martes, 30 de noviembre de 2010

DEL TORO TRIP

Llegó el día. Recogimos al resto de la Neurobunch y, llenos de entusiasmo y buena vibra, nos enfilamos a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Además de la razón obvia, Guillermo Del Toro (sí, Guillermo Del Toro) presentaría la segunda parte de la Trilogía de la Oscuridad: Oscura. Después de seis horas donde pusimos a prueba nuestros conocimientos cinematográficos y donde estuvimos a punto de protagonizar una cinta slasher cuando nos quedamos sin gasolina y tuvimos que adentrarnos en un pueblito en medio de la nada, llegamos a la tierra del tequila. Acostumbrados a la vida nocturna chilanga, salimos a medianoche en busca de algo para cenar. Después de mucho buscar y a punto de desfallecer de inanición, encontramos unos sabrosos tacos de suadero. Al día siguiente, a primera hora, ya estábamos recorriendo los enormes pasillos de la FIL. Nos apuramos a comprar algunos libros y nos instalamos en el auditorio donde se llevaría a cabo la presentación. Algunos se comían las uñas, otros leían sus recientes adquisiciones. Yo estaba mareado por el flujo de adrenalina que recorría mis venas. ¡Por esa puerta, a escasos tres metros de mi posición, entraría Guillermo en pocos minutos! Apenas asomó su rubia melena, todo el auditorio, que estaba repleto, lo ovacionó de pie. Por más de una hora nos platicó, como entre cuates en la sala su casa, todo lo relacionado a Oscura y el mundo de los vampiros. La plática estuvo llena de buen humor y consejos. El enorme aura de Guillermo, que apenas cabía en el auditorio, de amabilidad, honestidad, sencillez, sabiduría y humildad me golpeó tan fuerte que estuve al borde del colapso. Terminando corrimos al lugar donde sería la firma de autógrafos un par de horas más adelante. Los minutos pasaron como caracol reumático. Al acercarse la hora pactada, los que no alcanzaron boleto (sólo lo dieron a los primeros 150 en llegar) se acercaron para por lo menos llevarse una fotografía del ídolo. Mis manos temblaban, sudaba frío. ¿Qué decirle, en tan pocos segundos, a tu héroe, a tu ídolo? Llegó mi turno...

Con una amplia sonrisa y viéndome directo a los ojos, Guillermo inició la conversación:
GDT - ¡Hola! ¿Cómo estás?
YO - ¡Súper emocionado de poder conocerte! (Aunque se puede leer de forma fluida, estoy seguro que lo dije tartamudeando)
Sin dejar de sonreír, examinó los libros que llevaba para que estampara su firma: Oscura y una réplica de sus apuntes y dibujos para Hellboy II.
YO - Para Ana y Miguel.
Volteó a verme con una sonrisa cómplice: antes de mí pasó Ana (La Rumu) y pidió que le firmara de igual forma Nocturna y el guión de La invención de Cronos. Sonrojado, continué:
YO - Sí, la Ana que acaba de pasar.
GDT - ¡Ah! Entonces comparten los libros.
YO - Sí, también el librero, es mi prometida.
GDT - ¡Vaya, eso sí que es un compromiso!
Mientras firmaba los libros le comenté mi entusiasmo por su participación en Las montañas de la locura. Después, para sorpresa mía, preguntó:
GDT - ¿Los dos escriben, verdad?
YO - Sí, en enero entró a la SOGEM.
GDT - ¡Pues mucha suerte con eso y lo del matrimonio! Lo dijo de una forma tan genuina que parecían las palabras de un amigo de años. Posamos para la fotografía y me brindó su manaza.

De pronto fui consciente de la demás gente, de los sonidos y, todavía flotando en una nube, bajé de la tarima. Aquí abajo tendría que ir la fotografía. Lamentablemente, un perro de Tíndalos atravesó nuestra dimensión por la esquina de mi cuarto y se la llevó. Pero nunca podré deshacerme de la imagen de esos ojos tan azules y de ese rostro tan apacible que sólo poseen las grandes personas. Extasiados y todavía temblando, le dimos otra vuelta a la FIL para tranquilizarnos e iniciamos el largo regreso a casa. No sé si fue el apretón de manos o el simple hecho de respirar su mismo aire, pero algo en nosotros, en mí, cambió.

La nueva generación de escritores y cineastas, que al subirse a su primer ladrillito de éxito se marean, deberían aprender de Guillermo que, a pesar de encontrarse en otro nivel, sigue siendo el mismo niño malhablado, simpático y curioso de siempre.

Muchas gracias, Guillermo.



El siguiente 7 de diciembre sale a la venta la edición de THE CRITERION COLLECTION de CRONOS.


lunes, 29 de noviembre de 2010

HISTORIA DE MARIQUITA

HISTORIA DE MARIQUITA
Guadalupe Dueñas

Nunca supe por qué nos mudábamos de casa con tanta frecuencia. Siempre nuestra mayor preocupación era establecer a Mariquita. A mi madre la desazonaba tenerla en su pieza; ponerla en el comedor tampoco convenía; dejarla en el sótano suponía molestar los sentimientos de mi padre; y exhibirla en la sala era imposible. Las visitas nos habrían enloquecido a preguntas. Así que, invariablemente, después de pensarlo demasiado, la instalaban en nuestra habitación. Digo “nuestra” porque era de todas. Con Mariquita, allí, dormíamos siete.

Mi papá siempre fue un hombre práctico; había viajado mucho y conocía los camarotes. En ellos se inspiró para idear aquél sistema de literas que economizaba espacio y facilitaba que cada una durmiera en su cama.

Como explico, lo importante era descubrir el lugar para Mariquita. En ocasiones quedaba debajo de una cama, otras en un rincón estratégico; pero la mayoría de las veces la localizábamos arriba del ropero.

Esta situación sólo nos interesaba a las dos mayores; las demás, aún pequeñas, no se preocupaban.

Para mí, disfrutar de su compañía me pareció muy divertido; pero mi hermana Carmelita vivió bajo el terror de esta existencia. Nunca entró sola a la pieza y estoy segura de que fue Mariquita quien la sostuvo tan amarilla; pues, aunque solamente la vio una ocasión, asegura que la perseguía por toda la casa.

Mariquita nació primero; fue nuestra hermana mayor. Yo la conocí cuando llevaba diez años en el agua y me dio mucho trabajo averiguar su historia.

Su pasado es corto, y muy triste: Llegó una mañana con el pulso trémulo y antes de tiempo. Como nadie la esperaba, la cuna estaba fría y hubo que calentarla con botellas calientes; trajeron mantas y cuidaron que la pieza estuviera bien cerrada. Isabel, la que iba a ser su madrina en el bautizo, la vio como una almendra descolorida sobre el tul de sus almohadas. La sintió tan desvalida en aquél cañón de vidrios que sólo por ternura se la escondió en los brazos. Le pronosticó rizos rubios y ojos más azules que la flor del helitropo. Pero la niña era tan sensible y delicada que empezó a morir.

Dicen que mi padre la bautizó rápidamente y que estuvo horas enteras frente a su cunita sin aceptar su muerte. Nadie pudo convencerlo de que debía enterrarla. Llevó su empeño insensato hasta esconderla en aquel pomo de chiles que yo descubrí un día en el ropero, el cual estaba protegido por un envase carmesí de forma tan extraña que el más indiferente se sentía obligado a preguntar de qué se trataba.

Recuerdo que por lo menos una vez al año papá reponía el líquido del pomo con nueva sustancia de su química exclusiva —imagino sería aguardiente con sosa cáustica—. Este trabajo lo efectuaba emocionado y quizá con el pensamiento de lo bien que estaríamos sus otras hijas en silenciosos frascos de cristal, fuera de tantos peligros como auguraba que encontraríamos en el mundo.

