EL QUE LLEGÓ HASTA EL METRO PINO SUÁREZ
Arturo César Rojas (1986)
Nunca pensamos que este día llegara, pero parece que ha llegado. Voy a volver a leerles la más reciente información que hemos recibido: “Washington. Después de la formal declaración de guerra, las dos potencias indicaron que usarían armas convencionales, pero que, de acuerdo a las necesidades de la presente situación, también podrían recurrir al armamento nuclear y bioquímico. Según fuentes autorizadas…”
ÚLTIMAS PALABRAS DE JACOBOM ZABLUDOWSKY
DESDE UN NOTICIARIO
BRUSCAMENTE INTERRUMPIDO.
El ruido que hacían los perros fue muriendo tras ella a medida que caminaba por las calles vacías. De vez en cuando vio montes de cadáveres, cuerpos muertos en parte en la batalla y otros a causa de cosas mucho más siniestras. La “M” se hallaba grabada en muchos de ellos. Por dos veces vio los signos inconfundibles de la Nueva Lepra en los rostros ciegos, y en la piel levantada y plateada que acompañaba a esa vieja enfermedad. Pero a diferencia de la antigua lepra, la nueva variedad era contagiosa. Y los piratas la llevaban consigo.
DE LA TRADUCCIÓN DE MANUELA DÍEZ
A UN REPORTAJE DE CHELSEA QUINN YARBRO.
Era mi chava y yo la quería un restorán.
Y eso que ya no quedan muchas cosas ni muchas gentes que querer, palabra de valedor. Ruinas de casas y esqueletos de animales y fierros torcidos y vidrios rotos por todos lados. Un méndigo cielo tan contaminado que, cuando no está gris, está negro o está rojo, pero ya ni de chiste se pone azul. Vagar como menso, dormir donde la noche lo agarre a uno, tragar lo poco que uno se encuentre y apretarse el estómago y ya. Si bien que lo digo en una de mis canciones: “¿Te comiste cuatro ranas? ¿Medio gato te aventastes? ¡Pa´banquete el que te distes, yo no tuve ni un ratón!” Y llevar un cuchillo o una piedra o un palo y andar muy hacha con las fieras y los rateros y los que tienen más hambre que uno. Pero ultimadamente qué me importa si vivía como vivía y cantaba como cantaba y mal que bien ahí andaba por los caminos con mi guitarra y con mi chava que, así y maltratadas como ya estaban, eran mis únicos y mis últimos amores…
es mi chava y yo la quiero
está puerca está amolada
como torta traqueteada
pero es mía y no la suelto
Era mi chava y yo la quería un restorán.
Así como era ella, mechuda y tuerta y bien coja, pulguienta y piojosa y con el bonche de cicatrices en el cuerpo y en la cara, sin la mitad de los dientes en su buchaca y con la otra mitad bien retacada de suciedades y de caries (con eso de que ya no hay dentistas y los que todavía hay, las bandas se los pelean, y así me lo contó un cuate que sepa la bola dónde quedó que le decían el Federichi). Pero yo la quería porque siempre jalaba a donde yo jalara, y me ayudaba y me hacía fuerte a la hora de los trancazos, y nunca se me escondía y nunca se me rajaba, y fajábamos padre y nos agasajábamos padre y su cuerpo hasta parecía fabricado a la medida de mi cuerpo. Y todos los que me la veían me la superenvidiaban, porque si antes de los bombazos el problema era que casi no había chavas jaladoras, ora el problema es que ya casi no hay chavas. Y nunca se quejaba y siempre me apapachaba y sus besos me atarantaban y me alocaban y me sabían a pura frutita, a fruta verdadera, a fruta carnosota y jugosota, a esa mera fruta refrescante de cuando la tierra todavía era buena y todavía daba fruta buena…
Las canciones: cómo nos fregaron con las bombas, cómo nos fregamos con los días
si le llegas al Distrito te me partes
más fuerte te contaminas
más gacho los muertos jieden
y te chillan los oclayos
y los cuates se te aguadan
nomás llégale al Distrito
y le distes para siempre
chicharrón a la esperanza
Era mi chava y yo la quería un restorán.
Pero me la bajaron allá en lo que antes se llamaba Ciudad Neza. (Ah, qué Neza tan chistosa, siempre llena de tolvaneras, nomás que antes las tolvaneras eran cafeses y ora son anaranjadas y así como efervescentes o fosforescentes o como se diga eso.) Me la bajaron los Panchólares, la banda más fregona de todas las bandas de ahí donde antes se llamaba el Distrito. (Cayeron de sorpresa como granizada radiactiva, con sus machetes y sus cadenas y sus rifles y cada uno trepado en su motocicleta. Cayeron y dijeron que tochos morochos en el Distrito ya habían oído hablar de ella y que cumplían órdenes de su mero mero y cargaron con ella y así como se aparecieron se desaparecieron.)
