martes, 27 de mayo de 2014

EL DIABLILLO ROEDOR

En el ensayo Farmacopea lovecraftiana, Emiliano González sugiere que Lovecraft creó a su personaje Brown Jenkin influenciado por el cuento "El diablillo roedor" (Cuentos mexicanos, 1897) del mexicano Rubén M. Campos:



EL DIABLILLO ROEDOR

Rubén M. Campos


Yo no sé cómo fue. Pero el hecho es que me pescaron sin misericordia. Yo era un alegre perillán de escuela que me pasaba la vida cazando golondrinas en las cornisas y subiéndome a caballo en las tapias para llenar mis bolsillos de guayabas y duraznos, y cuando el hortelano azuzaba su jauría de perros que se lanzaban sobre mí como flecha, no tenía más que dejarme caer para el otro lado, sobre el zacatal acolchado, y pies para que os quiero... ¡ni el diablo me daba alcance!

Pero esa vez se me durmió el gallo: no sé cómo fue, el caso es que me encontraba cariacontecido entre un quórum de diablos; unos diablos feroces que tenían caras imposibles, cojituertos, jorobados y peludos, con barbas de gallo y mitras de arzobispo. Caprípedes y rabilargos, ofrecían el más pavoroso aspecto con sus cuellos de ganso y sus colmillos de jabalí, y cada vez que abrían el hocico para reír de mi aspecto compungido, vibraba en el aire su lengua de serpiente.

Se trataba nada menos que de darme mi gala por el último pichón que había descabezado, yo había muerto y naturalmente el concilio de diablos reunidos en gran jurado, se devanaba los sesos. Un diablo color de azufre en combustión, se caló bien unas gafas de hierro al rojo blanco y vino a verme de pies a cabeza, porque era miope:

—A éste  —dijo—, hay que degollarlo como él degolló al pichón, y pegarle luego la cabeza con brea, con los ojos para atrás.

Y todos iban opinando:

—Yo opino que se le desuelle.

—Yo porque le descoyunten los huesos.

—Yo porque le unten miel y le pongan en un avispero.

—Yo porque le saquen los ojos y le pongan en un despeñadero.

—Yo porque le saquen la lengua y coman xoconoxtles delante de él.

El palacio erizado de púas de diamante candente irradiaba con fuegos de iris y millares de monstruos de alas membranosas y torpes azotaban los ángulos dando estridentes chillidos.

Yo sudaba frío. Me sentía desvanecer de horror y no podía gritar ni huír, cuando un diablo, negro como el crimen y el mal, cuyas cuencas despedían un fulgor de fósforo, llegóse pausadamente, y poniendo sus cincos dedos en mi pescuezo, que se contrajo a su contacto de hielo, dijo solemnemente:

—¡Me pertenece!

Entonces fui puesto sobre una plancha candente que me producía las delicias d euna quemadura en todo el cuerpo; me taparon la boca con un sapo que se iba hinchando, me quitaron con un cuchillo los párpados para que no me cayera de sueño, y después de decirme que tuviera paciencia, el diablo negro llamó con su pulgar y su anular, como se llama a un can, y vi venir un diablillo microscópico saltando como un arácnido, echando maromas como un clown, brillante como una luciérnaga y horrible como un avechucho, y a una señal acercó su hociquillo de vampiro y comenzó a roer uno de mis dedos...

El diablo de las gafas sacó un enorme reloj y dijo:

—¡Dentro de un siglo será roído todo!

Yo sentí un estremecimiento espantoso y un dolor agudísimo en el dedo; mi pecho jadeaba y un sudor frío me helaba sin calmar el ardor en la plancha candente.

Un diablo gigantesco, armado de dos puñales, se acercó riendo como un desgraciado orgulloso, y dijo:

—¡Voy a ver si tiene miedo en el corazón!

Entonces sentí un espanto insondable y desperté. El sol de la mañana cabrilleaba en la cúpula de azulejos de la parroquia y al incorporarme briosamente pude ver una sombra pequeñita que se metía en un agujero en la pared.

¡Horror!

Era que me había quedado dormido con un pedazo de queso entre los dedos, y un ratón había roído toda la noche hasta comerse la yema de mi índice.

****

¿Pero quién (o qué) es Brown Jenkin?

La Enciclopedia de los mitos de Cthulhu (La Factoría de Ideas, 2005) señala: 

Criatura similar a una rata, de pequeñas garras como manos y rostro humanoide. Según los registros judiciales del Condado de Essex, Keziah Mason afirmó que Brown Jenkin era su familiar. Aunque dicha bruja lleva muerta tres siglos, informes procedentes de lugares tan lejanos como Inglaterra hablan de avistamientos del fantasma de su familiar. Unos huesecillos, aparecidos cuando se demolió la Casa de la Bruja de Arkham en 1931, confirman al menos que la criatura existió.

Por supuesto, se refiere a Los sueños de la casa de la bruja (The dreams in the witch house, 1932), décimo relato de los mitos de Cthulhu y séptimo de los grandes textos. 