Claro está que el secreto lo guardábamos en familia. Fueron muy raras las personas que llegaron a descubrirlo y ninguna de éstas perduró en nuestra amistad. Al principio se llenaban de estupor, luego se movían llenas de recelo, por último desertaban haciendo comentarios poco agradables acerca de nuestras costumbres. La exclusión fue total cuando una de mis tías contó que mi papá tenía guardado en un estuche de seda el ombligo de una de sus hijas. Era cierto. Ahora yo lo conservo: es pequeño como un caballito de mar y no lo tiro porque a lo mejor me pertenece.

•••

Pasó el tiempo, crecimos todas. Mis padres ya no estaban entre nosotras; pero seguíamos cambiándonos de casa y empezó a agravarse el problema de la situación de Mariquita.

Alquilamos un señorial caserón en ruinas. Las grietas anunciaban la demolición. Para tapar las bocas que hacían gestos en los cuartos distribuimos pinturas y cuadros sin interesarnos las conveniencias estéticas. Cuando la rajadura era larga como un túnel la cubríamos con algún gobelino en donde las garzas, que nadaban en punto de cruz de añil, hubieran podido excursionar por el hondo agujero. Si la grieta era como una cueva, le sobreponíamos un plato fino, un listón o dibujos de flores. Hubo un problema con el socavón inferior de la sala; no decidíamos si cubrirlo con un jarrón ming o decorarlo como oportuno nicho o plantarle un pirograbado japonés.

Un mustio corredor que se metía a los cuartos encuadraba la fuente de nuestro palacio. Con justo delirio de grandeza dimos una mano de polvo de mármol al desahuciado cemento de la pila, que no se quedó ni de pórfido ni de jaspe, sino de ruin y altisonante barro. En la parte de atrás, donde otros hubieran puesto gallinas, hicimos un jardín a la americana, con su pasto, su pérgola verde y gran variedad de enredaderas, rosales y cuanto nos permitiera desfogar nuestro complejo residencial.

La casa se veía muy alegre; pero así y todo había duendes. En los excepcionales minutos de silencio ocurrían derrumbes innecesarios, sorprendentes bailoteos de candiles y paredes, o inocentes quebraderos de trastos y cristales. Las primeras veces revisábamos minuciosamente los cuartos, después nos fuimos acostumbrando, y cuando se repetían estos dislates no hacíamos caso.

Las sirvientas inventaron que la culpable era la niña que escondíamos en el ropero: que en las noches su fantasma recorría el vecindario. Corrió la voz y el compromiso de las explicaciones; como todas éramos solteras con bastante buena reputación se puso el caso muy difícil. Fueron tantas las habladurías que la única decente resultó ser la niña del bote a la que siquiera no levantaron calumnias.

Para enterrarla se necesitaba un acta de defunción que ningún médico quiso extender. Mientras tanto la criatura, que llevaba tres años sin cambio de agua, se había sentado en el fondo del frasco definitivamente aburrida. El líquido amarillento le enturbiaba el paisaje.

Decidimos enterrarla en el jardín. Señalamos su tumba con una aureola de mastuerzos y una pequeña cruz como si se tratara de un canario.

Ahora hemos vuelto a mudarnos y no puedo olvidar el prado que encarcela su cuerpecito. Me preocupa saber si existe alguien que cuide el verde Limbo donde habita y si en las tardes todavía la arrullan las palomas.

Cuando contemplo el entrañable estuche que la guardó veinte años, se me nubla el corazón de nostalgia como el de aquellos que conservan una jaula vacía; se me agolpan las tristezas que viví frente a su sueño; reconstruyo mi soledad y descubro que esta niña ligó mi infancia a su muda compañía.



Guadalupe Dueñas (Guadalajara, México, 1920-2002) fue becaria del Centro Mexicano de Escritores (1961-1962). Fue analista de guiones cinematográficos y realizó obras diversas para televisión. Gran parte de su obra ha aparecido en antologías, revistas y suplementos culturales. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, alemán, francés e italiano. Entre sus libros destacan: Las ratas y otros cuentos (1954), Tiene la noche un árbol (1958) y Máscara para un ídolo (1987). Su narrativa materializa mundos que se antojan imposibles en lo ordinario y en los espacios de lo cotidiano. De los más nimio y familiar construye territorios fantásticos, umbrales oníricos o el rostro del horror más silente.

HISTORIA DE MARIQUITA pertenece a Tiene la noche un árbol.

Acá más información y cuentos de Guadalupe Dueñas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

LOS GATOS PERSAS

Sin lugar a dudas, lo mejor que se ha presentado en la 52 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional es la película LOS GATOS PERSAS (No one knows about persian cats) de Bahman Ghobadi (Las tortugas pueden volar).

Se trata de un falso documental que sigue las peripecias de Negar y Ashkan para conseguir músicos para su banda y pasaportes y visas para salir de Irán.

En este viaje por la ciudad de Teherán (capital de Irán), se nos presenta lo que se está haciendo musicalmente y los problemas de represión que lamentablemente los siguen aquejando.

Resulta impactante encontrar tantas similitudes entre Teherán y la ciudad de México: las calles, las personas, las situaciones... Solo el lenguaje nos diferencia.

La represión que se vive en nuestra ciudad no se compara con la de ellos: los encarcelan por llevar mascotas (seres impuros) en el carro, por vender piratería, por hacer ruido (sobretodo si se trata de rock)...

A pesar de que los protagonistas son Negar y Ashkan, el que se lleva la película es Nader (Hamed Behdad): un milusos entrañable que hará hasta lo imposible por realizar el sueño de ese par de talentosos músicos.

Este es el trailer:



Algunas rolas (con todo y escena) de la película:














Aquí la rola principal.

Acá un metal.

Si te late la música, tienes que verla.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA JAULA DE TÍA ENEDINA

LA JAULA DE TÍA ENEDINA
Adela Fernández

Desde que tenía ocho años me mandaban a llevarle la comida a mi tía Enedina, la loca. Según mi madre, enloqueció de soledad. Tía Enedina vivía en el cuarto de trebejos que está al fondo del traspatio. Conforme me acostumbraron a que yo le llevara los alimentos, nadie volvió a visitarla, ni siquiera tenían curiosidad por ella. Yo también le daba de comer a las gallinas y a los marranos. Por éstos sí me preguntaban, y con sumo interés. Era importante para ellos saber cómo iba la engorda; en cambio, a nadie le interesaba que tía Enedina se consumiera poco a poco. Así eran las cosas, así fueron siempre, así me hice hombre, en la diaria tarea de llevarles comida a los animales y a la tía.

Ahora tengo diecinueve años y nada ha cambiado. A la tía nadie la quiere. A mí tampoco porque soy negro. Mi madre nunca me ha dado un beso y mi padre niega que soy hijo suyo. Goyita, la vieja cocinera, es la única que habla conmigo. Ella me dice que mi piel es negra porque nací aquel día del eclipse, cuando todo se puso oscuro y los perros aullaron. Por ella he aprendido a comprender la razón por la que no me quieren. Piensan que al igual que el eclipse, yo le quito la luz a la gente. Goyita es abierta, hablantina y me cuenta muchas cosas, entre ellas, cómo fue que enloqueció mi tía Enedina.

Dice que estaba a punto de casarse y en la víspera de su boda un hombre sucio y harapiento tocó a la puerta preguntando por ella. Le auguró que su novio no se presentaría a la iglesia y que para siempre sería una mujer soltera. Compadecido de su futuro le regaló una enorme jaula de latón para que en su vejez se consolara cuidando canarios. Nunca se supo si aquel hombre que se fue sin dar más detalles, era un enviado de Dios o del diablo.

