martes, 16 de junio de 2009

MARTES $19

En esta ocasión les recomendaré algunas películas de Christopher Nolan (famoso por sus nuevas versiones de Batman)

Tres grandes actores: Al Pacino, Hilary Swank y un impresionante Robin Wlliams. Estar en Alaska donde prácticamente todo el día hay luz solar, sin duda te provocará insomnia e impedirá que observes la realidad... de todas formas, la realidad es sólo un sueño.

Guy Pierce en su mejor papel. Imagina que tienes un raro desorden cerebral llamado Memento, que es la incapacidad de generar nuevos recuerdos... ¿Qué harías? Probablemente lo mismo que Leonard: apuntar en papelitos y pegarlos por todas partes; tomar fotografías; tatuarte las cosas realmente importantes... ¿Cómo saber quiénes son tus amigos; tus enemigos; la verdad? Innovadora y creativa forma de contar la historia.

Hugh Jackman, Christian Bale, Michael Caine y la hermosísima Scarlett Johansson. No habría necesidad de contarles más. ¿Cómo diferenciar la magia de la simple ilusión? Ese es el gran truco. Excelente aparición de David Bowie como Tesla.

lunes, 15 de junio de 2009

EMILIANO GONZÁLEZ 01

Emiliano González

México (1955). Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores entre 1975 y 1976, así como del INBA/FONAPAS entre 1978 y 1979. Como poeta ha publicado: La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988) y Orquidáceas (1992). Su obra narrativa comprende la novela Casa de horror y magia (1989) y el volumen de cuentos Miedo castellano (1973) y es coautor de la antología El libro de lo insólito (1988). Los sueños de la Bella Durmiente mereció el Premio Xavier Villaurrutia 1978.

“La sensación que se produce desde los primeros momentos de la lectura es la de penetrar en un espacio mágico, cerrado en sí mismo por reglas oscuras e inviolables pero a la vez abierto a la contemplación, a un placer sin culpa.” Alberto Chimal


LA HERENCIA DE CTHULHU

I: El museo

Hay sacramentos del Mal a nuestro alrededor
ARTHUR MACHEN

Dos leyendas circulan en torno al Museo del Chopo. La primera nos habla de una ciudad espantosa construida alrededor de este bello Templo (que alguna vez alojó a una orden hermética llamada "La Cruz Resplandeciente", integrada por masones defraudados y altivos rosacruces) con el propósito de, llegado el día, poder tragárselo vivo: un gran monstruo de concreto gris engullendo a una pequeña, pero espléndida, quimera de hierro verde. La idea de una ciudad construida para destruir a la belleza sigue dotando a mis pensamientos de una cierta melancolía que la segunda leyenda, opuesta radicalmente a la primera, esfuma de inmediato. Se refiere también a un Templo, pero esta vez consagrado al oscuro ritual de la diosa Cibeles, ignorado sobreviviente de los horrores de la Inquisición, destinado a convertir, una vez que haya signos propicios en el cielo, a la gran ciudad que lo rodea en un gran sucedáneo del Templo: una pequeña quimera de hierro verde extendiendo su roña iniciática hasta sustituir con el suyo el parco estilo del gran monstruo de concreto y reclutar a sus habitantes, que hasta entonces no han sido otra cosa que autómatas, entre los adeptos a un culto cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Ambas leyendas, divulgadas seguramente por jóvenes aficionados a las ciencias ocultas, me satisfacen sólo hasta cierto punto, pues entreveo, en esa mortificación del hierro, en ese cúmulo de incipientes gárgolas de utilería, al Gaudí primigenio, que construye un templo, sí, pero no un templo real, humano, sino una siniestra farsa, una burla cósmica de los templos que construyen los hombres, y es que, ante ciertas edificaciones providenciales, el hombre sabe reconocer la escritura blasfema que difamará para siempre su memoria.
También hay quienes, en un afán de armonía general, quieren aliviarnos un poco diciendo: tanta belleza reunida en tan pequeño apéndice de tan enorme monstruo termina por opacar la fealdad del conjunto, pero desgraciadamente esta hipótesis, aunque romántica, es falsa: ninguna estrella, por luminosa que sea, nos hace olvidar la noche que la contiene.
Un dios me ha dado en un sueño ámbitos de fiera luz y complicada imaginería de metales, y he creído discernir en ellos las galerías de un Museo de Historia Natural cuyas vitrinas exponen todo aquello que Barnum y sus discípulos han preferido dejar en el olvido: hermafroditas, hombres-lobo, inquietantes enanos momificados o conservados en formol, dientes de vampiro, maletas, lámparas y libros de piel humana, mandrágoras, algas alucinógenas y, ocupando el espacio central, la osamenta semicarcomida de un monstruo que los anales de la paleontología no registran: el Megalorium Tremens, dinosaurio alado, bicorne y a todas luces carnívoro que asoló los bosques petrificados del carbonífero con su pestilente carga de furia primitiva y huesos que son músculos que son huesos, rey innegable de los vertebrados habidos y por haber, presidiendo su cohorte de fenómenos con las cuencas vacías que los siglos quieren ornar de telarañas. Mirarlo, imaginar los ojillos brutos que alguna vez brillaron ante la carne fresca es quedar petrificado, ser por un momento el fósil de un insecto extinto que, como castigo por mirar demasiado aquello que ni ojos animales ni ojos humanos debieran ver, ha quedado plasmado en un trozo de ámbar.
El sueño, empapado en luz verdosa, se sucede con la lentitud angustiada de los laberintos, galería tras galería, y cada vitrina supera en originalidad y en horror a la precedente, siendo única en su clase y, aunque en apariencia insuperable, prefigurando siempre a otra aun más atroz. El sueño se desvanece cuando, ante la penúltima pieza de la colección (es tan horrible que algo peor no se concibe) retrocedemos, temblando, y al tratar de huir nos damos cuenta de que todas las galerías conducen fatalmente a esa vitrina que, además, carece de clasificación o notas explicativas. No he podido nunca recordar con precisión su contenido, pero si una piedad del dios me lo impide, no quisiera nunca dejar a ese dios tejer su lenta pesadilla más allá de donde acostumbra, porque entonces el olvido no sería un consuelo ni tampoco, sospecho, lo sería el despertar... si es que tal cosa es factible cruzados ciertos límites...
Disfrazado de Museo, el edificio pasa como tal durante la vigilia, y un dios misericordioso ha querido que, por esta vez, la máscara sea la cara y que el Museo sea el Museo y no el Infierno. Pero nos ha legado el sueño, que los concilia, porque hay una región (que algunos llaman el Museo) donde el sueño y la muerte son la misma cosa.

2: H. P. Lovecraft

Hay hombres que hablan solos con su sombra
Y clavan en la luna de jacinto
Dones de clara luz, color extinto,
Mas este nada sino espantos nombra.
Dudosa de su curso va la alfombra
Poblando de arabescos el recinto.
No hay nadie. Estoy aquí. No soy distinto
AI rey que hace prodigios y se asombra.
Del triste Marte en clámides de amonio
El Morador Fatal envió su frío
Mandato, que es un ángel o un demonio.
Una cosa perdí, sin ser su dueño:
Fantasma acaso, palidez de estío
Disuelta en el aroma de mi sueño.

