lunes, 14 de diciembre de 2015

HISTORIAS DE LA VIEJA HUMEANTE

Muchas cosas han sucedido en estos meses de ausencia.

Si me sigues en redes sociales, sabrás que ahora Ana y yo vivimos temporalmente en Edimburgo.

Hace tres meses que llegamos a estas tierras frías y lluviosas.

Y justo hace tres meses (13 de septiembre) inicié un proyecto llamado Historias de la vieja humeante, donde todos los días por un año (más o menos el tiempo que andaremos por acá) publicaré en Tumblr (enlazada a Facebook y Twitter) una fotografía acompañada de una microficción. Las fotos son tomadas desde mi teléfono (intervenidas con filtros blanco y negro) e intentan capturar detalles que me permitan desarrollar historias relacionadas, sobre todo, con la atmósfera sobrenatural que se respira en la ciudad. No les mentiré, al principio, cuando la verdadera dimensión del proyecto me golpeó, temí que sería una labor imposible, que pronto se me acabarían las ideas. Pero sólo es cuestión de encontrar ese pequeño detalle para que las historias empiecen a fluir. Otra característica del proyecto es que las historias se escriben (previo garabateo de ideas en una libreta) y se publican directamente desde el teléfono, con lo que pretendo, paradójicamente, que el proceso sea más natural, evitando la edición excesiva con la que suelo tratar mis demás textos. Hasta ahora no he fallado un sólo día, aunque algunas se han encimado por la diferencia de horario. Ojalá puedas echarle un tentáculo.






martes, 18 de agosto de 2015

125 AÑOS DE LOVECRAFT

Continúan los festejos por los 125 años de Lovecraft:

Esta miércoles 19, en Palíndromo (Guadalajara), ofrecerá la siguiente ponencia:

La herencia de Cthulhu: lo lovecraftiano en la obra de Emiliano González


"Esta ponencia esclarecerá la estrecha conexión que existe entre la obra de H. P Lovecraft (1890 - 1937) y Emiliano González (1955), escritor mexicano ganador del premio Xavier Villaurrutia en 1978 por su libro Los sueños de la bella durmiente. Mediante el análisis de algunos fragmentos de sus cuentos, poemas, ensayos y biografía, propondrá que González es el escritor mexicano que mejor ha asimilado los conceptos del terror cósmico (tanto los propuestos por Lovecraft como los de los autores que lo influyeron: Machen, Blackwood, Dunsany, Bierce, O´Brien, Chambers, Hodgson, entre otros), llevando lo lovecraftiano a niveles jamás alcanzados en la literatura fantástica mexicana".





Y el sábado 22, en el Centro Cultural Elena Garro, Penumbria organizó un festival lovecraftiano, donde daré algunos datos biográficos del demiurgo de Providence.


AQUÍ más información.


Ojalá me puedas acompañar y me ayudes a difundir estas actividades.

Abrazos cósmicos.

lunes, 27 de julio de 2015

DJ CTHULHU


Para festejar el 4to aniversario de El Scary Witches, mítico lugar que se ha convertido en el refugio de Penumbria, me aventaré (literalmente) un set literario musical lovecraftiano, encarnado como DJ Cthulhu.



La parte musical estará cubierta con una selección minuciosa de la siguiente lista de música lovecraftiana que creé, con el valioso aporte de muchos amigos, para el festejo:




En la parte literaria leeré algunas microficciones de Trilogía Cthulhu:

 


Elegí para este festejo lo lovecraftiano porque, además de ser mi tema favorito, servirá para arrancar un mes de agosto que estará repleto de actividades para celebrar los 125 años de Lovecraft (estén al pendiente).

También para celebrar mi cumpleaños (4 de agosto).

Si tienen Facebook, AQUÍ pueden entrar al evento, para que no se les olvide.

Ojalá se puedan dar una vuelta, el programa está muy interesante:




Muchísimas gracias a Clauzzen y Mike por la invitación.

ÍÄ! ÍÄ! 

lunes, 13 de julio de 2015

LEVITACIÓN



Joseph Payne Brennan (1918-1990) fue un escritor norteamericano (Connecticut) de fantasía y terror, así como bibliógrafo de Lovecraft. Gran parte de su obra se publicó en Weird Tales y Macabre, su propia revista. Su cuento más celebrado fue “Slime”, publicado en Weird Tales (marzo, 1953) y posteriormente en Nine horrors and a dream (Arkham House, 1958). 



