sábado, 14 de septiembre de 2013

LOS JUEGOS FANTÁSTICOS

Durante mucho tiempo intenté conseguir (en papel, pues tengo una versión en PDF) Los juegos fantásticos de Flora Botton Burlá, lectura básica en el diplomado de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción que cursé hace algunos años.

Fue hasta hace un par de días que Los juegos... me encontró (sostengo que algunos libros, acaso los mejores, te encuentran, no al revés).

La autora confiesa: ...este trabajo no es más que un intento de aproximación a la literatura fantástica. A través de los textos, trato de llegar a una delimitación del género, y de proponer algunas posibilidades de clasificación.

Les comparto un fragmento del prólogo que me pareció, sí, fantástico:

"La literatura fantástica es un género que ejerce una fascinación especial. Inquieta, intriga, y se resiste a las clasificaciones y codificaciones. El escritor fantástico, en ejercicio de su libertad suprema, propone otros mundos, diferentes tipos de respuestas frente a la realidad, y el lector, también en ejercicio de su libertad, puede aceptarlos o rechazarlos, pero se ve forzado a tomarlos en cuenta, siquiera por un momento. De esta manera ejercita su imaginación y satisface, aunque sólo sea parcialmente, cierta sed de aventuras que existe, creo, en todos los seres humanos. La lectura de obras fantásticas pide un espíritu abierto, dispuesto a aceptar la posibilidad de diferentes alternativas, pero pide, sobre todo, una voluntad de juego. Quien no está dispuesto a jugar (y a permitir que se juegue con él), quien no quiere arriesgarse, por poco que sea, no se adentra con gusto en la literatura fantástica." 


viernes, 30 de agosto de 2013

EL VIVO

Fragmento de EL VIVO, novela de ciencia ficción escrita por Anna Starobinets:


"Esta historia ocurrió en la época de la Gran Reducción, cuando las epidemias se llevaban a millones de personas todos los días. En aquel entonces, la gente todavía no sabía que advenía el nacimiento del Vivo, y acusaron injustamente al ganado de transmitirles las enfermedades. En aquel tiempo, en el mundo había un Carnicero. Cuando se declaró una epidemia en su pueblo, cogió su hacha y en un solo día mató a todas las vacas, las cabras, las ovejas, los conejos, las gallinas, los perros y los gatos de los alrededores. Después tiró al suelo el hacha ensangrentada y, cansado, se echó a dormir. Mientras tanto, su hijo cogió el hacha y mató a su padre y a su madre, después a sus hermanas y sus hermanos, y luego fue a las casas de sus vecinos. El Hijo del Carnicero estuvo toda la noche matando gente. Vertió la sangre de la aldea; no quedó nadie vivo, y a la noche siguiente salió al camino. El Hijo del Carnicero recorrió pueblos y ciudades, y todas las noches mataba a cientos de personas con el hacha. No cogieron a aquel demente hasta después del nacimiento del Vivo. Lo condenaron a pausa pública, en la horca, y cuando renació, encerraron al bebé en prisión... -En aquel momento, decía Cracker, se hacía la oscuridad absoluta y se oía el estruendo de un trueno, ¡brrruuum!, y la voz continuaba-. Nuestros días. El Vivo es benevolente, y por eso ya no existe la cárcel: sólo reformatorios. En uno de ellos vive el cruel Hijo del Carnicero. Una noche consigue escapar..."

Sobre todo por esa frase me encantaba la serie El asesino eterno. "Una noche consigue escapar." Aquellas palabras me daban esperanza. Al final de cada capítulo siempre cogían al Hijo del Carnicero, pero la esperanza... Yo tenía esperanza.





En cuanto la termine, les compartiré mis comentarios.

Mientras tanto, aquí pueden leer mi brevísima reseña de Una edad difícil, libro de cuentos de la misma autora.

Muchísimas gracias a Manuel por prestarme El vivo (todavía no llega a México).


sábado, 3 de agosto de 2013

MIEDOS

Hace unas semanas, cuando tuve la inmensa fortuna de conocer en persona a Emiliano González, les compartí mis breves comentarios sobre la intuición y coincidencia.

Desde ese día, me he encontrado esas dos palabras en todos lados y situaciones.

La más importante de todas fue el pasado miércoles 31 de julio, cuando celebramos la publicación de PENUMBRIA, AÑO I, antología que reúne los mejores cuentos publicados en PENUMBRIA a lo largo de su primer año de vida digital.

