martes, 25 de junio de 2013

ES LA ÉPOCA DE SER GELATINA

Como ya se habrán enterado, ayer falleció Richard Matheson: autor imprescindible en la literatura fantástica.



Para recordarlo, les comparto un extrañísimo cuento incluido en SHOCK III (Organización Editorial Novaro, 1969):






ES LA ÉPOCA DE SER GELATINA
Richard Matheson



A papá, la nariz se le cayó durante el desayuno. Cayó exactamente en el café de mamá, y lo tiró. El silbido de Prunella apagó la lámpara.

—¡Zambomba, papá! —dijo mamá, en la penumbra—. Si sabías que estaba a punto de caer, ¿por qué no te la quitaste tú mismo?

—¡No lo sabía! —contestó papá.

—Eso es lo que dijiste la última vez, papá —dijo Luke, ahogándose con la corteza de pan.

El tío Roca chasqueó los dedos a un lado de la lámpara. El silbido de Prunella apagó la llama.

—Deja de reírte, muchacha —la reprendió mamá.

Prunella aminoró sus sacudidas, deteniéndose atropelladamente al tiempo que derramaba el potaje de hígado.

—¡Que cargue el diablo con él! —dijo tío Ojos.

—Bueno, enciendan la mecha, enciendan la mecha —rogó el abuelo, que estaba leyendo.

Prunella jadeó, agitándose en el polvo. Tío Roca volvió a sacar chispas y encendió la lámpara.

—¿En dónde estaba? —preguntó el abuelo.

—Vuélvete a subir —dijo mamá.

Prunella trepó otra vez a su roca, mientras que de sus ojos resbalaban lágrimas de risa.

—Niña aturdida —dijo mamá, y sirvió otra cucharada de potaje sobre la mesa de Prunella—. ¡Anda! —ordenó.

Sacó la nariz de papá de su café y se la lanzó.

—Mamá, he decidido pedírselo ahora —dijo Luke.

—¿De veras, hijo? —preguntó mamá— ¡Qué bueno!

—¡No tiene ningún objeto! —dijo el abuelo— ¡La maldita fuerza de la vida está consumida!

—Escucha, papá —dijo el padre—. Ten cuidado de no molestar a los chicos.

—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el abuelo, golpeando el periódico con la muñeca—. Hemos dejado entrar las longitudes de onda de la antivida. ¡Eso es lo que hemos hecho!

—Basura —dijo tío Ojos—. ¿No estamos viviendo?

—Estoy hablando de las generaciones futuras, ¡maldito tonto! —dijo el abuelo, y se volvió hacia Luke— ¡No tiene ningún objeto, muchacho! ¡Es imposible que tengan hijos!

—Eso mismo nos dijeron también a papá y a mí —lo tranquilizó mamá—, y tenemos dos hermosos hijos. No hagas caso al abuelo, hijo mío.

—¡Estamos dividiéndonos! —reveló el abuelo— ¡Nuestras células están cediendo! ¡El hombre lo dice aquí mismo! ¡Somos gelatina! ¡Como gelatina que se deshace!

—Yo no —dijo tío Roca.

—¿Cuándo piensas preguntarle? —inquirió mamá.

—¡Hemos destruido el toldo protector! —dijo el abuelo.

—¿El qué? —preguntó tío Ojos.

—Esta mañana —dijo Luke.

—¡Hemos impregnado las nubes! —dijo el abuelo.

—Se sentirá muy contenta —dijo mamá, y le dio a Prunella unos golpecitos en la cabeza con un mazo—. Come con la boca, niña — ordenó.

—Nos uniremos en mayo próximo —dijo Luke.

—¡Hemos bajado la presión del sistema climático! —dijo el abuelo.

—Prepararemos tu rincón —dijo mamá.

Tío Roca, mientras sus mejillas se le descascaraban, continuó comiendo su potaje.

—¡Hemos echado a perder el maldito plan maestro! —afirmó el abuelo.

—¡Oh! ¡Cierra ya el pico! —dijo tío Ojos.

—¡Cierra el tuyo! —contestó el abuelo.

—Tengamos un poco de armonía y silencio —dijo papá, rascándose la nariz.

Escupió y derribó una araña voladora. Prunella ganó la carrera.

—Maldita pierna —dijo Luke al regresar cojeando a la mesa.

Volvió a colocar en su sitio el hueso de la cadera. Prunella comió, jadeando.

—¿Se te está aflojando la pierna nuevamente, hijo? —preguntó mamá.

—Supongo que aguantará —contestó Luke.

—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el abuelo— ¡Estamos cayendo bajo una sombrilla mortífera! ¡Un paraguas de muerte!

—¡Pamplinas! —dijo tío Ojos.

Elevó el brazo de en medio y le guiñó a mamá el ojo azul.

—Anda, vete —dijo mamá, ahogando una risa.

La pared del este cayó.

—Ahí va —observó papá.

Prunella descendió de su roca y salió, rodando y jadeando, por la abertura.

—Es una chica entusiasta —dijo mamá, barriendo los fragmentos de mejilla de la mesa.

—¿Qué me dices de mi rincón? —preguntó Luke.

—¡Lo que dice aquí mismo! —insistió el abuelo— ¡Las cargas eléctricas son difuminadas! ¡Las estructuras atómicas destruidas!

—Volveremos a levantarnos —dijo mamá—. Nada temas, Luke.

—Tendremos una fiesta —dijo tío Ojos—, con cerveza de yute y todo.

