lunes, 27 de diciembre de 2010

EL HOMBRE INVISIBLE

El siguiente fragmento pertenece a EL HOMBRE INVISIBLE, de H. G. Wells. Es una carta que Griffin (el hombre invisible) le manda a Kemp (un amigo que lo traiciona):

Te has mostrado extraordinariamente enérgico y astuto, aunque no consigo imaginar qué piensas salir ganando con ello. Te has vuelto en contra mía. Durante todo un día me has perseguido, has intentado robarme mi descanso nocturno. Pero, a pesar de todo, he comido, he dormido, y el juego no ha hecho más que empezar. El juego está empezado. No hay más remedio que dar comienzo al Terror. Esto anuncia el primer día de Terror. Port Burdock ya no obedecerá a la reina, díselo así al coronel y a todos los demás; me obedecerá a mí…, ¡el Terror! Este es el día primero, del año I, de la nueva era, la Era del Hombre Invisible. Yo soy el Hombre Invisible Primero. El principio será muy sencillo. El primer día habrá una ejecución para que sirva de escarmiento…, la de un hombre llamado Kemp. La muerte le llegará hoy. Podrá encerrarse con llave, esconderse, rodearse de guardias, ponerse una armadura si lo desea… La Muerte, la Muerte Invisible se cierne sobre él. Que tome precauciones; pero no conseguirá con ello más que impresionar al pueblo con mi poder. La Muerte surgirá del buzón de correspondencia al mediodía. La carta caerá en su interior cuando se acerque el cartero. El juego comienza. La Muerte llega. No lo ayuden, pueblo, si no quieren que la Muerte caiga también sobre ustedes. En el día de hoy Kemp ha de morir.


"H. G. Wells constituye no un literato sino una literatura por sí mismo." Jorge Luis Borges

martes, 21 de diciembre de 2010

THE WÖRLD IS YOURS

A escasos días de su lanzamiento (en Europa), The wörld is yours, el más reciente disco de Motörhead, está pateando traseros.

Y es que a diferencia del 2009, donde salieron grandes discos de metal (Megadeth, Slayer, Mastodon), en este 2010 que agoniza prácticamente no figuró el género. Pero, como siempre, Motörhead vino a salvarme el año.

Si te estás preguntando quién diablos es Motörhead, puedes ver unos videos aquí y acá, y/o puedes checar su sitio. Resumiendo, la banda se formó en 1975 (nunca han parado) y han grabado (oficialmente) 28 discos. Su sonido es una mezcla de punk, metal y rock and roll. Está integrada por Lemmy Kilmister: el legendario e icónico bajista, cantante y fundador (si no sabes quién es, no eres metalero), Phil Campbell en las guitarras y Mikkey Dee en la batería.

Motörhead tiene un sonido muy bien definido, así que no esperes cambios radicales o experimentaciones de un disco a otro. We are Motörhead, and we play rock and roll, suele decir Lemmy al inicio de sus conciertos.

¡Y vaya que tocan buen rock and roll! The wörld is yours es la prueba.

Con sólo observar la portada del disco uno sabe que está en terreno peligroso si sus oídos han sido embrutecidos por el pop. Breviario cultural: en casi todas las portadas de sus discos figura el famoso Snaggletooth (o Warpig), creado por Joe Petagno.

El disco abre brutalmente con BORN TO LOSE Stand Up! Bite your tongue, hell coming and it won’t be long. Your wasted life, cut to ribbons with a thousand knives. Right now, right here, lose your mind, but show no fear. Burn slow, no excuse, so unkind, born to lose.

Le sigue la veloz I KNOW HOW TO DIE Say the word and I’ll be yours, save me from the killing floor... Don’t believe in miracles and I won’t even try, I know the law I know how to die.

A continuación la rocanrolera (y primer sencillo del disco) GET BACK IN LINE We are trapped in luxury, starving on parole, No one told us who to love, we have sold our souls. Why do we vote for faceless dogs? We always take the bait. All things come to he who waits, but all things come too late. We are the sacrifice, and we don’t like advice, we always pay the price, pearls before swine. Now we are only slaves, already in our graves, and if you think that Jesus saves, get back in line.

Luego la maligna DEVILS IN MY HAND I know where the lightning strikes, I know why the vampire bites, I’ve spoken with the restless dead, I know the minds of rats. And the wrong side of the tracks, I hear the devils in my head... I know where the black flags fly, I know where immortals die, I have heard the mountain giants tread, I have seen the death of worlds, I know the wizards words, I hear the devils in my head... I know the way to hell, I know the padded cell, I have seen many heroes die. I know your nightmares too, And who sends them to you, The one who makes the children cry. I see the cruel insane, I feel their unknown pain, I feel the knives inside their heads. I see we are all doomed, I see blood on the moon, I hear the devils in my head.

Después un himno a ese género que nunca morirá: ROCK N ROLL MUSIC Rock music can wake the dead. You know it’s true when it fills your head. Better remember what I said, you never get enough. When the band hits the road, that’s the time to save your soul. That’s the time to reach for the gold, you know it aint so tough. Rock n roll music is my religion; I don’t need no miracle vision. I don’t need no indecision, look me right in the eye. Rock n roll music gonna set you free? Know its gonna knock you outta your tree. Gonna get you right to where u wanna be, do it till the day I die.

Luego la reptiliana WAITING FOR THE SNAKE Black hole in the sun, I don’t like the way we always run, And if your eyes are closed I better stay awake. You sleep like an angel baby, but I know you’re truly crazy, And I think that we’ve grown lazy, waiting for the snake... Black Death in the room, you sing a different tune, and it will bring your doom, the city starts to shake. I see the world is dying, you know I sure aint lying, I see you pale and crying, waiting for the snake.

Continúa con la poderosa BROTHERHOOD OF THE MAN Slaughter, kill and fighting still and murdered where we stand, Our legacy is lunacy, brotherhood of man. We are worse than animals, we hunger for the kill. We put our faith in maniacs the triumph of the will. We kill for money, wealth and lust, for this we should be damned. We are disease upon the world, brotherhood of man.

Después la machacante OUTLAW Live or die, win or lose, can’t be sure, no excuse. In the street a man lies dead, another dreamer bloody red. Just in time, lightning speed, frozen moment, time to bleed. Know it’s all about to change, try, die, or live again. Born to die, we all know that, today you know the first is last.

Sigue la rompe-cuellos I KNOW WHAT YOU NEED Can you play the traitor? Can you make men believe? Will you to turn and laugh as they burn, I know what you are, I know what you need. Can you play the dead man? Can you cease to breathe? Will you cry when you’re buried alive? I know what you are; I know what you are, I know what you need, I know what you need.

Y cierra con la rocanrolerísima BYE BYE BITCH BYE BYE You don’t know a goddamm thing about the real world, Here’s a short sharp lesson, and I mean every word. You tell me that you love me but I’m just some other fool, So bite the bullet, eat your words, I’ll teach you the rules. Gonna make a fool of you watch out. Make your life a misery; make you shut your mouth. Gonna tell a tale on you, make your blue eyes cry, Then you know it’s adios, bye bye bitch, bye bye.

The wörld is yours es un disco que se puede escuchar de principio a fin, sin adelantar alguna rola y sin dejar de agitar la mata.

Sí, Motörhead, el mundo es nuestro... y ustedes son los líderes.

lunes, 13 de diciembre de 2010

LOS FLAMING LIPS

Los Flaming Lips lo volvieron a hacer: talento, creatividad, buena vibra...

La noche del 11 de Noviembre, fueron los encargados de cerrar el Rockampeonato Telcel (que resultó ser todo un fiasco: ninguna banda era de rock duro y/o metal y la banda ganadora fue la que peor sonó y a la única que abuchearon...). Pero nada de eso importaba, no nos interesaba ver a Los Odio o a los posers de Reactor, Café Tacuba o Moderatto en el "jurado"... La Rumu y yo sólo queríamos ver a los Flaming Lips.

Hace un par de años se presentaron en el MOTORKR (después de Paramore, guac...) y sorprendieron con su set "festivo" y por que, a pesar de contar con tal sólo cincuenta minutos, trajeron todo su "equipo" (incluida la famosa burbuja). En esta ocasión no fue la excepción: trajeron TODO. Pero no se repitieron. El setlist fue totalmente diferente, nuevos videos, animaciones, botargas, y una discoball gigante.

Para mi (grata) sorpresa, tocaron varias rolas del EMBRYONIC: su más reciente disco (doble) de estudio (sin contar el homenaje al Dark side of the moon) y probablemente el más difícil de escuchar. Pero las canciones sonaron espectaculares en vivo.

Las rolas más coreadas fueron SHE DON´T USE JELLY, THE YEAH YEAH YEAH SONG, YOSHIMI BATTLES THE PINK ROBOTS, RACE FOR THE PRIZE (donde, al más puro estilo argentino, coreamos la melodía) y, obviamente, DO YOU REALIZE?

Todo comenzó con el video de una chica desnuda que, al sentarse y abrir las piernas, dejó salir por su vagina sicodélica a cada uno de los integrantes y Wayne, protegido con su burbuja, nadó por las peligrosas aguas mexicanas.

Globos gigantes, serpentinas, papelitos, humo, luces y un oso violento que cargó a Wayne durante toda una ocasión.

Unas manos gigantes para abrazarnos, protegernos e iluminarnos.

¡Todo un viaje!

Ya se está volviendo costumbre que en mi "top ten" de los eventos del año los Flaming ocupen el primer lugar.



Si no sabes quiénes son o quieres ver más de los Flaming Lips, selecciónalos en ETIQUETAS.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

EL ESTANQUE

Estos últimos días he estado re-leyendo la obra de Emiliano González y me resulta imposible encontrar las palabras que le hagan justicia a tan deliciosa lectura. Prefiero compartirles más de su obra.

El siguiente fragmento es de EL DISCÍPULO: una novela de horror sobrenatural perteneciente al libro CASA DE HORROR Y DE MAGIA.

Nuestro personaje principal, después de compilar una antología del cuento de miedo en español, viaja a Londres en donde encuentra un libro llamado DARK CHAMBERS (1926): una vieja colección de cuentos macabros de autores como Machen, Fitz James O´Brien, Maupassant, Blackwood, Eric Stenbock y Aurelio Summers (que fascinó a nuestro personaje). Después le hicieron llegar EL SÁTIRO, libro al que pertenecía el cuento (La maldición) incluido en la antología. Además de La maldición, el libro contenía otros siete relatos breves. Esta es la descripción de uno de ellos:

En "El estanque", un joven hereda la casa de un antepasado loco. Hace restaurar todo, excepto el jardín interior, cuyo descuido salvaje le fascina. Una tarde explora el jardín, se sienta al borde de un estanque enlamado y con una rama empieza a jugar con las lamas. Lo que va descubriendo le fascina: el espejo negro de las aguas no refleja los sauces llorones del jardín sino los muros de un palacio extraño. Atrás, un maravilloso cielo violeta. Le aterra y seduce a la vez. El joven cede a la tentación y entra en el agua. Se sumerge en el hondo estanque pero siente un intenso dolor de cabeza que lo obliga a volver a la superficie. Cuando sale se halla en el otro mundo, bajo el cielo violeta. Deja el agua, empapado. Mira el estanque: refleja los sauces llorones del jardín abandonado. Empieza a examinar el edificio pero entonces percibe al perro: un gigantesco sabueso negro que ha surgido de las tinieblas. Para protegerse entra al edificio, cierra la puerta y se asoma por una ventana enrejada. El gigantesco perro empieza a beber, con una sed inmunda, el agua del estanque, y con ella se bebe el reflejo. Luego, clava sus pupilas en los ojos del joven. Éste comprende que el perro tiene hambre, un hambre fatal, y que pronto empezará a arañar y a morder la puerta... El joven, ya enloquecido, mira a su alrededor. El recinto está lleno de esqueletos, y Summers nos deja con el atroz concierto que forman las mordidas y los zarpazos del monstruo y los aullidos del joven.


Si quieres leer más de Emiliano González, selecciónalo en Etiquetas.
Si quieres una copia de LOS SUEÑOS DE LA BELLA DURMIENTE (prácticamente imposible de conseguir físicamente) en PDF, deja tu correo en comentarios.

lunes, 6 de diciembre de 2010

52 MIC (2)

DEL PERDÓN AL OLVIDO (Life during wartime), en parte secuela y en parte variación de FELICIDAD, inicia con una excelente escena. Lamentablemente, aunque conserva un buen nivel, no logra repetir esos primeros minutos.

MATERIA BLANCA (White material) es la historia de una familia (blanca) francesa que se establece en África y exportan café. El problema es que está a punto de iniciar una guerra civil. Isabelle Huppert, que recordamos en La pianista, se lleva (una vez más) la película.

LOS GATOS PERSAS (Kasi az gorbehaye irani khabar nadareh) es el grupo que forman una pareja de chicos de Teherán, Irán: Negar y Ashkan. Pero no todo será tan fácil: tendrán que conseguir pasaportes, visas, músicos y, sobretodo, lidiar con las autoridades. Acá pueden ver y escuchar más.


DE DIOSES Y HOMBRES (Des hommes et des dieux) es otra historia de franceses en África (basada en eventos reales). Ocho monjes deciden permanecer en el lugar a pesar de los problemas que se avecinan. El ritmo lento y los cantos gregorianos de los monjes harán que cierres los ojos más de una vez.

LOS NIÑOS ESTÁN BIEN (The kids are all right) nos presenta a un matrimonio homosexual (Julianne Moore y Annete Bening) que recurren a un banco de esperma y cada una, con un par de años de diferencia, se insemina con el semen del mismo tipo (Mark Ruffalo). El problema se presenta cuando la hija mayor (Mia Wasikowska) quiere saber quién es su padre. Divertida, aunque el final es muy rosa para la familia y muy manchada con el padre.

UN FILME SOCIALISTA (Film socialisme) de Jean-Luc Godard es de los pocos filmes en que he abandonado la sala...

CONOCERÁS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS (You will meet a tall dark stranger) es lo nuevo de Woody Allen. Varias historias que se entrelazan y que al final, sólo les va bien (con mucho sarcasmo) a los crédulos. Divertida, aunque me gustó más WHATEVER WORKS.

TETRO de Francis Ford Coppola tiene una fotografía (blanco y negro) y una música espectacular, pero, corriendo el riesgo de herir susceptibilidades, la historia me parece digna de una telenovela del canal de las estrellas...


DULCE HIJO (Szelíd teremtés) dice basarse en Frankenstein. La fotografía y las locaciones son espectaculares, pero la historia, además de lenta, es incongruente y pretenciosa. El director, hace el papel de un personaje que es, sí, un director...

EL AMOR DE MI VIDA (Brightstar) es la historia de John Keats. La fotografía, la música, la ambientación y la poesía son excelentes, pero la historia de amor raya en la cursilería.

jueves, 2 de diciembre de 2010

PISCIS

PISCIS
Erika Mergruen

Lo más tentador era perderse en la espiral de aquella caracola nacarada. Tal vez el efecto de refracción del vidrio y el agua la hacían más sorprendente a la vista. Podía uno sentarse frente a la pecera y dejar pasar los minutos sin ninguna otra preocupación que ver a los peces que la habitaban.

Unos minutos para admirar la ondulación de las aletas violáceas; para ser testigo de las escaramuzas entre dos especímenes anaranjados; para espiar la seducción cadenciosa de otra especie. Y finalmente despedirme tras arrojar hojuelas a los peces, observar las diminutas y ávidas bocas, y creer haber descubierto en el reflejo de sus ojos la gratitud de una mascota que ha sido premiada por su espectáculo.

En el inicio conversaba sobre mi nuevo hobbie, teorizando sobre la paz interior y el control sobre el estrés que una pequeña pecera podía ofrecer. Algunos amigos bromeaban sobre la posibilidad de adquirir una pero con sirena incluida, otros confirmaban eruditamente el cambio provocado en mi estado de ánimo felicitándome por mi reciente adquisición.

Una vez que el hábitat artificial quedó bien establecido, dedicaba los ratos libres a ir de acuario en acuario para buscar nuevas especies y lograr armar en mi cubo de vidrio una amalgama de formas, colores y ojos agradecidos. No todas mis nuevas adquisiciones tuvieron éxito, algunas duraban apenas unos días o sólo un par de semanas. Todos aquellos cadáveres gelatinosos y huidizos tuvieron el más decoroso funeral que podía ofrecerles: un paseo por el corredor, exhibidos sobre mi palma, una despedida mental mientras caían al WC y la orquesta del remolino que ejecutaba un requiem acuático. El pase automático al limbo de las cañerías.

No era el personaje más sociable del círculo lo cual no anulaba mi cualidad de impecable anfitrión. Los amigos preferían mi casa como sede de reuniones eventuales. Mi pecera comenzó a ser el punto central de éstas, todos los conocidos preferían quedarse unos minutos contemplándola, y halagar a su creador, antes de ir a servirse los tragos obligados de una velada exitosa. Algunos amigos preguntaban sobre las especies de peces, otros deseaban conocer el origen de la enramada de coral; y los menos me advertían supersticiosos que los peces, en la casa, atraían la mala suerte. Creencia ésta un tanto absurda, pues basta imaginar los cientos, o tal vez miles de familias que viven de peces y pescados y, que yo sepa, no existe registro alguno sobre rachas aciagas en sus vidas.

La adquisición de libros y de artículos novedosos para acuarios se volvió un rubro importante en mis gastos fijos: Guía de los peces tropicales, La ambientación de un acuario, una aspiradora de pilas, grava traslúcida, algas importadas de Japón. Y la que fue la más afortunada de las compras: luz natural para la noche. La luminosidad que despedía mi pecera inundaba la sala y recorría cada centímetro de mi departamento como si en cualquier momento algún pez pudiera deslizarse por el corredor rumbo a la cocina y dar un coletazo a la estatuilla del recibidor. Paulatinamente, cambie mis reuniones por más momentos solitarios frente a la pecera, y las voces y la música ambiental por el silencio perfecto de mis mascotas.