Convocado únicamente en mis sueños, apareció (esa es la palabra precisa) Emiliano González, acompañado de su bella y no menos mítica Beatriz, en la presentación.

Casi desfallezco, pero eso lo contaré en otra ocasión.

Emiliano, además de explicarnos de dónde viene Penumbria y dedicarnos un sentido agradecimiento, escuchó a todos los autores que leyeron y a los grupos invitados, dándose el tiempo para firmarles sus libros y tomarse una foto.



Uno de esos autores fue Nelly Geraldine García-Rosas, quien leyó su cuento Caza de shoggoths: colección grotesca, dedicado a Lovecraft, Mario Levrero y Clemente Palma. De este último hizo énfasis en que teníamos que buscarlo y leerlo.



Hace unas horas, Enrique Urbina (autor incluido en la antología y bajista/vocalista de Alpha Sheep, grupo que tocó ese día) nos recordó que uno de los cuentos de Clemente Palma formaba parte de El libro de lo insólito, antología de cuentos reunidos por, sí, Emiliano González y Beatriz Álvarez.



Intuición y coincidencia...

Esto es lo que apuntan de Clemente:


"El autor de Cuentos malévolos (1904), La nieta del oidor (1912), Historietas malignas (1924), XYZ (1935) y otras obras fantásticas, nos obsequia Miedos, incomparable miniatura de sutil horror, que nos pone en contacto con ese mundo infantil, de música enigmática y tierna, de las iniciales memorias."


El cuento:


MIEDOS
Clemente Palma


El salón estaba obscuro, muy obscuro. Los espejos cegados por la obscuridad no reflejaban en sus colosales pupilas los buques chinos de marfil, los dorados muebles, las sedosas cortinas, ni las caprichosas licoreras y chucherías que adornaban los chineros.

En la puerta del salón, como dos hujieres medievales, estaban reflexionando, de pie sobre sus pedestales de mármol, envueltos en la gasa intangible de las tinieblas, Dante, en su actitud hierática, con el dedo sobre los labios, y Petrarca recostado sobre su lira. La araña como una inmensa plomada de cristal, se descolgaba largamente del techo, y cada vez que un carruaje estremecía el salón, con su escandaloso rodar sobre las piedras de la calle, interrumpía el silencio con el tintineo de sus prismas sonoros. El riquísimo Pleyel, abierta su bocaza de madera, reía sin ruido haciendo jugar sobre su larga hilera de dientes ese átomo de luz que siempre existe disuelto en toda obscuridad. Parecía una inmensa cabeza de hotentote risueño. Lejanos relojes daban campanadas cuyos ecos se colaban por las junturas de puertas y ventanas, y resbalando sobre la alfombra de Bruselas iban a perderse en las demás habitaciones. Luego... nuevamente el silencio.

Dieron las tres, y una de las puertas se entreabrió y penetró en el salón una sombra, lentamente, arrastrándose como un gnomo curioso que caminaba con precaución para no hacer ruido. Subió al piano, y caminando sobre el teclado, produjo una escala imperfecta. Probablemente le disgustó al gnomo su poco disposición para la música, porque inmediatamente se alejó y fue a esconderse a uno de los sillones.

Poco después se estremeció el aire encajonado del salón con unos ruidos extraños que venían del sitio en que se había ocultado el gnomo: un frou-frou constante y desesperado, sollozos ahogados, gritos de dolor que se revolvían en un gruñido sordo. Se hubiera creído que el gnomo, herido de muerte, se revolcaba sobre la seda en una agonía lenta y dolorosa.

Dante hundió su mirada de águila en la obscuridad y Petrarca levantó la cabeza; pero no se veía nada. El sillón estaba a sus espaldas, y en la imposibilidad de ver, volvieron a su actitud meditabunda.

En la habitación contigua una muchacha, rubia como los trigos, estaba en un lecho adornado con angelitos, temblando de miedo. Se despertó a los gritos del piano mortificado con las pisadas del gnomo.

¡Oh, Dios mío! pensó; ladrones.

Y se quedó fría, inmóvil, conteniendo la respiración, sin atreverse a hacer el menor movimiento para no atraer la atención de los ladrones. ¡Si se movía, la matarían para que no avisase!

De pronto llegó a sus oídos un prolongado gemido, extrahumano, como los que la imaginación popular supone que salen de los labios de las almas en pena. La muchacha se estremeció, presa de indecible espanto; quiso gritar:

¡Abuela, abuela... luz... están penando en el salón!

