martes, 24 de junio de 2014

EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA

En las montañas de la locura es, sin dudarlo, mi relato favorito de Lovecraft, por lo que desde hace años tengo a Cthulhu de cabeza para que aprueben la adaptación cinematográfica de Guillermo del Toro.

Pero, ¿de qué va la historia?

En las montañas de la locura
(At the mountains of madness, 1931, 150 páginas)

Octavo relato de los mitos y quinto de los grandes textos. Es el mejor relato de Lovecraft, pues añade a la magia de lo desconocido el tempo necesario para disfrutar de la narración. "Me veo obligado a hablar porque los hombres de ciencia se han negado a seguir mi consejo". Su consejo es que no vayan a la Antártida en busca de los restos de una civilización que acaba de descubrir. El peligro es que pueden despertar un horror dormido desde hace demasiado tiempo que podría acabar con toda la humanidad. Pero esto lo hemos de descubrir nosotros. Lovecraft se limita a relatarnos la cuidadosa preparación de la expedición y los sucesivos acontecimientos que llevan a descubrir una monstruosa cordillera desconocida, en cuyas primeras estribaciones aparecen los restos enterrados en el hielo de seres horrendos, minuciosamente descritos, una avanzadilla de lo que ha de venir después. Estos descubrimientos significarán para la biología "lo que Einstein para las matemáticas y la ciencia". "Su constitución recuerda a ciertos monstruos de los mitos primigenios, especialmente a los primordiales del Necronomicón".

Las montañas de la locura encierran un secreto que va mucho más allá de lo que Tolkien pudo imaginar en Mordor. Lovecraft es ese señor que en lo más profundo del horror encuentra una losa y la levanta, y debajo hay unas escaleras, y sigue bajando. 

(Teo Gómez: Lovecraft, la antología; Océano, 2003) 


Emiliano González, en su ensayo Farmacopea lovecraftiana, propone que su título proviene de un fragmento de “El hombre del hashish” de Dunsany, y las montañas provienen de libro Hashish y locura (1845) del Dr. Moreau.

El fragmento de Dunsany al que se refiere Emiliano es el siguiente:

Llegamos al cabo a aquellas montañas de marfil que se llaman los Montes de la Locura.


Y continúa:


Las montañas de la locura son asimismo un recuerdo de Alhazred, el árabe loco basado en Jim, amigo negro de Huckleberry Finn y árabe loco en una obra de teatro sobre un rey, en la novela de Mark Twain. Aunque este dato no figura en Lovecraft ni en sus críticos, es exacto, ya que Lovecraft asumía el nombre de Abdul Alhazred en un juego infantil y admiraba Las mil y una noches


Las montañas de la locura provienen también de un fragmento del primer párrafo del capítulo XXVII del Quijote: “El cura le contó en breves razones la locura de Don Quijote, y cómo convenía aquel disfraz para sacarlo de la montaña donde a la sazón estaba”.


Por otro lado, Nelly Geraldine García-Rosas, en su artículo Lovecraft está vivito y coleando en Mercurio, encontró otra fascinante relación en Lovecraftian Science:


Roerich fue un artista y pintor ruso cuyo trabajo inspiró a Lovecraft en algunos de sus escritos, particularmente “En las montañas de la locura”.  Mientras vivía en Nueva York, Lovecraft visitó el Nicholas Roerich Museum y comentó que la pintura del Himalaya era "espectacularmente cósmica tanto en la sugerencia del gran tamaño de las montañas como en los colores vivos y distintivos utilizados".

"Tibet", 1933.

Sin embargo, como ya se pudieron dar cuenta, la pintura que utilizaron para ilustrar la nota es de 1933 y el relato de 1931 (además de que Lovecraft sólo estuvo en Nueva York de 1924 a 1926). Por lo que se pudo haber referido a otra pintura de la serie Himalayas. Tal vez a alguna de estas:

"Snowy Ascent", 1924.

"The range", 1924.

"Everest range", 1924.



lunes, 16 de junio de 2014

LAS MEJORES HISTORIAS DE TERROR I

Soy un fanático de las antologías (fantásticas, obviamente). Sobre todo si se trata de joyas como el primer volumen de Las mejores historias de terror, publicada en 1983 en la colección Super Terror de Martínez Roca.


Aunque en estos 31 años han cambiado las cosas, les comparto la introducción a cargo de Domingo Santos (quien también tradujo la antología):


Si es cierto que el gran resurgimiento periódico de la popularidad del género literario de terror se produce siempre en épocas de grandes crisis mundiales (morales, políticas, económicas, etc.), entonces es indudable que en la actualidad nos hallamos en un momento excelente. Tras la gran depresión americana de 1929, se produjo efectivamente un gran renacimiento del género de terror en todos sus aspectos. En cine vimos el nacimiento de mitos tales como Frankenstein, King Kong... En literatura fue la edad dorada de la revista Weird Tales y de autores como Lovecraft, Derleth y Howard. Ante los estremecimientos de la realidad, afirman los sociólogos, el público deseaba evadirse con los estremecimientos proporcionados por la ficción, comprobando a través de ella que podían existir terrores más grandes y más terribles que aquellos que cercaban su vida cotidiana.

Por supuesto, es un absurdo intentar comparar la situación actual del mundo con la existente tras la gran crisis de 1929. No se ha producido ningún crack espectacular que haya hecho desmoronarse de golpe todo un modelo de sociedad. Sin embargo, en el fondo, las condiciones son casi paralelas. Desde los inicios de los años setenta, sobre todo desde que se desatara la gran crisis del petróleo, el mundo vive en una época de progresiva depresión, de la cual está intentando salir por todos los medios. Y en el proceso, como era de esperar, los géneros que algunos llaman ya la “literatura de la desesperación”, entre ellos el terror, vuelven a estar de moda. En el campo que nos ocupa surgen autores como Stephen King, que consiguen índices de ventas jamás alcanzados hasta ahora y crean verdaderas escuelas de seguidores. En cine, la plasmación de imágenes de las propias obras de King, y otras películas de terror claramente alegóricas de las angustias de nuestro tiempo como El exorcista, La profecía, etc., deleitan con morbosos estremecimientos al espectador. En los Estados Unidos, revistas como Cavalier, incluso el propio Playboy, no dudan en ofrecer a menudo en sus páginas relatos de terror. Se crean antologías de relatos terroríficos que reciben gran aceptación: Charles L. Grant crea su serie Shadows, Ramsey Campbell edita sus New Terrors, Kirby McCauley su Dark Forces, la editorial Pan Books lleva ya veintiún volúmenes de su Pan Book of Horror, y muy recientemente aparece una nueva revista periódica, The Twilight Zone Magazine, que se pone a la cabeza de todas las revistas del género existentes con la intención, que se está convirtiendo en realidad, de ser una resurrección de la gran revista Weird Tales.

Y también hay otro dato digno de hacer notar. Aunque siempre ha existido un mercado mundial para el relato de terror, los años cincuenta, sesenta y parte de los setenta se han caracterizado por una gran carestía de autores. Las antologías publicadas durante esos años recogían invariablemente los relatos clásicos de Poe, Wilkie Collins, Ambrose Bierce, Saki, Jacobs, M. R. James, Blackwood, Machen, Lovecraft evidentemente... y algún que otro relato aislado de un autor más moderno, de calidad a veces algo más que discutible. Esto, en la segunda mitad de los años setenta y principios de los ochenta, ha cambiado radicalmente. Respondiendo a las exigencias del mercado, han surgido nuevos y excelentes autores del relato de terror. Stephen King puede que sea el más notorio gracias a la popularidad que ha obtenido, pero no es ni con mucho el único. Hay muchos más, y su relación aquí se haría interminable. Ya los irán conociendo.

En España, sin embargo, seguimos anclados todavía en los autores “clásicos” de terror. Las antologías hasta ahora aparecidas en lengua castellana, aunque algunas de ellas muy estimables ciertamente, se han limitado sin embargo a seguir los esquemas de las antologías norteamericanas de los años cincuenta y sesenta, de tal modo que los relatos que las componen casi son intercambiables de una a otra, si no son en algunos casos los mismos. Las nuevas corrientes del terror, ese “terror urbano” que está imponiéndose cada vez más sobre el “terror sobrenatural” como otro imperativo de nuestras condiciones moderna de vida, esos “nuevos terrores” de pesadillas tecnológicas o basadas en las neurosis del hombre actual y que han sustituido a los antiguos mitos terroríficos de honda raigambre medieval, esos psicópatas que han ocupado claramente el lugar de los viejos monstruos, el moderno terror cotidiano que ha usurpado su puesto al viejo terror gótico, todo ello aún sigue siendo casi desconocido para los lectores de habla hispana.