Tal como se lo pronosticó aquel extraño, su prometido sin aclaración alguna desertó de contraer nupcias, y mi tía Enedina bajo el desconcierto y la inútil espera, enloqueció de soledad. Goyita me cuenta que así fueron las cosas y deben de haber sido así. Tía Enedina vive con su jaula y con su sueño: tener un canario. Cuando voy a verla es lo único que me pide, y en todos estos años, yo no he podido llevárselo. En casa a mí no me dan dinero. El pajarero de la plaza no ha querido regalarme uno, y el día que le robé el suyo a doña Ruperta por poco me cuesta la vida. Lo escondí en una caja de zapatos, me descubrieron, y a golpes me obligaron a devolvérselo.

La verdad, a mí me da mucha lástima la tía, y como no he podido llevarle su canario, decidí darle caricias. Entré al cuarto... ella, acostumbrada a la oscuridad, se movía de un lado para otro. Se dio cuenta que su agilidad huidiza fue para mí fascinante. Apenas podía distinguirla, ya subiéndose a los muebles o encaramándose en un montón de periódicos. Parecía una rata gris metiéndose entre la chatarra. Se subía sobre la jaula y se mecía con un balanceo algo más que triste. Era muy semejante a una de esas arañas grandes y zancudas de pancita pequeña y patas largas.

A tientas, entre tumbos y tropezones comencé a perseguirla. Qué difícil me fue atraparla. Estaba sucia y apestosa. Su rostro tenía una gran similitud con la imagen de la Santa Leprosa de la capilla de San Lázaro; huesuda, cadavérica, con un Dios adentro que se gana mediante la conformidad. No fue fácil hacerle el amor. Me enredaba en los hilachos de su vestido de organdí, pero me las arreglé bien para estar con ella. Todo esto a cambio de un canario que por más empeñaba que puse, no podía regalarle.

Después de aquella morosidad, cada vez que llegaba con sus alimentos, sacaba la mano de uñas largas en busca de mi contacto. Llegué a entrar repetidas veces, pero eso comenzó a fastidiarme. Tía Enedina me lastimaba, incrustando en mi piel sus uñas, mordiendo, y sus huesos afilados, puntiagudos se encajaban en mi carne. Así que decidí buscar la manera de darle un canario costara lo que costara.

Han pasado ya tres meses que no entro al cuarto. Le hablo de mi promesa y ella ríe como un ratón, babea y pega de saltos. Me pide alpiste. Posiblemente quiere asegurar el alimento del prometido canario. Todos los días le llevo un poco de ese que compra Goyita para su jilguero.

Ha transcurrido más de un año y lo del canario parece imposible. Me duele comunicarle tal desesperanza, tampoco quiero hacerle de nuevo el amor. Le he propuesto a cambio de caricias y canario, el jilguero de Goyita. Salta, ríe, mueve negativamente la cabeza. Parece no desear más tener un pájaro, sin embargo insiste en los puños diarios de alpiste que le llevo. Cosas de su locura, el dorado de las semillas debe en mucho regocijarla.

Me sentí demasiado solo, tanto que decidí volver a entrar al oscuro aposento de la tía Enedina. Desde aquellos días en que yo le hacía el amor, han pasado ya dos años. A ella la he notado más calmada, puedo decir que vive en mansedumbre. Pensé que ya no me arañaría. Por eso entré, a causa de mi soledad y de haberla notado apacible.

Ya adentro del cuarto, quise hacerle el amor pero ella se encaramó en la jaula. Motivado por mi apetito de caricias, esperé largo rato, tiempo en que me fui acostumbrando a la penumbra. Fue entonces cuando dentro de la jaula, pude ver dos niñitos gemelos, escuálidos, albinos. Tía Enedina los contemplaba con ternura y felizmente, como pájara, les daba el diminuto alimento.

Mis hijos, flacos, dementes, comían alpiste y trinaban....


ADELA FERNÁNDEZ nació en la ciudad de México en 1942. Ha frecuentado el ensayo, la dramaturgia, el guión cinematográfico y el cuento. Es autora de los libros Drogas: ¿paraíso o infierno?, Un viaje sin retorno, Fenomenología del suicidio, Henry Delauney, un pintor impresionista; Dioses prehispánicos, Diccionario ritual de voces nahuas, La cocina mexicana y Mito y seducción en Emilio el Indio Fernández. En 1975 dio a conocer su volumen de cuentos El perro o El hábito por la rosa; en 1986 publicó Duermevelas.

Alejandro Toledo: El hilo del minotauro, cuentistas mexicanos inclasificables; FCE.

lunes, 22 de noviembre de 2010

OSCURA

El pasado 29 de Octubre salió a la venta OSCURA: segunda parte de la Trilogía de la Oscuridad de Guillermo del Toro y Chuck Hogan.

Para leer Oscura no es completamente necesario, aunque sí recomendable, haber leído Nocturna. Poco a poco se nos va recordando, sin ser repetitivo ni pesado, lo que pasó en la primera parte de la historia.

En Nocturna se nos explica detalladamente cómo funcionan los vampiros. Recordemos que éstos no brillan con la luz solar ni cuestionan su inmortalidad. Son como parásitos que solo quieren alimentarse. Por ende, adiós a la belleza y al glamour. También cómo se va propagando la "enfermedad".

En Oscura ya es una epidemia. Estos vampiros/zombies/parásitos están por todas partes. Aquí, además de la visión científica que se explica en Nocturna, el origen de los vampiros tiene una explicación fantástica: existen siete ancianos de los cuáles descienden los demás. Hay nuevos personajes: la mayoría latinos. Y uno les recordará a las películas de luchadores. Esta segunda parte de la historia abarca tres trepidantes semanas que nos llevarán a un final impactante y desolador.

Así inicia:

Extracto del diario de Ephraim Goodweather

Viernes, 26 de noviembre

El mundo tardó apenas sesenta días en desaparecer. Y nosotros fuimos los responsables de ello: nuestras omisiones, nuestra arrogancia...

Cuando la crisis llegó al Congreso para ser analizada, legislada y vetada en última instancia, ya habíamos perdido. la noche les pertenecía a ellos.

Nos dejaron anhelando la luz del día cuando ya no era nuestra...

Todo esto pocos días después de que nuestra "irrefutable de video" se propagara por el mundo, y su veracidad fuera sofocada por el sarcasmo y socarronería. las parodias de Youtube no se hicieron esperar, destrozando cualquier esperanza.

Nuestro video se convirtió en una broma, un juego de palabras de medianoche, éramos todos tan listos. Nos reímos satisfechos, hasta que el atardecer cayó sobre nosotros y nos dimos vuelta para contemplar un vacío inmenso e indiferente.

En toda epidemia, la primera etapa de la respuesta de la población siempre es la negación. La segunda es la búsqueda de culpables.

Todos los fantasmas habituales desfilaron delante de los medios: problemas económicos, los conflictos sociales, la exclusión de las poblaciones marginales, las amenazas terroristas. Buscamos a quién culpar.

Pero al final, solo estábamos nosotros. Todos nosotros. Dejamos que sucediera porque nunca creímos que pudiera suceder. Éramos demasiado inteligentes. Demasiado avanzados y fuertes. Y ahora, la oscuridad es total.

Ya no hay verdades relativas no absolutas; no quedan fundamentos para nuestra existencia. los principios básicos de la biología humana han sido reescritos, y no en el código del ADN, sino en la sangre y en el virus.

Los parásitos y los demonios están por todas partes. Nuestro destino ya no es la descomposición orgánica connatural a la muerte, sino una transformación compleja y brutal. Una plaga. Una transformación diabólica. Nos han robado a nuestros vecinos, nuestros amigos y nuestras familias. Ahora llevan sus rostros, los de nuestros parientes, los de nuestros seres queridos.