Pero se le ahogó la voz, movió los labios; mas la lengua ni la garganta quisieron obedecerla. Con los cabellos erizados y los ojos desmesuradamente abiertos, esperaba a cada segundo sentir la impresión de frialdad de una calavera que se acostara sobre su misma almohada; veía en el aire canillas que se cruzaban, largas túnicas por cuyas mangas voladas salían brazos y manos óseas. Aterrorizada se tapó la cabeza y se estuvo así, escuchando gemidos y rodeada de horribles visiones, hasta que por el tejido de la sobrecama vio colarse un estirado rayito de luz matinal como un alambre de oro.

Eran las seis de la mañana. Se destapó medrosa aún, pero poco a poco se tranquilizó: de día las ánimas en pena vuelven al cementerio. A las siete su abuela, una viejecita de andar ligero a pesar de sus setenta años, estaba ya levantada y caminando por toda la casa.

Buenos días, ¡a levantarse!

Buenos días, abuelita contestó la linda rubia, besando la mano de la anciana.

Tenía la muchacha quince años y unos labios frescos y rosados, bajo los que había una nidada simétrica de perlas. Sus senos virginales, duros y redondos, comenzaban a darle aspecto de mujer y levemente levantaban la alba camisa de dormir, menos blanca que su piel suavísima. El miedo y el insomnio de la pasada noche habían dejado una línea azulada bajo sus rasgados ojos de cielo. La abuela notó las ojeras de la doncella y se lo dijo; ella iba a referirla lo de las penas, pero se contuvo: sabía que su abuela se reiría de sus miedos y no la creería...

Levantóse, y después de bañarse, entró en el salón a repasar una lección de piano...

El salón estaba claro, muy claro. Grandes haces de luz se precipitaban por las ventanas teatinas en el afán de penetrar todos a las vez. Luego se desbandaban sobre los muebles haciendo brillar la seda. Los espejos se hacían todo ojos y, ansiosos de ver, reflejaban en las lunas venecianas los buques chinos, las mesas, las chucherías que llenaban los chineros, todo, todo cuanto podía caber en sus colosales pupilas. Dante, bañado en esa inundación de luz que daba tintes y brillones amarillentos a su gran túnica de bronce, continuaba en su actitud hierática, con el índice recostado en su labio inferior, y Petrarca se preparaba a tañer la lira. Sobre los cuadros de las paredes, sobre las alfombras y los muebles celebraban la fiesta de la luz, la apoteosis del Sol, una infinidad de espectrillos solares despedidos de los irisados prismas de la araña, que revoloteaba inquietos como alegres pajecillos de Febo vestidos con túnicas policrómicas, en tanto que al piano, con la risa congelada, dejaba juguetear francamente sobre sus dientes de marfil la luz que se precipitaba de las ventanas...

Entró la rubia con la cabecita despeinada y húmeda, de la que caía sobre sus espaldas una muda catarata de oro. Había olvidado ya sus terrores y sólo pensaba en repasar su lección: una linda melodía de Godefroy, que debía saber a las once, cuando viniera el profesor. Se sentó en el banquillo de altura variable, recorrió el teclado y comenzó a brotar del marfil un raudal de armonías encantadoras. ¡Oh!, el hotentote estaba contentísimo, y al sentir las caricias de esos blancos dedos diminutos y ágiles rompía en las más melodiosa de sus risas.

¡Miau! ¡miau! oyó la rubia a sus espaldas, y giró rápidamente; luego dio un grito de repugnancia y sorpresa y corrió gritando:

¡Abuela, abuela, venga usted a ver!...

Sobre el sillón estaba echada una gata dirigiendo a todas partes la mirada de sus redondos ojazos amarillos. Tres gatitos con los ojos cerrados; grises, cabezones, estaban prendidos por el hociquillo rosáceo de las hinchadas ubres de la Mirriña.

Regresó la rubia con la abuela y una sirvienta. La señora refunfuñó, riñó a la Mirriña por sucia y sin vergüenza, como si la gata pudiera comprenderla; la amenazó con arrojarle los hijos a la alcantarilla, y a punto seguido la buena viejecita ordenó a la sirvienta que la llevara a otro cuarto, con sillón y todo, para que no se maltrataran los hijuelos. El lujoso asiento de valiosa seda y talladuras trabajosas sirvió en adelante de lecho mullido a la Mirriña.