Me parece que el primer indicio de rechazo hacia mis congéneres fue en el banco, en el preciso instante en que la cajera extendió su mano para darme un comprobante. Aquella piel me pareció desnuda, tremendamente opaca, de una resequedad repulsiva, como un trozo de esos pollos desplumados que exhiben pecaminosamente su color de muerte. Tuve que concentrarme para evitar el roce más nimio de sus dedos; aquella piel repugnante con la cual también yo estaba recubierto.

La situación se hubiese vuelto intolerable de no haber reorientado mi afán observador. Cuántos detalles pasan inadvertidos ante nuestros ojos por la simple razón de no buscarlos, o no tener los parámetros necesarios para reconocerlos. He visto por las calles cardúmenes enteros, piernas dorsales, ojos abultados y bocas pequeñas que aceptarían gustosas un puñado de hojuelas. En algunos casos podría asegurar la existencia de opérculos en los cuellos que de haber abierto cuidadosamente develarían agallas húmedas y enrojecidas.

Pero todavía no logro tolerar del todo el estruendo de sus voces, su parloteo que lo envuelve todo, a veces estallando en carcajadas, otras carcomiendo con cuchicheos y rumores. La culpa es del aire, elemento inconsistente donde todo viaja para estrellarse contra los muros y los vitrales. Si inundásemos nuestras ciudades tendríamos hábitats silentes, apenas perturbados por el burbujeo y las piedras que resuenan en las frezas. Entonces no habría necesidad de correr a casa.

Aquel día acababa de entregar los documentos de un nuevo contrato, al salir del edificio de oficinas descubrí un pequeño acuario en la acera de enfrente. Crucé la avenida. Me detuve ante el cubo de los peces marinos para observar las anémonas adheridas a unas rocas. Se escondieron, mas pasados unos segundos aparecieron mostrando su interior rosado y carnoso. Pasé a los estantes, hojeé un libro, y dejé que mi curiosidad buscara alguna novedad. Encontré un sistema de burbujas de ornato. Ya había entregado el efectivo al encargado cuando los vi, nadando de un lado a otro, desacompasados, pequeños y de un plateado ordinario.

Me dijo que eran los últimos del lote por lo que resultaban una ganga, le comenté sobre las otras especies que vivían en mi pecera y me aseguró que aquel par no representaban ninguna amenaza, eran de una especie muy adaptable. Los llevé a casa. En el trayecto cierta decepción me inundó. Aquellos peces tenían una simpleza absurda. Pero en mi universo creado podrían aportar un nuevo movimiento, su ir y venir era vertiginoso.

Unas semanas después, el primer pez anaranjado desapareció. Me asomé por todas las paredes de la pecera, pensé que estaría muerto y se habría enterrado, moribundo, en la grava. Ciertos peces se avergüenzan de su propia muerte, en eso son tan humanos.

Dejé caer la taza de café. La luz del sol iluminaba la pecera como si quisiera delatar al culpable: el cuerpo mutilado de un pez ángel se negaba a descender hasta la grava e insistía en flotar y enturbiar el agua con su carne blanca. Los peces plateados nadaban veloces sin detenerse, de un lado al otro, desacompasados, como lo hacían desde el primer día. Ese hecho aislado fue sólo el preludio del genocidio.

Dejé de traer nuevas especies a casa. Sólo duraban un día para enseguida desaparecer sin dejar rastro. Me resigné a que, uno a uno, los peces se extinguieran. He de aclarar que mi resignación no fue producto de la apatía, sino de un dejo de morbosidad; o de ese instante de taquicardia cuando, cada mañana, caminaba por el corredor adivinando cuál habría sido la víctima o si encontraría algún vestigio de lo que fuese un cuerpo escamoso y colorido, mientras ellos se deslizaban de un lado a otro, veloces y desacompasados.

Probé darles mayor cantidad de hojuelas a aquellos bólidos implacables. Derrotado, me senté frente a la pecera para ver, por primera vez, cómo devoraban al último de los habitantes originales.

Dos días después la zozobra se convertiría en sorpresa atroz. Entré a mi apartamento. Frente a la pecera, sobre la alfombra, uno de los peces plateados yacía muerto. Lo tomé no sin sentir cierta fascinación. Lo arrojé al limbo de las cañerías. Regresé a contemplar al sobreviviente. Por primera vez el pez estaba estático, quieto, desconcertado ante la soledad. Lo miré con detenimiento. El inmundo ictiófago me sonrió.

Fue entonces cuando tomé la red y sin titubear, lo pesqué. Lo introduje rápidamente a mi boca. Lo mordí, lo mastiqué, saboreando aquella carne turgente y fría, y apenas percibí su movimiento de mariposa presa en mi paladar.

El agua de mi pecera se evapora. Ningún sentimiento de culpa me atormenta. Ahora los observo desde mi ventana, cientos de cardúmenes que caminan por las calles. Cada día me alimento pero el hambre nunca se sacia. Aún somos dos, yo y el que siempre sonríe en el reflejo de la pecera que comienza a verdear.


Erika Mergruen (Ciudad de México, 1967) es editora independiente e imparte talleres de literatura. Ha publicado los poemarios Marverde (Enkidu, 1998), El Osario (Ediciones del Lirio, 2001) y El sueño de las larvas (Leer y Escribir, 2006); el volumen de cuentos Las reglas del juego (Tintanueva, 2001) y La ventana, el recuerdo como relato (DEMAC, 2002) con el que obtuvo el premio Autobiografías, Diarios y Testimonios de Mujeres Mexicanas, DEMAC 2001-2002. Piscis, pertenece a La piel dorada y otros animalitos.

Aquí su blog, y acá un sitio obligado para todos los amantes de la literatura fantástica.

martes, 30 de noviembre de 2010

DEL TORO TRIP

Llegó el día. Recogimos al resto de la Neurobunch y, llenos de entusiasmo y buena vibra, nos enfilamos a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Además de la razón obvia, Guillermo Del Toro (sí, Guillermo Del Toro) presentaría la segunda parte de la Trilogía de la Oscuridad: Oscura. Después de seis horas donde pusimos a prueba nuestros conocimientos cinematográficos y donde estuvimos a punto de protagonizar una cinta slasher cuando nos quedamos sin gasolina y tuvimos que adentrarnos en un pueblito en medio de la nada, llegamos a la tierra del tequila. Acostumbrados a la vida nocturna chilanga, salimos a medianoche en busca de algo para cenar. Después de mucho buscar y a punto de desfallecer de inanición, encontramos unos sabrosos tacos de suadero. Al día siguiente, a primera hora, ya estábamos recorriendo los enormes pasillos de la FIL. Nos apuramos a comprar algunos libros y nos instalamos en el auditorio donde se llevaría a cabo la presentación. Algunos se comían las uñas, otros leían sus recientes adquisiciones. Yo estaba mareado por el flujo de adrenalina que recorría mis venas. ¡Por esa puerta, a escasos tres metros de mi posición, entraría Guillermo en pocos minutos! Apenas asomó su rubia melena, todo el auditorio, que estaba repleto, lo ovacionó de pie. Por más de una hora nos platicó, como entre cuates en la sala su casa, todo lo relacionado a Oscura y el mundo de los vampiros. La plática estuvo llena de buen humor y consejos. El enorme aura de Guillermo, que apenas cabía en el auditorio, de amabilidad, honestidad, sencillez, sabiduría y humildad me golpeó tan fuerte que estuve al borde del colapso. Terminando corrimos al lugar donde sería la firma de autógrafos un par de horas más adelante. Los minutos pasaron como caracol reumático. Al acercarse la hora pactada, los que no alcanzaron boleto (sólo lo dieron a los primeros 150 en llegar) se acercaron para por lo menos llevarse una fotografía del ídolo. Mis manos temblaban, sudaba frío. ¿Qué decirle, en tan pocos segundos, a tu héroe, a tu ídolo? Llegó mi turno...

Con una amplia sonrisa y viéndome directo a los ojos, Guillermo inició la conversación:
GDT - ¡Hola! ¿Cómo estás?
YO - ¡Súper emocionado de poder conocerte! (Aunque se puede leer de forma fluida, estoy seguro que lo dije tartamudeando)
Sin dejar de sonreír, examinó los libros que llevaba para que estampara su firma: Oscura y una réplica de sus apuntes y dibujos para Hellboy II.
YO - Para Ana y Miguel.
Volteó a verme con una sonrisa cómplice: antes de mí pasó Ana (La Rumu) y pidió que le firmara de igual forma Nocturna y el guión de La invención de Cronos. Sonrojado, continué:
YO - Sí, la Ana que acaba de pasar.
GDT - ¡Ah! Entonces comparten los libros.
YO - Sí, también el librero, es mi prometida.
GDT - ¡Vaya, eso sí que es un compromiso!
Mientras firmaba los libros le comenté mi entusiasmo por su participación en Las montañas de la locura. Después, para sorpresa mía, preguntó:
GDT - ¿Los dos escriben, verdad?
YO - Sí, en enero entró a la SOGEM.
GDT - ¡Pues mucha suerte con eso y lo del matrimonio! Lo dijo de una forma tan genuina que parecían las palabras de un amigo de años. Posamos para la fotografía y me brindó su manaza.

