Es muy triste ver lo que el cine (en específico el gringo) está haciendo con los cuentos de hadas: retuercen las historias, las atiborran de efectos especiales y secuencias frenéticas de acción, las mezclan con otras historias, con otros universos... Cosas totalmente innecesarias, pues los cuentos de hadas son muy divertidos, dinámicos y sangrientos. Aunque tampoco es para ponernos a llorar, pues siempre tendremos a la mano las historias originales.
Por lo anterior llamó mi atención una película llamada
PÁJARO AZUL, basada en el cuento de hadas del mismo nombre de
Maurice Maeterlinck.
Esta película, dirigida por el belga Gust Van Den Berghe, me parece, se exhibió en la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional del año pasado. Pero por un extraño motivo, mismo que se me escapa de la memoria, no pude verla. Afortunadamente le dieron una segunda vuelta, aunque en horarios poco cómodos.
Tenía la esperanza (sobre todo al ver el trailer) de que, al no ser una producción hollywoodense, la película renovaría el cuento de hadas, volviéndolo más actual, más íntimo, más significativo. No me equivoqué.
El cuento original (pueden leerlo más abajo), de sólo nueve cuartillas, narra la historia de dos hermanos pobres que son visitados por una hada, quien les pide encontrar a un pájaro azul para aliviar a su niña enferma. Así, los hermanos visitan el País de la memoria, el País de la noche y el País del porvenir, sin éxito alguno en la búsqueda del pájaro, pero encontrando otras cosas más importantes. Al final, a modo de moraleja, encuentran al pájaro azul -símbolo de la felicidad- en su propia casa.
La película, como era de esperarse, hizo varios cambios. El más importante es que trasladó la historia a una aldea africana, dándole un nuevo enfoque, otra lectura (situación que me recordó el hermoso
discurso sobre los peligros de una sola historia de la escritora nigeriana
Chimamanda Adichie).
También cambiaron los elementos de fantasía evidentes (el hada, las cosas que cobran vida, los países...) por elementos fantásticos más sutiles. Digamos que transformaron el cuento de hadas en una aventura de realismo mágico.
En efecto, los hermanos (Téné y Bafiokadié) abandonan su aldea en busca del pájaro azul, pero por otro motivo: simplemente se les perdió. Y en lugar de visitar otros países, encuentran en la periferia todos los elementos clave (detonantes de reflexiones) que propone el cuento. Sumándole algunos problemas actuales como el ambiental (incendios, tala) y el bullying.
La película está filmada enteramente en un tono azul y por actores no profesionales de la zona. Además, los hermanos son realmente hermanos, y lo puedes notar no sólo al ver los créditos finales sino en la forma que interactúan. Más que personajes, son personas entrañables que tan sólo en unos segundos pueden hacerte reír o que se te estruje el corazón.
Sin más, una película hermosa.
Aquí pueden consultar fechas y horarios.
EL PÁJARO AZUL
Maurice Maeterlinck
La víspera de Navidad se hallaban en su cuarto, acostados
en sus camitas, un niño y una niña llamados Tylil y Myltil. Su madre acababa de
arrebujarlos en sus camas, y después de amortiguar la luz de la lámpara había
salido sigilosamente. De pronto los niños abrieron los ojos, invadidos por el
presentimiento de que algo les había de ocurrir: la luz de la alcoba ardía
débilmente y de la calle llegaba a ella, a través de las persianas, una tenue
luz amarillenta.
-Myltil, ¿duermes? -dijo en voz baja Tylil.
-No, ¿y tú? -replicó Myltil.
-Tampoco -contestó el niño con pueril enfado-;
¿cómo podré estar durmiendo, si te estoy hablando?
Siguió en voz baja su conversación durante
algunos instantes, y de repente dijo Tylil:
-¡Tengo una idea!
-¿Cuál? -preguntó con curiosidad la niña.
-¿Ves la luz que penetra por la ventana? Es
de los niños ricos de enfrente que celebran la Nochebuena: levantémonos a
verlos.
-Nos está prohibido hacerlo -dijo Myltil, a
quien sorprendió el atrevimiento de su hermano.
-¿Por qué no? -dijo él, dispuesto al
parecer a sufrir las consecuencias.