Siguió la doncella tocando su melodía de Godefroy, después del incidente. De pronto, la idea de la gata se asoció al recuerdo de las penas y terrores que no la dejaron dormir: entonces se sonrió, y dos hileras de perlas se reflejaron en la charolada caja del piano. 



viernes, 26 de julio de 2013

LA MILLONÉSIMA PARTE DE UN SEGUNDO EN UN DOMINGO POR LA MAÑANA

Hace unos días, publicaron mi cuento La millonésima parte de un segundo en un domingo por la mañana en Revista Digital miNatura 128: Distopía (pueden descargarla tanto en español como en inglés).




Por cierto, el excéntrico título del cuento lo tomé prestado de esta gran rola de The Flaming Lips (que tienen los nombres más alucinantes de rolas que hayas escuchado):



 

miércoles, 24 de julio de 2013

DÉTÉRIORATION



El maravilloso proyecto Lectures d´ailleurs, que traduce al francés cuentos de España y América Latina, hizo lo propio con Deterioro.

Merci beaucoup, mes petits amis.

miércoles, 17 de julio de 2013

EL MAR DE LAS LUCIÉRNAGAS



La novena antología de Kodama Cartonera, El mar de las luciérnagas: Literatura por y para niños y niñas, compilada por Karen Márquez y Abigail Rodríguez, co-editada por Kodama Cartonera de Tijuana y Tegus Cartonera de Puebla, incluye mi cuento Gruñaldo, el niño que escupía abejas.

Aquí pueden leer y descargar gratis la versión electrónica:


lunes, 15 de julio de 2013

BELLAS Y BRUTALES MESAS

Este viernes 19 de julio, a partir de las 6pm, Editorial Resistencia y Noctámbulos FCE tienen preparadas unas mesas de discusión con los autores de Bella y brutal urbe:





Yo moderaré la última mesa.

Ojalá nos puedan acompañar.

jueves, 11 de julio de 2013

ALEBRIJE DE PALABRAS

Mi cuento brevísimo Terapia alternativa forma parte de esta antología:







En cuanto lo sepa, les diré cómo conseguirlo.

sábado, 6 de julio de 2013

martes, 2 de julio de 2013

martes, 25 de junio de 2013

ES LA ÉPOCA DE SER GELATINA

Como ya se habrán enterado, ayer falleció Richard Matheson: autor imprescindible en la literatura fantástica.



Para recordarlo, les comparto un extrañísimo cuento incluido en SHOCK III (Organización Editorial Novaro, 1969):






ES LA ÉPOCA DE SER GELATINA
Richard Matheson



A papá, la nariz se le cayó durante el desayuno. Cayó exactamente en el café de mamá, y lo tiró. El silbido de Prunella apagó la lámpara.

—¡Zambomba, papá! —dijo mamá, en la penumbra—. Si sabías que estaba a punto de caer, ¿por qué no te la quitaste tú mismo?

—¡No lo sabía! —contestó papá.

—Eso es lo que dijiste la última vez, papá —dijo Luke, ahogándose con la corteza de pan.

El tío Roca chasqueó los dedos a un lado de la lámpara. El silbido de Prunella apagó la llama.

—Deja de reírte, muchacha —la reprendió mamá.

Prunella aminoró sus sacudidas, deteniéndose atropelladamente al tiempo que derramaba el potaje de hígado.

—¡Que cargue el diablo con él! —dijo tío Ojos.

—Bueno, enciendan la mecha, enciendan la mecha —rogó el abuelo, que estaba leyendo.

Prunella jadeó, agitándose en el polvo. Tío Roca volvió a sacar chispas y encendió la lámpara.

—¿En dónde estaba? —preguntó el abuelo.

—Vuélvete a subir —dijo mamá.

Prunella trepó otra vez a su roca, mientras que de sus ojos resbalaban lágrimas de risa.

—Niña aturdida —dijo mamá, y sirvió otra cucharada de potaje sobre la mesa de Prunella—. ¡Anda! —ordenó.

Sacó la nariz de papá de su café y se la lanzó.

—Mamá, he decidido pedírselo ahora —dijo Luke.

—¿De veras, hijo? —preguntó mamá— ¡Qué bueno!

—¡No tiene ningún objeto! —dijo el abuelo— ¡La maldita fuerza de la vida está consumida!

—Escucha, papá —dijo el padre—. Ten cuidado de no molestar a los chicos.

