domingo, 31 de mayo de 2009

DR. HOUSE


Sin lugar a dudas, el mejor personaje actual de todas las series es Dr. House, quién es interpretado magistralmente por Hugh Laurie.
House es un personaje complejo, tridimensional, traumado, deprimido, sarcástico, inteligente...
Hugh aporta sus dotes de cómico y de músico para darle todavía más fuerza al personaje.
Aunque no lo crean (por el acento), Hugh es inglés.
No se lo pierdan los jueves a las 9:00pm por Universal channel.


Y ahora, algo de cuando era más jóven en su natal Inglaterra:



Hasta la revista El Chamuco recurrió a él para su portada

viernes, 29 de mayo de 2009

PORTADAS FANTÁSTICAS 02

El grupo australiano WOLFMOTHER (nuevo disco a la vista) recurrió al trabajo del artista Frank Frazetta para la portada de su álbum debut homónimo y de todos lo sencillos que lo acompañaron.

Frazetta es un pintor e ilustrador neoyorkino cuyos diseños marcaron época en series como Conan, Mad Max y Vampirella.

Para la portada del disco, el grupo eligió "The sea witch"

Para las portadas de los sencillos de este gran disco también recurrieron al arte de Frazetta:







http://www.wolfmother.com/
http://www.frazettaartgallery.com/

jueves, 28 de mayo de 2009

ROCKDRIGO 03

Ahora es el turno de uno de los cuentos cortos del gran Rockdrigo González:

AZAR

El conteo llegó al final y la nave salió como sacudiéndose el humo; los dedos petrificados en los botones y se enmudecían los ojos que se estacionaban en la larga pantalla de la expectativa; las calles permanecían silenciosas, solamente se oía el sonido de las televisiones y de perros perdidos. Pudiera ser que algún extraño rasguño del azar desequilibrara el navegante mecánico, pero todo había estado tan bien calculado y medido que no se temía por ninguna historia de llantos o asombro. Los botones se prendían y apagaban y diversos sonidos se confundían con esa extrañeza de ver las nubes, en su proceso de formación en el fluido paso del día a la noche. “Había algo que no estaba bien” pensaba extrañado el número 1 mientras los botones continuaban su golpeteo. El número 3 empezó a sentirse confundido e irreal.

Se observaron desesperados, no entendiendo por qué aún no salían de la atmósfera, allá con las estrellas; mirando hacia abajo, vieron con incredulidad cómo se transformaba la base en su desarrollo arquitectónico, hasta irse yendo, hasta que no había nada, tan sólo la vigilante selva; entonces empezaron a preguntarse qué pasaba, moviendo las manos como tratando de agarrar el tiempo.

En su eterno rodar, el planeta dejaba estupefactos a los plateados astronautas, quienes desde ese extraño lugar, incomprensible a su mente, veían la reversión de la edad madura a la nada de las culturas y civilizaciones, de todas las formas vivientes y colores exhaustos de lo incomprensible. Los astronautas se fueron en una nube de imaginaciones y, así, silencioso el número 2 escribía unos recuerdos del loco del callejón número 6, ya era algo de dar miedo, decía con perezosos movimientos el número 1. Estaban llegando a la época en que comenzaba la vida y los pensamientos pálidos dibujaban sus rostros de olores y lejanos infinitos sin regreso; el número 2 empezó a deletrear algo, cuando el planeta era apenas una masa informe de fuego y explosiones de gases y sustancias líquidas; como los pensamientos del número 2, que sólo sonreía impasible e indiferente entre aparatos de oxígeno y los marcadores sin sentido. El número 2 leía acerca de que en una historia de su pasado, alguien le había hablado, en una noche de galaxias y diamantes, sobre incomprensibles ranuras en el tiempo y el espacio que llevaban a leyendas sin regreso y olvido.

Las explosiones de los elementos y formas en el espacio, alumbraban la cara de los astronautas que, como queriendo recordar los festejos terrestres, no miraban a ninguna parte, sólo fue, en ese momento indiferente en que el universo desapareció, cuando el número 1, resbalando una lágrima, se dio cuenta de que jamás volvería ese tiempo inexistente, que seguirían regresando sin detenerse, en esa cápsula de sueños y olvidos, mientras que en algún lugar del tiempo, cantaban las aves sencillas melodías, sonriendo la gente, con pequeñas historias de valles y brisas marinas.

UN AÑO

Las situaciones no se superan, se aprende a vivir con ellas.


Hace exactamente un año, me accidenté en la carretera Chihuahua-Durango...







Y aquí sigo, buscando las respuestas de miles de preguntas...

miércoles, 27 de mayo de 2009

TITO & TARANTULA

Su fundador, Tito Larriva, nació en Ciudad Juárez, pero ha vivido en Alaska, El Paso y Los Angeles. Cobraron fama por escribir la música de las películas de Robert Rodriguez Desperado y Del crepúsculo al amanecer (from dusk till dawn).

Han editado los siguientes discos:
*TARANTISM 1997
*HUNGRY SALLY & OTHER KILLER LULLABIES 1999
*LITTLE BITCH 2004
*ANDALUCIA 2006
*BACK INTO THE DARKNESS 2008

Hicieron un disco completamente en español, Santa sangre, pero bajo el nombre de Psychotic Aztecs.

Actualmente Tito & Tarantula son: Alfredo Ortiz, Steven Medina, Tito Larriva y Caroline Rippy (izq. a der.)

El siguiente video es extraído de la gran película Del crepúsculo al amanecer, cuyo elenco incluye a George Clooney, Quentin Tarantino, Harvey Keitel, Juliette Lewis (cuyo grupo, Juliette and the licks, es buenísimo), Cheech Marin ...
La escena pasó a la historia por el sensual baile de Salma Hayek. Los que están tocando vestidos de mariachis en el mítico Titty Twister, son Tito & Tarantula






Más información de la banda en: http://www.titoandtarantula.com/


AMPARO DÁVILA 03

Otro cuento de Amparo Dávila.
¡Buen provecho!

ALTA COCINA

CUANDO oigo la lluvia golpear en las ventanas vuelvo a escuchar sus gritos. Aquellos gritos que se me pegaban a la piel como si fueran ventosas. Subían de tono a medida que la olla se calentaba y el agua empezaba a hervir. También veo sus ojos, unas pequeñas cuentas negras que se les salían de las órbitas cuando se estaban cociendo.
Nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre la hierba húmeda. De allí los arrancaban para venderlos, y los vendían bien caros. A tres por cinco centavos regularmente y, cuando había muchos, a quince centavos la docena.
En mi casa se compraban dos pesos cada semana, por ser el platillo obligado de los domingos y, con más frecuencia, si había invitados a comer. Con este guiso mi familia agasajaba a las visitas distinguidas o a las muy apreciadas. "No se pueden comer mejor preparados en ningún otro sitio", solía decir mi madre, llena de orgullo, cuando elogiaban el platillo.
Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía atizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara. Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruido de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente. Yo pasaba todo ese tiempo encerrado en mi cuarto con la almohada sobre la cabeza, pero aun así los oía. Cuando despertaba, a medianoche, volvía a escucharlos. Nunca supe si aún estaban vivos, o si sus gritos se habían quedado dentro de mí, en mi cabeza, en mis oídos, fuera y dentro, martillando, desgarrando todo mi ser.
A veces veía cientos de pequeños ojos pegados al cristal goteante de las ventanas. Cientos de ojos redondos y negros. Ojos brillantes, húmedos de llanto, que imploraban misericordia. Pero no había misericordia en aquella casa. Nadie se conmovía ante aquella crueldad. Sus ojos y sus gritos me seguían y, me siguen aún, a todas partes.
Algunas veces me mandaron a comprarlos; yo siempre regresaba sin ellos asegurando que no había encontrado nada. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera. Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa.
Su preparación resultaba ser una cosa muy complicada y tomaba tiempo. Primero los colocaba en un cajón con pasto y les daban una hierba rara qua ellos comían, al parecer con mucho agrado, y que les servía de purgante. Allí pasaban un día. Al siguiente los bañaban cuidadosamente para no lastimarlos, los secaban y los metían en la olla llena de agua fría, hierbas de olor y especias, vinagre y sal.
Cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar, a chillar... Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas...
Aquella vez, la última que estuve en mi casa, el banquete fue largo y paladeado.

martes, 26 de mayo de 2009

ARTE FANTÁSTICO - H.R. GIGER

Hans Ruedi Giger es un artista gráfico y escultor nacido el 5 de Febrero de 1940 en Coira, Suiza. Reconocido por diseñar la criatura y algunos escenarios de Alien y Especies. Ha utilizado mayormente el aerógrafo creando imágenes surrealistas y paisajes de pesadilla. Destaca también su mezcla de representaciones de cuerpos humanos mezclados con máquinas, descritas por él como Biomechanical. Estas imágenes contienen un alto grado de fetichismo a la vez que añade simbología sexual un tanto subliminal.
Sus diseños han sido utilizados en portadas de discos y de libros (acertadamente EDAF utilizó sus pinturas para las portadas de la colección Lovecraft). Ibañez tiene una línea de guitarras con sus diseños y el pedestal del micrófono de Jonathan Davis (Korn) también fue diseñado por Giger.



Birthmachine



Female magician


Landscape XIV


Alien


Más información en: www.hrgiger.com

MARTES $19

En esta ocasión les recomendaré algunas películas francesas:






Le pacte des loups (pacto con lobos) es una gran cinta dirigida por Christophe Gans y protagonizada por Vincent Cassel, Samuel Le Bhan y la bellísima Monica Bellucci. Esta película tiene todo lo que uno desea ver: acción, suspenso, fantasía...







Haute tension (el despertar del miedo) es dirigida por Alexandre Aja ( el despertar del diablo, espejos siniestros). Una de mis películas favoritas de terror de todos los tiempos. Excelente historia llena de gore.





Hablada en francés, inglés y español. Así de creativas son las películas de Michel Gondry (eterno resplandor de una mente sin recuerdos, originalmente piratas). Gael García Bernal simplemente está perfecto. Te hará viajar...






Cinta dirigida por Jan Kounen. Cassel, Bellucci... Acción al máximo, sangre, sexo, adrenalina y humor. Si te gustan las películas de Tarantino, te encantará.