Al fin, levantáronse ambos, descalzos, y,
abriendo los postigos, miraron con curiosidad hacia el exterior. A través de la
persiana de la ventana frontera vieron cómo los niños, luciendo preciosos
trajes, bailaban alrededor de un gran árbol de Navidad, lleno de juguetes. Los
niños se hallaban arrodillados en sendas sillas, con la cara pegada a los
cristales, cuando oyeron un fuerte golpe dado a la puerta.
-¿Qué es eso? -exclamó Tylil asombrado, y
al mismo tiempo vio abrirse lentamente la puerta, que dio paso a una anciana de
pequeña estatura con vestido verde y cofia roja, y apoyada en un bastón de
ébano.
-Soy el hada Claraluna -les dijo-. ¿Tenéis
aquí el pájaro azul o la hierba canora? Necesito el pájaro azul para mi pobre
niñita querida, que está muy enferma.
Siguió un momento de silencio.
-Tylil tiene un pájaro -se atrevió a decir
Myltil tímidamente.
-¿Y dónde está? -preguntó el hada.
-Allí en su jaula -señaló la niña.
Cogió el hada la jaula y después de mirarla
con centelleantes ojos, dijo secamente:
-No lo quiero, no es azul. Tenéis que
buscarme el que necesito. Vestíos al punto, pues habéis de partir ahora mismo.
-No tenemos zapatos -objetó Tylil.
-No importa -replicó el hada-; yo te daré
un sombrero mágico con un brillante en la parte delantera, que os ayudará en
vuestras pesquisas. Con él verás las cosas, tal y como realmente son: si
vuelves hacia un lado el diamante, contemplarás el pasado, y si lo giras al
contrario, entonces descubrirás lo porvenir.
Mientras así hablaba, colocó el hada en la
cabeza de Tylil, sujetándolo fuertemente, un sombrero de color verde, como la
suave pradera.
-Ahora da vuelta al diamante -ordenó el
hada Claraluna.
Hecho esto, se operó en la habitación un
cambio maravilloso. Lo mismo ocurrió con el hada, que quedó convertida en una
princesa de belleza encantadora: las paredes se volvieron transparentes y de
color azul como zafiros, brillantes y centelleantes; de los panes surgieron sus
almas en forma de hombrecillos con trajes del color de la corteza; el perro y
el gato, que dormían tranquilos junto a la chimenea, despertaron y empezaron a
hablar; el alma del agua se deslizó del grifo; el espíritu de las llamas saltó
ruidosamente del fuego; apareció de repente el alma del azúcar, personificada
en un hombrecito alegre vestido con larga levita blanca y azul, que sonreía con
exquisita dulzura; el jarro de la leche cayóse de la mesa al suelo, y surgió
una figura blanca y tímida, toda mojada; la lámpara derrumbóse con estrépito, y
de la luz surgió una mujer joven de asombrosa hermosura.
-¡Qué maravilla! -exclamaron Tylil y
Myltil.
-No os asustéis -díjoles el hada-; éstas
son las almas de las cosas; la mayoría de las personas es demasiado ciega para
verlas.
De repente sonó otro golpe en la puerta de
la habitación.
-Será nuestro padre, que nos habrá oído-
dijo Tylil alarmado.
-Dale otra vuelta al diamante -ordenó el
hada-, de prisa y de izquierda a derecha.
Tylil cambió la posición de la piedra, y el
hada recuperó su forma primitiva y quedó convertida en la anciana; pero la
vuelta fue dada con tal rapidez, que las almas del fuego, del agua, del azúcar,
de la leche, del pan, de la luz, del perro y del gato, no tuvieron tiempo de
recobrar su primitiva forma.
Por segunda vez llamaron a la puerta con
golpes más fuertes.
-¡Vámonos! -gritó el hada-. Salgamos,
salgamos por la ventana, y vendréis todos a mi casa; tú, pan, coge la jaula
para encerrar el pájaro azul. ¡Aprisa, aprisa, no perdamos tiempo! ¡Vamos,
pronto!
Antes de que cayeran en la cuenta,
halláronse todos en la calle en dirección al palacio del hada; allí dio ésta a
todos hermosos trajes para que se los vistieran, y acompañó luego a los niños
al País de la Memoria.
-Vais a ver a vuestros abuelos -les dijo- y
quizás encontréis allí al pájaro azul; iréis solos, pero al regreso saldremos
todos a vuestro encuentro. Dicho esto, los dejó solos.
Anduvieron los niños durante un rato entre
densísima niebla, que les impedía ver el camino que seguían; así llegaron al
lado de un roble del que pendía un rótulo que decía: “País de la Memoria”.
Myltil empezó a gritar, presa del miedo.
-¿Dónde están los abuelitos?
-Allende la niebla -replicó el valiente
Tylil-; no llores; la neblina empieza ya a desaparecer, y pronto veremos qué
hay tras de ella.
La niebla fue atenuándose, y así los niños
pudieron ver ante sus ojos en el bosque una casuca de campesinos, medio oculta
bajo los árboles; en una de las ventanas había una jaula con un mirlo que tenía
la cabeza escondida bajo el ala, y cerca de la casa se hallaban varias
colmenas, sin que por ello se oyeran zumbido de abejas; parecía que allí dormía
todo.
Junto a la puerta de la casa, en un banco,
dormitaban dos ancianos.
-¡Son los abuelitos! -dijo Tylil,
asombrado.
-¡Sí, sí! -gritó Myltil, palmoteando de
alegría-. ¡Ellos son! En esto vieron a la abuelita abrir los ojos y que llamaba
al abuelo Til, que también despertó, diciéndole:
-Tengo idea de que hoy vendrán nuestros
nietos a vernos.
Al oírlo los niños, saltaron hacia sus
abuelos.
-¡Aquí estamos! ¡Abuelito! ¡Abuelita! Aquí
estamos -exclamaban llenos de júbilo.
Durante unos momentos la felicidad de los
ancianos sólo se tradujo en besar y abrazar fuertemente a sus nietos.
-¿Por qué no venís con más frecuencia a
vernos? -les preguntaron-; durante meses y meses nos habéis olvidado todos;
pues no hemos visto a nadie. Debéis venir a visitarnos.
-No podíamos, y hoy ha sido posible por el
hada.
-La última vez que vinisteis -dijo el
abuelo- fue la víspera de Todos los Santos, cuando doblaban las campanas de la
iglesia.
-¡Pero si no salimos aquel día! -manifestó
Tylil muy asombrado.
-Pero pensasteis en nosotros -interrumpió
la abuelita-, y cada vez que así sucede, nosotros nos despertamos y os vemos.
De pronto Myltil vio el pájaro que dormía,
y exclamó:
-He aquí nuestro mirlo; ¿canta todavía, abuelita?
Mientras tanto, el pájaro despertó y se
puso a cantar.
-¿Ves? -dijo la abuela-, así que alguien
piensa en él, despierta y canta.
-Este pájaro es azul y no negro -dijo el
niño, asombrado-; es azul como el cielo. ¡Qué pájaro más hermoso! ¡Abuelito!
¡Abuelita! ¿Puedo llevármelo para entregárselo al hada?
-No hay inconveniente -contestaron ambos.
Tylil cogió, pues, el pájaro, lo colocó
cuidadosamente en su jaula, y después de haber cenado con los abuelos, los
niños se despidieron y emprendieron el regreso.
-No lloréis, abuelitos -les decían-:
volveremos cuantas veces nos sea posible.
-Venid todos los días -dijo la abuela-;
nuestra única alegría nos la proporcionan vuestros pensamientos, cuando nos
visitan.
-Sí, venid frecuentemente -añadió el abuelo-;
no tenemos ninguna otra distracción.
Los niños se marcharon con su preciada
jaula y el pájaro, que Tylil llevaba bajo el brazo, y volvían de cuando en
cuando la cabeza hacia atrás para saludar con el pañuelo a sus abuelitos.
Mientras caminaban, la niebla formóse de nuevo hasta ocultar completamente la
casa.
Al llegar a presencia del hada, su
desilusión fue grande, pues se encontraron con que el pájaro no era azul; se
había vuelto negro.
Emprendieron otra vez el camino, pero ahora
hacia el País de la Noche, al que los acompañaron el pan, el azúcar y el perro.
Anduvieron hasta llegar a una sala maravillosa, decorada con oro, ébano y
brillantes negros; en su centro había un trono, en el que se hallaba sentada
una mujer con largo manto negro y espléndida cola, y frente a él un gato que,
con ánimo de impedir que los niños encontraran el pájaro azul, se había
adelantado corriendo a prevenir de su visita a la Noche. Pero el gato, que era
muy hipócrita, al ver a los niños, salió a su encuentro, simulando un gran
placer en hallarlos.
-Por aquí, niños, por aquí -les dijo-. He
dicho a la Noche que veníais, y está deseando veros.
