jueves, 28 de julio de 2011

FILM

FILM
Ricardo Bernal


Los tres negros, lentes oscuros y dientes de oro, entran al restaurante chino cantando gospel. Cuando todos los comensales los miran, muestran sus revólveres y dicen las palabras mágicas: éste es un asalto, que nadie se mueva. Entonces, cuatro mafiosos rusos que comían tranquilamente sus sopas de cebolla, sacan las metralletas de sus estuches y encañonan a los negros. En la cocina, el chef busca la granada que tiene escondida en una de las alacenas. Afuera se oyen gritos, órdenes bruscas, el ejército alemán hace sus últimas maniobras: los toscos tanques entran como orugas por las principales arterias provocando el caos y el horror en las multitudes. De las tumbas de los cementerios cercanos y lejanos, comienzan a brotar zombis enloquecidos; huelen mal y no descansarán hasta comerse la última partícula de carne de la última vértebra del último esqueleto humano. De pronto los cielos se oscurecen: decenas de miles de platillos voladores han llegado a la Tierra; sus tripulantes, pegajosos y azules, mueven sus tentáculos y preparan sus sofisticadas armas de rayos láser para la guerra de conquista. En su hipogeo secreto, el lóbrego sacerdote lee en voz alta un libro de conjuros: Yog-Sothoth y Cthulhu despiertan de su letargo de eones y se filtran lentamente desde otro plano dimensional, lentos, obscenos, olisquéandolo todo… Arriba, en su sala de controles, Dios se pone un guante blanco, abre la puertita transparente y se dispone a apretar, de una vez por todas, el botón rojo que destruirá para siempre este mundo tan aburrido.

lunes, 25 de julio de 2011

EL ÁRBOL DE LA BUENA MUERTE

EL ÁRBOL DE LA BUENA MUERTE
Héctor G. Oesterheld


María Santos cerró los ojos, aflojó el cuerpo, acomodó la espalda contra el blando tronco del árbol.

Se estaba bien allí, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la luz rojiza del sol.

Carlos, el yerno, no podía haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaños.

Todo el día anterior había trabajado Carlos, limpiando de malezas el lugar donde crecía el árbol. Y había hecho el sacrificio de madrugar todavía más temprano que de costumbre para que, cuando ella se levantara, encontrara instalado el banco al pie del árbol.

María Santos sonrió agradecida; el tronco parecía rugoso y áspero, pero era muelle, cedía a la menor presión como si estuviera relleno de plumas. Carlos había tenido una gran idea cuando se le ocurrió plantarlo allí, al borde del sembrado.

Tuf-tuf-tuf. Hasta María Santos llegó el ruido del tractor. Por entre los párpados entrecerrados, la anciana miró a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la máquina, al lado de Carlos.

El brazo de Marisa descansaba en la cintura de Carlos, las dos cabezas estaban muy juntas: seguro que hacían planes para la nueva casa que Carlos quería construir.

María Santos sonrió; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para Marisa.

Suerte que Marisa no se casó con Larco, el ingeniero aquel: Carlos no era más que un agricultor, pero era bueno y sabía trabajar, y no les hacía faltar nada.

¿No les hacía faltar nada?

Una punzada dolida borró la sonrisa de María Santos.

El rostro, viejo de incontables arrugas, viejo de muchos soles y de mucho trabajo, se nubló.

No, Carlos podría hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tenía 18 años y estudiaba medicina por televisión.

No, nunca podría hacerla feliz a ella, a María Santos, la abuela...

Porque María Santos no se adaptaría nunca -hacía mucho que había renunciado a hacerlo- a la vida en aquella colonia de Marte.

De acuerdo con que allí se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se vivía mucho mejor que en la Tierra, de acuerdo con que allí, en Marte, toda la familia tenía un porvenir mucho mejor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora muy dura...

De acuerdo con todo eso; pero, ¡Marte era tan diferente!...

