martes, 25 de febrero de 2014

LAS CIUDADES SUMERGIDAS

Con Las ciudades sumergidas inicia El pecado y la noche (1913) de Antonio de Hoyos y Vinent, autor recomendado por Emiliano González y del que pronto escribiré algo.



LAS CIUDADES SUMERGIDAS
Agua, fuego, lodo. Quiméricas nubes de maravilla que dormís sepultadas por una venganza de la Naturaleza; ciudades en que florecieron los siete pecados, en que las manos bíblicas trazaron sus misteriosos conjuros y las voces de los Profetas fulminaron anatemas; ciudades de pecado y de abominación en que las cortesanas bailaron desnudas en los templos y las reinas se prostituyeron a los mercenarios; ciudades de leyenda en que reinó la Lujuria, en que los apóstoles fueron lapidados y la hija del Rey de Is evocó al Demonio. Los hombres os han hecho salir a la superficie, han arrancado la lava que el cielo escupió sobre vosotras, y cínicas, desnudas en vuestra liviandad, vais surgiendo en los lúbricos frescos de vuestros lupanares y en los libertinos mosaicos de vuestros baños patricios. Algunas veces, en las estancias recatadas de una habitación, surge una momia en un espasmo de lubricidad grotesca.
Y su gesto es el mismo gesto de siempre.

Y el Demonio ha vuelto a reinar sobre la Tierra.


Si les gustó, AQUÍ pueden descargar el libro de forma gratuita (gracias a la buena voluntad de The Project Gutenberg).

miércoles, 12 de febrero de 2014

SALAMANDRA

Recién terminé de leer Salamandra (1919) de Efrén Rebolledo en una hermosa edición facsimilar de Premia editora (1979).



Por lo pronto, les comparto un fragmento del prólogo, a cargo de Luis Mario Schneider:

La salamandra es mujer-síntesis, una astuta hembra hechizadora como Cleopatra, monstruosa como Medusa, dañina como Salomé e inviolablemente sensual como una hermafrodita. Vive entre las llamas que su amor despierta y a más fuego, más pasión, más se reviste de frialdad, más se acaparazona de hielo. Su existencia sólo se justifica en su vicio: el de la muerte.

Los decadentistas decimomónicos la adoraban por misteriosa, pero también por corruptora, por sanguínea, por degenerada, por ese primitivo gozo hacia la violencia sádica, núcleo vital en el que la lujuria cerebral hace exquisita la depravación.

También porque la salamandra es diosa, diosa sagradamente perversa, sacerdotisa de la belleza maldita: porque es mujer-vampiro, también araña, reveladora, despertadora del masoquismo congénito de sus víctimas.

Los decadentistas, es decir los románticos extremistas, gustaban de la salamandra por esa extraña mescolanza de divinidad, erotismo y muerte. Por ese afán de dar a la tragedia un sentido elegiaco de la vida y de hermanar la bestialidad con la religión o de aunar el vicio del horror con la limpieza de lo sagrado.