Pocas son las historias que han tocado mis fibras más íntimas.
Después de escucharla el sábado, me quedé flotando en la nada por unas horas.
Dedicada a Erick donde quiera que esté.
AHÍ PERO DÓNDE, CÓMO
Julio Cortázar
Un cuadro de René Magritte representa
una pipa que ocupa el centro de la tela.
Al pie de la pintura su título: Esto no es una pipa.
A Paco, que gustaba de mis relatos.
(Dedicatoria de Bestiario, 1951)
--------------------------------------------------------------------------------
No depende de la voluntad
es él bruscamente: ahora (antes de empezar a escribir; la razón de que haya empezado a escribir) o ayer, mañana, no hay ninguna indicación previa, él está o no está; ni siquiera puedo decir que viene, no hay llegada ni partida; él es como un puro presente que se manifiesta o no en este presente sucio, lleno de ecos de pasado y obligaciones de futuro
A vos que me leés, ¿no te habrá pasado eso que empieza en un sueño y vuelve en muchos sueños pero no es eso, no es solamente un sueño? Algo que está ahí pero dónde, cómo; algo que pasa soñando, claro, puro sueño pero después también ahí, de otra manera porque blando y lleno de agujeros pero ahí mientras te cepillas los dientes, en el fondo de la taza del lavabo lo seguís viendo mientras escupís el dentífrico o metes la cara en el agua fría, y ya adelgazándose pero prendido todavía al piyama, a la raíz de la lengua mientras calentás el café, ahí pero dónde, cómo, pegado a la mañana, con su silencio en el que ya entran los ruidos del día, el noticioso radial que pusimos porque estamos despiertos y levantados y el mundo sigue andando. Carajo, carajo, ¿cómo puede ser, qué es eso que fue, que fuimos en un sueño pero es otra cosa, vuelve cada tanto y está ahí pero dónde, cómo está ahí y dónde es ahí? ¿Por qué otra vez Paco esta noche, ahora que lo escribo en esta misma pieza, al lado de esta misma cama donde las sábanas marcan el hueco de mi cuerpo? ¿A vos no te pasa como a mí con alguien que se murió hace treinta años, que enterramos un mediodía de sol en la Chacarita, llevando a hombros el cajón con los amigos de la barra, con los hermanos de Paco?
su cara pequeña y pálida, su cuerpo apretado de jugador de pelota vasca, sus ojos de agua, su pelo rubio peinado con gomina, la raya al costado, su traje gris, sus mocasines negros, casi siempre una corbata azul pero a veces en mangas de camisa o con una bata de esponja blanca (cuando me espera en su pieza de la calle Rivadavia, levantándose con esfuerzo para que no me dé cuenta de que está tan enfermo sentándose al borde de la cama envuelto en la bata blanca pidiéndome el cigarrillo que le tienen prohibido)
Ya sé que no se puede escribir esto que estoy escribiendo, seguro que es otra de las maneras del día para terminar con las débiles operaciones del sueño; ahora me iré a trabajar, me encontraré con traductores y revisores en la conferencia de Ginebra donde estoy por cuatro semanas, leeré las noticias de Chile, esa otra pesadilla que ningún dentífrico despega de la boca; por qué entonces saltar de la cama a la máquina, de la casa de la calle Rivadavia en Buenos Aires donde acabo de estar con Paco, a esta máquina que no servirá de nada ahora que estoy despierto y sé que han pasado treinta y un años desde aquella mañana de octubre, ese nicho en un columbario, las pobres flores que casi nadie llevó porque maldito si nos importaban las flores mientras enterrábamos a Paco. Te digo, esos treinta y un años no son lo que importa, mucho peor es este paso del sueño a las palabras, el agujero entre lo que todavía sigue aquí pero se va entregando más y más a los nítidos filos de las cosas de este lado, al cuchillo de las palabras que sigo escribiendo y que ya no son eso que sigue ahí pero dónde, cómo. Y si insisto es porque no puedo más, tantas veces he sabido que Paco está vivo o que va a morirse, que está vivo de otra manera que nuestra manera de estar vivos o de ir a morirnos, que escribiéndolo por lo menos lucho contra lo inapresable, paso los dedos de las palabras por los agujeros de esa trama delgadísima que todavía me ataba en el cuarto de baño, en la tostadora, en el primer cigarrillo, que está todavía ahí pero dónde, cómo; repetir, reiterar, fórmulas de encantamiento, verdad, a lo mejor vos que me leés también tratás a veces de fijar con alguna salmodia lo que se te va yendo, repetís estúpidamente un verso infantil, arañita visita, arañita visita, cerrando los ojos para centrar la escena capital del sueño deshilachado, renunciando arañita, encogiéndote de hombros visita, el diariero llama a la puerta, tu mujer te mira sonriendo y te dice Pedrito, se te quedaron las telarañas en los ojos y tiene tanta razón pensás vos, arañita visita, claro que las telarañas.