¡Qué no daría María Santos por un poco de viento como el de la Tierra, con algún "panadero" volando alto!

- ¿Duermes, abuela? - Roberto, el nieto, viene sonriente, con su libro bajo el brazo.

- No, Roberto. Un poco cansada, nada más.

- ¿No necesitas nada?

- No, nada.

- ¿Seguro?

- Seguro.

Curiosa, la insistencia de Roberto; no acostumbraba a ser tan solícito; a veces se pasaba días enteros sin acordarse de que ella existía.

Pero, claro, eso era de esperar; la juventud, la juventud de siempre, tiene demasiado quehacer con eso, con ser joven.

Aunque en verdad María Santos no tiene por qué quejarse: últimamente Roberto había estado muy bueno con ella, pasaba horas enteras a su lado, haciéndola hablar de la Tierra.

Claro, Roberto no conocía la Tierra; él había nacido en Marte, y las cosas de la Tierra eran para él algo tan raro, como cincuenta o sesenta años atrás lo habían sido las cosas de Buenos Aires -la capital-, tan raras y fantásticas para María Santos, la muchachita que cazaba lagartijas entre las tunas, allá en el pueblito de Catamarca.

Roberto, el nieto, la había hecho hablar de los viejos tiempos, de los tantos años que María Santos vivió en la ciudad, en una casita de Saavedra, a siete cuadras de la estación.

Roberto le hizo describir ladrillo por ladrillo la casa, quiso saber el nombre de cada flor en el cantero que estaba delante, quiso saber cómo era la calle antes de que la pavimentaran, no se cansaba de oírla contar cómo jugaban los chicos a la pelota, cómo remontaban barriletes, cómo iban en bandadas de guardapolvos al colegio, tres cuadras más allá.

Todo le interesaba a Roberto, el almacén del barrio, la librería, la lechería... ¿No tuvo acaso que explicarle cómo eran las moscas? Hasta quiso saber cuántas patas tenían...

¡Cómo si alguna vez María Santos se hubiera acordado de contarlas! Pero, hoy, Roberto no quiere oírla recordar: claro, debe ser ya la hora de la lección, por eso el muchacho se aparta casi de pronto, apurado.

Carlos y Marisa terminaron el surco que araban con el tractor. Ahora vienen de vuelta.

Da gusto verlos; ya no son jóvenes, pero están contentos.

Más contentos que de costumbre, con un contento profundo, un contento sin sonrisas, pero con una gran placidez, como si ya hubieran construido la nueva casa. O como si ya hubieran podido comprarse el helicóptero que Carlos dice que necesitan tanto.

Tuf-tuf-tuf... El tractor llega hasta unos cuantos metros de ella; Marisa, la hija, saluda con la mano, María Santos sólo sonríe; quisiera contestarle, pero hoy está muy cansada.

Rocas ondulantes erizan el horizonte, rocas como no viera nunca en su Catamarca de hace tanto. El pasto amarillo, ese pasto raro que cruje al pisarlo, María Santos no se acostumbró nunca a él. Es como una alfombra rota que se estira por todas partes, por los lugares rotos afloran las rocas, siempre angulosas, siempre oscuras.

Algo pasa delante de los ojos de María Santos.

Un golpe de viento quiere despeinarla.

María Santos parpadea, trata de ver lo que le pasa delante.

Allí viene otro.

Delicadas, ligeras estrellitas de largos rayos blancos...

¡"Panaderos"!

¡Sí, "panaderos", semillas de cardo, iguales que en la Tierra!

El gastado corazón de María Santos se encabrita en el viejo pecho: ¡"Panaderos"!

No más pastos amarillos: ahora hay una calle de tierra, con huellones profundos, con algo de pasto verde en los bordes, con una zanja, con veredas de ladrillos torcidos...

