En la segunda entrega del ensayo “Orlando furioso y sus descendientes”, Emiliano González señala la relación entre
Orlando furioso, Maupassant, Nervo y Lovecraft:
Los vampiros invisibles de Maupassant (El
Horla) se vuelven los devoradores invisibles de Nervo...
Ellos de Amado Nervo y los dioses de los
mitos de Cthulhu de Lovecraft son creaciones lúcidas basadas en la creación
loca de Maupassant...
El
vampirismo del Horla de Maupassant proviene del personaje Merganor el Felón, de
Ariosto (Orlando furioso), señor que se alimenta de sangre humana en un
castillo: es un gigante peor que un lobo...
Sin más, les
comparto el cuento (transcripción propia de la versión publicada en Ediciones Literarias:
Paris, 1909, que aquí pueden descargar).
Al final
agrego una relación que encontré con la obra de Thomas Ligotti.
ELLOS
Amado Nervo
A Don Justo Sierra
Todos los días pasan frente a mi ventana
dos terneras.
Van al matadero,
llevados por sendos rapaces.
Tiene aún ese gracioso
aturdimiento de las bestias jóvenes; se repegan la una a la otra, saltan, miran
a todas partes con sus grandes y apacibles ojos glaucos y curiosos.
Llegarán a su destino;
les ligarán las piernas, y con una gran maza, les darán un certero y terrible
golpe en el testuz.
Luego... la nada.
Pero ellas no lo saben,
y un minuto, un segundo antes de recibir ese golpe definitivo, su embrionario
espíritu tranquilo se asomará a sus ojos para bañarse en luz, ajeno a toda
inquietud.
¡Van a morir, pero no
lo saben!
No lo saben, he aquí el celeste y
misericordioso secreto.
No lo saben, en tanto que nosotros
vivimos acosados sin piedad por el fantasma de la muerte.
Todas las noches, al
acostarnos, nos preguntamos:
—¿Será hoy? ¿Me
levantaré aún de este lecho?
Y por la mañana, al
despertar, exclamamos con un suspiro:
—¡Un día más!
En cuanto la enfermedad
ase con su garra acerada nuestras entrañas y nos enciende en fiebre, murmuramos
con inquietud:
—¿Será esta dolencia la
última?
Y en la convalecencia,
al invadirnos la suave y tibia oleada de vida nueva, pensamos:
—Todavía...
¡Oh terrible, oh
espantoso privilegio de la vida consciente!
¿Qué hemos hecho para
merecerlo?
**
Todos: ese que canta, aquel que baila, el
otro que atesora, el de más allá que ama, el de más acá que se envanece, todos
estamos condenados a muerte... ¡Y lo sabemos!
Pero he ahí a las dos terneras que pasan:
sus padres no las han engendrado sino para el matadero. Su vida ha sido breve
como una mañana.
La especie a que
pertenecen, al obedecer al poderoso instinto de perpetuarse, que es el más
grande instinto de su alma colectiva, no hace sino dar al hombre individuos
para que se los coma.
Todo su esfuerzo de
siglos viene a parar en chuletas, solomillos y puchero.
La especie no vence, no
ha vencido en los milenarios los obstáculos que se han opuesto a su vida, sino
para que nos la engullamos.
**
Y quién te dice, exclama Alguien dentro de
mí, cierto Alguien que gusta mucho de discutir conmigo, ¿quién te dice que a la
humanidad no se la comen también como a los bueyes, a las vacas y a las
terneras?... Vamos a ver: ¡quién te asegura a ti que no se la comen!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sólo que tampoco ella
lo sabe.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Sí! Ya adivino lo que
vas a preguntarme: ¿quiénes se la comen: no es eso?
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Pues se la comen unos
seres diáfanos, y, por lo tanto, invisibles para nosotros los hombres; unos
seres translúcidos que viven en el aire, que han nacido en el aire, cuyo mundo
es la vasta capa atmosférica que recubre el globo. Unos seres más viejos que
vosotros, más perfectos, más sabios, más duraderos; que realizarán un día, que
empiezan a realizar ya, el tipo definitivo de la humanidad. ¿Has leído el Horla de Maupassant? Pues algo por el
estilo.