Tylil explicó su visita a la sombría mujer
del trono:
-Vengo en busca del pájaro azul -dijo-; ¿me
darás las llaves de tus puertas?
-¿Tienes la contraseña? -preguntó ella.
Tylil mostró su sombrero y dijo:
-Mira el diamante.
La Noche lo miró con desagrado, pero
entregó las llaves.
-Mira tú mismo -le dijo-, pero ten cuidado
con la mala suerte.
Tylil abrió, una tras otra, las puertas que
había en torno de la negra sala; en ellas encontró sucesivamente los fantasmas,
las guerras, las sombras, los terrores, los perfumes de la Noche, los fuegos
fatuos y las estrellas fugaces, y por último, las enfermedades, de cuya sala
salió un pequeño esqueleto tosiendo y estornudando; pero en ninguna halló el
pájaro azul que buscaba. Dirigióse finalmente a la puerta trasera del trono de
la Noche, pero ella le cerró el paso.
-No abras esa puerta -dijo con ira-; si
llegas a abrirla, tu perdición es segura.
Myltil retrocedió asustada al oír tales
frases, después de los horrores que había visto, y el pan se echó a llorar ante
el niño suplicándole que no entrase.
-Sacrificarás todas sus vidas -dijo el gato
sentenciosamente.
-Debo abrir esa puerta -contestó Tylil algo
asustado, pero tratando de disimularlo-; pan y azúcar, coged la mano de Myltil
y retiraos de aquí.
Obedecieron los nombrados con toda la
rapidez posible, y sólo quedó junto a él el perro, que temblando le dijo:
-Soy tu fiel compañero y contigo me quedo,
pues no tengo temor ninguno.
Las manos de Tylil temblaron mientras
introducía y hacía girar la llave, y las puertas se deslizaron a ambos lados;
miró el niño con asombro hacia el interior; y ¡cuál no sería su sorpresa al
hallar, en vez de una terrible cueva, como esperaba, un hermoso jardín en el
que los rayos de la Luna producían un efecto fantástico, y que en ellos se
hallaban posados diminutos pájaros azules!
-¡Myltil! -gritó loco de alegría-. ¡Ven,
venid todos! Ayudadme a coger pájaros azules. ¡Podéis coger cuantos queráis!
Llegaron los niños corriendo al jardín
prodigioso, y salieron a poco llevando un sin fin de pájaros azules, y a paso
tirado regresaron a casa del hada para ofrecerle el deseado pajarito. El gato
se quedó en el palacio de la Noche.
-¿Se llevaron el verdadero pájaro azul?
-preguntó con ansiedad ésta.
-No, lo veo allí, en aquel rayo de luna
-replicó el gato-; estaba muy alto, y no pudieron alcanzarlo.
Mientras tanto, los niños hallaron al
espíritu de la luz.
-¿Habéis traído el pájaro azul? -les
preguntó.
-Sí, sí -exclamó la niña con entusiasmo-;
cogimos cuantos quisimos; aquí están.
Y mostró sus pájaros, pero entonces vio,
con el natural desagrado, que todos eran de otros colores pero no azules; el
verdadero se había quedado.
A pesar de ello, los niños continuaron
buscando el pájaro de la felicidad, hasta que recibieron recado del hada
Claraluna, que les ordenaba ir por él a medianoche al patio de la iglesia.
Decidieron, por tanto, ir aquella noche misma a la hora designada; la Luna
alumbraba las tumbas cubiertas de césped y las cruces de madera colocadas sobre
ellas, cuando Tylil y Myltil penetraban en el patio de la iglesia; la niña
tenía miedo.
-Quiero marcharme -dijo.
-Aún no, hermana -contestó Tylil, mostrando
un valor que realmente no tenía-. Voy a girar el diamante y veremos las almas
de los muertos.
-¡No! ¡No lo hagas! -balbuceó su hermana-.
¡Tengo mucho miedo!
-No hay en ello peligro alguno -aseguró
Tylil.
-Pero no quiero verlas -insistió ella.
-Conforme, no las verás; cierra los ojos
-agregó Tylil.
Llevóse la mano al sombrero, y hubo un
instante en que también sintió deseos de cerrar los suyos. Giró el diamante, y
siguió un momento de terrible silencio.
Poco a poco, las cruces empezaron a moverse
y las tumbas se abrieron.
-¡Ya salen! -dijo Myltil, arrimándose
asustada a su hermano.