Callecita de barrio, callecita de recuerdo, con chicos de guardapolvo corriendo para la librería de la esquina, con el esqueleto de un barrilete no terminando de morirse nunca, enredado en un hilo del teléfono.

María Santos está sentada en la puerta de su casa, en su silla de paja, ve la hilera de casitas bajas, las más viejas tienen jardín al frente, las más modernas son muy blancas, con algún balcón cromado, el colmo de la elegancia.

"Panaderos" en el viento, viento alegre que parece bajar del cielo mismo, desde aquellas nubes tan blancas y tan redondas...

"Panaderos" como los que perseguía en el patio de tierra del rancho allá en la provincia.

¡"Panaderos"!

El pecho de María Santos es un gran tumulto gozoso.

" Panaderos" jugando en el aire, yendo a lo alto.


Carlos y Marisa han detenido el tractor.

Roberto, el hijo, se les junta, y los tres se acercan a María Santos.

Se quedan mirándola.

- Ha muerto feliz... Mira, parece reírse.

- Sí... ¡Pobre doña María!...

- Fue una suerte que pudiéramos proporcionarle una muerte así.

- Sí... Tenía razón el que me vendió el árbol, no exageró en nada: la sombra mata en poco tiempo y sin dolor alguno, al contrario

- ¡Abuela!... ¡Abuelita!

jueves, 21 de julio de 2011

OBITUARIO


Miguel Antonio Lupián Soto, mejor conocido como Mortinatos, murió el 4 de Agosto a la edad de 66 años.

Cuentista, músico y cineasta. Autor de una docena de libros de cuentos que, si bien no fueron aclamados por la crítica, se volvieron obras de culto en el pequeño círculo literario fantástico del país. Sobresalen: “Los sueños de la noche”, “Casa de horror y de violetas”, “La puerta de neón” y “Efímera”.

Acompañado por Ana, su eterna cómplice, creó una productora cinematográfica independiente (KGB) que engendró las cintas de terror más interesantes de la época.

No conformes, crearon una gaceta de cine y literatura fantástica (Mortinatos) que dio a conocer a varios jóvenes talentos. Además, impartieron cursos y talleres del mismo género.

Sin embargo, todo se vino abajo con la abrupta y misteriosa muerte de Ana. Mortinatos no volvió a publicar ni a filmar: desapareció.

Después de muchos años, algunos entusiastas afirmaban haberlo visto deambulando en el Parque Hundido o en la Cineteca Nacional con los bolsillos del pantalón llenos de croquetas para gatos y hablando solo.

Su deambular concluyó el pasado 4 de Agosto en las antiguas instalaciones de la KGB. Los vecinos, después de soportar noches enteras el maullido lastimero de los gatos, decidieron entrar a la fuerza.

Encontraron a Mortinatos sin vida recostado en un sillón. Con los gatos agazapados a sus pies, su rostro invadido por una sonrisa y aferrando un libro de pastas gruesas de título Necronomicón.

lunes, 18 de julio de 2011

DELIRIO DE LA MANDRÁGORA

Hace unos días, en una deliciosa coincidencia, escuché en REACTOR una cápsula cultural que me atrapó. Era un texto que trataba de una mandrágora y era narrada por su propio autor.

El texto se llamaba Delirio de la mandrágora y el autor Eduardo Lizalde.

Hoy, en otra deliciosa coincidencia, encontré en EL SÓTANO el Manual de flora fantástica, que incluye el texto de la mandrágora.

Disfruten:


DELIRIO DE LA MANDRÁGORA
Eduardo Lizalde

Criatura y texto son, en este caso, la entornada puerta entre dos reinos y dos libros.

Dice Borges, en su libro y en su reino, que la Mandrágora “confina con el reino animal, porque grita cuando la arrancan”. Da crédito el gran ciego a Shakespeare por recordar esa leyenda antigua en labios de Julieta: cuando ella ingiere el bebedizo que ha de fingir su muerte, habla en efecto de la Mandrágora, silvestre monstruo antropomorfo cuyos aullidos lastimeros provocan la inmediata locura en quien los oye, si alguien osa desterrar la planta, desencajarla de la tierra, desarraigarla del siniestro vientre maternal del que succiona sus fétidos humores.

