EL RELOJ ASTRONÓMICO DE LA CIUDAD VIEJA
Hace más de seiscientos años que da la hora el reloj astronómico de la Ciudad Vieja situado en la parte sur de la torre de la casa del ayuntamiento. En su forma original, el reloj astronómico era bastante simple y fue construido por Nicolás de Kadañ, antes del año 1410. Algo más tarde, a finales del siglo XV, el maestro Hanus de Ruze arregló y perfeccionó su mecanismo convirtiéndolo en una obra de arte sin igual en toda Europa. Los consejeros de la Ciudad Vieja estaban muy orgullosos de su reloj astronómico. Pero entonces, comenzaron a escucharse rumores según los cuales el maestro Hanus había recibido ofertas de otros lugares, y la gente decía que el maestro se quedaba muchas horas de la noche en su habitación sacando cuentas y dibujando. No podía ser otra cosa, aseguraban algunos, seguramente un reloj astronómico mejor y más perfecto se estaba preparando con destino a alguna ciudad en el extranjero. En tal caso, ¿dónde quedaría la gloria del reloj de la Ciudad Vieja? Los consejeros se rompían la cabeza pensando en cómo arreglar las cosas de manera que el maestro Hanus más nunca pudiera construir otro reloj astronómico. No había dinero ni juramento posible que les tranquilizara. Entonces a uno de los consejeros, un hombre muy cruel, se le ocurrió una idea horrible, que al principio fue rechazada pero luego a los demás consejeros no les quedó más remedio que reconocer que sólo de esta forma el reloj astronómico de Praga seguiría siendo único y excepcional.
Una noche el maestro Hanus estaba como siempre en su casa haciendo sus planos y dibujos. Su ayudante y su ama de llaves se habían marchado al atardecer y el maestro estaba solo. Afuera había comenzado a llover y en la habitación se respiraba un ambiente acogedor; la luz vacilante de las velas dibujaba figuras extrañas en las paredes, en el hogar había fuego y de vez en cuando se oía el chasquido de la madera de haya. El maestro Hanus, inclinado sobre los pergaminos llenos de pequeñas cifras, calculaba y hacía dibujos complicadísimos, de vez en cuando levantaba su cabeza cana, pensaba un poco y luego anotaba algo nuevo, tachando notas anteriores. Es que el artista estaba pensando en cómo perfeccionar aún más el reloj astronómico de la Ciudad Vieja y en cómo buscar otra cosa nueva y única para añadirle.
En ese momento escuchó unos golpes fuertes en la puerta de su casa y una voz gritó: “¡Abre, tenemos prisa!”
Rápidamente el maestro apartó el pesado travesaño de la puerta. En la oscuridad exterior pudo notar a tres personas muy corpulentas que le agarraron con fuerza y le arrastraron hacia adentro de la habitación. Allí le taparon la boca y dos de ellos le aguantaron, mientras el tercero blandía su navaja en la llama del hogar. El maestro Hanus entendió sus intenciones y alcanzó a dar un grito a media voz, luego se desmayó horrorizado. Le despertó un dolor insoportable y se dio cuenta de que estaba acostado en su cama, oía las voces de su ayudante y de su ama de llaves, pero lo único que veía era la oscuridad. Había quedado ciego.
El maestro Hanus estuvo mucho tiempo enfermo, padecía de fiebres y alucinaciones, luego pasó varios días somnoliento y confuso, más nunca recuperó la vista. Al sentirse un poco mejor, sentado en su habitación, se puso a pensar en quién y por qué había hecho una cosa tan terrible. Un día su ayudante, al volver del ayuntamiento, ya que se dedicaba a la limpieza y el mantenimiento de la marcha del reloj, le contó una conversación que escuchó entre dos consejeros. Éstos comentaban entre sí que habían hecho bien, que así el maestro Hanus jamás construiría otro reloj astronómico.
Y de esta manera el maestro se enteró de quién había sido el causante de su desgracia. Ya no sentía dolor, sólo una eterna amargura y tristeza al recordar la recompensa que había recibido por su inigualable obra. Tras la amargura llegó la furia y el deseo de vengarse y entonces planeó su revancha. Dijo a su ayudante que quería pasar por el ayuntamiento para aunque fuera tocar su querida máquina con las manos, poder tocar sus piezas, disfrutar de su funcionamiento y sonido. El ayudante con gusto lo acompañó.
Al llegar frente a la maquinaria el maestro tocó sus piezas con los dedos, escuchó los característicos sonidos de su marcha, acarició con las palmas el metal y la madera. Su cara estaba serena y de sus ojos ciegos salían lágrimas. Se imaginó el complicado mecanismo, cada pieza estaba junto a la otra, reconoció con claridad hasta los detalles más pequeños. De pronto metió la mano en la maquinaria y con toda su fuerza tiró de una palanca hasta que se rompió y la máquina comenzó a gemir y este sonido se derramó en el silencio como un mal augurio. En ese mismo momento el corazón del maestro se paró y éste cayó al suelo.
El reloj astronómico quedó completamente roto por muchos años hasta que apareció una persona que logró repararlo. Mientras tanto, su espantoso silencio les recordaba a los consejeros cada día su horrendo acto.
Texto incluido en 77 LEYENDAS DE PRAGA, de Alena Jezková.
Aquí para más detalles del reloj astronómico.
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