De pronto fui consciente de la demás gente, de los sonidos y, todavía flotando en una nube, bajé de la tarima. Aquí abajo tendría que ir la fotografía. Lamentablemente, un perro de Tíndalos atravesó nuestra dimensión por la esquina de mi cuarto y se la llevó. Pero nunca podré deshacerme de la imagen de esos ojos tan azules y de ese rostro tan apacible que sólo poseen las grandes personas. Extasiados y todavía temblando, le dimos otra vuelta a la FIL para tranquilizarnos e iniciamos el largo regreso a casa. No sé si fue el apretón de manos o el simple hecho de respirar su mismo aire, pero algo en nosotros, en mí, cambió.

La nueva generación de escritores y cineastas, que al subirse a su primer ladrillito de éxito se marean, deberían aprender de Guillermo que, a pesar de encontrarse en otro nivel, sigue siendo el mismo niño malhablado, simpático y curioso de siempre.

Muchas gracias, Guillermo.



El siguiente 7 de diciembre sale a la venta la edición de THE CRITERION COLLECTION de CRONOS.


lunes, 29 de noviembre de 2010

HISTORIA DE MARIQUITA

HISTORIA DE MARIQUITA
Guadalupe Dueñas

Nunca supe por qué nos mudábamos de casa con tanta frecuencia. Siempre nuestra mayor preocupación era establecer a Mariquita. A mi madre la desazonaba tenerla en su pieza; ponerla en el comedor tampoco convenía; dejarla en el sótano suponía molestar los sentimientos de mi padre; y exhibirla en la sala era imposible. Las visitas nos habrían enloquecido a preguntas. Así que, invariablemente, después de pensarlo demasiado, la instalaban en nuestra habitación. Digo “nuestra” porque era de todas. Con Mariquita, allí, dormíamos siete.

Mi papá siempre fue un hombre práctico; había viajado mucho y conocía los camarotes. En ellos se inspiró para idear aquél sistema de literas que economizaba espacio y facilitaba que cada una durmiera en su cama.

Como explico, lo importante era descubrir el lugar para Mariquita. En ocasiones quedaba debajo de una cama, otras en un rincón estratégico; pero la mayoría de las veces la localizábamos arriba del ropero.

Esta situación sólo nos interesaba a las dos mayores; las demás, aún pequeñas, no se preocupaban.

Para mí, disfrutar de su compañía me pareció muy divertido; pero mi hermana Carmelita vivió bajo el terror de esta existencia. Nunca entró sola a la pieza y estoy segura de que fue Mariquita quien la sostuvo tan amarilla; pues, aunque solamente la vio una ocasión, asegura que la perseguía por toda la casa.

Mariquita nació primero; fue nuestra hermana mayor. Yo la conocí cuando llevaba diez años en el agua y me dio mucho trabajo averiguar su historia.

Su pasado es corto, y muy triste: Llegó una mañana con el pulso trémulo y antes de tiempo. Como nadie la esperaba, la cuna estaba fría y hubo que calentarla con botellas calientes; trajeron mantas y cuidaron que la pieza estuviera bien cerrada. Isabel, la que iba a ser su madrina en el bautizo, la vio como una almendra descolorida sobre el tul de sus almohadas. La sintió tan desvalida en aquél cañón de vidrios que sólo por ternura se la escondió en los brazos. Le pronosticó rizos rubios y ojos más azules que la flor del helitropo. Pero la niña era tan sensible y delicada que empezó a morir.

Dicen que mi padre la bautizó rápidamente y que estuvo horas enteras frente a su cunita sin aceptar su muerte. Nadie pudo convencerlo de que debía enterrarla. Llevó su empeño insensato hasta esconderla en aquel pomo de chiles que yo descubrí un día en el ropero, el cual estaba protegido por un envase carmesí de forma tan extraña que el más indiferente se sentía obligado a preguntar de qué se trataba.

Recuerdo que por lo menos una vez al año papá reponía el líquido del pomo con nueva sustancia de su química exclusiva —imagino sería aguardiente con sosa cáustica—. Este trabajo lo efectuaba emocionado y quizá con el pensamiento de lo bien que estaríamos sus otras hijas en silenciosos frascos de cristal, fuera de tantos peligros como auguraba que encontraríamos en el mundo.

Claro está que el secreto lo guardábamos en familia. Fueron muy raras las personas que llegaron a descubrirlo y ninguna de éstas perduró en nuestra amistad. Al principio se llenaban de estupor, luego se movían llenas de recelo, por último desertaban haciendo comentarios poco agradables acerca de nuestras costumbres. La exclusión fue total cuando una de mis tías contó que mi papá tenía guardado en un estuche de seda el ombligo de una de sus hijas. Era cierto. Ahora yo lo conservo: es pequeño como un caballito de mar y no lo tiro porque a lo mejor me pertenece.

•••

Pasó el tiempo, crecimos todas. Mis padres ya no estaban entre nosotras; pero seguíamos cambiándonos de casa y empezó a agravarse el problema de la situación de Mariquita.

Alquilamos un señorial caserón en ruinas. Las grietas anunciaban la demolición. Para tapar las bocas que hacían gestos en los cuartos distribuimos pinturas y cuadros sin interesarnos las conveniencias estéticas. Cuando la rajadura era larga como un túnel la cubríamos con algún gobelino en donde las garzas, que nadaban en punto de cruz de añil, hubieran podido excursionar por el hondo agujero. Si la grieta era como una cueva, le sobreponíamos un plato fino, un listón o dibujos de flores. Hubo un problema con el socavón inferior de la sala; no decidíamos si cubrirlo con un jarrón ming o decorarlo como oportuno nicho o plantarle un pirograbado japonés.

Un mustio corredor que se metía a los cuartos encuadraba la fuente de nuestro palacio. Con justo delirio de grandeza dimos una mano de polvo de mármol al desahuciado cemento de la pila, que no se quedó ni de pórfido ni de jaspe, sino de ruin y altisonante barro. En la parte de atrás, donde otros hubieran puesto gallinas, hicimos un jardín a la americana, con su pasto, su pérgola verde y gran variedad de enredaderas, rosales y cuanto nos permitiera desfogar nuestro complejo residencial.

La casa se veía muy alegre; pero así y todo había duendes. En los excepcionales minutos de silencio ocurrían derrumbes innecesarios, sorprendentes bailoteos de candiles y paredes, o inocentes quebraderos de trastos y cristales. Las primeras veces revisábamos minuciosamente los cuartos, después nos fuimos acostumbrando, y cuando se repetían estos dislates no hacíamos caso.

Las sirvientas inventaron que la culpable era la niña que escondíamos en el ropero: que en las noches su fantasma recorría el vecindario. Corrió la voz y el compromiso de las explicaciones; como todas éramos solteras con bastante buena reputación se puso el caso muy difícil. Fueron tantas las habladurías que la única decente resultó ser la niña del bote a la que siquiera no levantaron calumnias.

Para enterrarla se necesitaba un acta de defunción que ningún médico quiso extender. Mientras tanto la criatura, que llevaba tres años sin cambio de agua, se había sentado en el fondo del frasco definitivamente aburrida. El líquido amarillento le enturbiaba el paisaje.

Decidimos enterrarla en el jardín. Señalamos su tumba con una aureola de mastuerzos y una pequeña cruz como si se tratara de un canario.

Ahora hemos vuelto a mudarnos y no puedo olvidar el prado que encarcela su cuerpecito. Me preocupa saber si existe alguien que cuide el verde Limbo donde habita y si en las tardes todavía la arrullan las palomas.

Cuando contemplo el entrañable estuche que la guardó veinte años, se me nubla el corazón de nostalgia como el de aquellos que conservan una jaula vacía; se me agolpan las tristezas que viví frente a su sueño; reconstruyo mi soledad y descubro que esta niña ligó mi infancia a su muda compañía.



Guadalupe Dueñas (Guadalajara, México, 1920-2002) fue becaria del Centro Mexicano de Escritores (1961-1962). Fue analista de guiones cinematográficos y realizó obras diversas para televisión. Gran parte de su obra ha aparecido en antologías, revistas y suplementos culturales. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, alemán, francés e italiano. Entre sus libros destacan: Las ratas y otros cuentos (1954), Tiene la noche un árbol (1958) y Máscara para un ídolo (1987). Su narrativa materializa mundos que se antojan imposibles en lo ordinario y en los espacios de lo cotidiano. De los más nimio y familiar construye territorios fantásticos, umbrales oníricos o el rostro del horror más silente.

