El 16 de abril se presentó en Guadalajara la tercera generación (títulos 13 al 18) de la colección Instantánea de Editorial Paraíso Perdido.
El empalme de los gnomos, micronovela fantástica, se publicó bajo el enigmático número 13.
Al Paraíso Perdido llegué gracias a Juan Peregrino no salva al mundo, increíble novela de Rafael Villegas; y a la colección, por el propio Rafa y su Luisiana (6).
El título hace referencia al siguiente fragmento de "Rudisbroeck o los autómatas" de Emiliano González (Los sueños de la bella durmiente, 1978):
¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Ha cruzado el pantano verdinegro? ¿Ha rasgado la cortina de zarzas? ¿Ha tomado el empalme de los gnomos?
Si siguen esta bitácora o a Penumbria, sabrán que soy un gran fanático, defensor y divulgador de la obra de Emiliano González, el mejor escritor mexicano de literatura fantástica.
Utilizo el término micronovela porque es una gran historia contada en muy poco espacio (50 páginas). Cada capítulo está conformado por un párrafo que, mientras avanza la historia, va disminuyendo hasta quedar unas cuantas palabras.
A su vez, intercalé la historia lineal con secuencias oníricas, listados de recuerdos y sensaciones, la letra de una canción, anuncios, cartas, noticias del periódico...
En la cuarta de forros se puede leer la siguiente sinopsis:
La vida en un futuro cercano es gris y apocalíptica: lluvia constante, gatos callejeros asesinos, agencias de viajes que prometen paseos al espacio y es mejor cargar con una lámpara porque la electricidad desaparece cuando más se necesita. El protagonista de esta historia va dejando mensajes en los libros que se venden en las librerías de segunda mano, ¿logrará establecer el contacto que busca?
En esta micronovela se juega con la brevedad, con la tipografía, con la música. El autor excava en las paredes de lo impredecible, que al ser breve, es dos veces mejor.
La canción que aparece por aquí y por allá, guiando/confundiendo al protagonista y que detonó la ficción/sueño de este proyecto, es "La razón que te demora" de La Renga.
Este libro comencé a escribirlo en 2011. En el proceso tuve que re-escribir algunos capítulos por la dolorosa muerte de Ray Bradbury. La última versión la terminé unos días antes de la muerte de Terry Pratchett, cerrando un círculo trágico.
La estructura fue una premonición (término empleado por Emiliano González para referirse a obras que, a pesar de ser concebidas años atrás de la propia, se leyeron después y que contienen algunos vasos comunicantes) de mi lectura de La casa de hojas de Mark Z. Danielewski; y la atmósfera, de My work is not yet done de Thomas Ligotti.
Generalmente lo fantástico es utilizado (erróneamente) como escape de la realidad; por ello, decidí que fuera al revés: el protagonista se sumerge en lo cotidiano para escapar/olvidar lo fantástico que le ha ocurrido (y le seguirá ocurriendo).
A propósito de este tema, me encanta la cita de Leonard Cline en La estancia oscura (1927):
La imaginación... ¡Cómo la malinterpretamos! Ha llegado a tomar el significado de huída y refugio de la realidad. Pensamiento autista, la ha llamado Bleuler. Y en el fondo es, y no en ningún sentido poético, un regreso a la realidad perdurable. Es afirmación en lugar de negación. No se mueve en la bruma sino en la luz...
Agradezco muchísimo a Antonio Marts, editor de Paraíso Perdido, por las sugerencias que, sin duda, mejoraron la obra (y por llevarme a Guadalajara para presentarla) y a mis compañeros de colección, todos ellos chicos talentosos.
Aquí pueden conseguirlo.
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