Pero era mi chava, mía y de ningún otro mono, ni siquiera el jefe de los Panchólares, y que me lanzo a rescatarla con mi guitarra y mis tamaños y ya. Ya tenía el chorro de años que me había pelado de la capirucha, o más bien de la ex capirucha, porque me cae que allá la situación está chorrocientas mil veces más canija, pero bien que me acordaba todavía de cada curva y cada bache del camino de retache, y luego como que me orientaba igual de fácil que los animales de antes, pa´terminar pronto mi nariz y mi instinto y hasta mis tripas me guiaban detrás de mi chava. Y vi muchos despapayes y vi muchas mierdas, pero ni en cuenta. Y olí muchas desgraciadeces y respiré muchas cochinadas, pero ni en cuenta. Y pasé por cascajos y por cráteres y por llanos que antes eran cerros y por cerros y más cerros de purititos desperdicios y purititos muertos, y por un pantano dizque venenoso que se me hace que antes era Bosques de Aragón o cercas, pero yo ni en cuenta, porque mi chava me jalaba y yo iba a donde ella me jalara. Y cuando me topaba con un ratero o con coyotes o con bandas, les cantaba unas rolas y se emocionaban y me daban las gracias y hasta tantita comida me regalaban (con eso de que ya no hay música un músicos ni nada de nada, de veras hasta se emocionan si oyen a alguien cantando) y me dejaban seguirle adelante y yo les seguía adelante y más adelante…
allá abajo está lo gruexo
allá abajo es la chifosca
las vigas que cain y explotan
los gases que siempre truenan
las diarreas de la tierra
el esmog recalentado
abajito a cinco metros
está la mera tiznada
Era mi chava y yo la quería un restorán.
Y por mi chava yo me tragué mi saliva y le llegue a esa especie de panteón con techo que antes se llamaba la Merced. (Ah, qué Merced tan chistosa, que antes apestaba tantito por las sobras de verduras y frutas, pero que ora apesta miles de veces pior por los miles de cadáveres de perros y de gentes.) Ya no había ni taquillas ni torniquetes, pero ahí entre los montones de basura y de difuntos y de pedazos de difunto, todavía estaba el postecito con el letrero que decía “Merced” y también estaban las escaleras, y me fajé los pantalones y bajé y bajé sin retacharme ni un segundacho, que nada más iba a lo que iba y ya.
Y le entré hasta abajo, al ex andén del metro, y apenitas me fijé en el calor que estaba haciendo, más fuerte que el calor de allá arriba, casi tan fuerte como el calor que estuvo haciendo en aquellos meses de la Bronca Final, y empecé a ver pa´qué lado cogía. (Clarín, si yo puedo ver en lo oscuro como los gatos, si es que todavía existen gatos. Alguna mutación de provecho tenía que sacar de entre toda la bola de mutaciones inútiles que me han ido saliendo, ¿no? Si hasta descubrí un cacho de anuncio que decía que debíamos tener confianza en el futuro, y se me vino a la cabeza una película en que el bato se escapa de unos simios bien picudos y al final se esconde en un metro y se da cuenta que ese mero es su metro y que el mentado futuro los otros hombres lo mandaron por un tubo.)
Pero yo ya sé que no hay futuro ni hay presente ni hay nada, y seguí mirando y que entonces veo a dos fulanos que estaban ahí como vigilando, con sus garrotes y sus machetes y unas antorchas para alumbrarse. Y que se me acercan y que me dice uno: “Vente, el Líder y todos los de la banda te estamos esperando”. Y que me dice el otro: “Ya nos sabemos las rutas más o menos seguras. No le saques a los derrumbes ni a las explosiones”.
Y agarramos y nos metimos por un túnel y caminamos y pasamos por un vagón bien oxidado y bien agujerado y seguimos caminando y salimos del túnel y le llegamos a otro andén, que ya ni andén parecía de tantas piedras y tantos huesos y tantísimo estropicio, hasta que nos topamos con esa como piedra azteca que había en el corredor pa´transbordar, esa piedra así como con figura de plataforma que antes estaba al aire libre y donde había pastito y hasta podía distinguirse un poquito de cielo. Nomás que ya no había cielo y menos aire libre (si ya casi ni aire había) y el pasto tenía tiempo que se había chamuscado como la gente, y los derrumbes lo habían dejado todo tapado y sin salida y con temperatura de horno de rosticería. (Con eso de que el terremoto del ochenta y cinco no fue nada comparado con los que le siguieron.) Viéndolo bien, lo único que se mantenía en pie era la dichosa piedra azteca, maciza ella, redonda ella, grandota ella igual que antes, que ora se prendía y se apagaba y se volvía a prender con unas claridades medio rojas y medio moradas, así como reflector de casa de espantos. (Con eso de que las piedras también le están mutando como los animales y las plantas.) Y a los lados de la Piedra…
“¡Chale, chale, chale!” “¡Ese Jéndrix, ese cantante!” “¡Hasta que nos hallaste, Roquero!”, se pusieron a gritarme mientras me les iba acercando.