A pesar de que ha sido publicado en muchísimas antologías y que Stephen King se refirió a él  como “un maestro desvergonzado del cuento de terror”, es muy difícil conseguir su obra en formato electrónico, no se diga en español. Por lo que decidí, del puñado de cuentos que encontré en la red, traducir “Levitation” (1958), también publicado en Nine horrors and a dream.



Como dato anecdótico, Thomas Ligotti (escritor con el que estoy obsesionado) confesó que en su juventud le escribió cartas a Brennan, quien le contestó alabando su poesía "descaradamente pesimista".


Agradezco a Guillermo Verduzco (@elpaganoescapa) por recordarme a este autor y activar mi superpoder librero.




LEVITACIÓN
Joseph Payne Brennan
trad. Miguel Lupián



El Carnaval Maravilloso de Morgan llegó a Riverville para una función nocturna; armaron sus carpas en el parque de pelota, a las afueras del pueblo. Era una noche cálida a principios de octubre y para las siete una multitud considerable se había dado cita para disfrutar de una velada fantástica.

El espectáculo itinerante no era ni grande ni sorprendente, pero su llegada fue recibida con entusiasmo en Riverville, un pueblo aislado en la montaña, a muchos kilómetros de las salas de cine, teatros de vaudeville y arenas deportivas de las grandes ciudades.

Los lugareños no exigían entretenimiento sofisticado, por lo que que la mujer obesa, el hombre tatuado y el niño simio los mantuvieron animados durante varios minutos. Atiborraron sus bocas con cacahuates y palomitas de maíz, bebieron vaso tras vaso de limonada rosada y sus dedos se quedaron pegajosos al intentar desenvolver las envolturas coloridas de los chiclosos.

Todos aparentaron estar relajados y con la mente abierta cuando el vocero anunció al hipnotista. El vocero, un hombre pequeño y robusto con traje a cuadros, rugió a través de un megáfono improvisado, mientras el hipnotista se mantenía en la parte trasera del escenario. Parecía desinteresado, desdeñoso; apenas se dignó a echarle un vistazo al público.

Sin embargo, cuando los asistentes alcanzaron las cincuentas almas, dio un paso hacia la luz. Un murmullo surgió entre el público.

En el áspero fulgor de la sobrecarga eléctrica, el hipnotista apareció de forma extravagante. Su alta figura, delgada hasta el punto de la demacración, su tez pálida y, sobre todo, sus oscuros, hundidos, enormes y brillantes ojos, robaron la atención del público. Su vestimenta, un severo traje negro y un arcaico corbatín del mismo color, le agregó un toque mefistofélico.

Evaluó al público tranquilamente, con una expresión que dejaba ver su resignación y desprecio.

Su resonante voz alcanzó el borde más alejado de la muchedumbre.

“Requeriré un voluntario”, dijo. “Si alguno pudiera acercarse...”

Todos miraron alrededor, codeando a su vecino, pero ninguno subió al escenario.

El hipnotista se encogió de hombros.

"No puedo hacer ninguna demostración", dijo con voz cansada, "a menos que uno de ustedes sea lo suficientemente amable como para subir. Les aseguro, señoras y señores, que la demostración es inofensiva y absolutamente segura".

Miró a su alrededor con expectación hasta que un joven se abrió paso entre el público.

El hipnotista lo ayudó a subir al escenario y lo sentó en una silla.

“Relájate”, dijo. “En cuanto lo ordene, te dormirás y harás exactamente lo que diga”.

El joven se retorció en la silla, sonriendo cohibido hacia el público. El hipnotista capturó su atención, fijando en él sus enorme ojos. El joven dejó de retorcerse.  

De pronto, alguno de los asistentes lanzó un puñado de palomitas de maíz hacia el escenario. Las palomitas volaron sobre las luces y aterrizaron directamente sobre la cabeza del joven sentado en la silla.

El joven se movió hacia un lado y hacia el otro, casi cayéndose de la silla. El público, que se había mantenido en silencio, estalló en carcajadas.

El hipnotista estaba furioso. Se puso rojo y temblaba del coraje mientras miraba al público.