El cuento de Campos es una maravilla y, efectivamente, Brown Jenkin tiene un parecido sobresaliente con aquellos diablillos roedores.

"Brown Jenkin", por Kate Laird. 




Aquí para saber más de Rubén M. Campos.





martes, 20 de mayo de 2014

EL VISITANTE

La historia de El visitante se remonta a la época en que estudiaba en Sogem: Ricardo Bernal, profesor de literatura fantástica (materia que exenté porque meses antes había cursado el diplomado en literatura fantástica y ciencia ficción impartido por el propio Bernal, pero a la que veces lograba colarme, en especial cuando se trataba de este tipo de ejercicios), nos pidió escribir un cuento de terror no mayor de media cuartilla. El resultado fue "El visitante", posteriormente publicado en Efímera (Samsara, 2011).

Esta pequeña historia, sin proponérmelo, se aferró a mi subconsciente, pidiéndome más y más. De ahí que escribí la plaquette Los siete rostros del visitante (La ciudad de los violines, 2012) y una serie de 100 tuits, que, para mi gran regocijo (y del visitante), Parafernalia ediciones digitales reunió en un fantástico e-book diseñado por Alberto Sánchez Argüello.



Aquí pueden descargarlo sin costo alguno.

E-book trailer:

 

miércoles, 7 de mayo de 2014

LA IMAGINACIÓN FANTÁSTICA

Preparando la presentación del libro Flores inmundas, encontré el ensayo La imaginación fantástica de George MacDonald, el cual me sirvió de base para explicar el proceso creativo.

Les comparto algunos fragmentos:



El mundo natural tiene sus leyes y, así como ningún hombre debe interferir en ellas con su accionar, tampoco debe hacerlo al momento de presentarlas; pero ellas mismas pueden sugerir leyes de otro tipo, y el hombre, si lo desea, puede inventar un pequeño mundo propio, con sus leyes particulares; porque en ese hombre existe el deseo de invocar formas nuevas, y eso es, quizá, lo más cerca que puede llegar de la creación. Cuando estas formas son materializaciones nuevas de antiguas verdades, las llamamos productos de la Imaginación; cuando son meros inventos, por bellos que sean, yo las llamaría obra de la Fantasía [Fancy]: la Ley, en uno y otro caso, no ha dejado de intervenir.
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Una vez inventado su mundo, la siguiente ley suprema que entra en juego es que debe haber armonía entre las leyes por las que ese nuevo mundo ha comenzado a existir; y en el proceso de la creación el inventor debe atenerse a esas leyes. Cuando olvida alguna de ellas, hace que su mundo resulte increíble sobre la base de sus propios postulados. Para ser capaces de vivir, aunque sea un momento, en un mundo imaginario, debemos hacer que se obedezcan las leyes de su existencia. Una vez que se violan, caemos fuera de él. Entonces deja de actuar nuestra imaginación, aquella que es esencial poner en funcionamiento para someternos, al menos por un instante, a la imaginación de otros.

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¿Cómo puedo tener la seguridad de que no estoy poniendo mi propio sentido en el relato, en vez de extraer de él el que usted (el autor) le ha dado? 
¿Y para qué desea esa seguridad? Quizá sea mejor que usted ponga su propio sentido en él. Quizás ése sea un ejercicio del intelecto más elevado que la mera acción de sacar mi sentido del relato: quizás el sentido que usted pone sea superior al mío.
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Yo, por mi parte, no escribo para los niños, sino para los de mente de niño, sea que tengan cinco, cincuenta o setenta y cinco años.
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Un cuento de hadas, como una mariposa o una abeja, se alimenta en cualquier sitio, liba en todas las flores sanas sin arruinar ninguna.
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Las palabras son cosas vivas, que pueden emplearse de modos diversos para diversos fines. Pueden contener un hecho científico, o arrojar en el corazón de una madre una sombra de los sueños de su hijo. Son cosas que podemos acomodar como las piezas de un mapa partido en pedazos, o disponer como las notas de un pentagrama.
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Lo mejor que podemos hacer por el prójimo, luego de despertar su conciencia, no es darle cosas para pensar, sino despertar las cosas que ya están en él; digamos, hacer que piense las cosas por sí mismo.
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El cuento no está para ocultar sino para mostrar: si no muestra nada ante tus ventanas, no le abras la puerta; déjalo en el frío de fuera.
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Cuando su objetivo (del escritor) es conmover por medio de la sugerencia, incitar la imaginación, entonces debe asaltar el alma del lector como el viento asalta un arpa eolia. Si hay alguna música en mi lector, yo quisiera poder despertarla. Que mis cuentos de hadas sean una luciérnaga, que ahora brilla, ahora se apaga, ahora vuelve a brillar. Si la atrapa una mano que no ama a esa especie de seres, aquélla se convertirá en una cosa insignificante, detestable, que no puede brillar ni volar.
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Aquí para saber más del autor.
Aquí para leer todo el ensayo.