A los lados de la Piedra, ahí estaban los Panchólares, setenta, ochenta, puede que hasta cien cabrestos revueltos con las antorchas. Unos tragando sus cachos de animales, otros sus buenas porciones de humanos, y los huesos y la sangre se les escurrían de los hocicos con todo y baba, o si no ahí andaban vomitando lo que acababan de tragarse, y unos hasta estaban dándose un toque con esas yerbas que ora salen como hongos de las ruinas y que palabra que lo ponen a uno más pacheco que la mota de antes. Y encima de la Piedra estaba el Líder de aquellitos, parado, con las manos c las garras o lo que fuera en la cintura, con sus colmillos de dóberman de fuera porque se estaba carcajiando, y el tumor del trasero se le subía y se le bajaba como una culebra pintada de colorado, y las dos alas que le colgaban de los hombros, se le arriscaban como laminitas envueltas en celofán, y los dos cuernos o como cuernos que tenía mero arriba de los ojos que se le apagaban y encendían como si fueran foquitos puntiagudos o pedacitos de la Piedra. Y a la derecha del Líder estaba ni más ni menos que mi chava, más mechuda que una perra, más atascada que una cerda, llore y llore como si en un temblor o un bombardeo se le hubiera enterrado una varilla. Pero era mi chava y yo iba por mi chava y se las reclamé a grito pelado y con puras groserías. Y él que se sigue carcajiando y los Panchólares que vuelven a soltarse igual que guacamayas pacheconas.
“¡Chale, chale, chale, cómo le haces al cuento!”
“¡Chale, chale, chale, mejor échate una rola!”
“¡No manches, no manches, si hasta te crees muy muy!”
“¡Ése, mi Roquero, si no te hemos dado matarili es pa´que nos des un cantarili!”
Y el Líder alzó sus brazos que parecían patas y los de su banda e callaron y me dijo con un vozarrón tan de matón que hasta me acordé de lo que era el miedo: “Nada se da de gratis, Roquero. Vas a cantar porque para oírte cantar estamos aquí y porque yo te lo mando. Y si le cantas con sentimiento y nos pasa lo que te cantes, me cae que puedes irte con tu vieja y ni un pelito les vamos a tumbar. ¿Sale y vale, maestrín?”
Y yo nomás sentí que crecía y me envalentonaba, así como si fuera yo y al mismo tiempo ya no fuera yo, como si fuera la Piedra y las antorchas y toditita la cueva del dominio, y que les replico sin fruncirme pa´nada: “¡ya van, jijos de aquéllas!”
Y tosí y escupí y le afiné a mi lira lo poco que todavía tenía de afinable…
¡Y canté! Con una voz amolada y gacha como mi chava, pero canté. Campechaneando las rolas que ya me sabía con otras medio improvisadas, pero canté. Echándoles hartas ganas pa´tronar más recio de lo que tronaba el aire, haciendo de cuenta que todavía existían los enchufes eléctricos y que mi guitarriux y mi gargantiux estaban cargadas con los puros kilos de voltaje de alta tensión, así como cuando la rolaba con mi conjunto en las colonias y en las fiestas, así como le hubieran hecho los del Tri si no se hubieran petatiado, así de plano como si las jetas y los bultos de los Panchólares y su Líder y hasta mi chava no hubieran sido más que los colores y las formas y los alucines que veía cuando andaba bien pacheco y bien pedo y bien chemo en los reventones, canté. Canté muchas ondas, canté muchos rollos, canté el guato de verdades capulinas para darles en la mera torre y en su mero móder. Canté sobre el mundo que los de arriba nos habían quitado con su agua potable y sus árboles verdes y su comida pobrecita pero calientita y sus casas pobrecitas pero completitas y sus días de descanso pa´remar en Chapultepec y pa´jugar al futbol en los llanos y pa´noviar con las chavas y llevarlas al cine. Canté sobre el mundo que ésos de arriba nos habían dejado, sobre la contaminación y las guerras chicas y la Guerra Grande y la ecología que chupó faros, sobre la laif dizque laif que tenemos ora que llevar los que tuvimos la idiotez de no restirarnos. Canté con harto cansancio, canté con harto coraje, canté como si en la cantada vomitara la puerca vida, canté sobre el sabor que tiene una cabeza de rata cuando uno tiene la suerte de hallar y chuparse una cabeza de rata, canté sobre los cientos de chavalitos que nacen mochitos o malhechos y luego se mueren escupiendo la sangre y las tripas y hasta los huesos, canté sobre los fulanos sin banda que cain en poder de una banda y cómo poquito a poquito les van quitando la piel a tiritas y todavía ni se han muerto y les dan su baño de arena y luego hasta los raspan y raspan bien raspados con un vidrio, canté lo que dicen de las nuevas enfermedades como el cáncer contagioso y la sífilis de un día y el nuevo sida que es más grueso que el cáncer y la sífilis y el viejo sida y que les da a todas todas las gentes y no nada más a los jotos y que prende más rápido que un catarro y que dura años y más años y que empieza con una bolita roja en la frente y que sigue con ronchas y tumores y hoyos en la carne y en los huesos y una peste pior que cincuenta cadáveres revueltos y que acaba con el esqueleto hacho papilla y el cerebro hecho gelatina y los intestinos convertidos en una mezcolanza de puritito pus y puritita caca, a lo pelón les canté la mera neta y la mera neta es que todo nuestro maldito planeta está pior de fregado que si tuviera nuevo sida porque se está convirtiendo en puritita mierda y ya hasta debe de haber contagiado a los otros planetas y el cielos y las estrellas y más le vale y más nos vale morirnos pa´siempre.