—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el abuelo, golpeando el periódico con la muñeca—. Hemos dejado entrar las longitudes de onda de la antivida. ¡Eso es lo que hemos hecho!

—Basura —dijo tío Ojos—. ¿No estamos viviendo?

—Estoy hablando de las generaciones futuras, ¡maldito tonto! —dijo el abuelo, y se volvió hacia Luke— ¡No tiene ningún objeto, muchacho! ¡Es imposible que tengan hijos!

—Eso mismo nos dijeron también a papá y a mí —lo tranquilizó mamá—, y tenemos dos hermosos hijos. No hagas caso al abuelo, hijo mío.

—¡Estamos dividiéndonos! —reveló el abuelo— ¡Nuestras células están cediendo! ¡El hombre lo dice aquí mismo! ¡Somos gelatina! ¡Como gelatina que se deshace!

—Yo no —dijo tío Roca.

—¿Cuándo piensas preguntarle? —inquirió mamá.

—¡Hemos destruido el toldo protector! —dijo el abuelo.

—¿El qué? —preguntó tío Ojos.

—Esta mañana —dijo Luke.

—¡Hemos impregnado las nubes! —dijo el abuelo.

—Se sentirá muy contenta —dijo mamá, y le dio a Prunella unos golpecitos en la cabeza con un mazo—. Come con la boca, niña — ordenó.

—Nos uniremos en mayo próximo —dijo Luke.

—¡Hemos bajado la presión del sistema climático! —dijo el abuelo.

—Prepararemos tu rincón —dijo mamá.

Tío Roca, mientras sus mejillas se le descascaraban, continuó comiendo su potaje.

—¡Hemos echado a perder el maldito plan maestro! —afirmó el abuelo.

—¡Oh! ¡Cierra ya el pico! —dijo tío Ojos.

—¡Cierra el tuyo! —contestó el abuelo.

—Tengamos un poco de armonía y silencio —dijo papá, rascándose la nariz.

Escupió y derribó una araña voladora. Prunella ganó la carrera.

—Maldita pierna —dijo Luke al regresar cojeando a la mesa.

Volvió a colocar en su sitio el hueso de la cadera. Prunella comió, jadeando.

—¿Se te está aflojando la pierna nuevamente, hijo? —preguntó mamá.

—Supongo que aguantará —contestó Luke.

—¡Lo dice aquí mismo! —dijo el abuelo— ¡Estamos cayendo bajo una sombrilla mortífera! ¡Un paraguas de muerte!

—¡Pamplinas! —dijo tío Ojos.

Elevó el brazo de en medio y le guiñó a mamá el ojo azul.

—Anda, vete —dijo mamá, ahogando una risa.

La pared del este cayó.

—Ahí va —observó papá.

Prunella descendió de su roca y salió, rodando y jadeando, por la abertura.

—Es una chica entusiasta —dijo mamá, barriendo los fragmentos de mejilla de la mesa.

—¿Qué me dices de mi rincón? —preguntó Luke.

—¡Lo que dice aquí mismo! —insistió el abuelo— ¡Las cargas eléctricas son difuminadas! ¡Las estructuras atómicas destruidas!

—Volveremos a levantarnos —dijo mamá—. Nada temas, Luke.

—Tendremos una fiesta —dijo tío Ojos—, con cerveza de yute y todo.

—¡No tiene ningún objeto! —aseguró el abuelo— ¡Hemos hecho añicos todo el asunto!

—Escucha, papá —le dijo mamá—. No tiene ningún objeto tampoco el predicar la ruina. ¿No han estado anunciándola desde mi infancia? No existe ninguna razón en el mundo para que Luke no se una a Annie Lou. ¿No tienen acaso dos fuertes brazos y cuatro potentes piernas? ¿No tiene sentido iniciar la danza de la vida?

—No tenemos nada que temer —observó papá—, excepto el temor mismo.

Tío Roca asintió y raspó un fósforo de azufre a lo ancho de su quijada, para encender su yesca.

—Es necesario tener fe —dijo mamá—. No tiene objeto entristecerse impíamente, como lo hacen esos hombres científicos.

—¡Que los metan al ejército! —exclamó tío Ojos— ¡Pónganles una bomba Z en los pantalones y mándenlos cantando alegremente hacia el enemigo!

—¡Rocíenlos con ácidos de fuego! —dijo papá.