3: El escarabajo

Me aproximé, una tarde del verano de 1946, para ver mejor la pieza de escultura primitiva que un arqueólogo profesional me había enviado aquella mañana. Según él, provenía del Gales druida y representaba al terrible Zoigor-Asenathoth, deidad primigenia regidora del Fuego Que Se Arrastra Y Enloquece. A primera vista, parece ser un escarabajo idealizado a extremos patológicos: los cuernos que lo coronan están dirigidos a puntos diferentes del espacio, su coraza estuvo recamada alguna vez de piedras preciosas (un rubí, un granate perviven) y parece hallarse en decisiva posición de ataque. Un segundo vistazo nos hace percibir algo atroz, algo inhumano y abominable, quizás en el estilo de la pieza: su barroquismo arabesco contrasta violentamente con la tosquedad primitiva de las obras celtas de entonces. O quizás ese algo provenga del material utilizado: mármol, absolutamente inencontrable en una región de piedra pómez como Dillington. Todo parece indicar que su finalidad iba más allá de lo simplemente decorativo, pues jugó en sus días un papel tan importante como el del sacerdote de mayor gradación en un culto espantoso y, por lo demás, rodeado de una espesa tiniebla reverencial. La nota que acompañaba al escarabajo justificaba el envío de la siguiente manera:

"No pierda la cabeza, Cabot, descifrando los caracteres que figuran en la sólida base de acero de la pieza. Yo, que soy un experto, la he perdido averiguando a qué idioma pertenecen. Están redactados en lenguaje Chian. Quizá esto no le diga nada, pero en Chian están redactados los Manuscritos Pnakóticos y las Arcillas de Piltdown, de rara y triste memoria. Son, para acabar pronto, el único elemento celta (iba a decir humano) de la pieza. Los sacerdotes tenían sus razones, respetables sin duda, en utilizar Chian y no runas al escribir esta frase, que supongo en verso —pues lo indescifrable a veces rima, por más indescifrable que sea—- y dirigida, más que a otros adeptos al culto, a la divinidad en torno a la cual éste circula o, al menos, a un personaje capaz de dominar unos cuantos idiomas no humanos... o que se avienen mal a los giros lingüísticos de que es capaz el hombre. Lo dejo, pues, frente a tan raro ejemplar histórico y lo conmino a usted, que tan cerca está del arte fantástico, a ejecutar una pieza que se atreva a competir en cualquier sentido con este curioso escarabajo en gran escala que, dicho sea de paso, extraje de la sección 'escultura primitiva' del museo del Chopo.
Suyo afectuoso,
Albert M. Wilcox"

Como no disponía a mis anchas de la pieza en sí, le saqué un vaciado en yeso antes de devolverla a su vulgar y empolvada vitrina. Fue tal la fascinación hipnótica que irradió a mis ojos desde el primer momento que, además, le tomé una serie de fotografías enfocadas desde diferentes ángulos para clavarlas frente a mi escritorio y así tenerlas presentes siempre. Del vaciado en yeso hice un pisapapeles como nunca había soñado tener. Pronto descubrí que, de una u otra manera, fotos y pisapapeles me inspiraban argumentos e imágenes tremendamente superiores a los que normalmente salían de mi pluma, y cargados de una energía y un estilo tales que no parecían míos, imágenes y argumentos más descabellados que los de cualquier escritor imaginativo. Fue la época de mis Gárgolas (sonetos góticos) y de mis Flores de Lemuria (cuentos de la cripta) y constituye lo que podría llamarse la etapa de influencia "benigna" del escarabajo. Entrecomillo el adjetivo porque hay en él cierta contradicción: en sentido de creatividad la influencia era positiva, pero hablando del carácter de las vibraciones, creo que ni el mismo doctor Frankenstein habría temblado tanto ante su propia creación como yo lo hice ante las mías. No quise ver el alto precio que me estaba costando la posesión simbólica de la pieza, incluso físicamente: había empalidecido y adelgazado y era presa de repentinos ataques de furia cuyas consecuencias podría narrar, si estuviera dotado del don del habla, mi gato. Las pesadillas demenciales que coronaban mis noches de apretados garabateos no bastaban para disuadirme: todo valía la pena con tal de ejecutar obras de la magnitud y profundidad que logré entonces.
Mis sueños no eran sino la continuación y epílogo de los textos recién terminados, y entre uno y otro voces insinuantes me susurraban cosas como: "Necesitamos tu cabeza y tus manos" o "Disto mucho de ser un pisapapeles, Cabot", de manera que las noches, en vez de mitigar los dolores sufridos y devolverme las energías agotadas durante el día, lo dilataban exprimiendo mi cerebro, sometido a una actividad ininterrumpida y sin término visible que, al superar los límites del cansancio, me convirtió en una máquina productora de alucinaciones incontrolables, en un obrero del delirio malgré lui. La sospecha constante de que alguien o algo espiaba mis enfermizas anotaciones desde un punto estratégico era un foco de angustia peor del que me producía la convicción irrevocable de que mi cerebro y mis manos obedecían a un impulso absolutamente fuera del alcance de mi voluntad. Mi actitud no era la del escritor, sino la del escriba, y durante los breves respiros concedidos por esa fuerza manipuladora (destinados a comer y a defecar) me partía la cabeza entablando tétricas relaciones entre ciertos libros leídos en tardes lluviosas y el nefando influjo del escarabajo. Algún párrafo de algún volumen poseía la clave, pero en vano fatigué mis últimas neuronas libres tratando de averiguar cuál. Fui a dar, por fin, con el pretexto de buscar material utilizable, a las páginas roñosas del nebuloso Libro del Kraken, del mil veces infame De Vermis Misteriis, del aborrecible y numinoso Cantos del Dhol, pero no fue sino en el blasfemo Necronomicon donde Abdul Al Azred, el delirante, supo indicarme, por medio de alusiones veladas y estrangulados murmullos, el camino a seguir.
Al Azred concilia, en un insuperable juego de artes combinatorias, el horror absoluto con la belleza más alta de que es capaz el espíritu, barnizando con poesía los caos más amorfos de la noche intergaláctica, la risa del vampiro en la oscuridad de su cripta, la desolación fatal de ciertos páramos venusinos, el enjambre de libélulas espectrales que surge, zumbando, de las profundidades de un templo cuyos únicos habitantes son el miedo y el silencio, las quejas plañideras de una parvada de demonios al cruzar el cielo encapotado del Gobi. A través de interminables páginas venenosas y como asfixiadas por una hiedra letal, nuestro árabe loco describe por primera vez la historia secreta del mundo, que refiere las discordias sostenidas entre Dioses Primigenios (Dioses ante cuya D mayúscula Dios Nuestro Señor no tiene nada qué hacer), el castigo de unos, la huida de otros y la manera ritual de liberar a los que todavía esperan, durmiendo un sueño parecido a la muerte, la hora de la Venganza. El poeta loco habla de cómo el hombre, pequeño en la grandeza de su vanidad, sigue ignorando el carácter esencial de estas Potencias, más antiguas que el mundo e infinitamente más duraderas, Potencias que no titubean en reducir a polvo al desventurado que osa inmiscuirse en sus asuntos echando un vistazo fugaz... y en el capítulo consagrado a las profecías, Al Azred nos hace dudar definitivamente de suya, en sí, dudosa lucidez, cuando asegura, en tono bíblico, el regreso del gran Cthulhu, presenciado por los hielos eternos y las diez lunas que rotarán alrededor de nuestro planeta en un futuro incierto, cuando una rara especie de escarabajos dotados de razón e inteligencia suplante al hombre, robando primero su espíritu, luego su ropaje carnal...
Paralizado ante mi descubrimiento, que corroboraba mis sospechas y les confería un halo de insoportable espanto y abismal vértigo, utilicé el poco dominio de mí mismo que me quedaba en prender fuego a mi estudio, huir del sitio lo más pronto posible y recluirme a voluntad en un asilo para locos.
Mi estancia aquí no ha de prolongarse demasiado. Ningún electroshock ha podido destruir al Demonio que llevo dentro y el acto incendiario fue un acto simbólico, inútil a fin de cuentas: la influencia del escarabajo sigue cobrando fuerzas y he redactado esto en un periodo de distracción o asueto del Monstruo Regulador de mis manos y mi cerebro... El final es inminente, pero me resisto a terminar esta narración con la misma frase que el señor Kafka utilizó para iniciar una de las suyas, No es difícil adivinar cuál...


