miércoles, 24 de junio de 2015

ELLOS

En la segunda entrega del ensayo “Orlando furioso y sus descendientes”, Emiliano González señala la relación entre Orlando furioso, Maupassant, Nervo y Lovecraft:

Los vampiros invisibles de Maupassant (El Horla) se vuelven los devoradores invisibles de Nervo...

Ellos de Amado Nervo y los dioses de los mitos de Cthulhu de Lovecraft son creaciones lúcidas basadas en la creación loca de Maupassant...

El vampirismo del Horla de Maupassant proviene del personaje Merganor el Felón, de Ariosto (Orlando furioso), señor que se alimenta de sangre humana en un castillo: es un gigante peor que un lobo...

Sin más, les comparto el cuento (transcripción propia de la versión publicada en Ediciones Literarias: Paris, 1909, que aquí pueden descargar).

Al final agrego una relación que encontré con la obra de Thomas Ligotti.



ELLOS

Amado Nervo
A Don Justo Sierra


Todos los días pasan frente a mi ventana dos terneras.
Van al matadero, llevados por sendos rapaces.
Tiene aún ese gracioso aturdimiento de las bestias jóvenes; se repegan la una a la otra, saltan, miran a todas partes con sus grandes y apacibles ojos glaucos y curiosos.
Llegarán a su destino; les ligarán las piernas, y con una gran maza, les darán un certero y terrible golpe en el testuz.
Luego... la nada.
Pero ellas no lo saben, y un minuto, un segundo antes de recibir ese golpe definitivo, su embrionario espíritu tranquilo se asomará a sus ojos para bañarse en luz, ajeno a toda inquietud.
¡Van a morir, pero no lo saben!
No lo saben, he aquí el celeste y misericordioso secreto.
No lo saben, en tanto que nosotros vivimos acosados sin piedad por el fantasma de la muerte.
Todas las noches, al acostarnos, nos preguntamos:
—¿Será hoy? ¿Me levantaré aún de este lecho?
Y por la mañana, al despertar, exclamamos con un suspiro:
—¡Un día más!
En cuanto la enfermedad ase con su garra acerada nuestras entrañas y nos enciende en fiebre, murmuramos con inquietud:
—¿Será esta dolencia la última?
Y en la convalecencia, al invadirnos la suave y tibia oleada de vida nueva, pensamos:
—Todavía...
¡Oh terrible, oh espantoso privilegio de la vida consciente!
¿Qué hemos hecho para merecerlo?

**

Todos: ese que canta, aquel que baila, el otro que atesora, el de más allá que ama, el de más acá que se envanece, todos estamos condenados a muerte... ¡Y lo sabemos!
Pero he ahí a las dos terneras que pasan: sus padres no las han engendrado sino para el matadero. Su vida ha sido breve como una mañana.
La especie a que pertenecen, al obedecer al poderoso instinto de perpetuarse, que es el más grande instinto de su alma colectiva, no hace sino dar al hombre individuos para que se los coma.
Todo su esfuerzo de siglos viene a parar en chuletas, solomillos y puchero.
La especie no vence, no ha vencido en los milenarios los obstáculos que se han opuesto a su vida, sino para que nos la engullamos.

**

Y quién te dice, exclama Alguien dentro de mí, cierto Alguien que gusta mucho de discutir conmigo, ¿quién te dice que a la humanidad no se la comen también como a los bueyes, a las vacas y a las terneras?... Vamos a ver: ¡quién te asegura a ti que no se la comen!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sólo que tampoco ella lo sabe.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Sí! Ya adivino lo que vas a preguntarme: ¿quiénes se la comen: no es eso?
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Pues se la comen unos seres diáfanos, y, por lo tanto, invisibles para nosotros los hombres; unos seres translúcidos que viven en el aire, que han nacido en el aire, cuyo mundo es la vasta capa atmosférica que recubre el globo. Unos seres más viejos que vosotros, más perfectos, más sabios, más duraderos; que realizarán un día, que empiezan a realizar ya, el tipo definitivo de la humanidad. ¿Has leído el Horla de Maupassant? Pues algo por el estilo.
—Bueno, ¿pero y la muerte?
—La muerte es una apariencia, tal como vosotros la concebís. No hay enfermedades; cuando creéis que enfermáis, es que Ellos empiezan a comeros, o bien que os preparan, que os adoban, que os maceran para el diario festín. Hecho esto, os matan, a menos que no estéis aún a punto, en cuyo caso os dejarán para más tarde: ¡entonces sanaréis!

