomprensiblemente pasearon sus cuellos por el mundo sin que nadie condescendiera a cortárselos.

Ahora pronunciaré unas cuantas palabras sobre los principios del asesinato. Las ancianas y las turbas de lectores de periódicos se contentan con poco, siempre que la cosa sea lo bastante sangrienta. Pero las personas con sensibilidad, como nosotros, esperamos algo más.

Hablemos, pues, del tipo de víctima más idónea para los propósitos del asesinato. Resulta evidente que la víctima debe ser una buena persona, no queremos una lucha de titanes. Recuerden que la finalidad última del asesinato, considerado como una de las bellas artes, es precisamente la misma que Aristóteles asigna a la tragedia, es decir: purificar el corazón mediante la compasión y el temor.

Nuestra elección no debe recaer en un personaje público. Existen personajes que todo mundo ha oído hablar de ellos pero que nadie ha visto; se han convertido en una idea abstracta, como el Papa. No vale desperdiciar nuestro talento en ese tipo de personajes. Pero si ese personaje organiza cenas y se le ve seguido en público, no hay nada impropio en asesinarlo.

El sujeto elegido debe gozar de buena salud. ¡Es de auténticos bárbaros asesinar a una persona enferma!

Algunos sugieren que el sujeto elegido debe tener hijitos pequeños, con el fin de dar mayor profundidad al patetismo. Eso lo dejo a su consideración.

En cuanto al momento, el lugar y las herramientas lo platicaremos en la siguiente conferencia.

Para terminar, tengo que confesar que no soy ningún profesional. Nunca he atentado contra la vida de nadie, salvo en 1801, contra la de un gato; y la cosa terminó de un modo muy distinto del que yo esperaba. Mi intención, lo reconozco, era simple y llanamente asesinar al animal. Así que a la una de la mañana, en una noche oscura, bajé las escaleras en busca del gato Tom, con el animus, y sin duda con la diabólica expresión de un asesino. Encontré al gato saqueando el pan y otros enseres.

Levanté el refulgente acero y me imaginé, como Bruto, elevándome de entre las multitudes patriotas. Y al hendir el filo el nombre de Tulio enardecidamente alabé, y al padre de la patria con un ¡salve! aclamé.

Desde entonces, todo deseo pasajero de atentar contra la vida de un anciano carnero, una gallina vetusta o un cervatillo, queda preso en el más profundo secreto de mi pecho, que para las más altas esferas del arte, me confieso enteramente incapaz.

Gracias.