La niebla cubrió la atmósfera mientras se
levantaron las losas de las tumbas. Brotó del suelo una tenue luz, los verdes
tallos se abrieron paso a través del césped, y de cada tumba salió una blanca
azucena. Myltil abrió los ojos y con asombro contempló el campo iluminado como
un país de hadas.
-¿Dónde están los muertos? -preguntó
temblando aún a su hermano.
-No hay muertos -dijo Tylil, también algo
atemorizado.
Pero tampoco se hallaba el pájaro azul en
aquel patio; lo buscaron también inútilmente en el País del Porvenir; y en su
busca llegaron hasta el Palacio Azul, donde residían los niños que habían de
nacer, en número de algunos miles, envueltos todos en largos vestidos azules;
unos jugaban, otros paseaban aquí y allá, algunos hablaban o soñaban, y muchos
otros dormían; había también un grupo de ellos trabajando en futuros inventos.
Todo alrededor de ellos era azul, azul como el cielo de verano.
-¿Dónde estamos? -dijo Tylil.
-En el País de lo Porvenir -le
respondieron.
-Entonces aquí hallaremos al pájaro azul
-pensaron los niños.
Inmediatamente se reunieron alrededor de
ellos muchos niños con los ojos muy abiertos y con las manecitas en la boca.
-¡Niños vivos! ¡Mirad nuestros inventos!
-les dijeron. Y acudieron todos a ellos para enseñárselos.
-¡Mira mis flores! -gritó uno-. Crecerán,
cuando yo esté en la tierra, tanto como ésta, y señalaba una flor grande como
la rueda de un coche.
-¡Contempla mis peras! -dijo otro-. Serán
muy grandes, cuando yo haya cumplido treinta años.
Otro niño acudió presuroso, y empezó a dar
besos a Myltil y Tylil diciéndoles:
-Yo seré vuestro hermanito, haré mi entrada
en vuestra casa el próximo domingo de Ramos.
-¿Qué llevas en ese saco? -le preguntó
Myltil con curiosidad.
-Lo que llevaré conmigo cuando vaya a tu
casa; tres enfermedades: la tos ferina, la escarlatina y el sarampión. Y
después de eso... os dejaré.
-Pues para esto no vale la pena de que
vayas.
-No podemos elegir ni escoger nosotros
-replicó aquella alma que aún no había nacido.
De pronto se oyó gran ruido en la sala
azul; dos puertas de color de ópalo situadas a un lado empezaron a moverse.
-¿Qué ocurre? -dijo Tylil.
-Es el Tiempo -le contestó un niño.
Las opalinas puertas acabaron de abrirse y
en su umbral apareció el Tiempo en figura de anciano; más allá veíase una barca
con las velas izadas para marchar.
-¿Están dispuestos todos los niños cuya
hora ha llegado? -gritó severamente.
Muchos niños azules corrieron a colocarse a
su lado.
-Aquí estamos -gritaban todos.
-¡Uno a uno! -decía el Tiempo a los niños
que habían de marchar.
En el momento de zarpar la barca, los niños
que se quedaban despedíanse de los que marchaban.
-¡Adiós, Pedro...! ¡Adiós, Juanito...! ¡Que
te acuerdes de mí...! ¡No te asomes demasiado a la borda!
Pronto oyéronse débilmente a gran distancia
las voces de los niños que gritaban: “¡La tierra! ¡La tierra! ¡Qué hermosa
es!”; y después se oyó un canto extraño que fue aumentando y que parecía de regocijo.
-¿Qué es eso? -preguntó Tylil en voz baja.
-Es la canción de las madres que salen a su
encuentro -le dijeron.
Mientras tanto, el Tiempo regresó para
cerrar sus puertas de ópalo, y al ver a los niños corrió furiosamente hacia
ellos, preguntándoles:
-¿Quiénes sois? ¿Cómo habéis entrado aquí?
-No contestéis -les aconsejaron.
Pero él se acercó y asiéndolos de las manos
con rabia, desapareció con ellos.
Así sucedió que Tylil y Myltil no lograron
encontrar el pájaro azul de la felicidad por ninguna parte, mas una mañana
despertaron en sus canutas en la casa paterna, y allí, en su propio hogar,
hallaron el pájaro azul de la felicidad que en tantos sitios habían buscado
inútilmente.
Lo mismo nos sucede a la mayor parte de los
hombres: buscamos felicidad en todas partes, menos en donde está, pues
realmente donde se halla es en nuestro hogar.
Aquí para saber más del autor.