domingo, 14 de junio de 2009

ROCK OUT

Reciente sencillo de la legendaria banda MOTÖRHEAD.
¡Lemmy es Dios! Por lo menos, mi Dios.
Esta rola viene incluída en el poderoso MOTÖRIZER.

jueves, 11 de junio de 2009

LABIOS ARDIENTES 01

The Flaming Lips es una bandototota originaria de Oklahoma City, Oklahoma. Formada en 1983, actualmente está integrada por:
WAYNE COYNE
MICHAEL IVINS
STEVEN DROZD
KLIPH SCURLOCK
Al principio tocaban punk psicodélico pero fueron evolucionando. Son de esas bandas en que cada disco es totalmente diferente. Arreglos exhuberantes. De las mejores letras que he escuchado en inglés y los títulos más raros de canciones y discos.
Wayne Coyne (vocalista) ha dirigido prácticamente todos los videos del grupo; así como una película: Christmas on Mars (esperan la reseña en CINEMA ROCK)
El concierto en el Foro Sol dentro del MOTOROKR, fue memorable. Definitivamente se llevaron la noche. Música, efectos visuales, entusiasmo, y sobre todo una humildad que ninguna banda demostró.



DISCOGRAFÍA:
Hear it is 1986
Oh my gawd!!! 1987
Telephatic surgery 1989
In a priest driven ambulance (with silver sunshine stares) 1990
Hit to death in the future head 1992
Transmissions from the satellite heart 1993
Clouds taste metallic 1995
Zaireeka 1997
The soft bulletin 1999
Yoshimi battles the pink robots 2002
At war with the mystics 2006

"We're just normal guys trying to make interesting music"
Wayne Coyne





"El oxígeno es escaso. El sudor ha bañado por completo mi cuerpo. Más de cinco horas aquí. Siento su respiración. Atrás. A los lados. Diferentes formas de expresión. Algunas buenas. Otras, no tanto. Un tenis sale volando. Me da risa. Ahora es el turno de una gorra gris. Comienzo a reírme pero recuerdo que yo tengo una gorra gris. Reviso mi cinturón. Ha desaparecido…
Aparecen teletubbies de diferentes colores con linternas en las manos. Ahí están ellos. Tocan una pieza instrumental mientras inflan la burbuja en la que está metido Wayne. Se avienta al mar de manos y lo recorre generando alaridos. Todos quieren ser parte de la ola que lo impulsa. Viene hacia mí. Nunca pensé en ser parte de esta historia. Levanto mis brazos y toco la burbuja. Me observa a través del plástico y sonríe. Quiero gritarle algo pero la marea se lo ha llevado. Sale de su burbuja y yo de mi hipnotismo justamente al iniciar Race for the prize. Me duelen las piernas y me cuesta mucho trabajo respirar. Pero no sé de dónde genero energía para brincar y gritar desgarrándome la garganta. Globos de colores. Serpentinas y papelitos disparados hacia nosotros. Yoshimi battles the pink robots. Humo. Psicodelia. Imágenes perfectamente sincronizadas. Pasión. Do you realize? Si. Me doy cuenta que gracias a ellos han desaparecido esas manchas que nublan mi consciencia. Por lo menos durante esos cincuenta minutos inolvidables" (Fragmento de Cancionero; Miguel Lupián)

LO QUE NO MUERE

¿Se han sentido mal de sentirse tan bien?
Todo es tan irreal, tan raro, tan inusual, tan inesperado...
La soledad se niega a morir, y es que no se puede matar a lo que no muere.

Rola de la legendaria banda de thrash metal ANTHRAX incluída en su más reciente álbum We´ve come for you all.
Zombies y metal; ¿acaso existe algo mejor?


miércoles, 10 de junio de 2009

AMPARO DÁVILA 05

Hay días que quisiera correr y perderme en un bosque; ser uno más de los majestuosos árboles y contemplar sin preocupación alguna como pasa la vida...

Otro de Amparo Dávila:

MUERTE EN EL BOSQUE

EL HOMBRE venía caminando con pasos lentos y pesados, casi arrastrando los pies. Las manos en las bolsas de la gabardina y los brazos sueltos, abandonados. Delataba cansancio, una fatiga de siempre. Llevaba el cigarrillo constantemente entre los labios como si formara parte de ellos. Había un anuncio de manta en el balcón de un edificio "Se alquila departamento vacío". El hombre se encogió de hombros al leerlo y siguió su camino con el mismo desgano. ..
—Ya no puedo aguantar más en esta miserable jaula, no hay sitio ni para una palabra. No se puede uno mover porque todo está lleno de cosas. Tienes que buscar otro departamento —le repetía todos los días su mujer.
—Para decirme eso no necesitas gritar —le contestaba. Todo está lleno de cosas, es cierto. De esas cosas que tú has ido acumulando y que me han hecho insoportable esta casa... esas macetitas con flores de papel de estraza, colgadas por todos lados, hasta en el baño; las paredes tapizadas de calendarios con paisajes de invierno y rollizos nenes sonriendo, con retratos de toda la familia y hasta de los amigos, con cuadros hechos de popotes pintados; los costureros y las cajitas; los conejos de yeso y las palomas; las muñecas de estambre desteñidas y sucias oliendo a humedad; las frutas de cera llenas de mosca...
—Y ni siquiera me oyes lo que te digo —decía furiosa.
—Sí te escucho, pero bien sabes que no tengo tiempo para dedicarme a buscar otro departamento. Otro sitio que tú te encargarás de arruinar y llenar de cosas...
—Si yo viniera solamente a dormir, tampoco me importaría, pero como soy la que sufre este cajón estoy decidida a cambiarme, aunque me quede sin comer.
¿Y a qué otra cosa podría él venir sino a tumbarse un rato y a tratar de dormir? Sentía horror de llegar a aquella casa, de ver a la mujer que había amado gorda y sucia, despeinada, oliendo a cebolla todo el tiempo, con las medias deshiladas y flojas, el fondo salido... A veces se la quedaba mirando con gran dolor y cierta ternura, así como se contempla la tumba de un ser querido.
—Ten paciencia, dentro de unos meses tendré una semana libre y entonces buscaré algo mejor.
—Y mientras tanto, yo aquí volviéndome loca. Ya no soporto a los niños brincando sobre las camas y destruyéndolo todo, porque no tienen dónde jugar. (Había hecho todo por malcriar a los niños y ahora se quejaba.) —Te exijo que busques un departamento inmediatamente.
—No te das cuenta de que estoy muy cansado, de que me siento mal.
—El resultado de tanto café, de tanto cigarro, de tantas copas...
—Es que estoy muy cansado, a veces pienso al despertar que ya no podré levantarme más. Todo lo que hago me cuesta mucho esfuerzo.
— ¡Claro! descansas poco, trabajas mucho y bebes café todo el día... Con ese dinero que malgastas en los cafés, en los cigarrillos y en copas podríamos vivir un poco mejor.
—Si no bebiera tanto café, ni fumara, ni me tomara unas copas, no podría mover un solo dedo; no quieres ver que estoy totalmente agotado...
—Pues a ver de dónde sacas fuerzas y te das un tiempecito para buscar departamento.