A pesar de que tanto el director, Giusseppe Tornatore (cinema paradiso) y todo el crew son italianos, está hablada en francés. Una simple formalidad es una película extraordinaria. Actuaciones memorables de Gérard Depardieu y de Roman Polansky, del cuál me llevé una grata impresión, ya que sólo conocía su trabajo como director (el pianista). Excelente música de Ennio Morricone (el bueno, el malo y el feo). Genial historia... Simplemente tienen que verla

lunes, 25 de mayo de 2009

NEXT

Me duele el cuello de tanto headbangear y ando ronco por gritar las canciones del grupazo Next que se presentó ayer en una "tocada" al sur de la ciudad. (a media cuadra de su casa)


El grupo NEXT se integra en la ciudad de México en Agosto de 1985. En 1986 graban su primer disco "Invasión Nuclear". En 1989 el grupo graba su segundo disco "Silencio Nocturno". En 1990 el grupo firma contrato con discos y cintas Denver, y en 1991 el grupo graba su tercer disco "Pelea o Muere". En 1992 se graba el Álbum "Metal Mexicano en vivo" en el teatro Isabela Corona en México, D.F. En 1993 el grupo graba durante su presentación en la Preparatoria Popular Fresno su segundo disco en vivo titulado "NEXT en concierto". En 1994 NEXT graba su cuarto disco en estudio "...Y los restos". En 1996 Se edita el quinto disco titulado "MCMXCVI D.C." En el 2000, después de 14 años de carrera ininterrumpida, el grupo decide retirarse temporalmente de la escena para tomar un descanso. En el año de 2004 el grupo NEXT graba un disco con lo más representativo de su trayectoria siendo esta una producción con versiones totalmente regrabadas "Recopilación 04". En 2008 NEXT integra al bajista Aaron Gonzalez y la alineación actual para grabar proximamente la nueva producción de NEXT es:
CARLOS ALANIS-VOZ,
ERICK ALANIS-BATERIA,
BLASS AGUILAR-GUITARRA Y
AARON GONZALEZ-BAJO.

Mientras sale el nuevo disco (la nueva rola se escuchó poderosa) los dejo con un gran clásico de la banda, Holocausto


Más información de la banda: www.myspace.com/nextmetalmexicano

FRANCISCO TARIO 03

Otro maravilloso cuento incluído en La noche.


La noche de la gallina

—Los hombres son vanos y crueles como no tienes idea —me decía hace casi un siglo una gallina amiga, cuando todavía era yo joven y virgen, y habitaba un corral indescriptiblemente suntuoso, poblado de árboles frutales.
—Lo que ocurre —objeté yo, sacudiendo mi cola blanca— es que tú no los comprendes; ni siquiera te has cuidado de observarlos adecuadamente. ¡Confiesa! ¿Qué has hecho durante la mayor parte de tu existencia, sino corretear como una locuela detrás de tus cien maridos y empollar igual que una señora burguesa? ¡El hombre es un ser admirable, caritativo y muy sabio, a quien debemos estar agradecidas profundamente!
Esto decía yo hace tiempo; no sé cuántos meses. Cuando aún me dejaba sorprender por las apariencias, rendía culto a los poetas y llevaba minuciosamente clasificadas en un cuaderno las características de los petimetres que me perseguían. Cuando mi cresta era voluptuosa cual un seno de mujer, y mi cola, artística, poblada. Cuando dormía en posturas graciosas y, al crepúsculo, languidecía bajo la influencia inefable de las encinas. Decía esto —entre otros motivos más graves— porque mi amo era muy cordial conmigo y solía conducirme a los rincones más apartados de la finca, con objeto de obsequiarme los residuos de los banquetes y otras golosinas menos importantes.
Hoy no. Hoy pienso de otro modo.
Heme aquí confinada en una celda tenebrosa, condenada a muerte. ¿Creen que no lo adivino? ¿Creen los hombres que por ser diminutas y estar cubiertas de plumas, no tenemos las gallinas nuestro corazoncito, nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento?
Me apresaron al atardecer. Paseaba yo con una amiga por el sendero de las coles. Soplaba una cautivadora brisa. Íbamos charlando de mil cosas triviales y picoteando, ora un rábano, ora una fruta caída, cuando se entreabrió la puerta fatídica y apareció el cocinero. Nunca me simpatizó este hombre. Es un tipo grueso, perverso, de epidermis muy roja, con un bigote cuadrado y un delantal demasiado largo, tinto en sangre generalmente. De ordinario, salta al corral con un cuchillo en la mano y se contonea por entre los árboles, berreando siempre la misma tonada. Cuando alguien osa acercársele, toma la primera estaca o piedra que ve a su alcance y la arroja contra el intruso. En seguida corta una ciruela o un albérchigo y, tras de frotarlo contra su trasero, lo engulle, escupiendo la piedra a gran distancia... Pues bien, llegó el cocinero y me fue persiguiendo taimadamente por la vereda de las coles. Tan pronto llegamos a la tapia —¡oh, perfumada muy lindamente por las enredaderas de Bécquer!— me atrapó con sus manazas de simio, sujetándome por las alas. Me introdujo en la casa, hizo girar la puerta de un cuarto muy tétrico y me lanzó al aire, cual si se tratara de una avioneta. Caí como mejor pude y tardé mucho tiempo en moverme.
Aquí estoy, en consecuencia, sola, en tinieblas, sin un galán indómito que se aventure a rescatarme. Sola con mis reminiscencias, con mi pasado turbulento, con mi angustia loca, con mi cresta ya no tan voluptuosa y mi pechuguita tierna.
"Posiblemente —cavilo— me reste una noche de vida: doce horas: varios cientos de minutos... Si me pusiera a contar desde ahora, no llegaría a treinta mil seguramente."
Suspiro y prosigo, dejando que mis pensamientos fluyan, fluyan, como una bandada de canarios.
"¡Cuan crueles y vanos son los hombres! ¿Por qué nos asesinan? ¿Por qué nos comen? ¿Qué daño les he hecho yo, por ejemplo? ¿Qué grave trastorno o qué perjuicio irreparable les he ocasionado...? Les he dado huevos frescos, cría; los he recreado con mi canto; les he anunciado el mal tiempo, el bueno —tal vez con mayor exactitud y armonía que los maestros cantores—, la presencia de un ladrón. No me he enfermado nunca; por el contrario, siempre podía admirárseme pizpireta, complaciente, muy limpia, tomando el sol a toda hora del día, meciendo mis alas níveas, que un joven galante comparó una vez con las de un cisne. He servido también de modelo a cierto pintor impertinente que profanó nuestros dominios. Me han retratado los chiquillos, he respetado la siembra, no he herido, injuriado a nadie. Jamás hice un mal gesto. ¿Qué culpa es, pues, la mía? Y sin embargo, van a inmolarme, van a comerme."
Me estrujará el cocinero entre sus garras inicuas e irá arrancando a puñados mis plumas finas, mis plumas albas, que tan celosamente he cuidado. Me las arrancará, sí, con la avidez de un enamorado que deshoja una margarita, y las irá arrojando a un cubo lleno de sangre —abollado, fétido—, cual si se tratara de algo despreciable e inmundo. Me desprenderá el cuello de un tajo, y mis ojitos pardos, mis ojitos picaros —que otro galán comparó con los de una gacela— se obscurecerán definitivamente. Mis piernas doradas y elásticas caerán por tierra como las ramas secas de un árbol... y las comerán los cerdos —¿quién iba a pensarlo?— los cerdos: esa especie de hipopótamos color de rosa que liban sus propios orines y jamás alzan la jeta, temerosos de vaciarse un ojo. Bien asada, me acomodarán en una fuente de loza y me transportarán a la mesa, humeante, guarnecido mi cuerpecito con zanahorias, trufas o espárragos. Y es tal la crueldad de los hombres, tal su sadismo, que quizá respeten mi forma y me presenten así enterita, sin plumas, en cueros, exhibiendo para deleite de todos mi inocente vergüenza.
Los invitados se relamerán de gusto, no importa que entre ellos se cuente algún filósofo o canónigo.
"Bien sabrosa que debe estar" —pensarán para sus adentros.
Y la dueña de la casa, esa berruga con faldas, exclamará melifluamente:
—No es malo, que digamos, su aspecto; pero temo que esté un poquito dura. ¡Era tan vieja!
También es creíble que un niño me rechace y su mamá le ofrezca un muslito.
—Mamá, no quiero gallina —protestará el infante, con su carita de ángel bobo y rico.
—Si está muy tiernecita, tonto... ¡Mira!
Y el rorro objetará entonces, gesticulando:
—¿Por qué me das esas cosas, si sabes que las gallinas comen caquita?
¡Ay, me sacrificarán sin remedio! ¡Me asesinarán los hombres, no obstante que he alegrado sus vidas! Son vanos, crueles, egoístas. Principalmente eso: egoístas. ¿Por qué no matan al perro? ¡Porque los defiende! ¿Por qué no matan al gato? ¡Porque se come a los ratones! ¿Por qué no matan al burro? ¡Porque transporta sus mercancías! ¿Por qué no matan al caballo? ¡Porque los transporta a ellos! ¿Por qué no sacrifican al tigre, a la víbora o al lobo? ¡Porque les temen! ¡Canallas! ¡Cobardes! ¡Nos asesinan a nosotras, y a los pajaritos, y a los gansos, y a los cerdos, que no sirven para nada. Nos ven pequeños, indefensos, asequibles!
Ya sé de qué modo hablan los hombres. Cierta tarde sorprendí a uno de ellos interrogando:
—Y diga usted ¿es que no ha probado por casualidad el gato?
Otro respondió, llevándose el pañuelo viscoso a la boca:
—Por Dios, qué excentricidades... ¡Valiente asco!
Yo he gritado entonces:
—¡Mentira! ¡Mentira! ¡No es asco lo que tenéis ni mucho menos!
Pero nuestro lenguaje resulta enteramente incomprensible para esa gente. Tanto, que el primero de ellos dijo:
—¡Maldito bicho éste! ¡Qué lata nos está dando!
Y según es costumbre en tales seres, me lanzó un pedrusco, a riesgo de matarme. Pero yo esquivé el proyectil, dando rienda suelta a la hilaridad más desbordante. Prorrumpí desde lejos:
—¡No, no es asco lo que le tenéis al gato! ¡Cuidáis vuestro queso!
¡Cómo! Oigo una llave... la tos del cocinero... ¿Es que ha llegado la hora? ¡Oh, se anticipan! Pero ¿qué significa todo esto? ¿Es que no van a permitirme confesar siquiera? He oído contar no sé dónde que a los reos a muerte se les dispensan privilegios de tal índole: se les conforta, se les auxilia espiritualmente. ¿Y por qué a mí no? Yo también creo en Dios. También a mí me espanta el infierno. Mis pecados pueden ser graves... ¡Sí, sí, creo en Dios, creo en Dios lo mismo que pueda creer el hombre más docto! ¡He nacido de Dios! ¡He cometido adulterio...! ¡Y tengo mi alma —chiquita y débil— pero mi alma! ¡Aquí está! ¡Quiero salvarla! ¡Quiero salvarla! ¿Qué clase de justicia es ésta?
Inútil. Chirría la puerta sobre sus goznes y aparece el cocinero. Le veo al trasluz divinamente, con su delantal hasta los tobillos y su cabezota calva. Entreabre los brazos para atraparme. Me escurro una, dos, tres veces con éxito. Insiste; se desespera. Yo pienso:
"Perfectamente. Puesto que así sois de villanos, la pagaréis bien cara."
Doy un salto increíble, ridículo si se quiere para una gallina, y escapo por encima de los hombros del verdugo; vuelo a través de un pasadizo que apesta a vinagre; de un corredor lleno de muebles y ropa sucia; de la escalera... Detrás viene el cocinero blasfemando y sacudiendo su panza dura. Descubro en el segundo piso de la casa una ventana abierta y me lanzo al vacío, ahora sí como una avioneta. Tardo en caer al corral y, abajo, se produce un clamoreo inenarrable, consecuencia de mis gritos desgarradores. Quien chilla, pidiendo auxilio; quien corre de un lado para otro, tapándose los ojos; mi amiga sufre un soponcio. Pero yo anuncio, y mi anuncio lo escuchan hasta los muertos:
—¡La pagaréis bien cara! ¡La pagaréis bien cara!
Cuando el cocinero salta al jardín, ya he alcanzado mi meta. Es una planta misteriosa, azafranada, de hojas muy ásperas, que, de niñas, nos prohibían frecuentar nuestras mamas:
—Quien pruebe de ellas, sucumbe —nos prevenían, cubriéndonos con sus temblorosas alas.
Y yo comí esta vez hasta hartarme. Comí raíces, tallos, flores, ¡cuanto pude!
Un poco más tarde, el verdugo empuñaba el cuchillo y me apoyaba su hoja en el pecho, diciéndome:
—¡Escápate ahora, maldita...!
Aún solté una carcajada que atronó la casa.
Desde el retrete preguntó la dueña:
—Cirilo: ¿qué ocurre?
—¡Nada! —prorrumpió el asesino, trozándome el cuello—. ¡Esta maldita perra...!
—¿Cuál perra? —oí a la vieja, como entre sueños.
—O lo que sea. ¡Esta gallina!
Una vez más ratifiqué mi amenaza:
—¡La pagaréis bien cara!
Y en efecto: treinta y seis horas más tarde, cinco ataúdes en fila bajaban por la arboleda rumbo al cementerio.