**

Una vez muertos, Ellos van convirtiendo vuestro cuerpo en sustancias asimilables para sus organismos casi inmateriales. Lo disgregan sabiamente, hasta que os aspiran, como si dijéramos, en forma de emanaciones. Vosotros, estúpidos, pensáis que os pudrís en vuestro ataúd, hasta quedaros en huesos, hasta desvaneceros en polvo... ¡Mentira!
¡Es que Ellos os van comiendo poco a poco!
No son los gusanos lo que os devoran. La carne que no es profanada por las moscas que en ella depositan sus gérmenes no cría gusanos. Y, sin embargo, ¡se descompone, se pudre, se acaba!
¿A dónde ha ido?
“Ha restituido todos y cada uno de sus elementos al gran laboratorio de la naturaleza”, dicen los sabios pedantes.
¡Mentira!, ha ido a nutrir los organismos esos, misteriosos, del aire, en la forma idónea para que ellos se la asimilen.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡La vejez no existe! Es otra engañifa, otra apariencia. Son Ellos quienes os van poniendo así.
Se trata de una simple preparación culinaria... de un civet; a algunos de los seres les gustáis frescos; otros, más gourmets, os prefieren añejos... ¡como el queso!
—¡¡¡ . . . . . !!!
—¡Claro! ¡No me lo crees! ¡Cómo habías de creérmelo! Necesitarías un esfuerzo mental superior a tus aptitudes. Tu pobre y ridículo sentido común se subleva...
¡Tampoco la ternera cree que nos la comemos! Si pudiéramos decírselo, movería burlona la cabeza. El golpe de maza, en su obscuro cerebro, de asumir alguna forma, sería la de una enfermedad fulminante, de una especie de ataque apoplético; no de otra suerte que vosotros llamáis muerte repentina, proveniente de la aorta, del aneurisma, de la congestión, a lo que no es, en suma, sino el golpe de maza que os asestan Ellos en este matadero de la vida.
—¡¡¡ . . . . . !!!
—Sí, repito que ya sé que no puedes creerme. Ni falta que me hace. Un día de estos te comerán a ti como a los otros, y en paz...



La relación con El Horla es más que evidente, así como con la premisa del terror cósmico.

Al principio, donde el protagonista discurre sobre la muerte, me fue inevitable pensar en Thomas Ligotti... específicamente en el siguiente fragmento de La conspiración contra la especie humana (Valdemar, 2015): 


Para el resto de los organismos terrestres, la existencia es relativamente simple. Sus vidas giran en torno a tres cosas: sobrevivir, reproducirse, morir... y nada más. Pero nosotros sabemos demasiado para contentarnos con sobrevivir, reproducirnos, morir... y nada más. Sabemos que estamos vivos y sabemos que un día moriremos. También sabemos que sufriremos durante nuestra vida antes de sufrir -lenta o rápidamente- cuando nos acerquemos a la muerte. Este es el conocimiento  que “disfrutamos” como el organismo más inteligente que ha brotado del útero de la naturaleza. Y siendo así, nos sentimos defraudados si no nos queda nada más que sobrevivir, reproducirnos y morir. Queremos que haya algo más que eso, o pensar que lo hay. Esa es la tragedia: la consciencia nos ha obligado a adoptar la postura de procurar no ser conscientes de lo que somos: pedazos de carne que se estropea sobre huesos que se desintegran.

Aunque esta preocupación/obsesión ha estado presente en toda su obra (forjada a partir de elementos filosóficos), me gusta pensar que Ligotti leyó el cuento de Nervo y elaboró el anterior pedazo de carne estropeada.