Y ésta era aquella muchacha esbelta, con sus blusas siempre almidonadas y sus faldas de mascota que él iba a esperar todas las tardes a la salida de la oficina... caminaban por las calles cogidos de la mano... se detenían en los escaparates de las grandes tiendas para elegir cosas que nunca podrían comprar... bebían café de chinos entre proyectos y miradas... contaban todos los días el dinero que iban ahorrando para casarse. .. El hombre suspiró tristemente y se detuvo, volvió la cabeza y alcanzó aún a ver al anuncio que había quedado varias cuadras atrás. Regresó hasta el edificio. Echó una mirada al tablero de los timbres y tocó el de la portería. Tocó, volvió a tocar. Otra vez más y nadie respondía. De pronto se dio cuenta de que la puerta se encontraba abierta y entró. No había nadie en la planta baja. Subió una oscura escalera y apenas se atrevió a tocar el timbre de un departamento. Casi al instante apareció en la puerta una muchacha muy pintada, pero desaliñada y sucia. —¿Qué se le ofrece?
— Busco informes del departamento que está desocupado y no contestan en la portería — dijo con timidez.
—Esa vieja nunca atiende nada, no sé cómo no la han corrido. Mire usted, el departamento vacío está en el quinto piso, pero la vieja tiene las llaves. Ella vive en la azotea, allí la puede encontrar.
—Muchas gracias, señorita.
Comenzó a subir más lentamente que cuando caminaba por la calle. Una escalera, otra, otra... Se detuvo un poco, respiró hondo. Tiró el cigarrillo que ya estaba terminado y encendió otro. Siguió subiendo... subiendo...
— ¿Quién llamaba a la portería? —gritó una voz de mujer. Él miró hacia arriba, de donde salía la voz, y descubrió a una mujer gorda y chaparra que se asomaba por la escalera.
—Yo llamé —contestó— quiero ver el departamento vacío.
—Voy por las llaves, espéreme allí, ahorita bajo. El hombre esperó pacientemente a que la mujer bajara con las llaves y abriera el departamento. No era una gran cosa, pero la estancia era amplia y tenía suficiente luz, buena orientación. Debía de ser caliente en el invierno; una recámara para los niños y otra para ellos, un baño bastante decoroso…
-¿Cuánto renta? —le preguntó a la portera.
—Yo no sé, señor, pero si a usted le interesa le puedo dar el teléfono del dueño para que se arreglen.
—Sí, el departamento me interesa, ¿cuál es el número?
—No me lo sé de memoria, pero allá arriba en mi cuarto lo tengo apuntado, se lo iré a traer.
—Yo iré con usted.
Subió tras ella y llegaron a la azotea.
—Ahora se lo doy —dijo la mujer entrando en el cuarto. Abrió el cajón de una desvencijada mesa y empezó a sacar tapones de vidrio, una vela, cordones de lana para las trenzas, moños arrugados y descoloridos, un pedazo de espejo, cajas vacías, frascos, unos anteojos, corchos, unas tijeras rotas... El hombre se había quedado afuera, recargado en la puerta del cuarto, y desde allí miraba a la mujer que revolvía el cajón sin encontrar nada. Y cada vez sacaba más cosas. Donde quiera es lo mismo —pensaba al observarla— almacenar basura, llenarse de cosas inútiles por si algún día sirven, juntar cosas y más cosas con desesperación, hasta que un día se muera asfixiado entre ellas. En su casa tenía siempre la sensación de que un día aquel mundo de objetos se animaría y se echaría sobre él. Sintió un gran malestar y apartó la vista de la mujer que seguía sacando cosas... Miró hacia arriba. Había nubes blancas. Sería bueno agarrar un puñado. Se veían tan cerca...
—Yo no sé qué se me ha hecho ese papelito donde apunté el número, estoy segura de que lo guardé aquí —decía la mujer, mientras sacaba y volvía a meter en el cajón de la mesa cosas y más cosas.
Pasó una bandada de pájaros. Los siguió con la vista y los vio llegar a su destino: el bosque. Regresaban a dormir entre los árboles. Sintió entonces nostalgia de los árboles, deseo de ser árbol... —Ahora lo encuentro, ahora lo encuentro —decía la mujer—... vivir en el bosque, enraizado, siempre en el mismo sitio, sin tener que ir de un lado a otro, sin moverse más; siempre allí mirando las nubes y las estrellas, y las estrellas se apagarían y se volverían a encender y la mujer seguiría buscando, buscando... la noche, el día, otra noche, otro día, y la mujer buscando, buscando, buscando desesperada el número de un teléfono... y él en el bosque sin importarle nada, sin oír ya sonar papeles y cajones y cosas... descansando de aquella fatiga de toda su vida, de los tranvías, de las calles llenas de gente y de ruido, de la prisa, de los relojes, de su mujer, de la horrible vivienda, de los niños... sin oír las máquinas de escribir ni las prensas del periódico, ni los linotipos, ni los diez teléfonos sonando a un mismo tiempo... tendría silencio y soledad para pensar, tal vez para recordar, para detenerse en algún minuto hondamente vivido, para oír de nuevo una palabra, una sola palabra... —Aquí guardé ese papelito, me acuerdo muy bien, aquí lo guardé—... encontrarse de pronto en el bosque rodeado de árboles silenciosos, sostenido por hondas raíces, mirando las estrellas y las nubes... el viento mecería suavemente sus ramas y los pájaros se hospedarían en su follaje... ¡vida tranquila y leve la de los árboles, llenos de pájaros y de cantos...! —Pero si yo lo guardé aquí, estoy bien segura—... del día a la noche cientos de cantos, miles de cantos en sus oídos, ante sus ojos fijos, fuera y dentro de él un eterno coro, el mismo coro siempre, y él sin poder oír ya ni sus propios pensamientos sino el alegre canto de los pájaros... padeciendo sus picotazos en el cuello, en los brazos extendidos, en los ojos, y él a su merced sin poder mover ni un dedo y ahuyentarlos... tener que sufrir los vientos huracanados que arrancan las ramas y las hojas... quedarse desnudo largos meses... inmóvil bajo la lluvia helada y persistente, sin ver el sol ni las estrellas... morir de angustia al oír las hachas de los leñadores, cada vez más cerca, más, más... sentir el cuerpo mutilado y la sangre escurriendo a chorros... los enamorados grabando corazones e iniciales en su pecho... acabar en una chimenea, incinerado... —Ya me estoy acordando dónde guardé el papelito—... ver pasar un día a sus hijos y a su mujer, y él sin poder gritarles: —Soy yo, no se vayan— ellos no se detendrían bajo su sombra, ni lo mirarían siquiera, no les comunicarían nada su emoción ni su alegría. —Empieza a soplar el viento, mira cómo se mueven las hojas de ese árbol—, dirían los niños sin reconocerlo, y él allí, clavado en la tierra, enmudecido para siempre, lleno de pájaros y de... — ¡Ya lo tengo, ya lo tengo, aquí está ya el número! —decía a voz en cuello la mujer. Al escuchar los gritos el hombre se estremeció bruscamente, como si hubiese caído, dentro del sueño, en un pozo sin fondo. Miró a la mujer que le alargaba el papel, con extrañeza, como si nunca antes la hubiera visto. De pronto se dio vuelta y comenzó a bajar la escalera apresuradamente. —Aquí está el número, señor, ya lo encontré —gritaba la mujer desconcertada por completo. Pero el hombre no la oía, o ya no le importaba oírla, y seguía bajando las escaleras como si lo fueran persiguiendo... —Señor, señor, espérese, aquí tengo el número —repetía la mujer gorda mientras bajaba tras el hombre. Y tal era la prisa que el hombre llevaba que se le cayó el sombrero. Pero siguió bajando, sin detenerse a recogerlo, hasta ganar la puerta de salida... —Su sombrero, señor, se le cayó el sombrero —gritaba entonces la mujer. Ella lo recogió y salió con él a la calle. Vio al hombre que iba corriendo calle abajo... —Su sombrero señor, seeeñññooor, seeeñññooor, seeeñññooorrr... Todavía corrió varias cuadras tratando de entregarle el sombrero. Jadeando y muy fatigada desistió de su empeño y se quedó mirándolo correr calle abajo hasta perderse en el bosque.