cuando sueño con Alfredo, con otros muertos, puede ser cualquiera de sus tantas imágenes, de las opciones del tiempo y de la vida, a Alfredo lo veo manejando su Ford negro, jugando al poker, casándose con Zulema, saliendo conmigo del normal Mariano Acosta para ir a tomar un vermut en La Perla del Once; después, al final, antes, cualquiera de los días a lo largo de cualquiera de los años, pero Paco no, Paco es solamente la pieza desnuda y fría de su casa, la cama de hierro, la bata de esponja blanca, y si nos encontramos en el café y está con su traje gris y la corbata azul, la cara es la misma, la terrosa máscara final, los silencios de un cansancio irrestañable
No voy a perder más tiempo; si escribo es porque sé, aunque no pueda explicarme qué es eso que sé y apenas consiga separar lo más grueso, poner de un lado los sueños y del otro a Paco, pero hay que hacerlo si un día, si ahora mismo en cualquier momento alcanzo a manotear más lejos. Sé que sueño con Paco puesto que la lógica, puesto que los muertos no andan por la calle y hay un océano de agua y de tiempo entre este hotel de Ginebra y su casa de la calle Rivadavia, entre su casa de la calle Rivadavia y él muerto hace treinta y un años. Entonces es obvio que Paco está vivo (de qué inútil, horrible manera tendré que decirlo también para acercarme, para ganar algo de terreno) mientras yo duermo; eso que se llama soñar. Cada tanto, pueden pasar semanas e incluso años, vuelvo a saber mientras duermo que él está vivo y va a morirse; no hay nada de extraordinario en soñar con él y verlo vivo, ocurre con tantos otros en los sueños de todo el mundo, también yo a veces encuentro a mi abuela viva en mis sueños, o a Alfredo vivo en mis sueños, Alfredo que fue uno de los amigos de Paco y se murió antes que él. Cualquiera sueña con sus muertos y los ve vivos, no es por eso que escribo; si escribo es porque sé, aunque no pueda explicar qué es lo que sé. Mirá, cuando sueño con Alfredo el dentífrico cumple muy bien su tarea; queda la melancolía, la recurrencia de recuerdos añejos, después empieza la jornada sin Alfredo. Pero con Paco es como si se despertara también conmigo, puede permitirse el lujo de disolver casi enseguida las vividas secuencias de la noche y seguir presente y fuera del sueño, desmintiéndolo con una fuerza que Alfredo, que nadie tiene en pleno día, después de la ducha y el diario. Qué le importa a él que yo me acuerde apenas de ese momento en que su hermano Claudio vino a buscarme, a decirme que Paco estaba muy enfermo, y que las escenas sucesivas, ya deshilachadas pero aún rigurosas y coherentes en el olvido, un poco como el hueco de mi cuerpo todavía marcado por las sábanas, se diluyan como todos los sueños. Lo que entonces sé es que haber soñado no es más que parte de algo diferente, una especie de superposición, una zona otra, aunque la expresión sea incorrecta pero también hay que superponer o violar las palabras si quiero acercarme, si espero alguna vez estar. Gruesamente, como lo estoy sintiendo ahora, Paco está vivo aunque se va a morir, y si algo sé es que no hay nada de sobrenatural en eso; tengo mi idea sobre los fantasmas pero Paco no es un fantasma, Paco es un hombre, el hombre que fue hasta hace treinta y un años, mi camarada de estudios, mi mejor amigo. No ha sido necesario que volviera de mi lado una y otra vez, bastó el primer sueño para que yo lo supiera vivo más allá o más acá del sueño y otra vez me ganara la tristeza, como en las noches de la calle Rivadavia cuando lo veía ceder terreno frente a una enfermedad que se lo iba comiendo