Hemos sido expulsados de nuestros hogares. Desterrados de nuestro propio reino, deambulamos por tierras lejanas en busca de un milagro. Nosotros los supervivientes estamos ensangrentados, destrozados, derrotados. Pero no hemos sido corrompidos. No somos Ellos.

Aún no.

Estas palabras no pretenden ser un registro ni una crónica, sino una especie de elegía, la poesía de los fósiles, una evocación del final de la era de la civilización. Los dinosaurios casi no dejaron rastros; solo algunos huesos conservados en ámbar, el contenido de sis estómagos, sus deshechos. Solo espero que nosotros podamos dejar algo más que ellos.

El ritmo, a pesar de sus 417 páginas, sigue siendo fluido. Personajes que se sienten reales, entrañables. Todas las escenas son perfectamente visibles. El lenguaje es sencillo, pero podemos encontrar trazas poéticas y reflexivas. La historia es compacta, sin cabos sueltos. Te engancha desde la primera página y al final querrás más.

Pero lo mejor de esta trilogía es que le quita lo metrosexual y lo adolescente a los vampiros.

En este video, Del Toro comparte los libros que leyó para escribir Nocturna y Oscura:




Aquí pueden leer mi reseña de Nocturna y acá una entrevista a Guillermo Del Toro.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

52 MIC (1)

Comenzó la 52 Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional.



Hasta el momento, estas son las películas que La Rumu y yo hemos visto:

EL EXTRAÑO CASO DE ANGÉLICA: El año pasado, Manoel de Oliveira (director y guionista) nos presentó Excentricidades de una joven rubia que comparte con esta nueva entrega, además del protagonista, la excelente fotografía. Sin embargo, también comparte el ritmo lento y pesado.

HAHAHA: Esta cinta coreana es una plática (entre copas) de dos amigos. Extrañas coincidencias y una crítica divertida a la dinámica familiar y social. Grata sorpresa.

VERANO DE GOLIAT: Empieza como un falso documental que pica la curiosidad para saber quién es y qué hizo Goliat, pero después te pierde y se cae estrepitosamente. Aburrida, pretenciosa... Prescindible.

COPIA FIEL: Juliette Binoche es maravillosa. Diálogos inteligentes, divertidos, reflexivos que transmiten soledad, melancolía. Para ponerse de pie.


LA LEYENDA DEL TÍO BOONMEE: Vidas pasadas, fantasmas, extrañas criaturas... y mucho sueño...


ANTICRISTO: Lo más reciente de Lars Von Trier con Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg. Me encantó. Acá la reseña.

EN UN RINCÓN DEL CORAZÓN: No te dejes engañar por el título ridículo. El original es SOMEWHERE y es lo nuevo de Sofia Coppola. De nuevo los temas que parecen atormentarla: la soledad y la vida banal de los artistas. Muy buena actuación de Stephen Dorff y como plus: un gran soundtrack y un puñado de bellas chicas con poca ropa.

LA MIRADA INVISIBLE: A pesar de vivir con su mamá y abuela, se puede ver la soledad de la protagonista y se entiende su obsesión por un alumno. El problema se presenta cuando el jefe, que representa todos los horrores de la dictadura argentina, se obsesiona con ella. El final es bueno, aunque complaciente.

Aquí pueden saber más de las películas y los horarios.


lunes, 15 de noviembre de 2010

MOISÉS Y GASPAR

MOISÉS Y GASPAR
Amparo Dávila

EL TREN llegó cerca de las seis de la mañana de un día de noviembre húmedo y frío. Y casi no se veía a causa de la niebla. Llevaba yo el cuello del abrigo levantado y el sombrero metido hasta las orejas; sin embargo, la niebla me penetraba hasta los huesos. El departamento de Leónidas se encontraba en un barrio alejado del centro, en el sexto piso de un modesto edificio. Todo: escalera, pasillos, habitaciones, estaba invadido por la niebla. Mientras subía creí que iba llegando a la eternidad, a una eternidad de nieblas y silencio. ¡Leónidas, hermano, ante la puerta de tu departamento me sentí morir de dolor! El año anterior había venido a visitarte, en mis vacaciones de Navidad... "Cenaremos pavo, relleno de aceitunas y castañas, espumoso italiano y frutas secas" me dijiste, radiante de alegría, "¡Moisés, Gaspar, estamos de fiesta!" Fueron días de fiesta todos. Bebimos mucho, platicamos de nuestros padres, de los pasteles de manzana, de las veladas junto al fuego, de la pipa del viejo, de su mirada cabizbaja y ausente que no podríamos olvidar, de los suéteres que mamá nos tejía para los inviernos, de aquella tía materna que enterraba todo su dinero y se moría de hambre, del profesor de matemáticas con sus cuellos muy almidonados y sus corbatas de moño, de las muchachas de la botica que llevábamos al cine los domingos, de aquellas películas que nunca veíamos, de los pañuelos llenos de lipstick que teníamos que tirar en algún basurero... En mi dolor olvidé pedir a la portera que me abriera el departamento de Leónidas. Tuve que despertarla; subió medio dormida, arrastrando los pies. Allí estaban Moisés y Gaspar, pero al verme huyeron despavoridos. La mujer dijo que les había llevado de comer, dos veces al día; sin embargo, ellos me parecieron completamente trasijados.

—Fue horrible, señor Kraus, con estos ojos lo vi, aquí en esta silla, como recostado sobre la mesa. Moisés y Gaspar estaban echados a sus pies. Al principio creí que todos dormían, ¡tan quietos estaban!, pero ya era muy tarde y el señor Leónidas se levantaba temprano y salía a comprar la comida para Moisés y Gaspar. Él comía en el centro, pero a ellos los dejaba siempre comidos; de pronto me di cuenta que...

Preparé un poco de café y esperé tranquilizarme lo suficiente para poder llegar hasta la agencia funeraria. ¡Leónidas, Leónidas, cómo era posible que tú, el vigoroso Leónidas estuvieras inmóvil en una fría gaveta del refrigerador...!

A las cuatro de la tarde fue el entierro. Llovía y el frío era intenso. Todo estaba gris, y sólo cortaban esa monotonía los paraguas y los sombreros negros; las gabardinas y los rostros se borraban entre la niebla y la lluvia. Asistieron bastantes personas al entierro, tal vez, los compañeros de trabajo de Leónidas y algunos amigos. Yo me movía en el más amargo de los sueños. Deseaba pasar de golpe a otro día, despertar sin aquel nudo en la garganta y aquel desgarramiento tan profundo que embotaba mi mente por completo. Un viejo sacerdote pronunció una oración y bendijo la sepultura. Después alguien, que no conocía, me ofreció un cigarrillo y me tomó del brazo con familiaridad, expresándome sus condolencias. Salimos del cementerio. Allí quedaba para siempre Leónidas.

Caminé solo, sin rumbo, bajo la lluvia persistente y monótona. Sin esperanza, mutilado del alma. Con Leónidas se había ido la única dicha, el único gran afecto que me ligaba a la tierra. Inseparables desde niños, la guerra nos alejó durante varios años. Encontrarnos, después de la lucha y la soledad, constituyó la mayor alegría de nuestra vida. Ya sólo quedábamos los dos; sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta que debíamos vivir cada uno por su lado y así lo hicimos. Durante aquellos años habíamos adquirido costumbres propias, hábitos e independencia absoluta. Leónidas encontró un puesto de cajero en un banco; yo me empleé de contador en una compañía de seguros. Durante la semana, cada quien vivía dedicado a su trabajo o a su soledad; pero los domingos los pasábamos siempre juntos: ¡Éramos tan felices entonces! Puedo asegurar que los dos esperábamos la llegada de ese día.