SKELETON DANCE

Voy llegando a casa.
En el camino venía escuchando a ARCH ENEMY y recordé que en youtube había visto un excelente video de la rola Skeleton dance.
No es el video oficial, pero está genial. Utilizaron unas animaciones clásicas de Disney. Macabro y divertido. Disfrútenlo:



Dos cosas:
1. Estoy enamorado de Angela Gossow (vocalista) y
2. Arch Enemy se presenta en el Circo Volador el 20 de Agosto.

martes, 9 de junio de 2009

BESTIARIO 02

Seguimos con la obra de Juan José Arreola:

EL SAPO

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

lunes, 8 de junio de 2009

MARTES $19

Aunque todavía no es martes, no creo aguantar más tiempo despierto.
¡Sigo adolorido y molido por el gran concierto de Metallica el sábado!
En esta ocasión les recomendaré algunas películas de David Fincher.



¿Qué le regalarías a alguien que lo tiene todo? Todos hemos estado en esa situación, así que si desean alguna sugerencia, ¡véanla! Muy buenas actuaciones de Michael Douglas y Sean Penn.






Película de culto. La mejor de asesinos seriales. Grandes actuaciones de Morgan Freeman, Brad Pitt y Kevin Spacey. Como su nombre lo indica, trata de los siete pecados capitales. Magnífico guión. Por años estuvo censurada en México, pero ya se puede rentar y comprar.



¡Peliculón! No existe otra forma de describirla. Un concepto totalmente original. Filosofía rebelde. Diálogos ácidos, inteligentes. Aquí Fincher alcanzó su máximo potencial. De nueva cuenta, gran actuación de Brad Pitt y Edward Norton Jr. no se queda atrás. Banda sonora alucinante; acción; humor... Genial aparición de Meat Loaf.

Desgraciadamente Fincher no ha logrado mantener el nivel de creatividad de estas películas en sus nuevas producciones (la habitación del pánico, zodiaco, el curioso caso de Benjamin Button)

FRANCISCO TARIO 05

¡Este blog cumple un mes!
Muchas gracias a todos los que lo han visitado y dejado sus comentarios.
Es el turno de otro gran cuento de Tario.
Para Anita.