Francisco Tario: Cuentos completos Tomo I; Lectorum; 2003

domingo, 24 de mayo de 2009

BESTIARIO 01

En esta sección iré subiendo cada uno de los relatos del gran libro lleno de mordacidad y elocuencia que es Bestiario de Juan José Arreola.




Juan José Arreola (1918-2001), figura clave de las letras mexicanas, es uno de los escritores más reconocidos en el ámbito internacional; no sólo por su peculiar sentido del humor y su habilidad para borrar las fronteras entre la realidad y la fantasía, sino también por la precisión de sus metáforas.
Heredero de la estética vanguardista, supo darle un vigor sorprendente al género del micro-relato en textos en los que retrató conversaciones literarias, juegos de escrituras y magias irrepetibles. Como ilusionista nos instaló en lo fantástico con la elegancia de un viejo rey ajedrecista. (http://cvc.cervantes.es/actcult/arreola/)

"Ama al prójimo desmerecido y chancletas. Ama al prójimo maloliente, vestido de miseria y jaspeado de mugre.
Saluda con todo tu corazón al esperpento de butifarra que a nombre de la humanidad te entrega su credencial de gelatina, la mano de pescado muerto, mientras te confronta su mirada de perro.
Ama al prójimo porcino y gallináceo, que trota gozoso a los crasos paraísos de la posesión animal.
Y ama a la prójima que de pronto se transforma a tu lado, y con piyama de vaca se pone a rumiar interminablemente los bolos pastosos de la rutina doméstica"
Juan José Arreola (Prólogo de Bestiario)


EL RINOCERONTE

El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza. Recula un poco. Gira en redondo y dispara su pieza de artillería. Embiste como ariete, con un solo cuerno de toro blindado, embravecido y cegato, en arranque total de filósofo positivista. Nunca da en el blanco, pero queda siempre satisfecho de su fuerza. Abre luego sus válvulas de escape y bufa a todo vapor.
(Cargados con armadura excesiva, los rinocerontes en celo se entregan en el claro del bosque a un torneo desprovisto de gracia y destreza, en el que sólo cuenta la calidad medieval del encontronazo.)

Ya en cautiverio, el rinoceronte es una bestia melancólica y oxidada. Su cuerpo de muchas piezas ha sido armado en los derrumbaderos de la prehistoria, con láminas de cuero troqueladas bajo la presión de los niveles geológicos. Pero en un momento especial de la mañana, el rinoceronte nos sorprende: de sus ijares enjutos y resecos, como agua que sale de la hendidura rocosa, brota el gran órgano de vida torrencial y potente, repitiendo en la punta los motivos cornudos de la cabeza animal, con variaciones de orquídea, de azagaya y alabarda.

Hagamos entonces homenaje a la bestia endurecida y abstrusa, porque ha dado lugar a una leyenda hermosa. Aunque parezca imposible, este atleta rudimentario es el padre espiritual de la criatura poética que desarrolla en los tapices de la Dama, el tema del Unicornio caballeroso y galante.

Vencido por una virgen prudente, el rinoceronte carnal se transfigura, abandona su empuje y se agacela, se acierva y se arrodilla. Y el cuerno obtuso de agresión masculina se vuelve ante la doncella una esbelta endecha de marfil.


"Su campo de acción es el ser humano, ya que su aproximación al mundo de los animales se cobija en Jonathan Swift y las bestias sugieren conductas de hombres; sin embargo, las descripciones son portentosas y no sólo incluyen los símbolos naturales sino visión poética y conocimiento intuitivo" José Agustín



Este y demás relatos los pueden encontrar en:
Juan José Arreola; Bestiario; Booket; 2006

sábado, 23 de mayo de 2009

EL CHICO MANCHA 01

Practicamente ya es sábado. Dentro de algunas horas tengo que estar listo para el diplo...
Acabo de encontrar esta serie animada basada en los personajes de Tim Burton que aparecen en La melancólica muerte del chico ostra (del cuál ya les puse algo).
Está escrita y dirigida por el mismo Burton.
Son seis episodios. Cada sábado pondré uno.
Está doblada por españoles, pero no se preocupen, casi no hay diálogos y cuando los hay, suena divertido.


viernes, 22 de mayo de 2009

PORTADAS FANTÁSTICAS 01

En esta sección haremos un recorrido por aquellas portadas e interiores de discos que han recurrido al arte para ejercer un mayor impacto. Y es que en la actualidad, ya no es suficiente con hacer buenas canciones (las puedes descargar). Tienen que preocuparse por entregar un producto integral.
Comenzamos con:

MASTODON/Leviathan


Este grupo de metal originario de Atlanta, Estados Unidos, recurrió a Paul Romano para que hiciera la portada de este disco de 2004 (ya les había hecho las portadas de Remission y Lifesblood).

El grupo tenía claro que el concepto del nuevo álbum tenía que poseer motivos acuáticos. Así que cuando Brann Dailor (fundador y baterista de la banda) leyó Moby -Dick de Herman Melville, decidieron hacer un disco conceptual basado en la obra. ¡El resultado fue espectacular, al igual que la portada!

Paul Romano pintó a la gran ballena blanca con un atuendo hindú. La corona de cobras representa la eternidad, o sea, hizo de la ballena un Dios.



Se aceptan sugerencias de portadas fantásticas en comentarios.

jueves, 21 de mayo de 2009

LOVECRAFT 01

Nueva sección que tratará de mi autor favorito. Siempre comparado, siempre a la sombra de Poe. (Por lo menos en este blog, Lovecraft aparecerá antes que Poe, el cuál pronto tendrá su sección)
Cuentos, poemas, ensayos, cartas, cómics, películas, arte, canciones... relacionados con el ahora autor de culto, Lovecraft, aparecerán en esta sección.
¡Espero que la disfruten!

Howard Phillips Lovecraft (* Providence, Rhode Island, 20 de agosto de 1890 - † ibídem, 15 de marzo de 1937) fue un escritor estadounidense, autor de novelas y relatos de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia (los mitos de Cthulhu), desarrollada en colaboración con otros autores y aún vigente. Su obra constituye un clásico del terror cósmico materialista, una corriente que se aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural (satanismo, fantasmas), incorporando elementos de ciencia ficción (razas alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras dimensiones). Cultivó también la poesía, el ensayo y la literatura epistolar.

Empezamos con un cuento que, si tienes problemas con la muerte al igual que yo, será totalmente perturbador y angustiante. Uno de mis favoritos:


Los amados muertos

Es media noche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con los muertos que amo.
Mi asiento es la fétida fosa de una vetusta tumba; mi pupitre, el envés de una lápida caída y desgastada por los siglos implacables; mi única luz es la de las estrellas y la de una angosta media luna, aunque puedo ver tan claramente como si fuera mediodía. A mi alrededor, como sepulcrales centinelas guardando descuidadas tumbas, las inclinadas y decrépitas lápidas yacen medio ocultas por masas de nauseabunda maleza en descomposición. Y sobre todo, perfilándose contra el enfurecido cielo, un solemne monumento alza su austero capitel ahusado, semejando el espectral caudillo de una horda fantasmal. El aire está enrarecido por el nocivo olor de los hongos y el hedor de la húmeda tierra mohosa, pero para mí es el aroma del Elíseo. Todo es quietud -terrorífica quietud-, con un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso.