Algún tiempo después transladaron a Leónidas a otra ciudad. Pudo renunciar y buscarse otro trabajo. Él, sin embargo, aceptaba siempre las cosas con ejemplar serenidad, "es inútil resistirse, podemos dar mil vueltas y llegar siempre al punto de partida..." "Hemos sido muy felices, algo tenía que surgir, la felicidad cobra tributo..." Ésta era la filosofía, de Leónidas y la tomaba sin violencia ni rebeldía... "Hay cosas contra las que no se puede luchar, querido José..."

Leónidas partió. Durante algún tiempo fue demasiado duro soportar la ausencia; después comenzamos lentamente a organizar nuestra soledad. Una o dos veces por mes nos escribíamos. Pasaba mis vacaciones a su lado y él iba a verme en las suyas. Así transcurría nuestra vida...

Era de noche cuando volví al departamento de Leónidas. El frío era más intenso y la lluvia seguía. Llevaba yo bajo el brazo una botella de ron, comprada en una tienda que encontré abierta. El departamento estaba completamente oscuro y congelado. Entré tropezando con todo, encendí la luz y conecté la calefacción. Destapé la botella nerviosamente, con manos temblorosas y torpes. Allí, en la mesa, en el último sitio que ocupó Leónidas, me senté a beber, a desahogar mi pena. Por lo menos estaba solo y no tenía que detener o disimular mi dolor ante nadie; podía llorar, gritar y... De pronto sentí unos ojos detrás de mí, salté de la silla y me di vuelta; allí estaban Moisés y Gaspar. Me había olvidado por completo de su existencia, pero allí estaban mirándome fijamente, no sabría decir si con hostilidad o desconfianza, pero con mirada terrible. No supe qué decirles en aquel momento. Me sentía totalmente vacío y ausente, como fuera de mí, sin poder pensar en nada. Además, no sabía hasta qué punto entendían las cosas... Seguí bebiendo... Entonces me di cuenta de que los dos lloraban silenciosamente. Las lágrimas rociaban de sus ojos y caían al suelo, sin una mueca, sin un grito. Hacia la media noche hice café y les preparé un poco de comida. No probaron bocado, seguían llorando desoladamente...

Leónidas había arreglado todas sus cosas. Quizá quemó sus papeles, pues no encontré uno solo en el departamento. Según supe, vendió los muebles pretextando un viaje; los iban a recoger al día siguiente. La ropa y demás objetos personales estaban cuidadosamente empacados en dos baúles con etiquetas a nombre mío. Los ahorros y el dinero que le pagaron por los muebles los había depositado en el banco, también a mi nombre. Todo estaba en orden. Sólo me dejó encomendados su entierro y la tutela de Moisés y de Gaspar.

Cerca de las cuatro de la mañana partimos para la estación del ferrocarril: nuestro tren salía a las cinco y cuarto. Moisés y Gaspar tuvieron que viajar, con grandes muestras de disgusto, en el carro de equipajes, pues por ningún precio fueron admitidos en los de pasajeros. ¡Qué penoso viaje! Yo estaba acabado física y moralmente. Llevaba cuatro días y cuatro noches sin dormir ni descansar, desde que llegó el telegrama, con la noticia de la muerte de Leónidas. Traté de dormir durante el viaje; sólo a ratos lo conseguí. En las estaciones en que el tren se detenía más tiempo, iba a informarme cómo estaban Moisés y Gaspar y si querían comer algo. Su vista me hacía daño. Parecían recriminarme por su situación... "Yo no tuve la culpa, ustedes lo saben bien" les repetía cada vez, pero ellos no podían o no querían entender. Me iba a resultar muy difícil vivir en su compañía, nunca me simpatizaron, me sentía incómodo en su presencia, como vigilado por ellos. ¡Qué desagradable fue encontrarlos en casa de Leónidas el verano anterior! Leónidas eludía mis preguntas acerca de ellos y me suplicaba en los mejores términos que los quisiera y soportara. "Son tan dignos de cariño estos infelices", me decía. Esa vez mis vacaciones fueron fatigosas y violentas, no obstante que el solo hecho de ver a Leónidas me llenaba de dicha. Él ya no fue más a verme, pues no podía dejar solos a Moisés y a Gaspar. Al año siguiente, la última vez que estuve con Leónidas, todo transcurrió con más normalidad. No me agradaban ni me agradarían nunca, pero no me causaban ya tanto malestar. Nunca supe cómo llegaron a vivir con Leónidas... Ahora estaban conmigo, por legado, por herencia de mi inolvidable Leónidas.

Después de las once de la noche llegamos a mi casa. El tren se había retrasado más de cuatro horas. Los tres estábamos realmente deshechos. Sólo pude ofrecer fruta y un poco de queso a Moisés y a Gaspar. Comieron sin entusiasmo, mirándome con recelo. Les tiré unas mantas en la estancia para que durmieran. Yo me encerré en mi cuarto y tomé un narcótico.

El día siguiente era domingo y eso me salvaba de ir a trabajar. Por otro lado no hubiera podido hacerlo. Tenía la intención de dormir hasta tarde; pero tan pronto como hubo luz, comencé a oír ruido. Eran ellos que ya se habían levantado y caminaban de un lado a otro del departamento. Llegaban hasta mi cuarto y se detenían pegándose a la puerta, como tratando de ver a través de la cerradura o, tal vez, sólo queriendo escuchar mi respiración para saber si aún dormía. Entonces recordé que Leónidas les daba el desayuno a las siete de la mañana. Tuve que levantarme y salir a buscarles comida.

¡Qué duros y difíciles fueron los días que siguieron a la llegada de Moisés y de Gaspar a mi casa! Yo acostumbraba levantarme un poco antes de las ocho, a prepararme un café y a salir para la oficina a las ocho y media, pues el autobús tardaba media hora en llegar y mi trabajo empezaba a las nueve. Con la llegada de Moisés y de Gaspar toda mi vida se desarregló. Tenía que levantarme a las seis para ir a comprar la leche y las demás provisiones; luego preparar el desayuno que tomaban a las siete en punto, según su costumbre. Si me demoraba, se enfurecían, lo cual me causaba miedo, por no saber hasta qué extremos podía llegar su cólera. Diariamente tenía que arreglar el departamento, pues desde que estaban ellos allí, todo se encontraba fuera de su lugar.

Pero lo que más me torturaba era su dolor desesperado. Aquel buscar a Leónidas y esperarlo acechando las puertas. A veces, cuando regresaba yo del trabajo, corrían a recibirme jubilosos; pero al descubrirme, ponían tal cara de desengaño y sufrimiento que yo rompía a llorar junto con ellos. Esto era lo único que compartíamos. Hubo días en que casi no se levantaban; se pasaban las horas tirados, sin ánimo ni interés por nada. Me hubiera gustado saber qué pensaban entonces. En realidad nada les expliqué cuando fui a recogerlos. No sé si Leónidas les había dicho algo, o si ellos lo sabían...