desde las vísceras, consumiéndolo sin apuro en la tortura más perfecta. Cada noche que he vuelto a soñarlo ha sido lo mismo, las variaciones del tema; no es la recurrencia la que podría engañarme, lo que sé ahora ya estaba sabido la primera vez, creo que en París en los años cincuenta, a quince años de su muerte en Buenos Aires. Es verdad, en aquel entonces traté de ser sano, de lavarme mejor los dientes; te rechacé, Paco, aunque ya algo en mí supiera que no estabas ahí como Alfredo, como mis otros muertos; también frente a los sueños se puede ser un canalla y un cobarde, y acaso por eso volviste, no por venganza sino para probarme que era inútil, que estabas vivo y tan enfermo, que te ibas a morir, que una y otra noche Claudio vendría a buscarme en sueños para llorar en mi hombro, para decirme Paco está mal, qué podemos hacer, Paco está tan mal.
su cara terrosa y sin sol, sin siquiera la luna de los cafés del Once, la vida noctámbula de los estudiantes, una cara triangular sin sangre, el agua celeste de los ojos, los labios despellejados por la fiebre, el olor dulzón de los nefríticos, su sonrisa delicada, la voz reducida al mínimo, teniendo que respirar entre cada frase, reemplazando las palabras por un gesto o una mueca irónica
Ves, eso es lo que sé, no es mucho pero lo cambia todo. Me aburren las hipótesis tempoespaciales, las n dimensiones, sin hablar de la jerga ocultista, la vida astral y Gustav Meyrinck. No voy a salir a buscar porque me sé incapaz de ilusión o quizá, en el mejor de los casos, de la capacidad para entrar en territorios diferentes. Simplemente estoy aquí y dispuesto, Paco, escribiendo lo que una vez más hemos vivido juntos mientras yo dormía; si en algo puedo ayudarte es en saber que no sos solamente mi sueño que ahí pero dónde, cómo, que ahí estás vivo y sufriendo. De ese ahí no puedo decir nada, sino que se me da soñando y despierto, que es un ahí sin asidero; porque cuando te veo estoy durmiendo y no sé pensar, y cuando pienso estoy despierto pero sólo puedo pensar; imagen o idea son siempre ese ahí pero dónde, ese ahí pero cómo.
releer esto es bajar la cabeza, putear de cara contra un nuevo cigarrillo, preguntarse por el sentido de estar tecleando en esta máquina, para quién, decime un poco, para quién que no se encoja de hombros y encasille rápido, ponga la etiqueta y pase a otra cosa, a otro cuento
Y además, Paco, por qué. Lo dejo para el final pero es lo más duro, es esta rebelión y este asco contra lo que te pasa. Te imaginas que no te creo en el infierno, nos haría tanta gracia si pudiéramos hablar de eso. Pero tiene que haber un por qué, no es cierto, vos mismo has de preguntarte porqué estás vivo ahí donde estás si de nuevo te vas a morir, si otra vez Claudio tiene que venir a buscarme, si como hace un momento voy a subir la escalera de la calle Rivadavia para encontrarte en tu pieza de enfermo, con esa cara sin sangre y los ojos como de agua, sonriéndome con labios desteñidos y resecos, dándome una mano que parece un papelito. Y tu voz, Paco, esa voz que te conocí al final, articulando precariamente las pocas palabras de un saludo o de una broma. Por supuesto que no estás en la casa de la calle Rivadavia, y que yo en Ginebra no he subido la escalera de tu casa en Buenos Aires, eso es la utilería del sueño y como siempre al despertar las imágenes se deslíen y solamente quedas vos de este lado, vos que no sos un sueño, que me has estado esperando en tantos sueños pero como quien se cita en un lugar neutral, una estación o un café, la otra utilería que olvidamos apenas se echa a andar.