“¿Quién arrojó eso?”, exigió con voz asfixiada.

El público se quedó en silencio.

El hipnotista continuó mirándolos. Al poco tiempo el color rojo abandonó su rostro y dejó de temblar, pero sus brillantes ojos se mantuvieron torvos.

Finalmente, le hizo una seña al joven sentado, despidiéndolo con un breve agradecimiento, y encaró de nuevo a los asistentes.

“Debido a la interrupción”, anunció en voz baja, “será necesario reanudar la demostración... con un nuevo voluntario. ¿Podría subir al escenario la persona que arrojó las palomitas de maíz?”

Por lo menos una docena de personas miró a alguien que permanecía entre las sombras, en la parte posterior de la concurrencia.

El hipnotista lo detectó; sus negros ojos parecían arder.

“Tal vez”, dijo con voz burlona, “el que interrumpió tiene miedo de subir. ¡Prefiere esconderse entre las sombras y lanzar palomitas de maíz!”

El culpable gritó y se abrió paso beligerantemente hacia el escenario. Su apariencia no era sobresaliente; de hecho, se parecía al primer joven; cualquiera podría ubicarlos como granjeros.

El segundo joven se sentó en la silla con aire desafiante y por varios minutos luchó contra la idea de relajarse. Sin embargo, su agresividad desapareció y obedientemente miró los ojos ardientes del hipnotista.

En algunos minutos cedió a la orden del hipnotista y colocó su espalda sobre las duras tablas del escenario. El público resopló. 

“Dormirás”, dijo el hipnotista. “Dormirás. Te estás durmiendo. Te estás durmiendo. Te estás durmiendo y harás cualquier cosa que te ordene. Cualquier cosa que te ordene. Cualquiera...”, parloteó, repitiendo frases repetitivas.

El público se quedó en absoluto silencio.

De pronto, una nota inédita salió de la voz del hipnotista y el público se puso tenso.

“No te levantes, ¡pero elévate del escenario!”, ordenó. “¡Elévate del escenario!”.

Sus oscuros ojos se tornaron salvajes y luminosos. El público se estremeció.

“¡Elévate!”

Entonces, la respiración colectiva del público indicó el inicio.

El joven, tumbado sobre el escenario, sin mover un solo músculo, comenzó a elevarse horizontalmente. Al principio de forma lenta, casi imperceptible, pero pronto alcanzó una aceleración constante.

“¡Elévate!”, gritó el hipnotista.

El joven continuó ascendiendo, hasta que estuvo varios centímetros por encima del escenario, sin detenerse.

El público estaba seguro que se trataba de un truco, aun así miraba con la boca abierta. El joven parecía estar suspendido y moviéndose en el aire sin algún tipo de soporte físico.

Abruptamente, el foco de atención del público cambió hacia el hipnotista, quien se llevó una mano al pecho, tambaleándose y desplomándose sobre el escenario.

Se pidió el auxilio de algún doctor. El vocero de traje a cuadros apareció, inclinándose sobre el cuerpo exangüe.

Buscó el pulso, sacudió la cabeza y se levantó. Alguien le ofreció una botella de whisky, pero sólo se encogió de hombros.

De pronto, una mujer del público gritó.

Todos voltearon a verla y, segundos más tarde, siguieron la dirección de su mirada.

Hubo más gritos: el joven seguía ascendiendo. Mientras la atención del público se había distraído con el colapso mortal del hipnotista, el joven había continuado elevándose. Ahora se encontraba a más de dos metros sobre el escenario, moviéndose inexorablemente hacia arriba. A pesar de la muerte del hipnotista, seguía obedeciendo la orden final: “¡Elévate!”.

El vocero, con los ojos a punto de abandonar su cabeza, saltó frenéticamente, pero era muy pequeño. Sus dedos apenas rozaron el cuerpo del joven y cayó sobre el escenario.

El cuerpo rígido del joven continuaba ascendiendo, como si fuera izado por algún tipo de polea invisible.

Las mujeres comenzaron a chillar histéricamente; los hombres gritaban. Pero nadie sabía qué hacer. Después de lanzar una mirada salvaje al cuerpo despatarrado del hipnotista, la cara del vocero se llenó de terror al levantar la vista.

“¡Frank, baja! ¡Baja!, el público gritaba. “¡Frank, despierta! ¡Baja! ¡Detente, Frank!”