Se supone que Shakespeare no leyó al Bandello, ni tampoco al precursor Luigi Da Porto, que por primera vez sitúa en Verona el drama de los Montecchi y de los Capelletti, según Dante (que alude a sus reyertas), unos de Verona y otros de Cremona. El Cisne de Avon leyó en cambio las posteriores versiones de William Painter y la réplica en verso de Arthur Broke, tomada de una conocida traducción francesa de Boisteau, apodado Launay y Bell Forest. Todas estas historias hablan del brebaje que adormecerá a Julieta, aunque no hacen mención de la Mandrágora.

Pero aparte del buen verso y la fortuna teatral con que Shakespeare introduce en cuatro líneas la leyenda, para subrayar con un trasfondo tenebroso los presentimientos y pavores expresados por la joven, ninguna aportación novedosa hace con ello. El mito y el cultivo de los jugos de la mandrágora constan, a lo largo de milenios, en las páginas sagradas y profanas de todas las culturas y literaturas. En el siglo XVI, decir como Cleopatra a Carmiana (Shakespeare, Marco Antonio y Cleopatra): “Give me to drink Mandragora”, para dormir un poco y soportar la ausencia del amante, era como decir, hoy día: “Dame un Válium 10”.

Y en el antiguo Egipto, precisamente, como lo confirman los modernos investigadores de la flora alucinógena (Evans Shultes y Hofmann, por ejemplo), y tal se inscribe en el papiro Ebers (más de 1500 años antes de Cristo), ya se experimentaba a fondo con brebajes de solanáceas como el beleño, planta hermana de la mandrágora y la belladona, cuya común sustancia, la escolapina, es el indudable elemento psicoactivo o bien “el que ofende principalmente al celebro, templo y domicilio del alma”, diría en el siglo XVIII el Diccionario de Autoridades, al describir los efectos de la mandrágula.

Entre los vegetales, que habitaron la tierra varios miles de millones de años antes que las especies zoológicas, se encuentra seguramente el verdadero eslabón perdido del género humano, y no entre los arcaicos antropoides, como creía Darwin. Era clorofila y no sangre lo que corría por las venas del verdadero Adán.

Paracelso, médico malogrado pero poeta feliz, afirma que para la factura del cuerpo humano, el creador hizo uso del limus terrae, arcilla peculiar que no es más que un “extracto” de todos los seres previamente creados. Así el hombre (este mutante del mundo natural, como lo llamaríamos hoy), es resultado de una cierta inspirada operación química y culinaria que, sin embargo, tuvo alto precio, pues en el hombre, primariamente un compuesto de sal, sulfuro y mercurio, como todos los seres, tales elementos místicos se desunieron, dejaron de convivir armónicamente, y esa es la causa de la enfermedad de la raza humana, incurable a la fecha, como preconizó Paracelso.

Se enfermaron así, y enloquecieron, algunas desarrolladas criaturas del reino vegetal, como las que nos ocupan. En su inconmensurable tránsito de organismos inmóviles por el tiempo y la tierra, estas máquinas de sublimada y verde perfección, detectaron en las profundidades del planeta yacimientos suntuosos: minas inagotables de alcaloides deletéreos, mares hirvientes de sustancias hipnóticas y mortíferas, piélagos subterráneos de infinitas partículas tóxicas, incandescentes y turbadoras como el enjambre mayúsculo de la comba celeste.