De haber podido elegir mi morada, lo hubiera hecho en alguna ciudad de carne en descomposición y huesos que se deshacen, pues su proximidad brinda a mi alma escalofríos de éxtasis, acelerando la estancada sangre en mis venas y forzando a latir mi lánguido corazón con júbilo delirante... ¡Porque la presencia de la muerte es vida para mí!

Mi temprana infancia fue de una larga, prosaica y monótona apatía. Sumamente ascético, descolorido, pálido, enclenque y sujeto a prolongados raptos de mórbido ensimismamiento, fui relegado por los muchachos saludables y normales de mi propia edad. Me tildaban de aguafiestas y "vieja" porque no me interesaban los rudos juegos infantiles que ellos practicaban, o porque no poseía el suficiente vigor para participar en ellos, de haberlo deseado.

Como todas las poblaciones rurales, Fenham tenía su cupo de chismosos de lengua venenosa. Sus imaginaciones maldicientes achacaban mi temperamento letárgico a alguna anormalidad aborrecible; me comparaban con mis padres agitando la cabeza con ominosa duda en vista de la gran diferencia. Algunos de los más supersticiosos me señalaban abiertamente como un niño cambiado por otro, mientras que otros, que sabían algo sobre mis antepasados, llamaban la atención sobre rumores difusos y misteriosos acerca de un tío tatarabuelo que había sido quemado en la hoguera por nigromante.

De haber vivido en una ciudad más grande, con mayores oportunidades para encontrar amistades, quizás hubiera superado esta temprana tendencia al aislamiento.

Cuando llegué a la adolescencia, me torné aún más sombrío, morboso y apático. Mi vida carecía de alicientes. Me parecía ser preso de algo que ofuscaba mis sentidos, trababa mi desarrollo, entorpecía mis actividades y me sumía en una inexplicable insatisfacción. Tenía dieciséis años cuando acudí a mi primer funeral. Un sepelio en Fenham era un suceso de primer orden social, ya que nuestra ciudad era señalada por la longevidad de sus habitantes. Cuando, además, el funeral era el de un personaje tan conocido como mi abuelo, podía asegurarse que el pueblo entero acudiría en masa para rendir el debido homenaje a su memoria. Pero yo no contemplaba la próxima ceremonia con interés ni siquiera latente. Cualquier asunto que tendiera a arrancarme de mi inercia habitual sólo representaba para mí una promesa de inquietudes físicas y mentales. Cediendo ante las presiones de mis padres, y tratando de hurtarme a sus cáusticas condenas sobre mi actitud poco filial, convine en acompañarles. No hubo nada fuera de lo normal en el funeral de mi abuelo salvo la voluminosa colección de ofrendas florales; pero esto, recuerdo, fue mi iniciación en los solemnes ritos de tales ocasiones.

Algo en la estancia oscurecida, el ovalado ataúd con sus sombrías colgaduras, los apiñados montones de fragantes ramilletes, las demostraciones de dolor por parte de los ciudadanos congregados, me arrancó de mi normal apatía y captó mi atención. Saliendo de mi momentáneo ensueño merced a un codazo de mi madre, la seguí por la estancia hasta el féretro donde yacía el cuerpo de mi abuelo.

Por primera vez, estaba cara a cara con la Muerte. Observé el rostro sosegado y surcado por infinidad de arrugas, y no vi nada que causara demasiado pesar. Al contrario, me pareció que el abuelo estaba inmensamente contento, plácidamente satisfecho. Me sentí sacudido por algún extraño y discordante sentido de regocijo. Tan suave, tan furtivamente me envolvió que apenas puedo determinar su llegada. Mientras rememoro lentamente ese instante portentoso, me parece que debe haberse originado con mi primer vistazo a la escena del funeral, estrechando silenciosamente su cerco con sutil insidia. Una funesta y maligna influencia que parecía provenir del cadáver mismo me aferraba con magnética fascinación. Mi mismo ser parecía cargado de electricidad estática y sentí mi cuerpo tensarse involuntariamente. Mis ojos intentaban traspasar los párpados cerrados del difunto y leer el secreto mensaje que ocultaban. Mi corazón dio un repentino salto de júbilo impío batiendo contra mis costillas con fuerza demoníaca, como tratando de librarse de las acotadas paredes de mi caja torácica.

Una salvaje y desenfrenada sensualidad complaciente me envolvió. Una vez más, el vigoroso codazo maternal me devolvió a la actividad. Había llegado con pies de plomo hasta el ataúd tapizado de negro, me alejé de él con vitalidad recién descubierta.

Acompañé al cortejo hasta el cementerio con mi ser físico inundado de místicas influencias vivificantes. Era como si hubiera bebido grandes sorbos de algún exótico elixir... alguna abominable poción preparada con las blasfemas fórmulas de los archivos de Belial. La población estaba tan volcada en la ceremonia que el radical cambio de mi conducta pasó desapercibido para todos, excepto para mi padre y mi madre; pero en la quincena siguiente, los chismosos locales encontraron nuevo material para sus corrosivas lenguas en mi alterado comportamiento. Al final de la quincena, no obstante, la potencia del estímulo comenzó a perder efectividad. En uno o dos días había vuelto por completo a mi languidez anterior, aunque no era la total y devoradora insipidez del pasado. Antes, había una total ausencia del deseo de superar la inactividad; ahora, vagos e indefinidos desasosiegos me turbaban. De puertas afuera, había vuelto a ser el de siempre, y los maldicientes buscaron algún otro sujeto más propicio. Ellos, de haber siquiera soñado la verdadera causa de mi reanimación, me hubieran rehuido como a un ser leproso y obsceno.

Yo, de haber adivinado el execrable poder oculto tras mi corto periodo de alegría, me habría aislado para siempre del resto del mundo, pasando mis restantes años en penitente soledad.

Las tragedias vienen a menudo de tres en tres, de ahí que, a pesar de la proverbial longevidad de mis conciudadanos, los siguientes cinco años me trajeron la muerte de mis padres. Mi madre fue la primera, en un accidente de la naturaleza más inesperada, y tan genuino fue mi pesar que me sentí sinceramente sorprendido de verlo burlado y contrarrestado por ese casi perdido sentimiento de supremo y diabólico éxtasis. De nuevo mi corazón brincó salvajemente, otra vez latió con velocidad galopante enviando la sangre caliente a recorrer mis venas con meteórico fervor. Sacudí de mis hombros el fatigoso manto de inacción, sólo para reemplazarlo por la carga, infinitamente más horrible, del deseo repugnante y profano. Busqué la cámara mortuoria donde yacía el cuerpo de mi madre, con el alma sedienta de ese diabólico néctar que parecía saturar el aire de la estancia oscurecida.

Cada inspiración me vivificaba, lanzándome a increíbles cotas de seráfica satisfacción. Ahora sabía que era como el delirio provocado por las drogas y que pronto pasaría, dejándome igualmente ávido de su poder maligno; pero no podía controlar mis anhelos más de lo que podía deshacer los nudos gordianos que ya enmarañaban la madeja de mi destino.

Demasiado bien sabía que, a través de alguna extraña maldición satánica, la muerte era la fuerza motora de mi vida, que había una singularidad en mi constitución que sólo respondía a la espantosa presencia de algún cuerpo sin vida. Pocos días más tarde, frenético por la bestial intoxicación de la que la totalidad de mi existencia dependía, me entrevisté con el único enterrador de Fenham y le pedí que me admitiera como aprendiz.

El golpe causado por la muerte de mi madre había afectado visiblemente a mi padre. Creo que de haber sacado a relucir una idea tan trasnochada como la de mi empleo en otra ocasión, la hubiera rechazado enérgicamente. En cambio, agitó la cabeza aprobadoramente, tras un momento de sobria reflexión. ¡Qué lejos estaba de imaginar que sería el objeto de mi primera lección práctica!

También él murió bruscamente, por culpa de alguna afección cardiaca insospechada hasta el momento. Mi octogenario patrón trató por todos los medios de disuadirme de realizar la inconcebible tarea de embalsamar su cuerpo, sin detectar el fulgor entusiasta de mis ojos cuando finalmente logré que aceptara mi condenable punto de vista. No creo ser capaz de expresar los reprensibles, los desquiciados pensamientos que barrieron en tumultuosas olas de pasión mi desbocado corazón mientras trabajaba sobre aquel cuerpo sin vida.

Amor sin par era la nota clave de esos conceptos, un amor más grande -con mucho- que el que más hubiera sentido hacia él cuando estaba vivo.

Mi padre no era un hombre rico, pero había poseído bastantes bienes mundanos como para ser lo suficientemente independiente. Como su único heredero, me encontré en una especie de paradójica situación. Mi temprana juventud había sido un fracaso total en cuanto a prepararme para el contacto con el mundo moderno; pero la sencilla vida de Fenham, con su cómodo aislamiento, había perdido sabor para mí. Por otra parte, la longevidad de sus habitantes anulaba el único motivo que me había hecho buscar empleo.

La venta de los bienes me proveyó de un medio fácil de asegurarme la salida y me trasladé a Bayboro, una ciudad a unos 50 kilómetros. Aquí, mi año de aprendizaje me resultó sumamente útil. No tuve problemas para lograr una buena colocación como asistente de la Corporación Gresham, una empresa que mantenía las mayores pompas fúnebres de la ciudad. Incluso logré que me permitieran dormir en los establecimientos... porque ya la proximidad de la muerte estaba convirtiéndose en una obsesión.

Me apliqué a mi tarea con celo inusitado. Nada era demasiado horripilante para mi impía sensibilidad, y pronto me convertí en un maestro en mi oficio electo.

Cada cadáver nuevo traído al establecimiento significaba una promesa cumplida de impío regocijo, de irreverentes gratificaciones, una vuelta al arrebatador tumulto de las arterias que transformaba mi hosco trabajo en devota dedicación... aunque cada satisfacción carnal tiene su precio. Llegué a odiar los días que no traían muertos en los que refocilarme, y rogaba a todos los dioses obscenos de los abismos inferiores para que dieran rápida y segura muerte a los residentes de la ciudad.

