domingo, 29 de noviembre de 2009

EL HOMBRE EN EL LABERINTO


El hombre en el laberinto es la multi-premiada novela escrita por Robert Silverberg en 1969.
Como toda buena novela o cuento de ciencia ficción, la tecnología y/o el futuro solo proveen la escenografía para exponer temas delicados. Silverberg nos presenta a Muller, el explorador espacial más importante de los últimos años; todo un rockstar rodeado de hermosas mujeres. Su capacidad lo ha llevado a los rincones más oscuros del universo, es por eso que al descubrirse un planeta con vida inteligente, es la primera opción para establecer contacto. Uno de los miedos primordiales de la humanidad es el miedo a lo desconocido (recordemos a Lovecraft). La Tierra tiene miedo de esta nueva raza (hidranos); creen que a la menor provocación la invadirán. Así que mandan solo a Mullen. Afortunadamente para la Tierra, a pesar de el gran nivel intelectual de esta raza, no han desarrollado tecnología que les permita explorar (y conquistar) el universo. Esto debido a que nubes grises están posadas permanentemente en su superficie; y quién no puede ver las estrellas no tiene el deseo de alcanzarlas. Mullen no puede comunicarse con estas extrañas criaturas, pero le dejan un "regalito", hurgan en su mente otorgándole un don (para ellos) pero que para Mullen será la perdición. Tanto lo afecta que termina huyendo a un planeta solitario y se instala en el gran laberinto central. Este laberinto funciona como alegoría a la búsqueda de uno mismo. Mullen que antes era ovacionado por todo el mundo, después de su encuentro con las arañas pensantes, nadie podía estar cerca de él. El laberinto está lleno de trampas mortales que te harán recordar las películas de El Cubo. Mullen se ha vuelto un ermitaño hasta que lo empiezan a buscar debido a que encontraron otra raza y al parecer, esta si es agresiva y necesitan de sus servicios para hacerles entender que los humanos son animales pensantes; con inteligencia y sentimientos. La parte que mejor describe la novela es el siguiente diálogo que sostiene con Rawlings, hijo de un amigo de Mullen con la misión de convencerlo:

-Me importaba mucho menos de lo que tú crees, la piojosa humanidad. Veía las estrellas; las quería. Quería ser como un dios. Un mundo no era suficiente para mí; tenía hambre de todos. De modo que hice una carrera que me llevara a las estrellas. Mil veces arriesgué mi vida. Soporté excesos de temperatura fantásticos. Pudrí mis pulmones con gases absurdos y tuvieron que reconstruirme íntegro. Comí cosas que te provocarían vómitos si te las describiera. Los chicos como tú me adoraban y escribían ensayos sobre mi altruista dedicación a la humanidad y mi incansable búsqueda de nuevos conocimientos. Para que lo entiendas de una vez, te diré que soy tan altruista como Colón y Magallanes y Marco polo. Eran grandes exploradores, por supuesto, pero buscaban una buena ganancia. La ganancia que yo buscaba está aquí. Quería medir cien kilómetros de estatura. Quería estatuas mías en mil mundos. ¿Te gusta la poesía? La fama es el acicate; la última debilidad de una mente noble. Milton. ¿Has leído a los griegos? Cuando un hombre se sobrepasa los dioses lo castigan, rebajándolo. Se llama hybris. A mi me dio muy fuerte. Cuando caía entre las nubes para visitar a los hidranos me sentía como un dios. ¡Por Cristo! Era un dios. Y cuando me marché, de nuevo a través de las nubes. Seguramente, para los hidranos soy un dios. Lo pensé en aquél momento: formo parte de sus mitos, siempre contarán mi historia. El dios mutilado. El dios martirizado. El ser que descendió hasta ellos y les hizo sentir tan incómodos que tuvieron que arreglarlo. Pero...
...Como comprenderás, la verdad es que yo no era un dios, sólo un ser humano podrido que tenía delirios de grandezas, y los verdaderos dioses se ocuparon de darme una lección. Decidieron recordarme la existencia del animal velludo dentro de las vestiduras de plástico..., llamarme la atención acerca del cerebro animal que hay bajo el majestuoso cráneo. De modo que permitieron que los hidranos hicieran un astuto truco quirúrgico en mi cerebro, una de sus especialidades, supongo. No sé si los hidranos fueron malvados por gusto, o si realmente intentaron curarme de un defecto, de mi incapacidad para dejar salir mis emociones. Trata de averiguarlo tú. Pero hicieron su trabajito. Y entonces volví a la Tierra. Un héroe y un leproso al mismo tiempo. Ponte cerca de mí y te enfermas. ¿Por qué? Porque te recuerdo que tú también eres un animal, cuando recibes una dosis de mí. Y seguimos girando en nuestro interminable círculo vicioso. Tú me odias porque aprendes cosas acerca de tu alma cuando te aproximas a mí. Y yo te odio porque recibes eso de mí. ¿Lo ves? Soy un transmisor de la peste y la peste que contagio es la verdad. Mi mensaje es que la humanidad tiene mucha suerte, porque cada uno de sus miembros está encerrado dentro de su propio cerebro. Porque si tuviéramos una gotita de telepatía, simplemente la facultad inarticulada que tengo yo, seríamos incapaces de soportarnos. La sociedad humana sería imposible. Los hidranos pueden llegar a las mentes ajenas y, aparentemente, les gusta. Pero a nosotros no. Y por eso digo que el hombre es el animal más despreciable del universo. ¡No puede soportar el tufo de su propia raza, del alma de la raza!

Robert Silverberg escritor norteamericano nacido el 15 de enero de 1935 en Brooklyn, Nueva York (EE. UU.).



2 comentarios:

  1. Sería terrible que todas los habitantes de este mundo estuvieran en contacto con su yo profundo.
    ¿Te imaginas? Que locura sería conocer las secretas motivaciones...

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  2. Si, sería terrorífico. Pero me gustaría probarlo por unos días

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