HISTORIA DE MARIQUITA pertenece a Tiene la noche un árbol.

Acá más información y cuentos de Guadalupe Dueñas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

LOS GATOS PERSAS

Sin lugar a dudas, lo mejor que se ha presentado en la 52 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional es la película LOS GATOS PERSAS (No one knows about persian cats) de Bahman Ghobadi (Las tortugas pueden volar).

Se trata de un falso documental que sigue las peripecias de Negar y Ashkan para conseguir músicos para su banda y pasaportes y visas para salir de Irán.

En este viaje por la ciudad de Teherán (capital de Irán), se nos presenta lo que se está haciendo musicalmente y los problemas de represión que lamentablemente los siguen aquejando.

Resulta impactante encontrar tantas similitudes entre Teherán y la ciudad de México: las calles, las personas, las situaciones... Solo el lenguaje nos diferencia.

La represión que se vive en nuestra ciudad no se compara con la de ellos: los encarcelan por llevar mascotas (seres impuros) en el carro, por vender piratería, por hacer ruido (sobretodo si se trata de rock)...

A pesar de que los protagonistas son Negar y Ashkan, el que se lleva la película es Nader (Hamed Behdad): un milusos entrañable que hará hasta lo imposible por realizar el sueño de ese par de talentosos músicos.

Este es el trailer:



Algunas rolas (con todo y escena) de la película:














Aquí la rola principal.

Acá un metal.

Si te late la música, tienes que verla.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA JAULA DE TÍA ENEDINA

LA JAULA DE TÍA ENEDINA
Adela Fernández

Desde que tenía ocho años me mandaban a llevarle la comida a mi tía Enedina, la loca. Según mi madre, enloqueció de soledad. Tía Enedina vivía en el cuarto de trebejos que está al fondo del traspatio. Conforme me acostumbraron a que yo le llevara los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera tenían curiosidad por ella. Yo también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban, y con sumo interés. Era importante para ellos saber cómo iba la engorda; en cambio, a nadie le interesaba que tía Enedina se consumiera poco a poco. Así eran las cosas, así fueron siempre, así me hice hombre, en la diaria tarea de llevarles comida a los animales y a la tía.

Ahora tengo diecinueve años y nada ha cambiado. A la tía nadie la quiere. A mí tampoco porque soy negro. Mi madre nunca me ha dado un beso y mi padre niega que soy hijo suyo. Goyita, la vieja cocinera, es la única que habla conmigo. Ella me dice que mi piel es negra porque nací aquel día del eclipse, cuando todo se puso oscuro y los perros aullaron. Por ella he aprendido a comprender la razón por la que no me quieren. Piensan que al igual que el eclipse, yo le quito la luz a la gente. Goyita es abierta, hablantina y me cuenta muchas cosas, entre ellas, cómo fue que enloqueció mi tía Enedina.

Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio y harapiento tocó a la puerta preguntando por ella. Le auguró que su novio no se presentaría a la iglesia y que para siempre sería una mujer soltera. Compadecido de su futuro le regaló una enorme jaula de latón para que en su vejez se consolara cuidando canarios. Nunca se supo si aquel hombre que se fue sin dar más detalles, era un enviado de Dios o del diablo.

Tal como se lo pronosticó aquel extraño, su prometido sin aclaración alguna desertó de contraer nupcias, y mi tía Enedina bajo el desconcierto y la inútil espera, enloqueció de soledad. Goyita me cuenta que así fueron las cosas y deben de haber sido así. Tía Enedina vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años, yo no he podido llevárselo. En casa a mí no me dan dinero. El pajarero de la plaza no ha querido regalarme uno, y el día que le robé el suyo a doña Ruperta por poco me cuesta la vida. Lo escondí en una caja de zapatos, me descubrieron, y a golpes me obligaron a devolvérselo.

La verdad, a mí me da mucha lástima la tía, y como no he podido llevarle su canario, decidí darle caricias. Entré al cuarto... ella, acostumbrada a la oscuridad, se movía de un lado para otro. Se dio cuenta que su agilidad huidiza fue para mí fascinante. Apenas podía distinguirla, ya subiéndose a los muebles o encaramándose en un montón de periódicos. Parecía una rata gris metiéndose entre la chatarra. Se subía sobre la jaula y se mecía con un balanceo algo más que triste. Era muy semejante a una de esas arañas grandes y zancudas de pancita pequeña y patas largas.

A tientas, entre tumbos y tropezones comencé a perseguirla. Qué difícil me fue atraparla. Estaba sucia y apestosa. Su rostro tenía una gran similitud con la imagen de la Santa Leprosa de la capilla de San Lázaro; huesuda, cadavérica, con un Dios adentro que se gana mediante la conformidad. No fue fácil hacerle el amor. Me enredaba en los hilachos de su vestido de organdí, pero me las arreglé bien para estar con ella. Todo esto a cambio de un canario que por más empeñaba que puse, no podía regalarle.

Después de aquella morosidad, cada vez que llegaba con sus alimentos, sacaba la mano de uñas largas en busca de mi contacto. Llegué a entrar repetidas veces, pero eso comenzó a fastidiarme. Tía Enedina me lastimaba, incrustando en mi piel sus uñas, mordiendo, y sus huesos afilados, puntiagudos se encajaban en mi carne. Así que decidí buscar la manera de darle un canario costara lo que costara.

Han pasado ya tres meses que no entro al cuarto. Le hablo de mi promesa y ella ríe como un ratón, babea y pega de saltos. Me pide alpiste. Posiblemente quiere asegurar el alimento del prometido canario. Todos los días le llevo un poco de ese que compra Goyita para su jilguero.

Ha transcurrido más de un año y lo del canario parece imposible. Me duele comunicarle tal desesperanza, tampoco quiero hacerle de nuevo el amor. Le he propuesto a cambio de caricias y canario, el jilguero de Goyita. Salta, ríe, mueve negativamente la cabeza. Parece no desear más tener un pájaro, sin embargo insiste en los puños diarios de alpiste que le llevo. Cosas de su locura, el dorado de las semillas debe en mucho regocijarla.

Me sentí demasiado solo, tanto que decidí volver a entrar al oscuro aposento de la tía Enedina. Desde aquellos días en que yo le hacía el amor, han pasado ya dos años. A ella la he notado más calmada, puedo decir que vive en mansedumbre. Pensé que ya no me arañaría. Por eso entré, a causa de mi soledad y de haberla notado apacible.

Ya adentro del cuarto, quise hacerle el amor pero ella se encaramó en la jaula. Motivado por mi apetito de caricias, esperé largo rato, tiempo en que me fui acostumbrando a la penumbra. Fue entonces cuando dentro de la jaula, pude ver dos niñitos gemelos, escuálidos, albinos. Tía Enedina los contemplaba con ternura y felizmente, como pájara, les daba el diminuto alimento.

Mis hijos, flacos, dementes, comían alpiste y trinaban....


ADELA FERNÁNDEZ nació en la ciudad de México en 1942. Ha frecuentado el ensayo, la dramaturgia, el guión cinematográfico y el cuento. Es autora de los libros Drogas: ¿paraíso o infierno?, Un viaje sin retorno, Fenomenología del suicidio, Henry Delauney, un pintor impresionista; Dioses prehispánicos, Diccionario ritual de voces nahuas, La cocina mexicana y Mito y seducción en Emilio el Indio Fernández. En 1975 dio a conocer su volumen de cuentos El perro o El hábito por la rosa; en 1986 publicó Duermevelas.

Alejandro Toledo: El hilo del minotauro, cuentistas mexicanos inclasificables; FCE.

lunes, 22 de noviembre de 2010

OSCURA

El pasado 29 de Octubre salió a la venta OSCURA: segunda parte de la Trilogía de la Oscuridad de Guillermo del Toro y Chuck Hogan.

Para leer Oscura no es completamente necesario, aunque sí recomendable, haber leído Nocturna. Poco a poco se nos va recordando, sin ser repetitivo ni pesado, lo que pasó en la primera parte de la historia.

En Nocturna se nos explica detalladamente cómo funcionan los vampiros. Recordemos que éstos no brillan con la luz solar ni cuestionan su inmortalidad. Son como parásitos que solo quieren alimentarse. Por ende, adiós a la belleza y al glamour. También cómo se va propagando la "enfermedad".

En Oscura ya es una epidemia. Estos vampiros/zombies/parásitos están por todas partes. Aquí, además de la visión científica que se explica en Nocturna, el origen de los vampiros tiene una explicación fantástica: existen siete ancianos de los cuáles descienden los demás. Hay nuevos personajes: la mayoría latinos. Y uno les recordará a las películas de luchadores. Esta segunda parte de la historia abarca tres trepidantes semanas que nos llevarán a un final impactante y desolador.

Así inicia:

Extracto del diario de Ephraim Goodweather

Viernes, 26 de noviembre

El mundo tardó apenas sesenta días en desaparecer. Y nosotros fuimos los responsables de ello: nuestras omisiones, nuestra arrogancia...