La noche del loco

—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?
—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?
Más de cien veces durante la última semana he estado repitiendo esta misma pregunta al oído de distintas mujeres, quienes rotundamente se han negado a acompañarme. Y entonces yo me he dado media vuelta, me he despedido con la galantería más profunda —según corresponde a mi jerarquía de hombre elegante—, me he colocado el sombrero graciosamente y he echado a andar sin rumbo fijo.
Hice esta invitación en clubes, batallas de flores, museos, templos y lavaderos públicos. Siempre con el mismo resultado. Se lo he propuesto a mujeres maduras, emancipadas y revoltosas; a mujeres casadas, hastiadas y bellas; a jóvenes de cualquier tamaño, desconfiadas, ávidas y deliciosas; a adolescentes ingenuas que volvían de la escuela con sus cuellitos blancos y unos deseos locos de divertirse. Incluso, se lo he propuesto a esas nodrizas robustas que van a flirtear con los soldados a los parques, tirando de un cochecito con toldo, en cuyo interior se vomita un bebé. ¡Nadie, nadie ha atendido mi ruego!
No obstante, empleo medios de lo más correcto, puesto que soy hombre rico y maduro, harto experimentado en asuntos de mujeres. Y así es. He viajado por los cinco continentes y he abrazado frenéticamente a mujeres de todos colores y temperamentos: pelirrojas altivas, con los vientres llenos de pecas; rubias linfáticas, con las pupilas sumergidas en una especie de pus; morenas tormentosas, hidrófobas, que me arrancaban a puñados las cejas mientras yo les sorbía los labios; negras del Congo, con los pechos de tal suerte enhiestos, que para estrecharlas y no herirme tenía que interponer entre nuestros cuerpos una almohadilla o una sábana doblada cuidadosamente. .. Unas y otras se me sometieron con facilidad, a menudo sin que mediara otra cosa que la curiosidad, el morbo o el placer. Mas a pesar de todo esto, he aquí que, de manos a boca, no hay una sola hembra en la ciudad que acepte compartir conmigo un trago de Chablís y un beefsteak con patatas y merengues.
He pensado detenidamente —y pienso— acerca de tales acontecimientos. Busco, y no hallo la causa. Mi aspecto, por descontado, debe ser aproximadamente el de costumbre: alto, un poco seco, con el cabello gris y los ojos también grises. Camino y visto con elegancia, siempre de negro —mi camisa inmaculada, los zapatos irreprochables, una gardenia en el ojal—. Bajo el brazo porto casi siempre un libro, pues es conveniente hacer saber que leo mucho, mucho: ocho o diez horas diarias. Pero siempre el mismo libro. Cada día una página. Cuando el tiempo es favorable uso bastón; cuando amenaza lluvia, paraguas. Durante el verano me aligero de ropa, conservando ¡claro está! su color. Aun a mí mismo me sorprende un tanto esta obsesión estúpida de andar siempre enlutado. Sin embargo, no me preocupo lo más mínimo por esclarecerla. También mis antepasados vestían así. De ahí que, en otra época, mi familia fuese conocida en todas partes con un nombre extraordinariamente poético: "La Nube Negra".
Pues como decía antes. No hay en la ciudad una sola hembra que acepte cenar conmigo. Todas se vuelven ardides, remilgos, y escapan. Pero yo no desespero. Soy como la araña que teje su malla o la hormiga que transporta sus provisiones. Cada día me atildo más; cada día me escabullo con mayor pavor del sol, a fin de conservar mi rostro suave y limpio; me baño en aguas con sales; me mudo de ropa interior seis u ocho veces diarias; me hago limpiar constantemente los zapatos...
Hoy llevaré a cabo una nueva experiencia: me colocaré unas gafas negras y me calzaré unos guantes blancos. He observado que la longitud de mis manos asusta un poco a las hembras, cual si temieran que pudiera estrangularlas con ellas; también cuando levantan el rostro y me miran a los ojos parecen demudarse, exactamente igual que si asomaran sus hociquitos a un antro prohibido. Así pues, es probable que de hoy en adelante pueda vérseme de tal guisa: con unos guantes blancos de cabritilla y unas gafas obscuras, tan enormes, que escasamente logre soportar sobre mis orejas.
Voy a lo largo de un parque. Es una especie de selva sintética, embotellada, con calzadas muy anchas, en cuyas márgenes crecen los árboles, envueltos en la niebla de la noche. Sobre las bancas solitarias saltan los pájaros ateridos como hembras traviesas y vanas. Ignoro hacia qué lugar me dirijo, pero mi paso es firme, según debe serlo, sin excepción, el del hombre sobre la tierra...
Dejo atrás calles, calles iluminadas absurdamente, repletas de hembras muy lindas que mueven sus cuerpecitos alegremente.
—¡Si quisieran cenar todas conmigo!
Y estoy a punto de ser arrollado por un ómnibus cuando me embriaga el ensueño: "Una mesa descomunal, como no han visto los siglos, cubierta por kilómetros de tela blanca y situada sobre distintas naciones; una especie de línea férrea, a la cabecera de la cual estaría yo sentado en una silla, con mis gafas negras sobre las cejas grises y mis guantes blancos puestos a secar sobre un árbol".
Las mujeres van y vienen dulcemente por la calle. Son como mariposas inquietas; y yo quisiera ser flor. Son como flores selváticas; y yo quisiera ser mariposa. Quisiera ser lo que ellas no son, para hacerlas venir a mi lado. Quisiera ser esa muselina ligera que ciñe sus cinturitas tan débiles; esos collares extraños que aprisionan sus gargantas; esos zapatitos tan voluptuosos que me hacen desfallecer de pasión, y sobre los cuales caminan tan nerviosamente. Unas me miran al pasar. Otras, no. Y esto último me entristece de tal forma, que me entran deseos de irme a bañar una vez más, de limpiarme los zapatos. En fin, que es muy duro mi destino.
Mas he aquí que, de súbito, una horripilante idea cruza mi mente:
"Todas las mujeres tienen su hombre. ¡Todas, todas! He nacido demasiado tarde y ya no hay un corazón disponible."
Comienzo a temblar, palidezco de estupor y necesito sentarme en el filo de la acera. Un sudor helado y grasoso me arroya por las sienes.
"¡Todas, todas tienen su hombre!"
Y acuden a mi cerebro visiones cada vez más dolorosas. Veo restaurantes de doscientos pisos, en cuyas mesitas cuadradas cena alegremente la humanidad por parejas... Extensiones inconmensurables de terreno yermo donde millones de mujeres encinta van a visitar al ginecólogo... Infantes que lloran en sus cunas blandas, exhibiendo sus organitos viriles...
—¡No quedará una mujer en el mundo! —grito de pronto, asomándome a las cunas.
Y un caballero, también de negro, me ayuda a incorporarme.
—¿Se siente usted enfermo? —prorrumpe con el sombrero en la mano.
—No —replico—. Me siento perfectamente. Gracias.
Saluda y se marcha. Pero en aquel instante, una ocurrencia me acomete:
"¿Y si lo matara? ¡Su mujer quedaría libre entonces!"
Me lanzo tras de él entre la multitud, como un loco. Le doy alcance, tocándole sin brusquedad en un hombro.
—Perdone —inquiero un poco jadeante—, ¿es usted casado?
El desconocido me examina de arriba abajo y contesta:
—Soy viudo.
Me entristezco y le digo:
—Le acompaño a usted en el sentimiento.
—Gracias... —musita entre dientes, tratando de desasirse de mí, que lo he aprisionado por un brazo.
Otra idea —la máxima— me asalta.
—Disculpe la impertinencia: ¿iba usted a tomar el metro?
—Precisamente —confiesa—. ¡Y es tan tarde!
Comprendo que es un etnógrafo que se halla a merced mía.
—¿Qué rumbo lleva? —insisto.
No percibo su respuesta, mas exclamo, embriagado de gozo:
—Casualmente el mío. ¡Oh, la vida está llena de estas minúsculas peculiaridades! ¿Le incomoda que vayamos juntos?
—Es que...
Lo empujo hacia adelante y penetramos en la estación. Descendemos a toda prisa en un ascensor muy incómodo. En los andenes las mujercitas siguen moviendo sus tiernos cuerpos; pero yo las contemplo ahora con indiferencia. Incluso, me arranco las gafas y sepulto en un bolsillo los guantes. Aspiro el aroma de la flor que llevo en la solapa y pienso:
"Parezco un jardín."
La desprendo con rabia, pisoteándola cual si se tratara de una chinche. No obstante, es una gardenia: una gardenia singularmente fragante, como deben serlo los ombliguitos de todas esas lindas empleadas que escriben a máquina en los Bancos.