cómo decirlo, cómo seguir, hacer trizas la razón repitiendo que no es solamente un sueño, que si lo veo en sueños como a cualquiera de mis muertos, él es otra cosa, está ahí, dentro y fuera, vivo aunque
lo que veo de él, lo que oigo de él: la enfermedad lo ciñe, lo fija en esa última apariencia que es mi recuerdo de él hace treinta y un años; así está ahora, así es
¿Por qué vivís si te has enfermado otra vez, si vas a morirte otra vez? Y cuando te mueras, Paco, ¿qué va a pasar entre nosotros dos? ¿Voy a saber que te has muerto, voy a soñar, puesto que el sueño es la única zona donde puedo verte, que te enterramos de nuevo? Y después de eso, ¿voy a dejar de soñar, te sabré de veras muerto? Porque hace ya muchos años, Paco, que estás vivo ahí donde nos encontramos, pero con una vida inútil y marchita, esta vez tu enfermedad dura interminablemente más que la otra, pasan semanas o meses, pasa París o Quito o Ginebra y entonces viene Claudio y me abraza, Claudio tan joven y cachorro llorando silencioso contra mi hombro, avisándome que estás mal, que suba a verte, a veces es un café pero casi siempre hay que subir la estrecha escalera de esa casa que ya han echado abajo, desde un taxi miré hace un año esa cuadra de Rivadavia a la altura del Once y supe que la casa ya no estaba ahí o que la habían transformado, que falta la puerta y la angosta escalera que llevaba al primer piso, a las piezas de alto cielo raso y estucos amarillos, pasan semanas o meses y de nuevo sé que tengo que ir a verte, o simplemente te encuentro en cualquier lado o sé que estás en cualquier lado aunque no te vea, y nada termina, nada empieza ni termina mientras duermo o después en la oficina o aquí escribiendo, vos vivo para qué, vos vivo por qué, Paco, ahí pero dónde, viejo, dónde y hasta cuándo.
aducir pruebas de aire, montoncitos de ceniza como pruebas, seguridades de agujero; para peor con palabras, desde palabras incapaces de vértigo, etiquetas previas a la lectura, esa otra etiqueta final
noción de territorio contiguo, de pieza de al lado; tiempo de al lado, y a la vez nada de eso, demasiado fácil refugiarse en lo binario; como si todo dependiera de mí, de una simple clave que un gesto o un salto me darían, y saber que no, que mi vida me encierra en lo que soy, al borde mismo pero
tratar de decirlo de otra manera, insistir: por esperanza buscando el laboratorio de medianoche, una alquimia impensable, una transmutación
No sirvo para ir más lejos, intentar cualquiera de los caminos que otros siguen en busca de sus muertos, la fe o los hongos o las metafísicas. Sé que no estás muerto, que las mesas de tres patas son inútiles; no iré a consultar videntes porque también ellos tienen sus códigos, me mirarían como a un demente. Sólo puedo creer en lo que sé, seguir por mi vereda como vos por la tuya empequeñecido y enfermo ahí donde estás, sin molestarme, sin pedirme nada pero apoyándote de alguna manera en mí que te sé vivo, en ese eslabón que te enlaza con esta zona a la que no perteneces pero que te sostiene vaya a saber por qué, vaya a saber para qué. Y por eso, pienso, hay momentos en que te hago falta y es entonces que llega Claudio o que de golpe te encuentro en el café donde jugábamos al billar o en la pieza de los altos donde poníamos discos de Ravel y leíamos a Federico y a Rilke, y la alegría deslumbrada que me da saberte vivo es más fuerte que la palidez de tu cara y la fría debilidad de tu mano; porque en pleno sueño no me engaño como me engaña a veces ver a Alfredo o a Juan Carlos, la alegría no es esa horrible decepción al despertar y comprender que se ha soñado, con vos me despierto y nada cambia salvo que he dejado de verte, sé que estás vivo ahí donde estás, en una tierra que es esta tierra y no una esfera astral o un limbo abominable; y la alegría dura y está aquí mientras escribo, y no contradice la tristeza de haberte visto una vez más tan mal, es todavía la esperanza, Paco, si escribo es porque espero aunque cada vez sea lo mismo, la escalera que lleva a tu pieza, el café donde entre dos carambolas me dirás que estuviste enfermo pero que ya va pasando, mintiéndome con una pobre sonrisa; la esperanza de que alguna vez sea de otra manera, que Claudio no tenga que venir a buscarme y a llorar abrazado a mí, pidiéndome que vaya a verte.