Llegaron entonces las noches en que una sigilosa figura se deslizaba subrepticiamente por las tenebrosas calles de los suburbios; noches negras como boca de lobo, cuando la luna de la medianoche se oculta tras pesadas nubes bajas. Era una furtiva figura que se camuflaba con los árboles y lanzaba esquivas miradas sobre su espalda; una silueta empeñada en alguna misión maligna. Tras una de esas noches de merodeo, los periódicos matutinos pudieron vocear a su clientela ávida de sensación los detalles de un crimen de pesadilla; columna tras columna de ansioso morbo sobre abominables atrocidades; párrafo tras párrafo de soluciones imposibles, y sospechas contrapuestas y extravagantes.

Con todo, yo sentía una suprema sensación de seguridad, pues ¿quién, por un momento, recelaría que un empleado de pompas fúnebres -donde la Muerte presumiblemente ocupa los asuntos cotidianos- abandonaría sus indescriptibles deberes para arrancar a sangre fría la vida de sus semejantes? Planeaba cada crimen con astucia demoníaca, variando el método de mis asesinatos para que nadie los supusiera obra de un solo par de manos ensangrentadas. El resultado de cada incursión nocturna era una extática hora de placer, pura y perniciosa; un placer siempre aumentado por la posibilidad de que su deliciosa fuente fuera más tarde asignada a mis deleitados cuidados en el curso de mi actividad habitual. De cuando en cuando, ese doble y postrer placer tenía lugar... ¡Oh, recuerdo escaso y delicioso!

Durante las largas noches en que buscaba el refugio de mi santuario, era incitado por aquel silencio de mausoleo a idear nuevas e indecibles formas de prodigar mis afectos a los muertos que amaba... ¡los muertos que me daban vida!

Una mañana, el señor Gresham acudió mucho más temprano de lo habitual... llegó para encontrarme tendido sobre una fría losa, hundido en un sueño monstruoso, ¡con los brazos alrededor del cuerpo rígido, tieso y desnudo de un fétido cadáver! Con los ojos llenos de una mezcla de repugnancia y compasión, me arrancó de mis salaces sueños.

Educada pero firmemente, me indicó que debía irme, que mis nervios estaban alterados, que necesitaba un largo descanso de las repelentes tareas que mi oficio exige, que mi impresionable juventud estaba demasiado profundamente afectada por la funesta atmósfera del lugar. ¡Cuán poco sabía de los demoníacos deseos que espoleaban mi detestable anormalidad! Fui suficientemente juicioso como para ver que el responder sólo lo reafirmaría en su creencia de mi potencial locura... resultaba mucho mejor marcharse que invitarlo a descubrir los motivos ocultos tras mis actos.

Tras eso, no me atreví a permanecer mucho tiempo en un lugar por miedo a que algún acto abierto descubriera mi secreto a un mundo hostil. Vagué de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. Trabajé en depósitos de cadáveres, rondé cementerios, hasta un crematorio... cualquier sitio que me brindara la oportunidad de estar cerca de la muerte que tanto anhelaba.

Entonces llegó la Guerra Mundial. Fui uno de los primeros en alistarme y uno de los últimos en volver, cuatro años de infernal osario ensangrentado... nauseabundo légamo de trincheras anegadas de lluvia... mortales explosiones de histéricas granadas... el monótono silbido de balas sardónicas... humeantes frenesíes de las fuentes del Flegeton (1)... letales humaredas de gases venenosos... grotescos restos de cuerpos aplastados y destrozados... cuatro años de trascendente satisfacción.

En cada vagabundo hay una latente necesidad de volver a los lugares de su infancia. Unos pocos meses más tarde, me encontré recorriendo los familiares y apartados caminos de Fenham. Deshabitadas y ruinosas granjas se alineaban junto a las cunetas, mientras que los años habían deparado un retroceso igual en la propia ciudad. Apenas había un puñado de casas ocupadas, aunque entre ellas estaba la que una vez yo considerara mi hogar. El sendero descuidado e invadido por malas hierbas, las persianas rotas, los incultos terrenos de detrás, todo era una muda confirmación de las historias que había obtenido con ciertas indagaciones: que ahora cobijaba a un borracho disoluto que arrastraba una mísera existencia con las faenas que le encomendaban algunos vecinos, por simpatía hacia la maltratada esposa y el mal nutrido hijo que compartían su suerte. Con todo esto, el encanto que envolvía los ambientes de mi juventud había desaparecido totalmente; así, acuciado por algún temerario impulso errante, volví mis pasos a Bayboro.

Aquí, también los años habían traído cambios, aunque en sentido inverso. La pequeña ciudad de mis recuerdos casi había duplicado su tamaño a pesar de su despoblamiento en tiempo de guerra. Instintivamente busqué mi primitivo lugar de trabajo, descubriendo que aún existía, pero con nombre desconocido y un "Sucesor de" sobre la puerta, puesto que la epidemia de gripe había hecho presa del señor Gresham, mientras que los muchachos estaban en ultramar.

Alguna fatídica disposición me hizo pedir trabajo. Comenté mi aprendizaje bajo el señor Gresham con cierto recelo, pero se había llevado a la tumba el secreto de mi poco ética conducta. Una oportuna vacante me aseguró la inmediata recolocación.

Entonces volvieron erráticos recuerdos sobre noches escarlatas de impíos peregrinajes y un incontrolable deseo de reanudar aquellos ilícitos placeres. Hice a un lado la precaución, lanzándome a otra serie de condenables desmanes. Una vez más, la prensa amarilla dio la bienvenida a los diabólicos detalles de mis crímenes, comparándolos con las rojas semanas de horror que habían pasmado a la ciudad años atrás. Una vez más la policía lanzó sus redes, sacando entre sus enmarañados pliegues... ¡nada!

Mi sed del nocivo néctar de la muerte creció hasta ser un fuego devastador, y comencé a acortar los períodos entre mis odiosas explosiones. Comprendí que pisaba suelo resbaladizo, pero el demoníaco deseo me aferraba con torturantes tentáculos y me obligaba a proseguir.

Durante todo este tiempo, mi mente estaba volviéndose progresivamente insensible a cualquier otra influencia que no fuera la satisfacción de mis enloquecidos anhelos. Dejé deslizar, en alguna de esas maléficas escapadas, pequeños detalles de vital importancia para identificarme. De cierta forma, en algún lugar, dejé una pequeña pista, un rastro fugitivo, detrás... no lo bastante como para ordenar mi arresto, pero sí lo suficiente como para volver la marea de sospechas en mi dirección. Sentía el espionaje, pero aun así era incapaz de contener la imperiosa demanda de más muerte para acelerar mi enervado espíritu.

Enseguida llegó la noche en que el estridente silbato de la policía me arrancó de mi demoníaco solaz sobre el cuerpo de mi postrer víctima, con una ensangrentada navaja todavía firmemente asida. Con un ágil movimiento, cerré la hoja y la guardé en el bolsillo de mi chaqueta. Las porras de la policía abrieron grandes brechas en la puerta. Rompí la ventana con una silla, agradeciendo al destino haber elegido uno de los distritos más pobres como morada. Me descolgué hasta un callejón mientras las figuras vestidas de azul irrumpían por la destrozada puerta. Huí saltando inseguras vallas, a través de mugrientos patios traseros, cruzando míseras casas destartaladas, por estrechas calles mal iluminadas. Inmediatamente, pensé en los boscosos pantanos que se alzaban más allá de la ciudad, extendiéndose unos 60 kilómetros hasta alcanzar los arrabales de Fenham. Si podía llegar a esa meta, estaría temporalmente a salvo. Antes del alba me había lanzado de cabeza por el ansiado despoblado, tropezando con los podridos troncos de árboles moribundos cuyas ramas desnudas se extendían como brazos grotescos tratando de estorbarme con su burlón abrazo.

Los diablos de las funestas deidades a quienes había ofrecido mis idólatras plegarias debían haber guiado mis pasos hacia aquella amenazadora ciénaga.

Una semana más tarde, macilento, empapado y demacrado, rondaba por los bosques a kilómetro y medio de Fenham. Había eludido por fin a mis perseguidores, pero no osaba mostrarme, a sabiendas de que la alarma debía haber sido radiada. Tenía remota la esperanza de haberlos hecho perder el rastro. Tras la primera y frenética noche, no había oído sonido de voces extrañas ni los crujidos de pesados cuerpos entre la maleza. Quizás habían decidido que mi cuerpo yacía oculto en alguna charca o se había desvanecido para siempre entre los tenaces cenagales.

El hambre roía mis tripas con agudas punzadas, y la sed había dejado mi garganta agotada y reseca. Pero, con mucho, lo peor era el insoportable hambre de mi famélico espíritu, hambre del estímulo que sólo encontraba en la proximidad de los muertos. Las ventanas de mi nariz temblaban con dulces recuerdos. No podía engañarme demasiado con el pensamiento de que tal deseo era un simple capricho de la imaginación. Sabía que era parte integral de la vida misma, que sin ella me apagaría como una lámpara vacía. Reuní todas mis restantes energías para aplicarme en la tarea de satisfacer mi inicuo apetito. A pesar del peligro que implicaban mis movimientos, me adelanté a explorar contorneando las protectoras sombras como un fantasma obsceno. Una vez más sentí la extraña sensación de ser guiado por algún invisible acólito de Satanás.

Y aun mi alma endurecida por el pecado se agitó durante un instante al encontrarme ante mi domicilio natal, el lugar de mi retiro de juventud.

Luego, esos inquietantes recuerdos pasaron. En su lugar llegó el ávido y abrumador deseo. Tras las podridas cercas de esa vieja casa aguardaba mi presa. Un momento más tarde había alzado una de las destrozadas ventanas y me había deslizado por el alféizar. Escuché durante un instante, con los sentidos alerta y los músculos listos para la acción. El silencio me recibió. Con pasos felinos recorrí las familiares estancias, hasta que unos ronquidos estentóreos me indicaron el lugar donde encontraría remedio a mis sufrimientos. Me permití un vistazo de éxtasis anticipado mientras franqueaba la puerta de la alcoba. Como una pantera, me acerqué a la tendida forma sumida en el estupor de la embriaguez. La mujer y el niño -¿dónde estarían?-, bueno, podían esperar. Mis engarfiados dedos se deslizaron hacia su garganta...