Pero el cuerpo rígido de Frank se elevó todavía más. Arriba, arriba, hasta alcanzar la parte más alta de la carpa, hasta superar los árboles más altos, hasta incorporarse al cielo iluminado por la luna de principios de octubre.

Muchas personas del público se llevaron las manos al rostro y se voltearon. Quienes continuaron mirando, vieron el cuerpo flotante ascender por el cielo hasta que no fue más que una minúscula mota, un pequeño turrón cerca de la luna.


Luego, desapareció completamente.

****

miércoles, 24 de junio de 2015

ELLOS

En la segunda entrega del ensayo “Orlando furioso y sus descendientes”, Emiliano González señala la relación entre Orlando furioso, Maupassant, Nervo y Lovecraft:

Los vampiros invisibles de Maupassant (El Horla) se vuelven los devoradores invisibles de Nervo...

Ellos de Amado Nervo y los dioses de los mitos de Cthulhu de Lovecraft son creaciones lúcidas basadas en la creación loca de Maupassant...

El vampirismo del Horla de Maupassant proviene del personaje Merganor el Felón, de Ariosto (Orlando furioso), señor que se alimenta de sangre humana en un castillo: es un gigante peor que un lobo...

Sin más, les comparto el cuento (transcripción propia de la versión publicada en Ediciones Literarias: Paris, 1909, que aquí pueden descargar).

Al final agrego una relación que encontré con la obra de Thomas Ligotti.



ELLOS

Amado Nervo
A Don Justo Sierra


Todos los días pasan frente a mi ventana dos terneras.
Van al matadero, llevados por sendos rapaces.
Tiene aún ese gracioso aturdimiento de las bestias jóvenes; se repegan la una a la otra, saltan, miran a todas partes con sus grandes y apacibles ojos glaucos y curiosos.
Llegarán a su destino; les ligarán las piernas, y con una gran maza, les darán un certero y terrible golpe en el testuz.
Luego... la nada.
Pero ellas no lo saben, y un minuto, un segundo antes de recibir ese golpe definitivo, su embrionario espíritu tranquilo se asomará a sus ojos para bañarse en luz, ajeno a toda inquietud.
¡Van a morir, pero no lo saben!
No lo saben, he aquí el celeste y misericordioso secreto.
No lo saben, en tanto que nosotros vivimos acosados sin piedad por el fantasma de la muerte.
Todas las noches, al acostarnos, nos preguntamos:
—¿Será hoy? ¿Me levantaré aún de este lecho?
Y por la mañana, al despertar, exclamamos con un suspiro:
—¡Un día más!
En cuanto la enfermedad ase con su garra acerada nuestras entrañas y nos enciende en fiebre, murmuramos con inquietud:
—¿Será esta dolencia la última?
Y en la convalecencia, al invadirnos la suave y tibia oleada de vida nueva, pensamos:
—Todavía...
¡Oh terrible, oh espantoso privilegio de la vida consciente!
¿Qué hemos hecho para merecerlo?

**

Todos: ese que canta, aquel que baila, el otro que atesora, el de más allá que ama, el de más acá que se envanece, todos estamos condenados a muerte... ¡Y lo sabemos!
Pero he ahí a las dos terneras que pasan: sus padres no las han engendrado sino para el matadero. Su vida ha sido breve como una mañana.
La especie a que pertenecen, al obedecer al poderoso instinto de perpetuarse, que es el más grande instinto de su alma colectiva, no hace sino dar al hombre individuos para que se los coma.
Todo su esfuerzo de siglos viene a parar en chuletas, solomillos y puchero.
La especie no vence, no ha vencido en los milenarios los obstáculos que se han opuesto a su vida, sino para que nos la engullamos.