Se dice que longevas en extremo, como el árbol Drago, uno de cuyos ejemplares tenía la edad de las pirámides egipcias de la IV dinastía (Frazer), las mandrágoras son las capitanas, las hechiceras mayores entre las alucinógenas, y aunque en términos botánicos se reconoce como plantas “perennes” a las que viven más de dos o tres años, las mandrágoras no mueren: sólo sus enormes hojas dentadas se consumen, pero bajo el suelo se extiende la descomunal raigambre de todas sus parientes, la red de sus tentáculos que abrevan sin cesar bajo el lecho inhollado de los mares y el corazón sombrío de los más hondos círculos del Tártaro.

Si del sueño delirante de la Mandrágora y otras potentes socias suyas, como el peyote mexicano o el Ginseng de los chinos (también antropomorfo), estimulados ellos mismos por la contención de sus caldos y esencias prodigiosas, hubieran surgido las abominaciones y los seres bizarros que pueblan este libro, otro gallo nos cantara. Aquí se mezclan sólo imágenes cobradas, con paciente mana, de la tradición literaria universal, de las mitologías y del vastísimo arsenal de las supersticiones populares. Ya lo ha dicho Borges en el prólogo de su Manual de Zoología fantástica, al que simplemente se rinde otro homenaje con la presente colección: “La zoología de los sueños es más pobre que la zoología de Dios”.

Prosigo entonces, con lo que tenemos, en tanto la Mandrágora no incurra en el delirio de aprender a manejar la pluma.

jueves, 14 de julio de 2011

EFÍMERA

Te invito a que visites mi nuevo sitio en Tumblr: EFÍMERA.



En EFÍMERA intentaré publicar una minificción diaria hasta que se me fría el cerebro.

Así que si te sobra un minuto al día, visita EFÍMERA.


Nota: MORTINATOS seguirá funcionando normalmente.

lunes, 11 de julio de 2011

HAY TIGRES

HAY TIGRES
Stephen King


Charles necesitaba angustiosamente ir al lavabo. Ya era inútil engañarse diciendo que podía esperar al recreo. Su vejiga protestaba desesperadamente, y Miss Bird le había descubierto retorciéndose.

Había tres profesoras en el tercer grado de la Escuela Elemental de Acorn Street. Miss Kinney era joven y rubia y llena de vivacidad. Mrs. Trask tenía la hechura de un almohadón moruno, se peinaba con trenzas y se reía ruidosamente. Y luego, estaba Miss Bird.

Charles había sabido que terminaría con Miss Bird. Lo había sabido. Había sido inevitable. Porque era obvio que Miss Bird quería destruirle. No permitía que los niños fueran al sótano. El sótano, explicó Miss Bird, era donde se guardaban las calderas de la calefacción, y las señoras y los caballeros bien educados jamás irían allí, porque los sótanos eran lugares feos, viejos y llenos de hollín. Las jóvenes y los caballeros, repitió, no bajan al sótano. Van al cuarto de baño, dijo.

Charles volvió a retorcerse. Miss Bird le miró.

-Charles -dijo claramente, señalando Bolivia con el puntero-, ¿no necesitas ir al baño?

Cathy Scott, que tenía el pupitre delante de él, se rió pero cubriéndose prudentemente la boca con la mano.

Kenny Griffin hizo una mueca y dio una patada a Charles por debajo del pupitre. Charles se ruborizó.

-Di algo, Charles -insistió Miss Bird, vivamente-. Necesitas... (dirá orinar, siempre dice orinar)

-Sí, Miss Bird.

-¿Sí qué?

-Que tengo que ir al só..., al baño.

Miss Bird sonrió.

-Muy bien, Charles. Puedes ir al baño a orinar. ¿Es eso lo que necesitas hacer? ¿Orinar?

Charles bajó la cabeza, abrumado.

-Muy bien, Charles. Puedes ir. Y la próxima vez, por favor, no esperes a que te lo pregunte.

Risitas generales. Miss Bird golpeó su mesa con el puntero.

