4
Qué tranquilamente callan, se pudren
los hermosos versos de amor, la sangre;
no es que yo lo quiera.
Cada segundo
sé que estoy más cerca, me llaman;
estoy en la tripa de una serpiente
cada vez más cerca de mi esqueleto.
Y es completamente inútil que llore,
que cante pidiendo socorro;
pues todos estamos pobres: vivimos
viendo que tendemos la mano
y la retiramos siempre vacía.
24
Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
-pues uno no sabe bailar, y es triste-;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
25
Por si no lo he dicho lo digo ahora.
Tengo una certeza: la de la muerte
que llega vaciándonos con furia;
y tengo un recuerdo: el de la escondida
muerte; y una indócil esperanza:
la de revivir en la carne.
Porque amo mis huesos y mis nervios;
mis brazos que cierran, mi boca
que deja salir; la mansedumbre
sepultada y tibia de mis entrañas,
y el sabor ilustre de las cosas
que viven, y el aire que lo lleva.
Y sudo al pensar que he de morirme
para siempre, y sueño ser yo mismo
otra vez: juntarme, escogerme
yo mismo entre todo,
y recuperarme y entregarme.
29
Me asomé otra vez a la ventana
a ver si tocabas en mi puerta.
No era nadie. Todos los vecinos
saben que te estoy esperando.
Me divierten cosas que me cansan:
oír el silbato del cartero
que se acerca, espiarlo, contar las cartas
que reciben todos los que conozco,
y saber que nadie en este día
se acordó de mí para escribirme.
O llegar después del trabajo,
cuando tengo ganas de no estar solo,
y hacer la pregunta diaria:
"¿Me llegaron cartas?"
Y sé que nunca
habrá de escribirme nadie,
porque tú no sabes en donde vivo.
También pienso a veces que estás de viaje,
que regresarás cualquier día.
Pero no estaré cuando vuelvas.
A mí me ha tocado no estar contigo;
no tengo miradas para encontrarte
ni hay cosa en que pueda reconocerte.
Aquí para saber de Rubén Bonifaz Nuño y acá para conseguir el libro.
Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
-pues uno no sabe bailar, y es triste-;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
25
Por si no lo he dicho lo digo ahora.
Tengo una certeza: la de la muerte
que llega vaciándonos con furia;
y tengo un recuerdo: el de la escondida
muerte; y una indócil esperanza:
la de revivir en la carne.
Porque amo mis huesos y mis nervios;
mis brazos que cierran, mi boca
que deja salir; la mansedumbre
sepultada y tibia de mis entrañas,
y el sabor ilustre de las cosas
que viven, y el aire que lo lleva.
Y sudo al pensar que he de morirme
para siempre, y sueño ser yo mismo
otra vez: juntarme, escogerme
yo mismo entre todo,
y recuperarme y entregarme.
29
Me asomé otra vez a la ventana
a ver si tocabas en mi puerta.
No era nadie. Todos los vecinos
saben que te estoy esperando.
Me divierten cosas que me cansan:
oír el silbato del cartero
que se acerca, espiarlo, contar las cartas
que reciben todos los que conozco,
y saber que nadie en este día
se acordó de mí para escribirme.
O llegar después del trabajo,
cuando tengo ganas de no estar solo,
y hacer la pregunta diaria:
"¿Me llegaron cartas?"
Y sé que nunca
habrá de escribirme nadie,
porque tú no sabes en donde vivo.
También pienso a veces que estás de viaje,
que regresarás cualquier día.
Pero no estaré cuando vuelvas.
A mí me ha tocado no estar contigo;
no tengo miradas para encontrarte
ni hay cosa en que pueda reconocerte.
Aquí para saber de Rubén Bonifaz Nuño y acá para conseguir el libro.
faltan?
ResponderEliminarHermoso
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