Horas más tarde volvía a ser el fugitivo, pero una renovada fortaleza robada era mía. Tres silenciosos cuerpos dormían para no despertar. No fue hasta que la brillante luz del día invadió mi escondrijo que visualicé las inevitables consecuencias de la temeraria obtención de alivio. En ese tiempo los cuerpos debían haber sido descubiertos. Aun el más obtuso de los policías rurales seguramente relacionaría la tragedia con mi huida de la ciudad vecina. Además, por primera vez había sido lo bastante descuidado como para dejar alguna prueba tangible de identidad... las huellas dactilares en las gargantas de mis recientes víctimas. Durante todo el día temblé preso de aprensión nerviosa. El simple chasquido de una ramita seca bajo mis pies conjuraba inquietantes imágenes mentales. Esa noche, al amparo de la oscuridad protectora, bordeé Fenham y me interné en los bosques de más allá. Antes del alba tuve el primer indicio definido de la renovada persecución... el distante ladrido de los sabuesos.

Me apresuré a través de la larga noche, pero durante la mañana pude sentir cómo mi artificial fortaleza menguaba. El mediodía trajo, una vez más, la persistente llamada de la perturbadora maldición y supe que me derrumbaría de no volver a experimentar la exótica intoxicación que sólo llegaba en la proximidad de mis adorados muertos. Había viajado en un amplio semicírculo. Si me esforzaba en línea recta, la medianoche me encontraría en el cementerio donde había enterrado a mis padres años atrás. Mi única esperanza, lo sabía, residía en alcanzar esta meta antes de ser capturado. Con un silencioso ruego a los demonios que dominaban mi destino, me volví encaminando mis pasos en la dirección de mi último baluarte.

¡Dios! ¿Pueden haber pasado escasas doce horas desde que partí hacia mi espectral santuario? He vivido una eternidad en cada pesada hora. Pero he alcanzado una espléndida recompensa ¡El nocivo aroma de este descuidado paraje es como incienso para mi doliente alma!

Los primeros reflejos del alba clarean en el horizonte. ¡Vienen! ¡Mis agudos oídos captan el todavía lejano aullido de los perros! Es cuestión de minutos para que me encuentren y me aparten para siempre del resto del mundo, ¡para perder mis días en anhelos desesperados, hasta que al final sea uno con los muertos que amo!

¡No me cogerán! ¡Hay una puerta de escape abierta! Una elección de cobarde, quizás, pero mejor -mucho mejor- que los interminables meses de indescriptible miseria. Dejaré esta relación tras de mí para que algún alma pueda quizás entender por qué hice lo que hice.

¡La navaja de afeitar! Aguardaba olvidada en mi bolsillo desde mi huida de Bayboro. Su hoja ensangrentada reluce extrañamente en la menguante luz de la angosta luna. Un rápido tajo en mi muñeca izquierda y la liberación está asegurada... cálida, la sangre fresca traza grotescos dibujos sobre las carcomidas y decrépitas lápidas... hordas fantasmales se apiñan sobre las tumbas en descomposición... dedos espectrales me llaman por señas... etéreos fragmentos de melodías no escritas en celestial crescendo... distantes estrellas danzan embriagadoramente en demoníaco acompañamiento... un millar de diminutos martillos baten espantosas disonancias sobre yunques en el interior de mi caótico cerebro... fantasmas grises de asesinados espíritus desfilan ante mí en silenciosa burla... abrasadoras lenguas de invisible llama estampan la marca del Infierno en mi alma enferma... no puedo... escribir... más...


1 Flegeton: Río de fuego, uno de los cinco que existen en el Hades.

ROCKDRIGO 02

Es turno del Profeta del nopal.
Al igual que la semana pasada, los dejaré con otra excelente canción de esa mítica presentación con el grupo Qual unos meses antes de morir.
Prendida, excelente letra... ¡exquisita!
Ahora que se acercan las elecciones...



RATAS

Veloces sombras se escurren silenciosas
al amparo de la obscuridad
veloces sombras se adueñan de las calles
y las cloacas de la gran ciudad

Voraces e inteligentes
gustan vivir entre gentes
contándolas por millones
y de especies diferentes

Cinco por cada persona
robándose el alimento
propagando enfermedades
haciendo oler mal el viento

Asesinando a los niños
sin que nadie haga nada
enseñándonos sus dientes
escondidas en las matas
llegan hambrientas
las ratas

Ratas saliéndose por mis ojos,
enredadas entre mis pestañas,
contándolas por manojos,
dotadas de millones de mañas

Ratas entre el comerciante,
sacándote la cartera
arriba y abajo en el metro,
ratas por donde quiera

Sacándote una charola,
cayéndote encima cual ola,
vestidas con trajes finos,
vestidas con cualquier quimera

Ratas por todas partes,
ratas los lunes y martes
ratas mientras entro y salgo,
royéndote las noticias

Contándote cosas ficticias
queriendo quitarte algo,
contándote cosas ficticias
queriendo quitarte algo…

Veloces sombras se escurren silenciosas
al amparo de la obscuridad
veloces sombras se adueñan de las cloacas
y las calles de la gran ciudad

miércoles, 20 de mayo de 2009

AMPARO DÁVILA 02

Otro gran cuento de Amparo Dávila.
Como se habrán dado cuenta en El huésped, Amparo nos hace partícipes de la historia, nos agarra y no nos suelta. Nos deja pensando e imaginando. Así son los buenos cuentos.
Este cuento no es la excepción, así que les pido que después de leerlo, en comentarios nos compartan lo que creen que pasó en la historia.
Solo un favor, pongan su nombre al final del comentario para ubicarlos.
Gracias.