¡¡¡¡Cáááááááááámara, para qué carajos inventarían la vida si la vida es más méndiga que la méndiga muerte!!!!
Me callé y luego los demás siguieron callados.
Y luego se soltaron chiflando y berreando y aplaudiéndome como si hubieran sido paleros y yo un político de esos meros que en toda la Tierra nos hundieron en el agujero. Pero a esas alturas yo ya estaba tan apabullado que ya ni los pelaba, y además pelarlos me importaba un bledo porque nomás me importaba mi chava. Y con mi chava se bajó el Líder de la Piedra, y caminaba medio atontado y le brillaban los oclayos como si hubiera llorado, y se me plantó enfrente y me dijo: “Tienes razón, carnalito, a tochos nos tocó parejo y a todos nos está llevando la misma fregada. Ya chole de encima seguirnos amolando unos a otros, caray. Ten a tu morra: A pulso te la ganastes. Y ten también esto que vale mucho pero que yo te regalo pa´que nadie quiera hacértela de tos”.
En una mano me puso una de las manoplas de mi chava, en la otra me puso uno de los cuchillos que llevaba, cuchillo choncho, cuchillo filoso, de los que ya no se consiguen, fierro de Líder, pues.
Y los Panchólares se echaron una porra por su Líder y de pilón otra porra por el Roquero…
ni alborotes ni le buigas
si se acabó tu rayita
cran te dan o te das cran
rataplán y tantantán.
Era mi chava y yo la quería un restorán.
Era mi chava y de boleto me la llevé arriba, al hambre y la sed, a las tolvaneras, a los peligros, pero conmigo. Era mi chava y la de sentimientos más tiernos y calzones más bragados que nunca conocí. Y sólo ella podía pararme y ella me paró en nuestro camino, y me chilló y me pataleó y me confesó que el Líder se la había montado bien montada y me señaló la bolota roja que le había prendido en la frente y me dijo que el Líder le había contagiado la marranada ésa y escupiendo y babeando como zafada me gritó que no estaba dispuesta a irse pudriendo y deshaciendo como el desgraciado ése y me soltó un trancazo en la jeta y otro mero abajo de la panza y me sacó del cinturón el cuchillo y se lo metió y se lo volvió a meter bien hasta adentro una y otra vez y ya ni sé cuántas veces y se salpicó con todo lo pastoso y todo lo aguado que se le iba saliendo hasta que se cayó con el hocico por delante.
Y ahí quedó con el fierro bien enterrado y las patas bien retorcidas y los ojos y la lengua de fuera, toda ella remojándose en un charco de sus propias tripas y su propia moronga, así como hemos de quedarnos todos cuando todos acabemos de petatearnos.
(Y como se me hace que dijo maese Jodorofsky, ójala y nunca vuelvan a haber hombres que desgracien otro mundo.)
Pero todavía me quedaba mi guitarra (parrampampán) y era mi compañera (parrampampán), y nada más por eso recogí mi lira y recogí mi filing y me fui lejos, muy lejos, lejísimos del Distrito, canturreando por ahí lo que siempre canturreo por las caminos a ver si el polvo y la arena y las radiaciones me chillan igual que me chillaron los Panchólares: Que era mi chava y quela quería un restorán, que me la bajaron en la Neza, que me fui a reclamarla a la merisísísíma capirucha, que…
El que llegó hasta el metro Pino Suárez viene en EL FUTURO EN LLAMAS, cuentos clásicos de la ciencia ficción mexicana; Grupo Editorial VID (1997); Gabriel Trujillo Muñoz (Comp.).