—Bueno, ¿pero y la
muerte?
—La muerte es una
apariencia, tal como vosotros la concebís. No hay enfermedades; cuando creéis
que enfermáis, es que Ellos empiezan a comeros, o bien que os preparan, que os
adoban, que os maceran para el diario festín. Hecho esto, os matan, a menos que
no estéis aún a punto, en cuyo caso os dejarán para más tarde: ¡entonces
sanaréis!
**
Una vez muertos, Ellos van convirtiendo
vuestro cuerpo en sustancias asimilables para sus organismos casi inmateriales.
Lo disgregan sabiamente, hasta que os aspiran, como si dijéramos, en forma de
emanaciones. Vosotros, estúpidos, pensáis que os pudrís en vuestro ataúd, hasta
quedaros en huesos, hasta desvaneceros en polvo... ¡Mentira!
¡Es que Ellos os van
comiendo poco a poco!
No son los gusanos lo
que os devoran. La carne que no es profanada por las moscas que en ella
depositan sus gérmenes no cría gusanos. Y, sin embargo, ¡se descompone, se
pudre, se acaba!
¿A dónde ha ido?
“Ha restituido todos y
cada uno de sus elementos al gran laboratorio de la naturaleza”, dicen los
sabios pedantes.
¡Mentira!, ha ido a
nutrir los organismos esos, misteriosos, del aire, en la forma idónea para que
ellos se la asimilen.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡La vejez no existe!
Es otra engañifa, otra apariencia. Son Ellos quienes os van poniendo así.
Se trata de una simple
preparación culinaria... de un civet;
a algunos de los seres les gustáis frescos; otros, más gourmets, os prefieren añejos... ¡como el queso!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Claro! ¡No me lo
crees! ¡Cómo habías de creérmelo! Necesitarías un esfuerzo mental superior a
tus aptitudes. Tu pobre y ridículo sentido común se subleva...
¡Tampoco la ternera
cree que nos la comemos! Si pudiéramos decírselo, movería burlona la cabeza. El
golpe de maza, en su obscuro cerebro, de asumir alguna forma, sería la de una
enfermedad fulminante, de una especie de ataque apoplético; no de otra suerte
que vosotros llamáis muerte repentina, proveniente de la aorta, del aneurisma,
de la congestión, a lo que no es, en suma, sino el golpe de maza que os asestan
Ellos en este matadero de la vida.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sí, repito que ya sé
que no puedes creerme. Ni falta que me hace. Un día de estos te comerán a ti
como a los otros, y en paz...
La relación con El Horla es más que evidente, así como con la premisa del terror cósmico.
Al principio, donde el protagonista discurre sobre la muerte, me fue inevitable pensar en Thomas Ligotti... específicamente en el siguiente fragmento de La conspiración contra la especie humana (Valdemar, 2015):
Para el resto de los organismos
terrestres, la existencia es relativamente simple. Sus vidas giran en torno a
tres cosas: sobrevivir, reproducirse, morir... y nada más. Pero nosotros
sabemos demasiado para contentarnos con sobrevivir, reproducirnos, morir... y
nada más. Sabemos que estamos vivos y sabemos que un día moriremos. También
sabemos que sufriremos durante nuestra vida antes de sufrir -lenta o
rápidamente- cuando nos acerquemos a la muerte. Este es el conocimiento que “disfrutamos” como el organismo más
inteligente que ha brotado del útero de la naturaleza. Y siendo así, nos sentimos defraudados si no nos queda nada más que sobrevivir, reproducirnos y
morir. Queremos que haya algo más que eso, o pensar que lo hay. Esa es la
tragedia: la consciencia nos ha obligado a adoptar la postura de procurar no
ser conscientes de lo que somos: pedazos de carne que se estropea sobre huesos
que se desintegran.
Aunque esta preocupación/obsesión ha estado presente en toda su obra (forjada a partir de elementos filosóficos), me gusta pensar que Ligotti leyó el cuento de Nervo y elaboró el anterior pedazo de carne estropeada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario