martes, 8 de julio de 2014

LAS CARTAS DE PELAFINA

Hace unos días terminé de leer La casa de hojas de Mark Z. Danielewski, y en lo que sigo intentando reacomodar mis ideas y encontrar las palabras precisas que le hagan justicia (mientras, pueden leer esta reseña bifurcada de Manuel Barroso), les compartiré una de las cartas que Pelafina Heather Lièvre le escribió a su hijo Johnny Truant.


Johnny Truant es quien encontró el sesudo y extensísimo estudio que el octogenario Zampanò escribió sobre El expediente Navidson, una película que documenta los extraños sucesos que ocurrieron en una casa de Ash Tree Lane.

Por extraños sucesos me refiero a que la casa presentaba una anomalía arquitectónica: su espacio interior era ligeramente más grande que el que debería ocupar según sus dimensiones exteriores. Seis milímetros, exactamente. Pero eso es sólo el principio, después todo se vuelve un caos, incluida la escritura.

La carta que les compartiré está incluida en el Apéndice II, sección E, titulado Las cartas del Instituto Three Attic Whalestoe. Esta recopilación, que va desde el 28 de julio de 1982 hasta el 3 de mayo de 1989 y que sólo incluye las cartas de Pelafina, bien podría funcionar como una novela epistolar, una hermosa novela de 58 páginas.

Esta carta es una de las más bellas maldiciones que he leído (y en general, la sección E del Apéndice II es la parte más literaria, más poética de toda la obra).

Además, a mi parecer, el autor se reivindica y nos entrega un personaje femenino inteligente, culto, fuerte... a diferencia de la mayoría de los personajes femeninos que rondan la historia de Johnny, que son estereotipos, imágenes que el “macho” desea: bailarinas exuberantes, ingenuas y dispuestas.

Al terminar de leer esta colección de cartas entendí muchas cosas de Johnny que no me podía explicar y que evitaban que lograra empatía con el personaje.

Sin más (por el momento), les comparto la carta:


13 de mayo de 1984

Mi querido y venerado Johnny:


Perdona a tu madre. La noticia de tu ingreso en el hospital me llevó a una conducta autocompasiva que no ayuda a nadie, y menos a ti. Lo siento mucho.

Durante un día tu madre incluso fue libre. De tan alterada como estaba por los infortunios de su hijo, se escapó de esta vieja casa señorial inglesa en busca del culpable de sus tormentos. Y como estaba lloviendo y tronando, el Director asegura que hasta superé a Lear. Ni las centellas pudieron hacer palidecer mi furia.

De hecho, tan grande era mi furia que los enfermeros tuvieron que ataviarme con un traje de lona para que no los lesionara a ellos ni tampoco me infligiera más daños a mí misma. Por fin el Director me modificó la medicación y hasta me la aumentó. Al final estas medidas surtieron efecto y mi odio se vio atenuado (no así mi dolor). Por desgracia, lo mismo pasó con mi capacidad para funcionar de forma coherente, de ahí mi silencio durante tus momentos difíciles.

Cuando tú más me necesitabas, te he fallado. Lo siento mucho y me avergüenzo. No volveré a comportarme así. Lo prometo.

El tiempo lo cura todo, dicen. Sin embargo, si ahora mismo fuera libre me iría directa al Marine Raymond y acabaría con él. Estoy segura de que hasta tu padre, con lo pacífico que era, habría recurrido a la violencia.

Anhelo oír los detalles de tus tiernos labios. Por favor, escríbeme en cuanto puedas y cuéntamelo todo. Te aseguro que te irá bien contarlo. ¿Es verdad que te rompió la nariz? ¿Que te partió los dientes? ¿Sigues teniendo contusiones en la cara?

Confieso que el mero hecho de tener que escribir estas preguntas me crea un tumulto en los salones del alma. Nada me gustaría más que arrancarle el hígado a tu supuesto protector y obligarle a comérselo entre bufidos de rabia. Puede ir comiéndoselo de camino al Hades, ese marine de las narices. Pero como mis propias confusiones lo protegen de mi cólera -¡maldición!-, invocaré a Hécate en sus profundidades carontianas y, valiéndome de escama de dragón y ojo de nutria, todo ello hervido en sangre de sacerdotes asesinos y en la hiel de Clitemnestra, formularé una enorme maldición que vuele directa llevada por los vientos oscuros y se aposente de inmediato en su cuerpo, mordiéndole de día la carne y royéndole de noche los huesos, hasta que dentro de muchos meses, cuando falte un momento para que expire la chispa final de la consciencia, él haya presenciado su propio desmembramiento total y el marchitamiento de todos sus miembros y órganos. Y tal como se escribe, se hace. La maldición está formulada. Fuit Ilium.

Y ahora ves sin duda que tu madre está loca.

Ira furor brevis est.

(Aunque en el caso de ella, no tan breve.)

Por lo menos ahora tendrás una nueva familia. Y confiemos en que ésta sea graciosa y compasiva.

Tu madre te repara con besos y suaves caricias,


Mamá