Charles recorrió el pasillo hasta la puerta, con treinta pares de ojos clavados a su espalda y cada uno de esos niños, incluida Cathy Scott, sabía que iba al baño a orinar. La puerta estaba a una distancia tan larga como un campo de fútbol. Miss Bird no siguió con la clase, sino que mantuvo silencio hasta que él hubo abierto la puerta, pasado el vestíbulo milagrosamente vacío, y vuelto a cerrar la puerta.

Anduvo hacia el baño de los chicos... (sótano, sótano, sótano, SÍ QUIERO) ... arrastrando los dedos a lo largo de la fresca tira de mosaico de la pared, dejándolos saltar sobre el tablón de anuncios con los boletines pegados con chinchetas y resbalar sobre la... (ROMPAN EL CRISTAL EN CASO DE EMERGENCIA)... superficie roja de la caja de la alarma contra incendios.

Miss Bird disfrutaba. Miss Bird disfrutaba haciéndole ruborizarse. Delante de Cathy Scott -que nunca necesitaba ir al sótano, ¿hay derecho?- y de todos los demás.

P-E-R-R-A, pensó. Lo deletreó porque el año pasado había decidido que, si se deletreaba, Dios no lo consideraba pecado.

Entró en el baño de los chicos.

Dentro estaba muy fresco, con un leve, aunque no desagradable, olor a cloro, colgado insistentemente del aire. Ahora, a media mañana estaba limpio y desierto, tranquilo y agradable, no como el maloliente y humoso cubículo del Star Theatre, en la ciudad. El baño... (¡sótano!)... estaba construido como una L, la pata corta con una hilera de pequeños espejos cuadrados sobre palanganas de porcelana y un rollo de toallas de papel... (NIBROC)... y la pata más larga con dos urinarios y tres cubículos con sus tazas.

Charles dio la vuelta a la esquina después de contemplarse, aburrido; su rostro delgado y pálido en uno de los espejos.

El tigre estaba echado al fondo, exactamente debajo de la ventanita blanca. Era un gran tigre, con rayas y manchas oscuras pintadas en su piel. Levantó la cabeza vivamente para mirar a Charles y sus ojos verdes se estrecharon. Una especie de gruñido suave como ronroneo escapó de su boca.

Los ágiles músculos se flexionaron y el tigre se levantó. Agitó la cola y golpeó con un ruidito corto los lados de porcelana del último urinario.

El tigre parecía muy hambriento y agresivo.

Charles salió precipitadamente por donde había entrado. La puerta parecía tardar años en cerrarse, neumáticamente, tras él, pero cuando lo hizo se creyó a salvo. Esta puerta solamente se abría empujándola, y no recordaba haber leído jamás, u oído, que los tigres supieran abrir puertas.

Charles se secó la nariz con el dorso de la mano. Su corazón latía con tal fuerza que podía oírlo. Seguía necesitando ir al sótano, más que nunca.

Se revolvió, bailó, y apretó la mano contra el vientre. Realmente tenía que ir al sótano. Si solamente pudiera tener la seguridad de que no se acercaría nadie, podía entrar en el de las niñas.

Estaba del otro lado del vestíbulo. Charles lo miró anhelante, sabiendo que no iba a atreverse en un millón de años. ¿Y si llegara Cathy Scott? Oh... horror de los horrores... ¿Y si la que llegara fuera Miss Bird?

Quizás había imaginado el tigre.

Abrió la puerta lo suficiente para acercar un ojo y miró. El tigre le miró a su vez desde el ángulo de la L, con los ojos de un verde resplandeciente. Charles imaginó que podía ver una minúscula manchita azul en aquel brillo profundo, como si el tigre se hubiera comido uno de sus ojos. Como si...

Una mano rodeó su cuello.

Charles lanzó un grito sofocado y sintió que tanto el corazón como el estómago se le anudaban en la garganta.

Por un momento, tuvo la terrible sensación de que iba a mojarse.

