lunes, 2 de marzo de 2015

NIÑOS TERRIBLES

Texto que la muy querida y admirada Beatriz Álvarez Klein leyó en la presentación de Los niños de Arkham y otros cuentos extraños:


Niños terribles pueblan el México de nuestros días.

No me refiero, claro está, a los niños que figuran, aquí y allá, en las páginas de los diarios. Los niños de los que hablo –de los que habla Miguel Antonio Lupián en el libro que hoy tengo el honor de presentar– aparecen en nuestro mundo cotidiano con la fuerza del destino inexorable, como avatares que señalan los rumbos de un futuro cada día más cercano.

Si he de proponerme encuadrar este libro –aunque lo del cuadrado no le va, pues responde más bien a una geometría no euclidiana– tras de haberlo leído y releído, reflexiono sobre el concepto de movimiento literario. Si por éste entendemos una tendencia que reúne a escritores que comparten un estilo o un objetivo común y que se circunscribe a una época específica y, a veces también (pero no siempre) a un lugar determinado, tendríamos que inventarnos el concepto de “metamovimiento” para designar un gran movimiento que se manifiesta en forma de espiral en diversos momentos de la historia, a través de los cuales se va fortaleciendo ese objetivo común. Así, por ejemplo, podemos decir que un metamovimiento surge, por primera vez de manera reconocible, en las etapas tardías de la cultura egipcia, en la época helenística, en la época de plata de Roma, en el Renacimiento, en el Barroco, en el Romanticismo, en el Decadentismo y el Simbolismo hacia finales del siglo XIX y principios del XX, en las vanguardias del siglo XX, en los años 1960 y la primera mitad de los 1970, y ahora mismo lo vemos revolver el fondo de las ciénagas, de los océanos, de los pozos profundos,  para dejar por instantes que asomen sobre la superficie algún tentáculo.

Estos momentos se alternan con otros en que la atemorizada humanidad busca refugio en un ideal de la norma, la austeridad espartana, la línea recta. Pero esos no son los que nos interesan: dirigimos nuestra mirada hacia aquel metamovimiento de lo insólito, de las profundidades del inconsciente, de las líneas curvas, pues es ése el que resguarda la sabiduría antigua, el que explora los vasos comunicantes entre ésta última y las profundidades de nuestra mente y de nuestra alma. Podemos decir, entonces, que el cultivo de este metamovimiento es un sacerdocio en el sentido más panteísta del término, reconocible en la presencia de una serie de motivos, así como en alusiones a los predecesores.

A este linaje pertenece Miguel Antonio Lupián. Están en esta obra no sólo las francas alusiones a la obra de Howard Phillips Lovecraft y sus seguidores, como en el relato que da título al libro, sino también a otros sacerdotes de la palabra como Arthur Symons, Ambrose Bierce, Algernon Blackwood, Jorge Luis Borges y Emiliano González. Por cierto que también hallamos una alusión llena de irónico humor lovecraftiano a la austera obra de Juan Rulfo.

Y más allá de las alusiones mencionadas, decimos que Miguel Antonio se inserta por derecho propio y pleno en el movimiento de vanguardia derivado del simbolismo, y no lo hace desde la nostalgia sino, justamente, desde la postura de quien mantiene la llama viva agregando leños nuevos.

En Los niños de Arkham hay puertas que comunican dimensiones diversas, realidades paralelas, tiempos que se cruzan; pozos cuyo fondo –si lo tienen– se encuentra mucho más allá de los mantos freáticos. Hay también encuentros con el doble que nos indica la ubicación de alguna de esas puertas, con el doble nos tienta a salir de nuestro mundo, que usurpa nuestra vida, que es a la vez otro y el mismo, en ambientes de ciencia ficción o en escenas que nos recuerdan el mundo del sueño de Giorgio de Chirico o de René Magritte. Hay deseos que se cumplen para horror nuestro. Hay realidades ambiguas que dejan entrever otras monstruosas y absolutas, realidades que están al filo entre la locura y lo sobrenatural; pero también hay paraísos detrás de una cortina en una casa de pueblo o visibles desde una ventana abierta.

Y sobre todo, hay niños y hay niñez. Los niños se tornan herederos, a veces ilegítimos, del porvenir, juegan a ocultarse como criaturas de Innsmouth para tomar posesión de ese mundo que ha dejado de ser de nosotros para volverse suyo. Y también hay la mirada de la infancia, con su canal abierto a ese punto en el que las profundidades del inconsciente son también las profundidades del ultramundo; esa mirada a un tiempo inocente y propia del perverso polimorfo, para quien toda experiencia es fresca y por lo mismo, sorprendente.  

Resultado de un evidente dominio de la narrativa, los relatos que integran este libro nos llevan así de sorpresa en sorpresa. Nada es lo que parece. Los personajes que vemos en las calles en el día a día desempeñan en realidad una misión críptica en un orden universal del todo ajeno a nuestra comprensión: el librero de viejo, el taxista, la persona que sufre un accidente en la vía por la que vamos transitando. Miguel Antonio nos muestra las señales de otros mundos que están presentes en el nuestro, visibles sólo al ojo adiestrado en el arte de reconocerlas. De este modo, actos sumamente cotidianos, casi nimios, como bajarse de un auto varado en el tráfico para orinar cerca del borde de la carretera, o comprar un libro viejo por una suma irrisoria, adoptan dimensiones cósmicas, bíblicas o, las más de las veces, necronómicas.

Como nos lo muestra aquí Miguel Antonio, el acto de escribir y el acto de leer son la chispa que mantiene vivo el fuego sagrado en el ara de la literatura fantástica y transmite inexorable un linaje de vida. La palabra escrita llama, busca y encuentra a su destinatario; los libros, objetos alquímicos, mágicos, cobran vida “como cangrejos en una cubeta” y marcan nuevos eones, alterando el sino planetario.

Ante el nacimiento de este nuevo libro de Miguel Antonio Lupián, no puedo menos que dirigir a ustedes esta tarde una advertencia que es a la vez un reto, una invitación a la audacia: ten cuidado de lo que lees, porque puedes despertar realidades que duermen desde el inicio mismo de los tiempos.

Muchas gracias.

Beatriz Álvarez Klein



Aquí pueden leer el texto de la maravillosa Iliana Vargas.

Y aquí pueden conseguir el libro.