Cubrir este hueco es lo que pretenden las series de antologías que se inician con ésta, y que seguirán incluyéndose en sucesivos números de esta colección. A través de las selecciones de los más importantes antologistas del género en este momento (Karl Edward Wagner, Ramsey Campbell, Charles L. Grant, etc.), se irá ofreciendo una muestra representativa y válida de los más importantes relatos de terror de corte clásico, otros kafkianos, muestras de fantasía pura, terror macabro, terror psicológico... Las vertientes del terror son casi infinitas, y ése es uno de sus mayores atractivos.

Para este primer volumen de las antologías se ha escogido una de las más celebradas de estos últimos años: la que preparó Karl Edward Wagner para DAW Books (Donald A. Wollheim es uno de los mayores especialistas norteamericanos de la ciencia ficción, la fantasía y el terror, y es autor también de varios excelentes relatos del género), reuniendo los mejores relatos de terror publicados en lengua inglesa en 1980. Se trata, pues, de una antología a la vez moderna y representativa. Contiene desde el más puro homenaje lovecraftiano (“El hombre negro con un cuerno”), pasando por el terror que podríamos llamar clásico (“Los gatos de Pére Lachaise”, “Sin ton ni son”, “El hueco”), gótico (“La catacumba”), y las nuevas versiones de antiguos mitos (“Pisadas”), hasta ese otro terror que podríamos llamar “experimental” (“De guardia”, “El rey”). Sin olvidar, por supuesto, el extenso y magnífico relato del indiscutido maestro del género en la actualidad y que abre la antología: “El mono” de Stephen King, un auténtico best-seller del relato corto, muy en la línea de su autor. Y recuérdenlo: este volumen es sólo un principio. Seguirán más: estén atentos a ellos.

Mientras los esperan, que ustedes se estremezcan bien.


Domingo Santos


El índice:

Stephen King / El mono
Ramsey Campbell / El hueco
Neil Olonoff / Las gatos de Pére Lachaise
Denis Etchison / De guardia
Peter Shilston / La catacumba
T. E. D. Klein / El hombre negro con un cuerno
William Relling Jr. / El rey
Harlan Ellison / Pisadas
Peter Valentine Timlett / Sin ton ni son

Si no cuentan con mi poder superlibrero, aquí pueden leer y descargar el PDF del libro.


lunes, 9 de junio de 2014

LO SINIESTRO

“Hasta Bivar ovieron agüero dextero / desde Bivar ovieron agüero sinistro”; ésta es la primera utilización del término [siniestro] en castellano, en el Cantar del Mío Cid. Opuesto a diestro, en sentido local y simbólico, siniestro hace referencia a zurdo y torcido. Agüero siniestro es mal agüero: ya en su inicio el término se asocia al hado malo, al destino aciago, a la suerte torcida. Ave de mal agüero es, entonces, pajarraco siniestro, portador de infortunio. El hado malo puede provenir de un encantamiento o sortilegio que ciertos seres pueden producir con sólo echar una mirada: el mal de ojo. Una mirada atravesada o envidiosa puede producir un rumbo torcido en el ser que haya sido “fascinado” (como cuando la serpiente áspid “fascina” a su víctima tornándola estática por hipnosis con sólo mirarla). Envidia viene de invidia, del verbo invideo: mirar con recelo, mirar maliciosa o rencorosamente, dirigir una mirada maligna sobre otro; y de ahí envidiar, estimar algo -objeto o atributo- que está en posesión de otro. Se sobreentiende que esa mirada envidiosa produce el infortunio en quien se deposita, de ahí que el mal de ojo de esa mirada pueden producirlo algunos seres provistos de poderes (brujos). De hecho, siniestro hace referencia también al efecto que resulta del ejercicio de un poder malévolo que se ejerce, generalmente a distancia, por contacto o sustracción de objeto, o por simple arrojo de mirada, sobre un ser desprevenido. Ese efecto es siempre una torcedura en el rumbo vital, un malfortunio, un hado desdichado. Uno de los sobrenombres más expresivos de Satanás, el adversario de Dios, es El Envidioso.

Eugenio Trías / Lo bello y lo siniestro