LA QUINTA DE LAS CELOSÍAS

HABÍA anochecido y Gabriel Valle estaba listo para salir. Solía ponerse la primera corbata que encontraba sin preocuparse de que armonizara con el traje; pero esa tarde se había esforzado por estar bien vestido. Se miró al espejo para hacerse el nudo de la corbata, se vio flaco, algo encorvado, descolorido, con gruesos lentes de miope, pero tenía puesto un traje limpio y planchado y quedó satisfecho con su aspecto. Antes de salir leyó una vez más la esquela y se la guardó en el bolsillo del saco. En la escalera se encontró con varios compañeros. Todos comentaron su elegancia; recibió las bromas sin molestarse y se detuvo en la puerta para preguntar a la portera cómo iba su reúma.
—Está usted muy contento, joven — dijo la vieja, que estaba acostumbrada a que pasaran frente a ella y ni siquiera la vieran. En la mañana, cuando le llevó la carta, lo encontró tumbado sobre la cama, sin hablar, fumando y viendo el techo. Ella la había dejado sobre el buró y se había salido. Así eran esos muchachos, de un humor muy cambiante.
Gabriel Valle caminaba por las calles con pasos largos y seguros, se sentía ligero y contento. Quedaban aún restos de nubes coloreadas en el cielo. No había mucha gente. Los domingos las calles se encuentran casi solas. A él le había gustado siempre caminar por la ciudad al atardecer, o a la medianoche; caminaba hasta cansarse, después se metía en algún bar y se emborrachaba suavemente; entonces recordaba a Eliot... "vayamos pues, tú y yo, cuando la tarde se haya tendido contra el cielo como un paciente eterizado sobre una mesa; vayamos a través de ciertas calles semidesiertas... (a veces nadie lo oía, pero a él no le importaba) la niebla amarilla que frota su hocico sobre las vidrieras lamió los rincones del atardecer... (otras veces venían los músicos negros y se sentaban a escucharlo, sin lograr entender nada, o improvisaban alguna música de fondo para acompañarlo) ¡y la tarde, la noche, duerme tan apacible! alisada por largos dedos, dormida, fatigada... (el cantinero le obsequiaba copas) ¡no! no soy el príncipe Hamlet ni nací para serlo; soy un señor cortesano, uno que servirá para llenar una pausa, iniciar una escena o dos... ("¿Quién es ese tipo que recita tantos versos?" preguntaban a veces los parroquianos), "nos hemos quedado en las cámaras del mar al lado de muchachas marinas coronadas de algas marinas rojas y cafés hasta que nos despiertan voces humanas y nos ahogamos..." entonces se iba con la luz del día muy blanca y muy hiriente a ahogarse en el sueño.
Unas chicas que andaban en bicicleta por poco lo atropellaron, pero aquel incidente no le provocó el menor disgusto. Era tan feliz que no podía enojarse por la torpeza de unas muchachas. Se sentía generoso, comprensivo, comunicativo también. Le hubiera gustado saludar cortésmente a todos los que encontraba a su paso, aun sin conocerlos: "¡Buenas tardes, o buenas noches, señora!", "¡Adiós, señor, que la pase bien!" "Permítame que le ayude a llevar la canasta", hubiera querido decirle a una pobre vieja que llevaba un canastón de pan sobre la cabeza. Llegó a la esquina donde tenía que esperar el tranvía, empezaron a caer gotas de lluvia. Se levantó el cuello del saco y se refugió bajo el toldo de una tienda de abarrotes... ¡Qué mal se había sentido aquella vez que acompañó a Jana hasta su casa, después de insistirle mucho que se lo permitiera; ella siempre se negaba, aquella vez accedió con desgano. Lloviznaba cuando llegaron a la quinta, pensó que lo invitaría a entrar mientras la lluvia pasaba, "será mejor que te vayas rápido, para que no te mojes" había dicho Jana mientras abría la reja y se alejaba hacia la casa sin volverse. Pensó tantas cosas en aquel momento. Nunca se había sentido tan humillado. Se quedó un rato contemplando la quinta, después se alejó caminando lentamente bajo la lluvia. Por el camino se tranquilizó y llegó a la conclusión de que todo había sido una mala interpretación de su parte. Jana no era capaz de ofender a nadie, mucho menos a él; tal vez le había parecido inconveniente invitarlo a pasar a esa hora, por vivir sola... El tranvía llegó y Gabriel Valle lo abordó de varias zancadas para no mojarse. Se acomodó al lado de una muchacha muy pálida y muy flaca, que apretaba nerviosamente entre las manos unos guantes sucios ("esta mujer está muy angustiada") y sintió entonces un gran deseo de poder trasmitir a los demás siquiera un poco de aquella felicidad que ahora tenía. La muchacha flaca revolvía dentro del bolso buscando algo. . .
—Parece que ya no llueve —dijo él para iniciar una conversación.
—Pero lloverá más tarde —repuso ella en tono amargo—; no es ya suficiente que sea domingo, sino que llueva... Lo miró entonces con una mirada fría, totalmente deshabitada; él sintió que se había asomado al vacío.
— ¿Le entristecen los domingos?
— Los domingos y todos los días, pero... —se puso a mirar por la ventanilla mientras sus manos seguían estrujando los viejos guantes. De pronto continuó:
—Los domingos son tan largos, uno tiene tantas cosas que hacer y sin embargo no se quiere hacer nada, da una pereza horrible tener que lavar y planchar la ropa para la semana... después se acaba el domingo y uno se acuesta sin poder recordar nada, sino que pasó un domingo más, igual que todos los otros...
¡Pobre muchacha! Lo que le pasaba era que debía sentirse muy sola, no había de tener quien la quisiera, y era bien fea; sería difícil que encontrara marido o novio así de flaca y desgarbada; el pelo seco y mal acomodado, los ojos inexpresivos, los labios contraídos, la pintura corrida, y tan mal vestida, tan amarga... Recordó entonces a Jana y la satisfacción asomó a su rostro.
—. y la lluvia —seguía diciendo la muchacha flaca— siempre la lluvia a toda hora, todos los días... ¿o es que a usted le gusta la lluvia?
—Muchas veces me molesta, claro está, sobre todo cuando hay que salir, pero es tan agradable oírla de noche, cuando ya no hay más ruido que el de ella misma, cayendo lenta, continuadamente, fuera y dentro del sueño...
La muchacha lo interrumpió: —"Me quedo en la próxima parada, que le vaya bien"— y ella se fue toda flaca y toda amarga hasta la puerta de salida. Se corrió entonces al asiento de la ventanilla. Le gustaría hacer un largo viaje, en tren, con Jana; ver pasar distintos paisajes, no tener que preocuparse por nada, conocer juntos muchas cosas, ciudades, gentes, tener dinero para gastar, y gastarlo sin pensar; sería bueno poder hacer el equipaje y partir, ahora mismo, mañana... Subió una pareja de jóvenes, la muchacha se sentó al lado de Gabriel y él se quedó de pie junto a ella; se veían muy contentos, platicaban en voz baja, cogidos de la mano, reían... Los miraba con gusto ("también son felices") ; le hubiera gustado tener esa confianza con Jana, esa sencilla intimidad, pero era tan tímida, tan delicada, no se atrevía ni siquiera a tomarle una mano por temor a molestarla, ¡cuánto trabajo le había costado comenzar a salir con ella!
—Siempre me ha parecido una muchacha hosca, huraña y hasta agresiva; tal vez se siente muy superior a todos nosotros —le dijo un día Miguel.
—Estás muy equivocado, lo que sucede es que Jana es muy tímida, pero yo la entiendo bien, además ha sufrido mucho, la forma como murieron sus padres fue terrible...
—No discuto eso, claro que fue una verdadera tragedia, pero...
—El dolor hace que las gentes se encierren en sí mismas y se muestren aparentemente hoscas; pero es sólo un mecanismo de defensa, una barrera inconsciente para protegerse de cualquier cosa que les pueda hacer daño nuevamente...
—Puede ser... pero también puede ser cosa propia de su temperamento alemán —dijo Miguel. No cabía duda de que a Miguel no le simpatizaba Jana, y no era de extrañar. Miguel tenía cierta torpeza interior que no le permitía penetrar en los demás, él entendería de fútbol, de rock and roll, de tonterías, ¡qué superficial era!
—Y siempre huele a formol y a balsoformo...
Gabriel se había ido sin contestarle, ¡qué estúpido podía ser cuando se lo proponía! Si bien era cierto que al principio a él también le resultaba muy desagradable aquel olor que despedía Jana, parecía que estaba impregnada totalmente de él, y así tenía que ser, pues manejaba todos los días aquellas sustancias. Pronto se había acostumbrado y no le molestaba más. Cuando se casaran no le permitiría que siguiera en el anfiteatro ¡y vaya que le iba a costar mucho disuadirla! Porque tomaba demasiado en serio aquel trabajo; le parecía sumamente interesante y estaba convencida de que llegaría a ser una magnífica embalsamadora; había estudiado los procedimientos de que se valían los egipcios para conservar sus muertos; conocía muchos métodos diversos y tenía fórmulas propias que estaba perfeccionando y que pensaba poner en práctica muy pronto; además estaba escribiendo un libro..., esto le había dicho aquella tarde en que él se había arriesgado a tocar el tema. ¡Sí que iba a resultar difícil! El Dr. Hoffman también protestaría; él la había llevado a trabajar al hospital y era su colaboradora. ¡Y qué mal genio tenía el viejo! Cuando algo le salía mal se restregaba las manos, escupía, se rascaba el mentón, mascaba algo imaginario... ¡pero qué extraordinario cirujano era! Aquella trepanación parietal que... Gabriel se dio cuenta que ya era su parada y apresuradamente se levantó.
Había dejado de llover; olía a tierra húmeda y a hierba mojada. Estaba fresco pero no hacía frío. Resultaba agradable caminar por aquella larga avenida de cipreses que conducía a la quinta. Miró el reloj, faltaban veinte minutos para las ocho. Llegaría a tiempo. La esquela decía que lo esperaba a las ocho.
Se debia de vivir muy tranquilo por allí; sin ningún ruido, con tanto aire puro, pero estaba muy retirado y muy solo. No le gustaba que Jana hiciera ese recorrido por las noches. Resultaba peligroso para cualquiera; había pocas casas y poca gente; si uno gritaba ni quién lo oyera. En los periódicos siempre aparecían noticias de asaltos y de... No le haría ningún reproche a Jana por aquel silencio, ¡pobrecita! también ella debía haber sufrido. Más de un mes había pasado sin tener noticias. Le parecía inexplicable aquella actitud de Jana. Recordó aquellas noches que fue hasta la quinta tratando inútilmente de verla, o aquellas largas esperas en la puerta del anfiteatro... Sus dedos palparon el sobre y sintió un gran alivio; con esto había terminado la angustia. Lo mejor sería casarse pronto; una ceremonia sencilla, sin invitados; les avisaría a sus padres cuando ya estuvieran casados, así no podrían oponerse; los conocía bien, su madre era capaz de enfermar, de ponerse grave, tal vez hasta de morirse. ¿Pensaría Jana que vivieran en la quinta? No sabría qué decidir. No se atrevería a llevarla a la pensión: un cuarto solamente, una cama estrecha y dura, el baño compartido con veinte estudiantes, y la comida tan mala, que se quedaría siempre sin comer. Tendría que hacer a un lado su orgullo y venirse a la quinta. Por lo menos podría estudiar tranquilo, sin ruido de tranvías, sin gente molesta, solo él con Jana...
Cuando llegó, la quinta se hallaba como de costumbre a oscuras; las celosías no permitían que la luz del interior se filtrara. La reja estaba sin candado, Gabriel llegó a través del jardín hasta la puerta de la casa y tocó el timbre. Oyó el sonido de una campanilla, volvió a tocar. Por fin abrieron. Allí estaba Jana, con un vestido de seda gris, casi blanco, pegado al cuerpo; el pelo rubio suelto cayendo suavemente sobre los hombros. Lo saludó como si lo hubiera visto el día anterior. Muy desconcertado la siguió a través de un oscuro pasillo hasta el salón profusamente iluminado. Era una sala con muebles imperio, con muchos cuadros, la mayoría retratos, tibores, lámparas, gobelinos, bibelots, un piano alemán de media cola, estatuillas de mármol, una gran araña colgando en el centro del salón...