—¡Que los metan en un jarro de sustancias de gérmenes! —dijo tío Ojos— Con una niebla de virus al vacío en los hocicos. ¡Denles hasta hartar!

—Eso les enseñará —ordenó papá.


            Caminamos juntos
bajo la lluvia amarilla.
Nuestro amor era más grande
que el dolor más grande.
El cielo estaba pantanoso
y tu piel era nueva.
Mis corazones latían...
Annie, te amo.

Luke atravesó veloz los terraplenes, como si fuera un fantasma, a la luz morada de sus tripas. Su voz se agitaba en la sopa al cantar el poema que había compuesto un día en el pozo. Dio vuelta a la izquierda en la Cumbre de Partículas Radiactivas, siguió por la Sonda Proyectil hasta el Declive Onda de Choques, se dirigió hacia el Atajo Radiación, y galopó hasta llegar al Valle de los Hongos. Deseó que hubiera caballos. Tuvo que detenerse tres veces para volver a colocarse la pierna.

Los padres de Annie Lou se disponían a comer, cuando llegó él. Tío Lento seguía tomando el desayuno.

—Hola, señor Monstruo —dijo Luke al padre de Annie Lou.

—Hola, Hoss —le dijo el señor Monstruo.

—Pase —invitó tío Lento.

—Acerque un terrón —dijo el señor Monstruo—. Hay suficiente comida para todos.

—Acabo de comer —dijo Luke—. ¿Dónde está Annie Lou?

—Afuera, en el pozo; fue a traer agua —dijo el señor Monstruo, vaciando algarrobas amargas sobre su mano plana.

—Exactamente —dijo tío Lento.

—Entonces, voy a ayudarla a cargar el cubo —dijo Luke.

—¿Qué tal están tus padres? —preguntó la señora Monstruo, mientras ponía sal a unos cuantos granos de leguminosas.

—Muy bien —contestó Luke—, en excelente estado.

—Potaje —dijo tío Lento.

—Me alegra oírlo, Hoss —dijo el señor Monstruo.

—Dales nuestros saludos —dijo la señora Monstruo.

—Con mucho gusto —contestó Luke.

—¡Maldita sea! —exclamó tío Lento.

Luke salió al exterior por el orificio, y se dirigió hacia el pozo, haciendo a un lado, a puntapiés, a tres pequeños y uno grande, que silbó con irritación.

—¿Cómo están tus padres? —preguntó el mediano de los pequeños.

—No es nada que te importe —contestó Luke.

Annie Lou estaba sacando un cubo de agua y se apoyaba contra la pared del pozo. Sostenía un manojo de flores silvestres.

—¡Hola! —saludó Luke.

—¡Hola, Hoss! —jadeó ella, mostrándole su diente en una sonrisa amorosa.

—¿Qué le pasó a tu otra oreja? —preguntó Luke.

—¡Ah, Hoss! —rió ella, mientras su cabellera de abril caía al pozo.

—¡Ah, pssst! —dijo Annie Lou.

—Te diré —le comunicó Luke—, he pensado en algo. Lo supe por el abuelo —le dijo con un tono de orgullo—; eso quiere decir que soy inteligente.

—¿De veras? —preguntó Annie Lou, lanzándole flores silvestres al rostro para ocultar su rubor.

—Así es —dijo Luke, sonriendo con un gesto de timidez.

Se golpeó el hueso de la cadera y dijo:

—¡Maldita pierna!

—¿Te está volviendo a molestar, Hoss? —preguntó Annie Lou.

—No tiene importancia —dijo Luke.

Recogió una araña nadadora del cubo y tiró de sus patas.

—Me quiere —dijo, sonrojándose—, no me quiere. ¡Ah!

La araña se alejó de un salto, haciendo rechinar sus dientes con furia.

Luke contempló a Annie Lou, mirándole de ojo a ojo.

—Bien —dijo—. ¿Lo harás?

—¡Oh, Hoss! —lo abrazó por los hombros y por la cintura— ¡Creí que nunca me lo pedirías!

—¿Lo harás?

—¡Por supuesto!

—¡Cielos! —exclamó Luke— ¡Soy el Hoss más feliz que ha existido!

Entonces la besó con fuerza en el labio, y se alejó veloz a través de las llanuras, con la crin rizada volando detrás de él, gritando y jadeando.

—¡Viva! ¡Soy muy feliz! ¡Feliz, feliz, feliz!

La pierna se le cayó, y la dejó atrás, bailando.