**

Y quién te dice, exclama Alguien dentro de mí, cierto Alguien que gusta mucho de discutir conmigo, ¿quién te dice que a la humanidad no se la comen también como a los bueyes, a las vacas y a las terneras?... Vamos a ver: ¡quién te asegura a ti que no se la comen!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sólo que tampoco ella lo sabe.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Sí! Ya adivino lo que vas a preguntarme: ¿quiénes se la comen: no es eso?
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Pues se la comen unos seres diáfanos, y, por lo tanto, invisibles para nosotros los hombres; unos seres translúcidos que viven en el aire, que han nacido en el aire, cuyo mundo es la vasta capa atmosférica que recubre el globo. Unos seres más viejos que vosotros, más perfectos, más sabios, más duraderos; que realizarán un día, que empiezan a realizar ya, el tipo definitivo de la humanidad. ¿Has leído el Horla de Maupassant? Pues algo por el estilo.
—Bueno, ¿pero y la muerte?
—La muerte es una apariencia, tal como vosotros la concebís. No hay enfermedades; cuando creéis que enfermáis, es que Ellos empiezan a comeros, o bien que os preparan, que os adoban, que os maceran para el diario festín. Hecho esto, os matan, a menos que no estéis aún a punto, en cuyo caso os dejarán para más tarde: ¡entonces sanaréis!

**

Una vez muertos, Ellos van convirtiendo vuestro cuerpo en sustancias asimilables para sus organismos casi inmateriales. Lo disgregan sabiamente, hasta que os aspiran, como si dijéramos, en forma de emanaciones. Vosotros, estúpidos, pensáis que os pudrís en vuestro ataúd, hasta quedaros en huesos, hasta desvaneceros en polvo... ¡Mentira!
¡Es que Ellos os van comiendo poco a poco!
No son los gusanos lo que os devoran. La carne que no es profanada por las moscas que en ella depositan sus gérmenes no cría gusanos. Y, sin embargo, ¡se descompone, se pudre, se acaba!
¿A dónde ha ido?
“Ha restituido todos y cada uno de sus elementos al gran laboratorio de la naturaleza”, dicen los sabios pedantes.
¡Mentira!, ha ido a nutrir los organismos esos, misteriosos, del aire, en la forma idónea para que ellos se la asimilen.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡La vejez no existe! Es otra engañifa, otra apariencia. Son Ellos quienes os van poniendo así.
Se trata de una simple preparación culinaria... de un civet; a algunos de los seres les gustáis frescos; otros, más gourmets, os prefieren añejos... ¡como el queso!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Claro! ¡No me lo crees! ¡Cómo habías de creérmelo! Necesitarías un esfuerzo mental superior a tus aptitudes. Tu pobre y ridículo sentido común se subleva...
¡Tampoco la ternera cree que nos la comemos! Si pudiéramos decírselo, movería burlona la cabeza. El golpe de maza, en su obscuro cerebro, de asumir alguna forma, sería la de una enfermedad fulminante, de una especie de ataque apoplético; no de otra suerte que vosotros llamáis muerte repentina, proveniente de la aorta, del aneurisma, de la congestión, a lo que no es, en suma, sino el golpe de maza que os asestan Ellos en este matadero de la vida.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sí, repito que ya sé que no puedes creerme. Ni falta que me hace. Un día de estos te comerán a ti como a los otros, y en paz...



La relación con El Horla es más que evidente, así como con la premisa del terror cósmico.

Al principio, donde el protagonista discurre sobre la muerte, me fue inevitable pensar en Thomas Ligotti... específicamente en el siguiente fragmento de La conspiración contra la especie humana (Valdemar, 2015): 


Para el resto de los organismos terrestres, la existencia es relativamente simple. Sus vidas giran en torno a tres cosas: sobrevivir, reproducirse, morir... y nada más. Pero nosotros sabemos demasiado para contentarnos con sobrevivir, reproducirnos, morir... y nada más. Sabemos que estamos vivos y sabemos que un día moriremos. También sabemos que sufriremos durante nuestra vida antes de sufrir -lenta o rápidamente- cuando nos acerquemos a la muerte. Este es el conocimiento  que “disfrutamos” como el organismo más inteligente que ha brotado del útero de la naturaleza. Y siendo así, nos sentimos defraudados si no nos queda nada más que sobrevivir, reproducirnos y morir. Queremos que haya algo más que eso, o pensar que lo hay. Esa es la tragedia: la consciencia nos ha obligado a adoptar la postura de procurar no ser conscientes de lo que somos: pedazos de carne que se estropea sobre huesos que se desintegran.

Aunque esta preocupación/obsesión ha estado presente en toda su obra (forjada a partir de elementos filosóficos), me gusta pensar que Ligotti leyó el cuento de Nervo y elaboró el anterior pedazo de carne estropeada.