Hacía cerca de un mes que Moisés y Gaspar vivían conmigo cuando advertí el grave problema que iban a constituir en mi vida. Tenía, desde varios años atrás, una relación amorosa con la cajera de un restaurante donde acostumbraba comer. Nuestra amistad empezó de una manera sencilla, pues yo no era del tipo de hombre que corteja a una mujer. Yo necesitaba simplemente una mujer y Susy solucionó ese problema. Al principio sólo nos veíamos de tiempo en tiempo. A veces pasaba un mes o dos, en que únicamente nos saludábamos en el restaurante, con una inclinación de cabeza, como simples conocidos. Yo vivía tranquilo por algún tiempo, sin pensar en ella, pero de pronto reaparecían en mí viejos y conocidos síntomas de nerviosidad, cóleras repentinas y melancolía. Entonces buscaba a Susy y todo volvía a su estado normal. Después, y casi por costumbre, las visitas de Susy ocurrían una vez por semana. Cuando iba a pagar la cuenta de la comida, le decía: "Esta noche, Susy." Si ella estaba libre, pues tenía otros compromisos, me contestaba, "será esta noche" o bien, "esta noche no, mañana si está usted de acuerdo". Los demás compromisos de Susy no me inquietaban; nada debía uno al otro ni nada nos pertenecía totalmente. Susy, entrada en años y en carnes, distaba mucho de ser una belleza; sin embargo, olía bien y usaba siempre ropa interior de seda con encajes, lo cual influía notablemente en mi ánimo. Jamás he recordado uno solo de sus vestidos, pero sí sus combinaciones ligeras. Nunca hablábamos al hacer el amor; parecía que los dos estábamos muy dentro de nosotros mismos. Al despedirse le daba algún dinero, "es usted muy generoso", decía satisfecha; pero, fuera de este acostumbrado obsequio, nunca me pedía nada. La muerte de Leónidas interrumpió nuestra rutinaria relación. Pasó más de un mes antes de que buscara a Susy Había vivido todo ese tiempo entregado al dolor más desesperado, sólo compartido con Moisés y con Gaspar, tan extraños a mí como yo a ellos. Esa noche esperé a Susy en la esquina del restaurante, según costumbre, y subimos al departamento. Todo lo que sucedió fue tan rápido que me costó trabajo entenderlo. Cuando Susy iba a entrar al dormitorio descubrió a Moisés y a Gaspar que estaban arrinconados y temerosos detrás del sofá. Susy palideció de tal modo que creí que iba a desmayarse, después gritó como una loca y se precipitó escaleras abajo. Corrí tras ella y fue muy difícil calmarla. Después de aquel infortunado accidente, Susy no volvió más a mi departamento. Cuando quería verla, era preciso alquilar una habitación en cualquier hotel, lo cual desnivelaba mi presupuesto y me molestaba.

Este incidente con Susy fue sólo el principio de una serie de calamidades...

—Señor Kraus —me dijo un día el portero del edificio—, todos los inquilinos han venido a quejarse por el insoportable ruido que se origina en su departamento tan pronto como sale usted para la oficina. Le suplico ponga remedio, pues hay personas como la señorita X, el señor A, que trabajan de noche y necesitan dormir durante el día.

Aquello me desconcertó y no supe qué pensar. Agobiados como estaban Moisés y Gaspar, por la pérdida de su amo, vivían silenciosos. Por lo menos así estaban mientras yo permanecía en el departamento. Como los veía tan desmejorados y decaídos no les dije nada: me parecía cruel; además, yo no tenía pruebas contra ellos...

—Me apena volver con el mismo asunto, pero la cosa es ya insoportable —me dijo a los pocos días el portero—; tan pronto sale usted, comienzan a aventar al suelo los trastos de la cocina, tiran las sillas, mueven las camas y todos los muebles. Y los gritos, los gritos, señor Kraus, son espantosos; no podemos más, y esto dura todo el día hasta que usted regresa.

Decidí investigar. Pedí permiso en la oficina para salir un rato. Llegué al mediodía. El portero y todos tenían razón. El edificio parecía venirse abajo con el ruido tan insoportable que salía de mi departamento. Abrí la puerta, Moisés estaba parado sobre la estufa y desde allí bombardeaba con cacerolas a Gaspar, quien corría para librarse de los proyectiles gritando y riéndose como loco. Tan entusiasmados estaban en su juego que no se dieron cuenta de mi presencia, Las sillas estaban tiradas, las almohadas botadas sobre la mesa, en el piso... Cuando me vieron quedaron como paralizados.

—Es increíble lo que veo, —les grité encolerizado—. He recibido las quejas de todos los vecinos y me negué a creerlos. Son ustedes unos ingratos. Pagan mal mi hospitalidad y no conservan ningún recuerdo de su amo. Su muerte es cosa pasada, tan lejana que ya no les duele, sólo el juego les importa. ¡Pequeños malvados, pequeños ingratos...!

Cuando terminé, me di cuenta de que estaban tirados en el suelo deshechos en llanto. Así los dejé y regresé a la oficina. Me sentí mal durante todo el día. Cuando volví por la tarde, la casa estaba en orden y ellos refugiados en el closet. Experimenté entonces terribles remordimientos, sentí que había sido demasiado cruel con aquellos pobres seres. Tal vez, pensaba, no saben que Leónidas jamás volverá, tal vez creen que sólo ha salido de viaje y que un día regresará y, a medida que su esperanza aumenta, su dolor disminuye. Yo he destruido su única alegría... Pero mis remordimientos terminaron pronto; al día siguiente supe que todo había sucedido de la misma manera: el ruido, los gritos...

Entonces me pidieron el departamento por orden judicial y empezó aquel ir de un lado a otro. Un mes aquí, otro allá, otro... Aquella noche yo me sentía terriblemente cansado y deprimido por la serie de calamidades que me agobiaban. Teníamos un pequeño departamento que se componía de una reducida estancia, la cocina, el baño y una recámara. Decidí acostarme. Cuando entré en el cuarto, vi que ellos estaban dormidos en mi cama. Entonces recordé... La última vez que visité a Leónidas, la misma noche de mi llegada, me di cuenta que mi hermano estaba improvisando dos camas en la estancia... "Moisés y Gaspar duermen en la recámara, tendremos que acomodarnos aquí", me dijo Leónidas bastante cohibido. Yo no entendí entonces cómo era posible que Leónidas hiciera la voluntad de aquellos miserables. Ahora lo sabía... Desde ese día ocuparon mi casa y yo no pude hacer nada para evitarlo.

Nunca tuve intimidad con los vecinos por parecerme muy fatigoso. Prefería mi soledad, mi independencia; sin embargo, nos saludábamos al encontrarnos en la escalera, en los pasillos, en la calle... Con la llegada de Moisés y de Gaspar las cosas cambiaron. En todos los departamentos que en tan corto tiempo recorrimos, los vecinos me cobraron un odio feroz. Llegó un momento en que tenía yo miedo de entrar en el edificio o salir de mi departamento. Cuando regresaba tarde por la noche, después de haber estado con Susy, temía ser agredido. Oía las puertas que se abrían cuando pasaba, o pisadas detrás de mí, furtivas, silenciosas, alguna respiración... Cuando por fin entraba en mi departamento lo hacía bañado en sudor frío y temblando de pies a cabeza.

Al poco tiempo tuve que abandonar mi empleo, temía que si los dejaba solos podían matarlos. ¡Había tanto odio en los ojos de todos! Resultaba fácil forzar la puerta del departamento o, tal vez, el mismo portero les podría abrir; él también los odiaba. Dejé el trabajo y sólo me quedaron, como fuente de ingresos, los libros que acostumbraba llevar en casa, pequeñas cuentas que me dejaban una cantidad mínima, con la cual no podía vivir. Salía muy temprano, casi oscuro, a comprar los alimentos que yo mismo preparaba. No volvía a la calle sino cuando iba a entregar o a recoger algún libro, y esto, de prisa, casi corriendo, para no tardar. No volví a ver a Susy por falta de dinero y de tiempo. Yo no podía dejarlos solos ni de día ni de noche y ella jamás accedería a volver al departamento. Comencé a gastar poco a poco mis ahorros; después, el dinero que Leónidas me legó. Lo que ganaba era una miseria, no alcanzaba ni para comer, menos aún para mudarse constantemente de un lado a otro. Entonces tomé la decisión de partir.