Cuando la crisis llegó al Congreso para ser analizada, legislada y vetada en última instancia, ya habíamos perdido. la noche les pertenecía a ellos.

Nos dejaron anhelando la luz del día cuando ya no era nuestra...

Todo esto pocos días después de que nuestra "irrefutable de video" se propagara por el mundo, y su veracidad fuera sofocada por el sarcasmo y socarronería. las parodias de Youtube no se hicieron esperar, destrozando cualquier esperanza.

Nuestro video se convirtió en una broma, un juego de palabras de medianoche, éramos todos tan listos. Nos reímos satisfechos, hasta que el atardecer cayó sobre nosotros y nos dimos vuelta para contemplar un vacío inmenso e indiferente.

En toda epidemia, la primera etapa de la respuesta de la población siempre es la negación. La segunda es la búsqueda de culpables.

Todos los fantasmas habituales desfilaron delante de los medios: problemas económicos, los conflictos sociales, la exclusión de las poblaciones marginales, las amenazas terroristas. Buscamos a quién culpar.

Pero al final, solo estábamos nosotros. Todos nosotros. Dejamos que sucediera porque nunca creímos que pudiera suceder. Éramos demasiado inteligentes. Demasiado avanzados y fuertes. Y ahora, la oscuridad es total.

Ya no hay verdades relativas no absolutas; no quedan fundamentos para nuestra existencia. los principios básicos de la biología humana han sido reescritos, y no en el código del ADN, sino en la sangre y en el virus.

Los parásitos y los demonios están por todas partes. Nuestro destino ya no es la descomposición orgánica connatural a la muerte, sino una transformación compleja y brutal. Una plaga. Una transformación diabólica. Nos han robado a nuestros vecinos, nuestros amigos y nuestras familias. Ahora llevan sus rostros, los de nuestros parientes, los de nuestros seres queridos.

Hemos sido expulsados de nuestros hogares. Desterrados de nuestro propio reino, deambulamos por tierras lejanas en busca de un milagro. Nosotros los supervivientes estamos ensangrentados, destrozados, derrotados. Pero no hemos sido corrompidos. No somos Ellos.

Aún no.

Estas palabras no pretenden ser un registro ni una crónica, sino una especie de elegía, la poesía de los fósiles, una evocación del final de la era de la civilización. Los dinosaurios casi no dejaron rastros; solo algunos huesos conservados en ámbar, el contenido de sis estómagos, sus deshechos. Solo espero que nosotros podamos dejar algo más que ellos.

El ritmo, a pesar de sus 417 páginas, sigue siendo fluido. Personajes que se sienten reales, entrañables. Todas las escenas son perfectamente visibles. El lenguaje es sencillo, pero podemos encontrar trazas poéticas y reflexivas. La historia es compacta, sin cabos sueltos. Te engancha desde la primera página y al final querrás más.

Pero lo mejor de esta trilogía es que le quita lo metrosexual y lo adolescente a los vampiros.

En este video, Del Toro comparte los libros que leyó para escribir Nocturna y Oscura:




Aquí pueden leer mi reseña de Nocturna y acá una entrevista a Guillermo Del Toro.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

52 MIC (1)

Comenzó la 52 Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional.



Hasta el momento, estas son las películas que La Rumu y yo hemos visto:

EL EXTRAÑO CASO DE ANGÉLICA: El año pasado, Manoel de Oliveira (director y guionista) nos presentó Excentricidades de una joven rubia que comparte con esta nueva entrega, además del protagonista, la excelente fotografía. Sin embargo, también comparte el ritmo lento y pesado.

HAHAHA: Esta cinta coreana es una plática (entre copas) de dos amigos. Extrañas coincidencias y una crítica divertida a la dinámica familiar y social. Grata sorpresa.

VERANO DE GOLIAT: Empieza como un falso documental que pica la curiosidad para saber quién es y qué hizo Goliat, pero después te pierde y se cae estrepitosamente. Aburrida, pretenciosa... Prescindible.

COPIA FIEL: Juliette Binoche es maravillosa. Diálogos inteligentes, divertidos, reflexivos que transmiten soledad, melancolía. Para ponerse de pie.


LA LEYENDA DEL TÍO BOONMEE: Vidas pasadas, fantasmas, extrañas criaturas... y mucho sueño...


ANTICRISTO: Lo más reciente de Lars Von Trier con Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg. Me encantó. Acá la reseña.

EN UN RINCÓN DEL CORAZÓN: No te dejes engañar por el título ridículo. El original es SOMEWHERE y es lo nuevo de Sofia Coppola. De nuevo los temas que parecen atormentarla: la soledad y la vida banal de los artistas. Muy buena actuación de Stephen Dorff y como plus: un gran soundtrack y un puñado de bellas chicas con poca ropa.

LA MIRADA INVISIBLE: A pesar de vivir con su mamá y abuela, se puede ver la soledad de la protagonista y se entiende su obsesión por un alumno. El problema se presenta cuando el jefe, que representa todos los horrores de la dictadura argentina, se obsesiona con ella. El final es bueno, aunque complaciente.

Aquí pueden saber más de las películas y los horarios.


lunes, 15 de noviembre de 2010

MOISÉS Y GASPAR

MOISÉS Y GASPAR
Amparo Dávila

EL TREN llegó cerca de las seis de la mañana de un día de noviembre húmedo y frío. Y casi no se veía a causa de la niebla. Llevaba yo el cuello del abrigo levantado y el sombrero metido hasta las orejas; sin embargo, la niebla me penetraba hasta los huesos. El departamento de Leónidas se encontraba en un barrio alejado del centro, en el sexto piso de un modesto edificio. Todo: escalera, pasillos, habitaciones, estaba invadido por la niebla. Mientras subía creí que iba llegando a la eternidad, a una eternidad de nieblas y silencio. ¡Leónidas, hermano, ante la puerta de tu departamento me sentí morir de dolor! El año anterior había venido a visitarte, en mis vacaciones de Navidad... "Cenaremos pavo, relleno de aceitunas y castañas, espumoso italiano y frutas secas" me dijiste, radiante de alegría, "¡Moisés, Gaspar, estamos de fiesta!" Fueron días de fiesta todos. Bebimos mucho, platicamos de nuestros padres, de los pasteles de manzana, de las veladas junto al fuego, de la pipa del viejo, de su mirada cabizbaja y ausente que no podríamos olvidar, de los suéteres que mamá nos tejía para los inviernos, de aquella tía materna que enterraba todo su dinero y se moría de hambre, del profesor de matemáticas con sus cuellos muy almidonados y sus corbatas de moño, de las muchachas de la botica que llevábamos al cine los domingos, de aquellas películas que nunca veíamos, de los pañuelos llenos de lipstick que teníamos que tirar en algún basurero... En mi dolor olvidé pedir a la portera que me abriera el departamento de Leónidas. Tuve que despertarla; subió medio dormida, arrastrando los pies. Allí estaban Moisés y Gaspar, pero al verme huyeron despavoridos. La mujer dijo que les había llevado de comer, dos veces al día; sin embargo, ellos me parecieron completamente trasijados.

—Fue horrible, señor Kraus, con estos ojos lo vi, aquí en esta silla, como recostado sobre la mesa. Moisés y Gaspar estaban echados a sus pies. Al principio creí que todos dormían, ¡tan quietos estaban!, pero ya era muy tarde y el señor Leónidas se levantaba temprano y salía a comprar la comida para Moisés y Gaspar. Él comía en el centro, pero a ellos los dejaba siempre comidos; de pronto me di cuenta que...

Preparé un poco de café y esperé tranquilizarme lo suficiente para poder llegar hasta la agencia funeraria. ¡Leónidas, Leónidas, cómo era posible que tú, el vigoroso Leónidas estuvieras inmóvil en una fría gaveta del refrigerador...!

A las cuatro de la tarde fue el entierro. Llovía y el frío era intenso. Todo estaba gris, y sólo cortaban esa monotonía los paraguas y los sombreros negros; las gabardinas y los rostros se borraban entre la niebla y la lluvia. Asistieron bastantes personas al entierro, tal vez, los compañeros de trabajo de Leónidas y algunos amigos. Yo me movía en el más amargo de los sueños. Deseaba pasar de golpe a otro día, despertar sin aquel nudo en la garganta y aquel desgarramiento tan profundo que embotaba mi mente por completo. Un viejo sacerdote pronunció una oración y bendijo la sepultura. Después alguien, que no conocía, me ofreció un cigarrillo y me tomó del brazo con familiaridad, expresándome sus condolencias. Salimos del cementerio. Allí quedaba para siempre Leónidas.