aunque sea para estar otra vez cerca de él cuando se muera como en aquella noche de octubre, los cuatro amigos, la fría lámpara colgando del cielo raso, la última inyección de coramina, el pecho desnudo y helado, los ojos abiertos que uno de nosotros le cerró llorando
Y vos que me leés creerás que invento; poco importa, hace mucho que la gente pone en la cuenta de mi imaginación lo que de veras he vivido, o viceversa. Mirá, a Paco no lo encontré nunca en la ciudad de la que he hablado alguna vez, una ciudad con la que sueño cada tanto, y que es como el recinto de una muerte infinitamente postergada, de búsquedas turbias y de imposibles citas. Nada hubiera sido más natural que verlo ahí, pero ahí no lo he encontrado nunca ni creo que lo encontraré. Él tiene su territorio propio, gato en su mundo recortado y preciso, la casa de la calle Rivadavia, el café del billar, alguna esquina del Once. Quizá si lo hubiera encontrado en la ciudad de las arcadas y del canal del norte, lo habría sumado a la maquinaria de las búsquedas, a las interminables habitaciones del hotel, a los ascensores que se desplazan horizontalmente, a la pesadilla elástica que vuelve cada tanto; hubiera sido más fácil explicar la presencia, imaginarla parte de ese decorado que la hubiera empobrecido limándola, incorporándola a sus torpes juegos. Pero Paco está en lo suyo, gato solitario asomando desde su propia zona sin mezclas; quienes vienen a buscarme son solamente los suyos, es Claudio o su padre, alguna vez su hermano mayor. Cuando despierto después de haberlo encontrado en su casa o en el café, viéndole la muerte en los ojos como de agua, el resto se pierde en el fragor de la vigilia, sólo él queda conmigo mientras me lavo los dientes y escucho el noticioso antes de salir; ya no su imagen percibida con la cruel precisión lenticular del sueño (el traje gris, la corbata azul, los mocasines negros) sino la certidumbre de que impensablemente sigue ahí y que sufre.
ni siquiera esperanza en lo absurdo, saberlo otra vez feliz verlo en un torneo de pelota, enamorado de esas muchachas con las que bailaba en el club
pequeña larva gris, animula vagula blandula, monito temblando de frío bajo las frazadas, tendiéndome una mano de maniquí, para qué, por qué
No habré podido hacerte vivir esto, lo escribo igual para vos que me leés porque es una manera de quebrar el cerco, de pedirte que busques en vos mismo si no tenés también uno de esos gatos, de esos muertos que quisiste y que están en ese ahí que ya me exaspera nombrar con palabras de papel. Lo hago por Paco, por si esto o cualquier otra cosa sirviera de algo, lo ayudara a curarse o a morirse, a que Claudio no volviera a buscarme, o simplemente a sentir por fin que todo era un engaño, que sólo sueño con Paco y que él vaya a saber por qué se agarra un poco más a mis tobillos que Alfredo, que mis otros muertos. Es lo que vos estarás pensando, qué otra cosa podrías pensar a menos que también te haya pasado con alguien, pero nadie me ha hablado nunca de cosas así y tampoco lo espero de vos, simplemente tenía que decirlo y esperar, decirlo y otra vez acostarme y vivir como cualquiera, haciendo lo posible por olvidar que Paco sigue ahí, que nada termina porque mañana o el año que viene me despertaré sabiendo como ahora que Paco sigue vivo, que me llamó porque esperaba algo de mi y que no puedo ayudarlo porque está enfermo, porque se está muriendo.