Con el dinero que aún me quedaba compré una pequeña y vieja finca que encontré fuera de la ciudad y unos cuantos e indispensables muebles. Era una casa aislada y semiderruida. Allí viviríamos los tres, lejos de todos, pero a salvo de las acechanzas, estrechamente unidos por un lazo invisible, por un odio descarnado y frío y por un designio indescifrable.

Todo está listo para la partida, todo, o más bien lo poco que hay que llevar. Moisés y Gaspar esperan también el momento de la marcha. Lo sé por su nerviosidad. Creo que están satisfechos. Les brillan los ojos. ¡Si pudiera saber lo que piensan...!. Pero no, me asusta la posibilidad de hundirme en el sombrío misterio de su ser. Se me acercan silenciosamente, como tratando de olfatear mi estado de ánimo o, tal vez, queriendo conocer mi pensamiento. Pero yo sé que ellos lo sienten, deben sentirlo por el júbilo que muestran, por el aire de triunfo que los invade cuando yo anhelo su destrucción. Y ellos saben que no puedo, que nunca podré llevar a cabo mi más ardiente deseo. Por eso gozan... ¡Cuántas veces los habría matado si hubiera estado en libertad de hacerlo! ¡Leónidas, Leónidas, ni siquiera puedo juzgar tu decisión! Me querías, sin duda, como yo te quise, pero con tu muerte y tu legado has deshecho mi vida. No quiero pensar ni creer que me condenaste fríamente o que decidiste mi ruina. No, sé que es algo más fuerte que nosotros. No te culpo, Leónidas: si lo hiciste fue porque así tenía que ser... "Podríamos haber dado mil vueltas y llegar siempre al punto de partida..."


Este cuento lo pueden encontrar aquí:


O aquí (que es una edición reducida del anterior):


O en esta edición de lujo que reúne todos sus cuentos:


A pesar de tener el antes mencionado y otros libros más, tuve que comprar (ayer y a un precio irrisorio) el de Tiempo destrozado y Música concreta: viene dedicado y firmado por la propia Amparo Dávila.


Si quieres leer otros cuentos de Amparo Dávila, selecciona Dávila en la sección de etiquetas

lunes, 8 de noviembre de 2010

SCOTT PILGRIM Y MACHETE

Scott Pilgrim y Machete son los héroes del momento. Sobresalen de entre todos los héroes, superhéroes y/o antihéroes, que han explotado en los últimos años, por su honestidad. A uno lo mueve el amor, al otro el odio. Pero de igual manera patean traseros.

MACHETE comenzó como un falso avance en la memorable GRINDHOUSE: función doble que comienza con DEATH PROOF de Tarantino y que termina con PLANET TERROR de Robert Rodriguez. En medio de estas joyitas apareció MACHETE. Fue tal el entusiasmo de los espectadores que este viernes 12 de noviembre llegará a nuestro país la película de MACHETE.
Danny Trejo es Machete: un mexicano feo, tatuado, pero bien mamado y galán. A Danny siempre lo habíamos visto en las películas como el típico delincuente, pero esta vez se le hace justicia con un papel que hace palidecer a Stallone, Schwarzenegger, The rock, Van Damme, Statham y demás niños bonitos y que, estoy seguro, se convertirá en el héroe de toda la banda indocumentada.
La historia es simple: un federal mexicano tiene que refugiarse en Estados Unidos cuando Torrez (Steven Seagal), el narco más cabrón del país, casi lo mata por no cooperar. En Estados Unidos lo contratan para matar al senador de ultra derecha (Robert De Niro) pero todo es un truco publicitario para que éste gane votos, construya el muro en la frontera y le de acceso sólo al cartel de Torrez.
A pesar de que se le puede catalogar como una película B, la historia está bien desarrollada, no se le va ningún detalle, está muy bien hecha, cuenta con un gran reparto y la crítica social es dura y necesaria.
Además de los actores ya mencionados, también aparecen Cheech Marin, Don Jhonson, Jeff Fahey, Tom Savini y las hermosas Jessica Alba, Michelle Rodriguez, Lindsay Lohan y las enfermeras sexys Electra y Elise Avellan (que en Planet terror salieron de niñeras sexys).
Gore, matanzas y Machete ligándose a cuanta fémina se le ponga en frente. ¿Qué más pueden pedir?
Frases invaluables:
"Hola, puñeta" saludo que Torrez aplica cada que contesta el teléfono o tiene una videollamada.
"Machete doesn´t text!" respuesta de Machete cuando le sugieren que utilice un celular.


Rola de Tito & Tarantula:


SCOTT PILGRIM VS THE WORLD o con su título estúpido-ridículo en español: SCOTT PILGRIM CONTRA LOS EX DE LA CHICA DE SUS SUEÑOS, está basada en el maravilloso cómic del canadiense Bryan Lee O´Malley donde a Scott, un chico de 23 años, que está entre trabajos, que toca el bajo (un maravilloso Rickenbacker) en una banda de rock, que comparte departamento (y cama) con un amigo gay y que sale con una adolescente para pasar el rato, le cambia la vida al enamorarse de la nueva chica americana: Ramona Flowers. Scott tendrá que pelear contra sus 7 exnovios (exes, corregiría Ramona) para ganarse su amor.
Edgar Wright, director de las hilarantes SHAUN OF THE DEAD y HOT FUZZ, es el encargado de sintetizar los 6 tomos y de trasladar el fantástico mundo lleno de referencias a la manga, a los videojuegos, a la cultura y lenguaje popular del cómic a la pantalla grande. Se voló la barda: el cómic cobra vida ante nuestros agasajados ojos. La propuesta visual es impresionante. Desde el inicio, con el logo de la UNIVERSAL en 8 bits y con el pianito típico de los videojuegos ochenteros, nos queda claro que veremos algo totalmente novedoso.
Michael Cera le da vida a Scott Pilgrim. No pudieron haber elegido mejor. Michael es Scott. Jason Schwartzman (actor fetiche de Wes Anderson) es el villano Gideon, Kieran Culkin (sí, el hermano de Macaulay) es el amigo gay, Wallace, y la hermosa Mary Elizabeth Winstead (que recordamos de Death proof y que, en palabras acertadas de The fool, nos recuerda a Kate Winslet en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos) es Ramona Flowers.
A manera de videojuego, Pilgrim tendrá que lidiar con los problemas clásicos de la edad, luchando contra el mundo y consigo mismo.
De primera instancia podría parecer una película para adolescentes, pero si le raspamos al contexto nos daremos cuenta que va más allá. Acaso, ¿no tenemos que vencer a los ex, a los fantasmas, de nuestro ser amado?
La música, algo que sólo (según la RAE ya no se debe de acentuar) podíamos imaginar leyendo el cómic no decepciona y la inclusión de BECK en el soundtrack es genial: transmite lo que siente Scott (si observamos detenidamente, ¡físicamente Michael Cera es la versión juvenil de Beck!).
De las mejores adaptaciones de cómic que he visto.


Rola de Beck:



viernes, 5 de noviembre de 2010

DE CÓMO SE QUEDÓ HUÉRFANA LA HIJA MAYOR

DE CÓMO SE QUEDÓ HUÉRFANA LA HIJA MAYOR
Ignacio Betancourt


A Zopilote

PRINCIPIO: Al padre de familia le gustaba moralizar en exceso. Discursos. Recomendaciones. Insistente. Hablador. Gritón. En uno de sus sermones se lo llevó la chingada.

DESCRIPCIÓN DEL PERSONAJE QUE MUERE:
Bigotito-de-Hitler.
Viejo-todo-ceremonia.
Corbata-vivos-colores.
Labios-gruesos.
Tiene-caspa.
Vientre-protuberante.
Pelo-grasoso.
Diente-de-oro.
Le-huelen-los-pies.
Anillo-de-bodas-de-su-difunta-madre-en-una-mano.
Rostro-abotagado.
Zapatos-picudos.
Tiene-una-amante.
Es-bien-pedorro.