Caminé solo, sin rumbo, bajo la lluvia persistente y monótona. Sin esperanza, mutilado del alma. Con Leónidas se había ido la única dicha, el único gran afecto que me ligaba a la tierra. Inseparables desde niños, la guerra nos alejó durante varios años. Encontrarnos, después de la lucha y la soledad, constituyó la mayor alegría de nuestra vida. Ya sólo quedábamos los dos; sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta que debíamos vivir cada uno por su lado y así lo hicimos. Durante aquellos años habíamos adquirido costumbres propias, hábitos e independencia absoluta. Leónidas encontró un puesto de cajero en un banco; yo me empleé de contador en una compañía de seguros. Durante la semana, cada quien vivía dedicado a su trabajo o a su soledad; pero los domingos los pasábamos siempre juntos: ¡Éramos tan felices entonces! Puedo asegurar que los dos esperábamos la llegada de ese día.

Algún tiempo después transladaron a Leónidas a otra ciudad. Pudo renunciar y buscarse otro trabajo. Él, sin embargo, aceptaba siempre las cosas con ejemplar serenidad, "es inútil resistirse, podemos dar mil vueltas y llegar siempre al punto de partida..." "Hemos sido muy felices, algo tenía que surgir, la felicidad cobra tributo..." Ésta era la filosofía, de Leónidas y la tomaba sin violencia ni rebeldía... "Hay cosas contra las que no se puede luchar, querido José..."

Leónidas partió. Durante algún tiempo fue demasiado duro soportar la ausencia; después comenzamos lentamente a organizar nuestra soledad. Una o dos veces por mes nos escribíamos. Pasaba mis vacaciones a su lado y él iba a verme en las suyas. Así transcurría nuestra vida...

Era de noche cuando volví al departamento de Leónidas. El frío era más intenso y la lluvia seguía. Llevaba yo bajo el brazo una botella de ron, comprada en una tienda que encontré abierta. El departamento estaba completamente oscuro y congelado. Entré tropezando con todo, encendí la luz y conecté la calefacción. Destapé la botella nerviosamente, con manos temblorosas y torpes. Allí, en la mesa, en el último sitio que ocupó Leónidas, me senté a beber, a desahogar mi pena. Por lo menos estaba solo y no tenía que detener o disimular mi dolor ante nadie; podía llorar, gritar y... De pronto sentí unos ojos detrás de mí, salté de la silla y me di vuelta; allí estaban Moisés y Gaspar. Me había olvidado por completo de su existencia, pero allí estaban mirándome fijamente, no sabría decir si con hostilidad o desconfianza, pero con mirada terrible. No supe qué decirles en aquel momento. Me sentía totalmente vacío y ausente, como fuera de mí, sin poder pensar en nada. Además, no sabía hasta qué punto entendían las cosas... Seguí bebiendo... Entonces me di cuenta de que los dos lloraban silenciosamente. Las lágrimas rociaban de sus ojos y caían al suelo, sin una mueca, sin un grito. Hacia la media noche hice café y les preparé un poco de comida. No probaron bocado, seguían llorando desoladamente...

Leónidas había arreglado todas sus cosas. Quizá quemó sus papeles, pues no encontré uno solo en el departamento. Según supe, vendió los muebles pretextando un viaje; los iban a recoger al día siguiente. La ropa y demás objetos personales estaban cuidadosamente empacados en dos baúles con etiquetas a nombre mío. Los ahorros y el dinero que le pagaron por los muebles los había depositado en el banco, también a mi nombre. Todo estaba en orden. Sólo me dejó encomendados su entierro y la tutela de Moisés y de Gaspar.

Cerca de las cuatro de la mañana partimos para la estación del ferrocarril: nuestro tren salía a las cinco y cuarto. Moisés y Gaspar tuvieron que viajar, con grandes muestras de disgusto, en el carro de equipajes, pues por ningún precio fueron admitidos en los de pasajeros. ¡Qué penoso viaje! Yo estaba acabado física y moralmente. Llevaba cuatro días y cuatro noches sin dormir ni descansar, desde que llegó el telegrama, con la noticia de la muerte de Leónidas. Traté de dormir durante el viaje; sólo a ratos lo conseguí. En las estaciones en que el tren se detenía más tiempo, iba a informarme cómo estaban Moisés y Gaspar y si querían comer algo. Su vista me hacía daño. Parecían recriminarme por su situación... "Yo no tuve la culpa, ustedes lo saben bien" les repetía cada vez, pero ellos no podían o no querían entender. Me iba a resultar muy difícil vivir en su compañía, nunca me simpatizaron, me sentía incómodo en su presencia, como vigilado por ellos. ¡Qué desagradable fue encontrarlos en casa de Leónidas el verano anterior! Leónidas eludía mis preguntas acerca de ellos y me suplicaba en los mejores términos que los quisiera y soportara. "Son tan dignos de cariño estos infelices", me decía. Esa vez mis vacaciones fueron fatigosas y violentas, no obstante que el solo hecho de ver a Leónidas me llenaba de dicha. Él ya no fue más a verme, pues no podía dejar solos a Moisés y a Gaspar. Al año siguiente, la última vez que estuve con Leónidas, todo transcurrió con más normalidad. No me agradaban ni me agradarían nunca, pero no me causaban ya tanto malestar. Nunca supe cómo llegaron a vivir con Leónidas... Ahora estaban conmigo, por legado, por herencia de mi inolvidable Leónidas.

Después de las once de la noche llegamos a mi casa. El tren se había retrasado más de cuatro horas. Los tres estábamos realmente deshechos. Sólo pude ofrecer fruta y un poco de queso a Moisés y a Gaspar. Comieron sin entusiasmo, mirándome con recelo. Les tiré unas mantas en la estancia para que durmieran. Yo me encerré en mi cuarto y tomé un narcótico.

El día siguiente era domingo y eso me salvaba de ir a trabajar. Por otro lado no hubiera podido hacerlo. Tenía la intención de dormir hasta tarde; pero tan pronto como hubo luz, comencé a oír ruido. Eran ellos que ya se habían levantado y caminaban de un lado a otro del departamento. Llegaban hasta mi cuarto y se detenían pegándose a la puerta, como tratando de ver a través de la cerradura o, tal vez, sólo queriendo escuchar mi respiración para saber si aún dormía. Entonces recordé que Leónidas les daba el desayuno a las siete de la mañana. Tuve que levantarme y salir a buscarles comida.

¡Qué duros y difíciles fueron los días que siguieron a la llegada de Moisés y de Gaspar a mi casa! Yo acostumbraba levantarme un poco antes de las ocho, a prepararme un café y a salir para la oficina a las ocho y media, pues el autobús tardaba media hora en llegar y mi trabajo empezaba a las nueve. Con la llegada de Moisés y de Gaspar toda mi vida se desarregló. Tenía que levantarme a las seis para ir a comprar la leche y las demás provisiones; luego preparar el desayuno que tomaban a las siete en punto, según su costumbre. Si me demoraba, se enfurecían, lo cual me causaba miedo, por no saber hasta qué extremos podía llegar su cólera. Diariamente tenía que arreglar el departamento, pues desde que estaban ellos allí, todo se encontraba fuera de su lugar.

Pero lo que más me torturaba era su dolor desesperado. Aquel buscar a Leónidas y esperarlo acechando las puertas. A veces, cuando regresaba yo del trabajo, corrían a recibirme jubilosos; pero al descubrirme, ponían tal cara de desengaño y sufrimiento que yo rompía a llorar junto con ellos. Esto era lo único que compartíamos. Hubo días en que casi no se levantaban; se pasaban las horas tirados, sin ánimo ni interés por nada. Me hubiera gustado saber qué pensaban entonces. En realidad nada les expliqué cuando fui a recogerlos. No sé si Leónidas les había dicho algo, o si ellos lo sabían...

Hacía cerca de un mes que Moisés y Gaspar vivían conmigo cuando advertí el grave problema que iban a constituir en mi vida. Tenía, desde varios años atrás, una relación amorosa con la cajera de un restaurante donde acostumbraba comer. Nuestra amistad empezó de una manera sencilla, pues yo no era del tipo de hombre que corteja a una mujer. Yo necesitaba simplemente una mujer y Susy solucionó ese problema. Al principio sólo nos veíamos de tiempo en tiempo. A veces pasaba un mes o dos, en que únicamente nos saludábamos en el restaurante, con una inclinación de cabeza, como simples conocidos. Yo vivía tranquilo por algún tiempo, sin pensar en ella, pero de pronto reaparecían en mí viejos y conocidos síntomas de nerviosidad, cóleras repentinas y melancolía. Entonces buscaba a Susy y todo volvía a su estado normal. Después, y casi por costumbre, las visitas de Susy ocurrían una vez por semana. Cuando iba a pagar la cuenta de la comida, le decía: "Esta noche, Susy." Si ella estaba libre, pues tenía otros compromisos, me contestaba, "será esta noche" o bien, "esta noche no, mañana si está usted de acuerdo". Los demás compromisos de Susy no me inquietaban; nada debía uno al otro ni nada nos pertenecía totalmente. Susy, entrada en años y en carnes, distaba mucho de ser una belleza; sin embargo, olía bien y usaba siempre ropa interior de seda con encajes, lo cual influía notablemente en mi ánimo. Jamás he recordado uno solo de sus vestidos, pero sí sus combinaciones ligeras. Nunca hablábamos al hacer el amor; parecía que los dos estábamos muy dentro de nosotros mismos. Al despedirse le daba algún dinero, "es usted muy generoso", decía satisfecha; pero, fuera de este acostumbrado obsequio, nunca me pedía nada. La muerte de Leónidas interrumpió nuestra rutinaria relación. Pasó más de un mes antes de que buscara a Susy Había vivido todo ese tiempo entregado al dolor más desesperado, sólo compartido con Moisés y con Gaspar, tan extraños a mí como yo a ellos. Esa noche esperé a Susy en la esquina del restaurante, según costumbre, y subimos al departamento. Todo lo que sucedió fue tan rápido que me costó trabajo entenderlo. Cuando Susy iba a entrar al dormitorio descubrió a Moisés y a Gaspar que estaban arrinconados y temerosos detrás del sofá. Susy palideció de tal modo que creí que iba a desmayarse, después gritó como una loca y se precipitó escaleras abajo. Corrí tras ella y fue muy difícil calmarla. Después de aquel infortunado accidente, Susy no volvió más a mi departamento. Cuando quería verla, era preciso alquilar una habitación en cualquier hotel, lo cual desnivelaba mi presupuesto y me molestaba.