—Éstos son los retratos de mis padres —dijo de pronto Jana mostrándole dos retratos colocados sobre la chimenea.
—Muy bien parecidos —repuso cortésmente Gabriel.
—Sí, eran realmente hermosos... los retratos por otra parte son bastante buenos. Los hizo un pintor austríaco desterrado, a quien mi padre protegía. Me encanta el color y la pureza del tratamiento: observa la frescura de la tez, la humedad de los labios, parece como si estuvieran...
El sonido de unos pasos en el corredor interrumpió a Jana, se volvió y miró hacia la entrada; también Gabriel pensó que alguien iba a aparecer.
Mira qué bello piano —dijo Jana, a tiempo que lo abría y acariciaba las teclas— mamá tocaba maravillosamente.
—¿Tú también tocas? —preguntó Gabriel interrumpiéndola.
—Me gustaba oírla tocar —continuó ella como si no hubiera oído la pregunta de Gabriel—; por las noches interpretaba a Mozart, a Brahms, mi padre leía los periódicos, yo la escuchaba embelesada... sus manos eran finas, los dedos largos, ágiles, tocaba dulcemente, casi con sordina, nos decía tantas cosas cuando tocaba... Otra vez los pasos llegaron hasta la puerta, Gabriel se quedó esperando... nadie entró. Jana subió una ceja como solía hacerlo cuando algo le desagradaba y cerró el piano bruscamente. Le ofreció un cigarrillo a Gabriel y lo invitó a sentarse. Ella se acomodó en una butaca grande, tapizada con terciopelo verde oscuro, distinta de los demás muebles. Gabriel se encontraba muy incómodo en aquella elegante sala tan llena de cosas valiosas, tan cargada de recuerdos. Quería hablar con Jana, había estudiado el diálogo palabra por palabra y ahora no sabía cómo empezar. Se encontraba torpe, molesto, y comenzaba a sentirse nervioso. Le hubiera gustado que estuvieran en algún café, o en el parque, en cualquier sitio menos allí... Se acomodó en una silla cerca de ella.
—Pasaron tantos días sin saber de ti —dijo tratando de iniciar su conversación.
—Aquí se sentaba siempre papá, a veces se quedaba dormido, ¡me enternecía tanto!, vivía cansado, trabajaba mucho, para que nada nos faltara a mamá y a mí, decía siempre cuando le reprochábamos, ¡pobre papa!... a veces jugaba ajedrez con el Dr. Hoffman, los domingos en la tarde; mamá servía el té y las pastas, después cogía su bordado, siempre bordaba flores y mariposas, flores de durazno y violetas; de cuando en cuando dejaba la costura y observaba a papá jugando con el Dr. Hoffman, lo miraba con gran ternura como si hubiera sido un niño, su niño. Papá sentía aquella mirada, buscaba sus ojos y sonreían; "esos novios", solía decir el viejo Hoffman... Alguien había llegado hasta la puerta y Gabriel podía escuchar una respiración acelerada; Jana calló bruscamente y su cara se endureció. Nunca había visto Gabriel aquella expresión tan dura, tan fría, tan distinta de la que él amaba, de la que él guardaba dentro de sí... Seguía escuchando la respiración cerca de la puerta, tan fuerte, tan agitada como la de una fiera en celo... se sentía mal, cada vez más, disgustado con todo y con él mismo, aquella atmósfera le resultaba asfixiante, aquellos pasos, aquella respiración, aquella mujer tan lejana, tan desconocida para él. Había hecho tantos proyectos, había planeado lo que iba a decirle, lo que ella contestaría, todo, y ahora lo había olvidado todo, no sabía ya qué decir ni de qué hablar. Recorría con la vista los cuadros, los retratos, las estatuillas, el gobelino lleno de figuras que danzaban en el campo sobre la hierba, la gran araña que iluminaba el salón, todo parecía rígido allí y con ojos, miles de ojos que observaban, que lo cercaban poco a poco, y la respiración, detrás de la puerta, aquella respiración que empezaba a crisparle los nervios.
—¡Basta ya, Walter!— gritó de pronto Jana —¡basta, te digo!
Gabriel se levantó y fue a sentarse junto a ella, tomó su mano, estaba fría y húmeda...
Jana, querida, salgamos de aquí; vamos a caminar un poco, a platicar, vamos a... Ella retiró la mano y lo miró fijamente. Entonces él vio de cerca sus ojos, por primera vez esa noche, estaban increíblemente brillantes, las pupilas dilatadas, inmensas y lagrimeantes... sintió que un escalofrío le corría por la espalda mientras la sangre le golpeaba las sienes... Jana se levantó y fue a tocar un timbre, nadie apareció, volvió a tocar, no hubo respuesta.
—Quiero el té, bien caliente —gritó Jana. Gabriel quería salir de allí, respirar aire puro, no ver más los retratos, ni el piano, salir de aquella sala agobiante, de aquel mundo de objetos, de tantos recuerdos, de aquella noche desquiciante, de aquel aturdimiento. El gran candil con sus cien luces calentaba demasiado. Necesitaba aire y el aire no alcanzaba a penetrar a través de las celosías, la puerta de cristales que comunicaba con el jardín se encontraba cerrada... El reloj de la chimenea dio la media, la noche se había eternizado para Gabriel y el tiempo era una línea infinitamente alargada. Jana regresó a sentarse en la misma butaca y encendió un cigarrillo.
—¿Qué ha sucedido, Jana? Dímelo. —Así era yo entonces —dijo ella señalando el retrato de una jovencita.
No está conmigo, pensó dolorosamente Gabriel.
—El día que me hicieron el retrato, cumplía dieciséis años; mamá me había hecho el vestido, era de organza azul; "es del mismo color que los ojos", dijo papá; por la tarde fuimos a tomar helados y después al teatro, mamá comentó que la obra era un poco atrevida para una niña; "ya es una joven", agregó papá con una sonrisa, "está bien que vaya sabiendo algunas cosas"; el doctor Hoffman me regaló el collar que tengo en el retrato, ¿no es lindo.. . ?, era de cristal de roca color turquesa, el color azul siempre ha sido mi predilecto, ¿a ti te gusta?
—Es el color de tus ojos, pero... ¿por qué no hablamos de nosotros?
Se escuchó el ruido de una mesa de té que alguien arrastraba; Jana se levantó precipitadamente y salió de la sala; regresó con la mesa. Gabriel recordó en ese momento la primera vez que la vio en el hospital, conduciendo aquella camilla. . .
—Le mandé decir que no había terminado de prepararlo —le dijo Jana al doctor Hoffman.
—Está bien, Jana, no estorbe ahora. Ella se hizo a un lado sin decir más y se sentó en una banca; desde allí observaba con gran atención las manos del doctor Hoffman trabajando hábilmente en aquel cuerpo muerto...
Jana servía el té. —¿Con crema o solo?
—Prefiero solo. Cuando le dio la taza Gabriel volvió a mirar de cerca aquellas pupilas enormemente dilatadas y lagrimosas y sintió algo extraño casi parecido al miedo; "ojos que no me atrevo a mirar de frente cuando sueño", estos ojos no podría él guardarlos para su soledad, para aquellas noches en que vagaba por la ciudad y no tenía más refugio que meterse en algún bar y beber, beber, hasta que la luz del día lo obligaba a hundirse en las sábanas percudidas de su cama de estudiante.
—¿Está bien de azúcar?
—Sí, gracias —contestó él. Qué importancia podía tener ahora el azúcar, las palabras, si todo estaba roto, perdido en el vacío, en el sueño tal vez, o en el fondo del mar, en el capricho de ella, o en su propia terquedad que lo había hecho creer, concebir lo imposible, aquellos meses... todo falso, fingido, planeado, actuado tal vez. Sintió de pronto un enorme disgusto de sí mismo y el dolor de haber sido tan torpe, tan ciego, tan iluso; dolor de su pobre amor tan niño. La miró con rencor, casi con furia, con furia, sí, desatada, de pronto desenfrenada y terrible. Ella sonreía con aquella sonrisa que bien conocía, aquella sonrisa inocente que tanto lo había conmovido y...
—¿No está muy caliente el té? —preguntó Jana. No le contestó, la seguía mirando sonreír, las pupilas dilatadas, los dientes blancos, agudos; detrás de ella los retratos también lo miraban sonrientes... Los pasos llegaron nuevamente hasta la puerta...
—Te dije que no molestaras, que no molestaras. Gabriel advirtió que su frente y sus manos estaban empapadas en sudor, y comenzó a sentir el cuerpo pesado y un extraño hormigueo que poco a poco lo iba invadiendo; estaba completamente mareado y temía, de un momento a otro, caer de pronto en un pozo hondo; se aflojó la corbata, se enjugó el sudor; necesitaba aire, respirar; caminó hasta una ventana, había olvidado las celosías (aquí todo es recuerdo, hasta el aire); se tumbó de nuevo en la silla, pesadamente. Encendió un cigarrillo y miró a Jana como se mira una cosa que no dice nada.
—Tú querías conocer mi casa, mi vida... estás aquí...
El rostro sonriente de Jana se iba y regresaba, se borraba, aparecía, los dientes blancos que descubrían los labios al sonreír, las pupilas dilatadas, se perdía, regresaba otra vez, ahora riendo, riendo cada vez más fuerte, sin parar; él se pasó la mano por los ojos, se restregó los ojos, todo le daba vueltas, aquel extraño gusto en el té, todo giraba en torno de él, los retratos, el gobelino, las estatuillas, los bibelots; Jana se iba y volvía, riéndose; la araña con sus mil luces lo cegaba, el piano negro, los pasos en el pasillo, las ventanas con celosías blancas, la respiración, el rostro de Jana blanco, muy blanco, entre una niebla perdiéndose, regresando, acercándose, los dientes, la risa, los pasos nuevamente, la respiración detrás de la puerta, las figuras danzando sobre la hierba en el gobelino, saliéndose de allí, bailando sobre el piano, en la chimenea, aquel sabor, aquel gusto tan raro del té... Jana decía algo, la vio levantarse y abrir la puerta de cristales que daba al jardín y salir.
Gabriel se incorporó dando traspiés; cuando alcanzó la puerta y respiró el aire fresco de la noche, sintió que se recobraba un poco, lo suficiente para caminar. Jana caminaba por un sendero hacia el fondo del jardín, él la seguía torpemente, tambaleándose; cada vez sentía que era el último paso, su último paso en aquella húmeda noche de otoño; todo fallaba en él, su cuerpo no le obedecía, sólo su voluntad lo llevaba, era ella la que arrastraba al cuerpo; oyó los pasos que venían detrás de él, duros, sordos, pesados no intentó ni siquiera darse la vuelta, era inútil ya, no podría hacer nada, todo estaba perdido, ya no había esperanza ni deseo de buscarla, quería apresurar el final y caer en el olvido como una piedra en un pozo; perderse en la noche, en lo oscuro, olvidar todo, hasta su propio nombre y el sonido de su voz... y los pasos cada vez más cerca, una sombra se proyectaba adelante y él ya no sabía cuál de las dos sombras era la suya; los pasos estaban ahora junto a él y aquella respiración jadeante...
Jana había llegado hasta una puerta al fondo del jardín y por allí entró. Cuando Gabriel logró llegar, las dos sombras se habían juntado. Un golpe de aire dulzón y nauseabundo le azotó la cara; el estómago se le contrajo, trató de salir al jardín nuevamente y respirar. Ya habían cerrado la puerta... estaba oscuro y sólo una débil claridad de luna se filtraba a través de las celosías; distinguió a Jana hacia el centro del salón, desde allí lo miraba desafiante, en medio de dos féretros de hierro... aquel aire pesado, dulce, fétido le penetraba hasta la misma sangre, un sudor frío le corría por todo el cuerpo, quiso buscar un apoyo y tropezó con algo, cayendo al suelo; algo muy pesado, grande, cayó entonces sobre él; rodaron por el suelo a oscuras, entre golpes, gritos, carcajadas, olor a cadáver, a éter y formol, entre golpes sordos, brutales, de bestia enloquecida, resoplando, cada vez más... Y los ojos claros de Jana eran como los ojos de una fiera brillando en la noche, maligna y sombría... Sobre Gabriel caía una lluvia de golpes mezclados con terribles carcajadas...
-Sheeesss, no tanto ruido, que puedes despertarlos —decía Jana.



Este y otros cuentos los pueden encontrar en el libro de colección:

Amparo Dávila; Cuentos reunidos; FCE; 2009