COMIENZA LO QUE PROPIAMENTE SERÍA EL CUENTO: Manoloelnovio / novio de Alejandralahija / hija del señor Vientre-Protuberante / fue a solicitar el permiso / para formalizar relaciones de noviazgo.

FLASH BACK:
Manoloelnovio:
Ándale mi amor
déjame darte un besito.
Alejandralahija:
No manolo
no.
Manoloelnovio:
Nomás uno mi reina
sí.
Alejandralahija:
No
no puedo hacerlo
te amo
pero no sería correcto.
Manoloelnovio:
Pero mi vida
si ya estás en edad.
Alejandralahija:
Manolo
si mi padre se enterara
me mataría
no
no.
Manoloelnovio:
Mi cielo
no puedo contenerme
ándale.
Alejandralahija:
Basta Manolo
suéltame
si en verdad me quieres
habla con mi padre.
Manoloelnovio:
Gulp.

EXÉGESIS DE ALEJANDRALAHIJA: Alejandra nalgas-abundantes y macizas. La hija mayor senos abundantes y macizos. Ejemplo de sus hermanas senos abundantes y macizos. Una hermosa hembra veinticincoañera. Una viejota con el vestido hasta el tobillo. La voz llena de encantos y las manos temblorosas. Las ganas que no la dejaban.

LO QUE PROPIAMENTE SERÍA EL CUENTO: El señor Zapatos-Picudos reunió a toda la familia en la sala de la casa. Para que enteraran de la situación de la hija mayor. Y les sirviera de ejemplo. También para que oyeran su discurso. Se da por hecho que el resto de la familia tiene prohibido hablar o moverse.

BREVE SEMBLANZA DE LA FAMILIA: La madre. Pálida mujer que debió ser hermosa. Mirada triste que debió ser hermosa. Llena de canas una cabellera que debió ser hermosa. Un cuerpo flaco que debió ser hermoso. Unas manos artríticas que debieron ser hermosas. Un vestido oscuro que nunca ha sido hermoso. Las hijas. Rosalinda. La de veintidós años. Una muchacha silenciosa. Gorda. Con un carácter del carajo. Nunca quiso ir a la escuela. Colecciona animales ponzoñosos. Blanca Luz. La de diecinueve años. Estudiante de preparatoria. Drogadicta. Se muerde las uñas sin parar. Nunca se quita los lentes oscuros. Odia a los hombres. Florinda. La de dieciséis años. Tiene barros. Quiere irse de la casa. No le gustan los dulces. Tuvo un aborto hace un año. Le tiene pánico a las mariposas. Rafaelito. El de seis años. Cabeza grande. Cuerpo delgado. Dientes chuecos. Usa lentes. Se orina en los pantalones. Se come los mocos. Se chupa el dedo.

QUE PROPIAMENTE SERÍA EL CUENTO: Todos sentados en el mueble de la sala forrado con hule transparente. La luz anaranjada de un foco de veinticinco wats ilumina las siete de la noche. Por un instante todo se paraliza. La escena se convierte en una fotografía. Color sepia. Ése es el señor Anillo-de-Bodas-de-su-Difunta-Madre-en-una-Mano que se rasca la cabeza. Ésa es Alejandralahija que muerde su pañuelo. Ésa es Rosalinda que aprieta los dientes y entrecierra los ojos. Ésa es Blanca Luz que anda hasta la madre. Ésa es Florinda que bosteza. Ése es Rafael que se está chupando el dedo. Ésa es la señora que no hace nada. Ése es Manoloelnovio con su traje y su corbata. Se va la inmovilidad en las alas de una mosca.

DE CUANDO SE CONOCIERON LOS ENAMORADOS
OTRO FLASH BACK:
En la misma esquina esperaban el camión.
En el mismo camión se subieron.
En el mismo lugar se sentaron.
Voltearon a mirarse al mismo tiempo.
Una misma emoción los sacudió.
Al mismo tiempo tocaron el timbre.
En la misma calle se bajaron.
Y cuando se iban a meter en la misma casa
Manolo le dijo a Alejandra:
“Entonces qué mi reina. Cogemos.”
“Doscientos pesos y el cuarto.”
Contestó ella.
ACLARACIÓN: ESO ES FLASO.
Perdone señorita
la podría ver en otra ocasión.
Alejandra bajó la mirada
y respondió muy quedo:
sí.

DISCURSO DE MANOLOELNOVIO: Mire señor. Con todo respeto vengo a solicitar. Abusando de su benevolencia. Se le olvida el texto. El silencio está sentado en la mesita de centro. De su benevolencia repite Manoloelnovio. El señor Labios-Gruesos mira fijamente un horizonte imaginario. Permiso para iniciar relaciones de noviazgo con Alejandra. Alejandralahija tiene ganas de ir al baño. Para poder conocernos mejor. Rosalinda piensa en un alacrán güero. Y llegar a formar en el futuro si dios lo permite. Blanca Luz todavía sigue bien arriba. Un hogar feliz. Florinda cruza la pierna. A pesar de mi juventud yo sé respetar a las mujeres decentes. Rafael que se llama como su papá ya se mojó. Y le puedo jurar que mis intenciones para con su hija son honradas. La señora parpadea dos veces. El silencio aplaude desde las flores de plástico.

PROPIAMENTE SERÍA EL CUENTO: El señor Tiene-una-Amante frunce el ceño. Suelta una larga exhalación. Y habla iracundo. Mire jovencito. La voz temblándole. Yo a usted no lo conozco ni sus palabras me parecen sinceras. Yo no puedo entender cómo se atreve aquí en mi casa y frente a mi familia. Extiende el brazo. A enunciar su indecente proposición. Aquí sigue un rollote del señor Corbata-Vivos-Colores. Sobre la moralidad y las buenas costumbres. Según Carreño. El señor Bien-Pedorro está encabronadísimo.


PARTE MÉDICO DEL ESTADO FISIOLÓGICO DEL SEÑOR-TIENE-CASPA:
Exceso de adrenalina en el torrente sanguíneo.
Inhibición de glándulas salivales.
Hiperactividad hipofisaria.
Distensión de esfínteres.
Dilatación pupilar.
Hipertensión muscular.
Presión alta.

DIAGNÓSTICO: probablemente tiene los calzones mojados.

SERÍA EL CUENTO: Diserta enrojecido el señor Diente-de-Oro. Por lo tanto. Señala con el dedo. Y si usted toma en cuenta todo lo anteriormente expresado. Mira fijamente a Manoloelnovio. De ninguna manera estoy disp . Sonidos guturales. Las venas se le hinchan. La u y la e de dispuesto se atoraron en el gaznate del señor Perlo-Grasoso. Las dos vocales quisieron salir al mismo tiempo. Justo en la laringe fue el encuentro de la u y la e. los pulmones no alcanzaban a entender qué era lo que pasaba. Pero se sentían mal.

EL CUENTO: Don Labios-Gruesos trató de mantener la compostura. Luego queriendo asustar a la asfixia empezó a hacer gestos. Y a sacudir las manos. Y los pies. En la sala nadie se movía de su lugar. Pensaban que era uno de sus excesos. Pero no. El silencio desde la mesita sabía que no. El señor Todo-Ceremonia se ahogaba. Las vocales lo estaban jodiendo. Para que ya no nos use con tan malas intenciones. Pensaban la u y la e.

EPÍLOGO: El señor Bigotito-de-Hitler del color carmesí pasó al morado. Luego al verde. Después lo tuvieron que enterrar. Sin discursos.