Este incidente con Susy fue sólo el principio de una serie de calamidades...

—Señor Kraus —me dijo un día el portero del edificio—, todos los inquilinos han venido a quejarse por el insoportable ruido que se origina en su departamento tan pronto como sale usted para la oficina. Le suplico ponga remedio, pues hay personas como la señorita X, el señor A, que trabajan de noche y necesitan dormir durante el día.

Aquello me desconcertó y no supe qué pensar. Agobiados como estaban Moisés y Gaspar, por la pérdida de su amo, vivían silenciosos. Por lo menos así estaban mientras yo permanecía en el departamento. Como los veía tan desmejorados y decaídos no les dije nada: me parecía cruel; además, yo no tenía pruebas contra ellos...

—Me apena volver con el mismo asunto, pero la cosa es ya insoportable —me dijo a los pocos días el portero—; tan pronto sale usted, comienzan a aventar al suelo los trastos de la cocina, tiran las sillas, mueven las camas y todos los muebles. Y los gritos, los gritos, señor Kraus, son espantosos; no podemos más, y esto dura todo el día hasta que usted regresa.

Decidí investigar. Pedí permiso en la oficina para salir un rato. Llegué al mediodía. El portero y todos tenían razón. El edificio parecía venirse abajo con el ruido tan insoportable que salía de mi departamento. Abrí la puerta, Moisés estaba parado sobre la estufa y desde allí bombardeaba con cacerolas a Gaspar, quien corría para librarse de los proyectiles gritando y riéndose como loco. Tan entusiasmados estaban en su juego que no se dieron cuenta de mi presencia, Las sillas estaban tiradas, las almohadas botadas sobre la mesa, en el piso... Cuando me vieron quedaron como paralizados.

—Es increíble lo que veo, —les grité encolerizado—. He recibido las quejas de todos los vecinos y me negué a creerlos. Son ustedes unos ingratos. Pagan mal mi hospitalidad y no conservan ningún recuerdo de su amo. Su muerte es cosa pasada, tan lejana que ya no les duele, sólo el juego les importa. ¡Pequeños malvados, pequeños ingratos...!

Cuando terminé, me di cuenta de que estaban tirados en el suelo deshechos en llanto. Así los dejé y regresé a la oficina. Me sentí mal durante todo el día. Cuando volví por la tarde, la casa estaba en orden y ellos refugiados en el closet. Experimenté entonces terribles remordimientos, sentí que había sido demasiado cruel con aquellos pobres seres. Tal vez, pensaba, no saben que Leónidas jamás volverá, tal vez creen que sólo ha salido de viaje y que un día regresará y, a medida que su esperanza aumenta, su dolor disminuye. Yo he destruido su única alegría... Pero mis remordimientos terminaron pronto; al día siguiente supe que todo había sucedido de la misma manera: el ruido, los gritos...

Entonces me pidieron el departamento por orden judicial y empezó aquel ir de un lado a otro. Un mes aquí, otro allá, otro... Aquella noche yo me sentía terriblemente cansado y deprimido por la serie de calamidades que me agobiaban. Teníamos un pequeño departamento que se componía de una reducida estancia, la cocina, el baño y una recámara. Decidí acostarme. Cuando entré en el cuarto, vi que ellos estaban dormidos en mi cama. Entonces recordé... La última vez que visité a Leónidas, la misma noche de mi llegada, me di cuenta que mi hermano estaba improvisando dos camas en la estancia... "Moisés y Gaspar duermen en la recámara, tendremos que acomodarnos aquí", me dijo Leónidas bastante cohibido. Yo no entendí entonces cómo era posible que Leónidas hiciera la voluntad de aquellos miserables. Ahora lo sabía... Desde ese día ocuparon mi casa y yo no pude hacer nada para evitarlo.

Nunca tuve intimidad con los vecinos por parecerme muy fatigoso. Prefería mi soledad, mi independencia; sin embargo, nos saludábamos al encontrarnos en la escalera, en los pasillos, en la calle... Con la llegada de Moisés y de Gaspar las cosas cambiaron. En todos los departamentos que en tan corto tiempo recorrimos, los vecinos me cobraron un odio feroz. Llegó un momento en que tenía yo miedo de entrar en el edificio o salir de mi departamento. Cuando regresaba tarde por la noche, después de haber estado con Susy, temía ser agredido. Oía las puertas que se abrían cuando pasaba, o pisadas detrás de mí, furtivas, silenciosas, alguna respiración... Cuando por fin entraba en mi departamento lo hacía bañado en sudor frío y temblando de pies a cabeza.

Al poco tiempo tuve que abandonar mi empleo, temía que si los dejaba solos podían matarlos. ¡Había tanto odio en los ojos de todos! Resultaba fácil forzar la puerta del departamento o, tal vez, el mismo portero les podría abrir; él también los odiaba. Dejé el trabajo y sólo me quedaron, como fuente de ingresos, los libros que acostumbraba llevar en casa, pequeñas cuentas que me dejaban una cantidad mínima, con la cual no podía vivir. Salía muy temprano, casi oscuro, a comprar los alimentos que yo mismo preparaba. No volvía a la calle sino cuando iba a entregar o a recoger algún libro, y esto, de prisa, casi corriendo, para no tardar. No volví a ver a Susy por falta de dinero y de tiempo. Yo no podía dejarlos solos ni de día ni de noche y ella jamás accedería a volver al departamento. Comencé a gastar poco a poco mis ahorros; después, el dinero que Leónidas me legó. Lo que ganaba era una miseria, no alcanzaba ni para comer, menos aún para mudarse constantemente de un lado a otro. Entonces tomé la decisión de partir.

Con el dinero que aún me quedaba compré una pequeña y vieja finca que encontré fuera de la ciudad y unos cuantos e indispensables muebles. Era una casa aislada y semiderruida. Allí viviríamos los tres, lejos de todos, pero a salvo de las acechanzas, estrechamente unidos por un lazo invisible, por un odio descarnado y frío y por un designio indescifrable.

Todo está listo para la partida, todo, o más bien lo poco que hay que llevar. Moisés y Gaspar esperan también el momento de la marcha. Lo sé por su nerviosidad. Creo que están satisfechos. Les brillan los ojos. ¡Si pudiera saber lo que piensan...!. Pero no, me asusta la posibilidad de hundirme en el sombrío misterio de su ser. Se me acercan silenciosamente, como tratando de olfatear mi estado de ánimo o, tal vez, queriendo conocer mi pensamiento. Pero yo sé que ellos lo sienten, deben sentirlo por el júbilo que muestran, por el aire de triunfo que los invade cuando yo anhelo su destrucción. Y ellos saben que no puedo, que nunca podré llevar a cabo mi más ardiente deseo. Por eso gozan... ¡Cuántas veces los habría matado si hubiera estado en libertad de hacerlo! ¡Leónidas, Leónidas, ni siquiera puedo juzgar tu decisión! Me querías, sin duda, como yo te quise, pero con tu muerte y tu legado has deshecho mi vida. No quiero pensar ni creer que me condenaste fríamente o que decidiste mi ruina. No, sé que es algo más fuerte que nosotros. No te culpo, Leónidas: si lo hiciste fue porque así tenía que ser... "Podríamos haber dado mil vueltas y llegar siempre al punto de partida..."


Este cuento lo pueden encontrar aquí:


O aquí (que es una edición reducida del anterior):


O en esta edición de lujo que reúne todos sus cuentos:


A pesar de tener el antes mencionado y otros libros más, tuve que comprar (ayer y a un precio irrisorio) el de Tiempo destrozado y Música concreta: viene dedicado y firmado por la propia Amparo Dávila.


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