Durante el trayecto hablo con mi acompañante, poseído de disculpable calor. El, por el contrario, cada momento más incierto y preocupado. No osa moverse, sonríe ambiguamente, cambia a menudo de postura; pero responde a cuanto le pregunto. Hablábamos de su mujer.
"Debe ser un excelente padre de familia" —pienso involuntariamente.
Y esta insensata idea, unida al color bestial de sus calcetines a cuadros, me hace sollozar.
—¡Oh, por favor, por favor! ¡Se lo suplico! —implora tímidamente.
Algunas personas me observan con desconfianza, y yo me desconcierto de pronto. Para ahuyentar la pesadumbre indago:
—¿Usted nunca se ha retratado?
—Sí —me responde, agitando la cabeza.
—Yo no —admito—. Pero me retrataré hoy mismo.
Y entreveo mi fotografía, ya no al lado de un millón de mujeres bonitas, sino sentado sobre las piernas de una complaciente empleadita, como aquella que va leyendo el diario. "Tengo mi brazo alrededor de su cuello y ella me mira franca, apasionadamente a los ojos, a pesar de que no llevo gafas. Ahora visto de gris, con una corbata amarilla."
—Bueno... ¡hasta la vista! —exclama mi compañero, de un modo atropellado, ofreciéndome su mano sudorosa.
—¡Cómo! ¿Se marcha usted? —lamento—. ¡Tanto gusto en conocerle!
Se va y yo me apeo en la estación siguiente. Salto dentro de un taxi y menciono un nombre muy extraño que tengo que repetir varias veces. Primero cruzamos una plaza, en cuyo centro hay una fuente; otra plaza sin fuente; calles, calles, todas gemelas, huecas, como el sistema de una tubería. Aparecen los árboles, las chimeneas de las fábricas, los lavaderos. Estamos en los suburbios. Diviso la luna —¡y es hermosa!—.Proseguimos: el campo. La llanura plana, quieta, igual que el pecho de un tísico. Así media hora, una, dos; hasta que el vehículo se detiene en seco.
—¿Es aquí? —pregunto.
—Aquí mismo —responde el chofer.
Liquido la cuenta, abro la portezuela y suplico:
—Tenga la bondad de aguardarme. Tardaré a lo más veinticinco minutos.
—¡Correcto! —asiente—.Y se tumba a dormir con los bigotes sobre el volante.
Yo me lanzo entre las sombras rumbo a un puñado de casitas grises en cuyas ventanas hay luces. Escucho el reloj de la parroquia: las once. A un tiempo, distingo la cabeza enorme de un hombre que se aproxima cantando con voz de campesino. Le detengo, adoptando el continente más sereno de que soy capaz.
"Podría tomarme por un demente" —pienso estremeciéndome.
E inquiero:
—Disculpe, ¿podría usted indicarme dónde se halla el cementerio?
Gira sobre sus talones sucios, yergue un brazo hercúleo y señala una mancha próxima, oscilante.
—Detrás de esos árboles —me informa.
Doy las gracias, encaminándome hacia la mancha. El sendero es largo, no tan fácil como me suponía y lleno de barro. Con frecuencia doy un traspié y resbalo, rodando hecho un guiñapo. Pero es tal la alegría que salta en mi pecho, tal mi avidez, que rompo a cantar y a reír, hundido el rostro en el estiércol de las vacas.
"¡Ahora voy a tener mujercita y esto es espléndido! —cavilo—. ¡No moverá mucho su cuerpecito porque está muerta, pero al menos podremos retratarnos! Si está demasiado rígida, la aceitaremos. Si su ropa se halla deteriorada, la vestiremos adecuadamente. Si está muy pálida, muy pálida, le untaremos de carmín las mejillas...Y yo me sentaré en sus rodillitas desnudas y le pasaré un brazo por su hombro, y ella me mirará con sus pobrecitos ojos quietos a mis ojos grises y sin gafas."
Un silencio inusitado me rodea. La obscuridad me envuelve, cual si me hallara en el interior de una cámara fotográfica. Llego, por fin, al cementerio. Me descubro, y nadie sale a recibirme. Llamo febrilmente a la puerta: ni una triste alma responde.
"Debe ser aún temprano" —calculo.
Y sentándome sobre una piedra, me dispongo a esperar con toda calma.
Transcurrido el tiempo de fumarme un cigarrillo, me levanto. Miro a un lado y otro, y, con la agilidad de un gorila, salto la tapia. Requiero a gritos al camarero, al maítre, al manager. Inútil. Mi grito repercute en las tinieblas, choca contra una montaña y me vuelve a la boca. Me lo trago y sigo adelante por entre las sepulturas. Una voluptuosidad inaudita me invade. Hierve la sangre en mis venas, y visiones realmente lascivas desfilan ante mis ojos. Parece que entro a un cabaret.
"¿Dónde andará mi mujercita?"—digo para mis adentros.
Procuro seguir las indicaciones del viudo tímido. Busco sobre las cruces el epitafio. No lo encuentro, y lo que es bastante peor: me restan apenas cinco fósforos.
—¡Vaya un restaurante desanimado! —prorrumpo deteniéndome. Y continúo más y más impaciente, más y más angustiado, derribando tiestos con flores, copas y vasos, tronchando rosales, pisoteando a los parroquianos, partiendo las cruces, atropellando a los camareros que duermen...
Llego, en suma, a mi destino: a la casita blanca. Veo el nombre de la muerta. Me inclino sobre la lápida y leo el menú. Hecho un loco, un abominable loco, comienzo a trabajar. El trabajo es arduo, me extenúa, haciendo tronar mis huesos; pero mi ansiedad va en aumento. Como un perro escarbo la tierra, destruyo las raíces malignas, hiriéndome las uñas; lanzo pedruscos al aire, algunos de los cuales me caen en la cabeza.
"¿Quién estará riñendo?"—me pregunto asustado, mirando a todas partes.
Sangro y me ato el pañuelo a la frente.
—¡Después ajustaremos esa cuenta! —amenazo, señalando un árbol.
Súbitamente topo con algo sólido, al parecer infranqueable. ¡Ah, me aguarda en el reservado! Me vuelvo tímido, infantil, casi femenino. Golpeo con el puño delicadamente.
—¿Se puede? —inquiero.
Nadie contesta. Llamo más fuerte.
—¿Se puede?
"¡Oh, las delicias del adulterio!"—suspiro.
Pero grito:
—¡Abre o echo abajo la puerta!
Suenan dentro risitas muy débiles, como de alguien a quien le hicieran cosquillas con una pluma. Percibo, también, unos taconcitos femeninos que golpean, golpean el suelo.
—¡La echo! —aúllo.
Y cumplo mi palabra.
Salta el féretro en pedazos, salpicándome la lengua de una substancia ácida y muy fría. Adivino, más que distingo, una figura femenina, vestida de baile, inmóvil sobre un canapé. Me inclino hacia ella dulcemente, seductoramente, igual que los galanes en el teatro. Musito:
—Señorita: ¿quiere usted cenar conmigo?
Me halaga su voz somnolienta.
-¡Sí!
Le echo mano. Pesa poco, y su cuerpecito tintinea como un bolsón de cascabeles. ¡Debe estar tan ilusionada!
Con mi presa a cuestas me encamino hacia la tapia, advirtiendo que algo se enreda entre los árboles. Cuando pienso que sea su cabellera espesa me trastorno aún más. ¡Besaré así, así, su maraña negra, hundiendo en ella mi cabeza hasta el cuello! La deposito en el muro, salto, y la recojo de nuevo.
—¡Perdone usted! —balbuceo, dejándola caer sobre el lodo—. Me olvidé el sombrero.
Entro, y vuelvo a salir con el bombín un poco ladeado. Me la echo otra vez sobre las espaldas, y así avanzamos en la obscuridad impenetrable. Pronto el cansancio me rinde, flaquean sensiblemente mis rodillas y las fuerzas me abandonan. Bajo las ramas de un corpulento chopo me siento y siento a mi mujercita.
—Señorita: ¿le gustaría a usted retratarse conmigo?
Y evoco la imagen sugestiva: yo sobre sus rodillas, y colgando de un árbol mi traje.
Procedo al punto a desnudarme; a desnudarla a ella, lo cual no es tarea fácil, pues se resiste. Cuelgo, en efecto, mis ropas, y voy presuroso a instalarme. Lo hago con cautela, tierna, ceremoniosamente. Le paso a continuación un brazo por el hombro helado. Cruzo las piernas. Sonrío. Alzo la vista, mirando con desdén a todas las mujeres del universo.
—No te muevas —le ordeno.
—¿Listo? —pregunta el fotógrafo.
Yo digo:
—Espere usted un momento. Voy a estornudar...
Estornudo una vez, dos, hasta cinco.
—Mírame —suplico a mi mujercita.
Y nos retratamos. Nos retratamos cerca de quince veces, siempre en la misma postura, como si fuéramos dos estatuas. Yo así: sin gafas, sin guantes, sin gardenia. Igual que en aquel tiempo, cuando compartía el lecho con las negras del Congo.
Y como entonces, también, hube más tarde de colocar entre nuestros ardientes cuerpos mis ropas negras muy bien dobladas, porque los pechos enhiestos de ella penetraban en mi carne igual que dos afilados cuchillos.