Era Kenny Griffin, sonriendo complaciente:

-Me ha mandado Miss Bird porque llevas años sin volver. Prepárate.

-Sí, pero no puedo entrar en el baño -dijo Charles medio muerto del susto que le había dado Kenny.

-¡Estás estreñido! -lanzó Kenny alegremente-. ¡Espera a que se lo cuente a Cathy!

- ¡No se te ocurra! -dijo Charles asustado-. Además, no lo estoy. Hay un tigre allá dentro.

-¿Y qué está haciendo? -preguntó Kenny-. ¿Pis?

-No lo sé -murmuró Charles mirando a la pared-. Yo sólo querría que se fuera -y se echó a llorar.

-Eh -dijo Kenny, desconcertado y un poco asustado-. ¡Eh!

-¿Y qué pasa si tengo que ir? ¿Y si no puedo hacer otra cosa? Miss Bird dirá que...

-Vamos -insistió Kenny, cogiéndole del brazo con una mano y empujando la puerta con la otra-. Te lo estás inventando.

Estuvieron dentro antes de que Charles, aterrorizado, pudiera soltarlo y arrimarse a la puerta.

-¡Un tigre! -exclamó Kenny asqueado-. Chico, Miss Bird te matará.

-Está del otro lado.

Kenny empezó a andar junto a las palanganas:

-¿Gatito-gatito-gatito-gatito? ¿Gatito?

-¡No lo hagas! -chilló Charles.

Kenny desapareció en la esquina.

-¿Gatito-gatito? ¿Gatito-gatito? Gat...

Charles salió disparado por la puerta y se apoyó en la pared, esperando, con las manos apretando la boca, y los ojos cerrados con fuerza.

No se oyó ningún grito.

No tenía idea de cuánto tiempo permaneció allá, helado, con la vejiga a punto de reventar.

Contemplaba la puerta del sótano de chicos. Pero no le decía nada. Era sólo una puerta.

No iría.

No podría…

Pero al fin entró.

Las palanganas y los espejos seguían ordenados, y el vago olor a cloro persistía. Pero ahora parecía que había otro olor por debajo de aquél. Era un olor vagamente desagradable, como de cobre rallado.

Con gemidos de impaciencia (pero silenciosos), se acercó al ángulo de la L y miró.

El tigre estaba echado en el suelo, lamiendo sus patazas con una enorme lengua color de rosa. Miró a Charles sin curiosidad. Enganchado en una de sus garras había un trozo de camisa.

Pero su necesidad era ahora pura agonía, y ya no podía esperar. Tenía que hacerlo. Charles se acercó de puntillas a la palangana más cercana a la puerta.

Miss Bird entró como un huracán cuando ya se abrochaba los pantalones.

-¡Vaya, niño sucio, repugnante! -le increpó casi reflexiva.

Charles, asustado, no perdía de vista la esquina.

-Lo siento, Miss Bird..., el tigre..., voy a limpiar la palangana..., lo haré con jabón..., le juro que lo haré...

-¿Dónde está Kenneth? -preguntó Miss Bird con calma.

-No lo sé.

La verdad es que no lo sabía.

-¿Está allá dentro?

-¡No! -gritó Charles.

Miss Bird se acercó al lugar donde la habitación hacía ángulo:

-Ven aquí, Kenneth. Ahora mismo.

-Miss Bird...

Pero Miss Bird ya había dado la vuelta a la esquina. Iba dispuesta a atacar, pensó Charles, pero iba a descubrir lo que era un ataque de verdad.

Volvió a traspasar la puerta. Bebió agua en la fuente de la entrada. Miró la bandera americana colgada sobre la entrada del gimnasio. Miró el tablón de anuncios. El Mochuelo del Bosque, avisaba: GRITA, PERO NO CONTAMINES. El Buen Amigo, aconsejaba: NO TE VAYAS CON DESCONOCIDOS. Charles lo leyó todo por dos veces.