—¡No tiene ningún objeto! —aseguró el abuelo— ¡Hemos hecho añicos todo el asunto!

—Escucha, papá —le dijo mamá—. No tiene ningún objeto tampoco el predicar la ruina. ¿No han estado anunciándola desde mi infancia? No existe ninguna razón en el mundo para que Luke no se una a Annie Lou. ¿No tienen acaso dos fuertes brazos y cuatro potentes piernas? ¿No tiene sentido iniciar la danza de la vida?

—No tenemos nada que temer —observó papá—, excepto el temor mismo.

Tío Roca asintió y raspó un fósforo de azufre a lo ancho de su quijada, para encender su yesca.

—Es necesario tener fe —dijo mamá—. No tiene objeto entristecerse impíamente, como lo hacen esos hombres científicos.

—¡Que los metan al ejército! —exclamó tío Ojos— ¡Pónganles una bomba Z en los pantalones y mándenlos cantando alegremente hacia el enemigo!

—¡Rocíenlos con ácidos de fuego! —dijo papá.

—¡Que los metan en un jarro de sustancias de gérmenes! —dijo tío Ojos— Con una niebla de virus al vacío en los hocicos. ¡Denles hasta hartar!

—Eso les enseñará —ordenó papá.


            Caminamos juntos
bajo la lluvia amarilla.
Nuestro amor era más grande
que el dolor más grande.
El cielo estaba pantanoso
y tu piel era nueva.
Mis corazones latían...
Annie, te amo.

Luke atravesó veloz los terraplenes, como si fuera un fantasma, a la luz morada de sus tripas. Su voz se agitaba en la sopa al cantar el poema que había compuesto un día en el pozo. Dio vuelta a la izquierda en la Cumbre de Partículas Radiactivas, siguió por la Sonda Proyectil hasta el Declive Onda de Choques, se dirigió hacia el Atajo Radiación, y galopó hasta llegar al Valle de los Hongos. Deseó que hubiera caballos. Tuvo que detenerse tres veces para volver a colocarse la pierna.

Los padres de Annie Lou se disponían a comer, cuando llegó él. Tío Lento seguía tomando el desayuno.

—Hola, señor Monstruo —dijo Luke al padre de Annie Lou.

—Hola, Hoss —le dijo el señor Monstruo.

—Pase —invitó tío Lento.

—Acerque un terrón —dijo el señor Monstruo—. Hay suficiente comida para todos.

—Acabo de comer —dijo Luke—. ¿Dónde está Annie Lou?

—Afuera, en el pozo; fue a traer agua —dijo el señor Monstruo, vaciando algarrobas amargas sobre su mano plana.

—Exactamente —dijo tío Lento.

—Entonces, voy a ayudarla a cargar el cubo —dijo Luke.

—¿Qué tal están tus padres? —preguntó la señora Monstruo, mientras ponía sal a unos cuantos granos de leguminosas.

—Muy bien —contestó Luke—, en excelente estado.

—Potaje —dijo tío Lento.

—Me alegra oírlo, Hoss —dijo el señor Monstruo.

—Dales nuestros saludos —dijo la señora Monstruo.

—Con mucho gusto —contestó Luke.

—¡Maldita sea! —exclamó tío Lento.

Luke salió al exterior por el orificio, y se dirigió hacia el pozo, haciendo a un lado, a puntapiés, a tres pequeños y uno grande, que silbó con irritación.

—¿Cómo están tus padres? —preguntó el mediano de los pequeños.

—No es nada que te importe —contestó Luke.

Annie Lou estaba sacando un cubo de agua y se apoyaba contra la pared del pozo. Sostenía un manojo de flores silvestres.

—¡Hola! —saludó Luke.

—¡Hola, Hoss! —jadeó ella, mostrándole su diente en una sonrisa amorosa.

—¿Qué le pasó a tu otra oreja? —preguntó Luke.

—¡Ah, Hoss! —rió ella, mientras su cabellera de abril caía al pozo.

—¡Ah, pssst! —dijo Annie Lou.

—Te diré —le comunicó Luke—, he pensado en algo. Lo supe por el abuelo —le dijo con un tono de orgullo—; eso quiere decir que soy inteligente.

—¿De veras? —preguntó Annie Lou, lanzándole flores silvestres al rostro para ocultar su rubor.

—Así es —dijo Luke, sonriendo con un gesto de timidez.

Se golpeó el hueso de la cadera y dijo:

—¡Maldita pierna!

—¿Te está volviendo a molestar, Hoss? —preguntó Annie Lou.

—No tiene importancia —dijo Luke.

Recogió una araña nadadora del cubo y tiró de sus patas.

—Me quiere —dijo, sonrojándose—, no me quiere. ¡Ah!

La araña se alejó de un salto, haciendo rechinar sus dientes con furia.

Luke contempló a Annie Lou, mirándole de ojo a ojo.

—Bien —dijo—. ¿Lo harás?

—¡Oh, Hoss! —lo abrazó por los hombros y por la cintura— ¡Creí que nunca me lo pedirías!

—¿Lo harás?

—¡Por supuesto!

—¡Cielos! —exclamó Luke— ¡Soy el Hoss más feliz que ha existido!

Entonces la besó con fuerza en el labio, y se alejó veloz a través de las llanuras, con la crin rizada volando detrás de él, gritando y jadeando.

—¡Viva! ¡Soy muy feliz! ¡Feliz, feliz, feliz!

La pierna se le cayó, y la dejó atrás, bailando.