Después, volvió a la clase, recorrió el pasillo hasta su sitio con los ojos en el suelo, y se deslizó en su asiento.

Eran las once menos cuarto. Sacó Caminos a todas partes y se puso a leer sobre Bill en el Rodeo.

martes, 5 de julio de 2011

RESUMEN MENSUAL DE CINE

Comentarios vertiginosos de las películas que vi en Junio:

BUENAS

SOURCE CODE (8 minutos antes de morir) Duncan Jones sorprendió con su cinta debut MOON. Esta vez no se queda atrás. SOURCE CODE es un laberinto borgiano que te hará recordar El jardín de los senderos que se bifurcan. Con sólo dos películas, Jones se está perfilando como uno de los mejores directores de ciencia ficción. Y es que así se tiene que ver la ciencia ficción.

INSIDIOUS (La noche del demonio) Por fin una película de terror sin adolescentes. Seria, bien realizada y que combina elementos de otras cintas como La habitación del niño (Alex de la Iglesia), Poltergeist (Tobe Hooper) y Hellboy (Guillermo Del Toro). Te sacará varios sustos.

X-MEN: FIRST CLASS Sin duda, las películas más serias basadas en cómics son las de X-MEN. En esta ocasión nos cuentan cómo empezó todo allá por los 60´s. MAGNETO (Michael Fassbender) se roba la película y nos deja bien claro que los villanos son personajes más ricos. De hecho, cae mal CHARLES XAVIER (James McAvoy), el típico niño fresa. Como plus: la joven MYSTIQUE es interpretada por la hermosísima Jennifer Lawrence.

TOKYO! Bajo el mismo concepto de Paris, je t´aime y New York, I love you, llega esta película compuesta de tres historias desarrolladas en las calles de Tokio. Los directores son Michel Gondry (Eterno resplandor de una mente sin recuerdos), Leos Carax (Pola X) y Joon-ho Bong (El huésped). Historias fantásticas, llenas de imaginación y creatividad.


REGULARES

BALA MORDIDA Cinta mexicana que intenta retratar la corrupción policíaca de nuestra ciudad. Como siempre, Damián Alcázar se roba la película. El problema (por lo que no calificó como buena) es que en su afán de retratar la crudeza de ese mundo, cae en exageraciones. Sobresale el soundtrack, sobre todo, la rola Perro que muerde no ladra, de Jaime López y Rubén Albarrán.

THE HANGOVER 2 (¿Qué pasó ayer 2?) Esta segunda parte te hará reír. El problema es que son prácticamente las mismas bromas que viste en la primera parte. Es como si sólo hubieran cambiado LAS VEGAS por BANGKOK en el guión.


MALAS

VETE MÁS LEJOS, ALICIA Cinta mexicana en la que la directora, Elisa Miller, intenta "experimentar" visualmente. Realmente es una vil improvisación, poesía barata de una historia intrascendente con un personaje intrascendente. Desaprovecha la ciudad de Buenos Aires (mostrando errores en las distancias) y los paisajes alucinantes de Calafate (que, por cierto, no es el fin del mundo; el fin del mundo es en Ushuaia). Muy triste que bequen este tipo de proyectos.


VIEJITA PERO CHIDITA

EQUUS Dirigida por Sidney Lumet en 1977 nos cuenta la historia de un chico con una extraña fascinación por los caballos. Grandes actuaciones de Richard Burton y Peter Firth. Plus: la belleza de Jenny Agutter.


ONE FLEW OVER THE CUCKOO´S NEST (Atrapado sin salida) Dirigida por Milos Forman en 1975 y con actuaciones memorables de Jack Nicholson y Louise Fletcher. Cinta entrañable.


MENCIÓN HONORÍFICA

NEUROMARATÓN EN LA KGB.
Este mes el tema fue la locura:
EQUUS
MEMORIAS DE UN ASESINO EN SERIE
ATRAPADO SIN SALIDA