domingo, 7 de junio de 2009

MONTANDO RELÁMPAGOS

Existen momentos que te marcan la vida...
Ayer fue uno de esos momentos.
Para los amantes del rock/metal la noche de ayer fue maravillosa. Presenciamos el poder de una banda que ha montado relámpagos por más de 20 años. ¡Y vaya forma de montarlos!
El rock es la fuente de la eterna juventud...
Ellos se veían y sonaban como en sus mejores tiempos y por dos horas volví a ser un adolescente.
Rola tras rola, clásico tras clásico, una nueva por aquí, una nueva por allá (que no le piden nada a las clásicas), covers, cámaras, helicóptero, fuegos artificiales y el sonido de 60 mil gargantas.
Dedicado a Dalila, ¡celebramos su cumpleaños al ritmo del doble bombo! ; y a Erick, que seguramente estuvo sacudiendo la cabeza con nosotros.











viernes, 5 de junio de 2009

LOS PERROS DE TÍNDALOS

Acabo de ver los MTV MOVIE AWARDS... la verdad, el fin de semana pinta muy bien como para amargármelo con comentarios negativos. Solo diré que las grandes ganadoras de la noche fueron TWILIGHT y HIGH SCHOOL MUSICAL 3...

¡Me dieron unas ganas tremendas de lanzarme a la CINETECA! (lo haré por la tarde)
Y de publicar algo inteligente y profundo; así que ahí les va:

Estos son fragmentos de un exquisito cuento de Frank Belknap Long llamado "Los perros de Tíndalos" (The hounds of Tindalos) de 1929. Frank pertenece al famoso "Círculo de Lovecraft" y el cuento a los "Mitos de Cthulhu".

Siempre he tendio problemas con el tiempo y el espacio; realmente me angustian...
Estas son algunas líneas del gran personaje Halpin Chalmers:

"El tiempo es meramente nuestra percepción imperfecta de una nueva dimensión del espacio. Tiempo y movimiento son dos ilusiones. Todo lo que ha existido desde el principio del mundo existe todavía. Los acontecimientos que ocurrieron hace siglos en este planeta siguen existiendo en otra dimensión del espacio. Los acontecimientos que sucederán dentro de siglos existen ya. Nosotros no podemos percibir su existencia porque no podemos entrar en la dimensión del espacio que los contiene. Los seres humanos, tal como los conocemos, son meramente fracciones, fracciones infinitamente pequeñas de un todo enorme. Cada ser humano se halla vinculado a toda la vida que le ha precedido en este planeta. Todos sus antepasados son partes de él. Sólo el tiempo le separa de sus predecesores, y el tiempo es una ilusión y no existe."

"...¿Se le ha ocurrido alguna vez, amigo mío, que la fuerza y la materia son meramente barreras para la percepción impuestas por el tiempo y el espacio?"

"¿Qué diríamos si, paralelamente a la vida que conocemos, existiese otra vida que no muere, que carece de los elementos que destruyen nuestra vida? Quizá en otra dimensión existe una fuerza distinta de aquella que genera nuestra vida. Quizá esta fuerza emite energía, o algo similar a la energía, que pasa de la dimensión desconocida donde está y crea una nueva forma de vida celular en nuestra dimensión. Nadie sabe que dicha nueva vida celular existe en nuestra dimensión."

Perturbador, ¿no lo creen?


jueves, 4 de junio de 2009

LOVECRAFT 02

Acabo de comprar "Hongos de Yuggoth y otros poemas fantásticos" de H. P. Lovecraft publicados por Valdemar.
El poema que a continuación les compartiré, lo escribió en Septiembre de 1902, o sea, tenía 12 años:

TO PAN
Seated in a woodland glen
By a shallow reedy stream
Once I fell a-musing, when
I was lull´d into a dream.
From the brook a shape arose
Half man and half a goat,
Hoofs it had instead of toes
And a beard adorn´d its throat.
On a set of rustic reeds
Sweetly play´d this hybrid man
Naught car´d I for earthly needs,
For I knew that this was Pan.
Nymphs and Satyrs gather´d ´round
To enjoy the lively sound.
All too soon I woke in pain
And return´d to haunts of men
But in rural vales I´d fain
Live and hear Pan´s pipes again.

La traducción que viene en "La noche del océano y otros escritos inéditos" de EDAF, me gusta más:
En una boscosa hondonada / Por un riachuelo surcada, / Meditaba pensativo y sosegado / Cuando por el sueño fuí arrullado. / Del arroyo una sombra surgió / Medio cabra medio hombre se reveló; / En vez de pies, pezuñas mostraba, / Y de su mentón una barba colgaba. / Entre juncos y cañas escondido, / Tocó dulcemente el híbrido ser; / Mas nada tenía que temer / Pues de Pan venía aquél silbido. / Las ninfas y sátiros se juntaron alrededor / Para disfrutar del mágico clamor. / Demasiado pronto del sueño desperté, / Y a los reinos del hombre retorné; / Pero en ocultos valles aún puedo escuchar / las mágicas notas de la flauta de Pan.
También en el mismo libro viene otro poema que me gusta mucho, sólo pondré un fragmento ya que es muy largo:
PSYCHOPOMPOS
I am He who howls in the night;
I am He who moans in the snow;
I am He who harth never seen light;
I am He who mounts from below.
My car is the car of Death;
My wings are the wings of dread;
My breath is yhe north wind´s breath;
My prey are the cold and the dead.
Yo soy el que aúlla en la noche; / Yo soy el que gime en la nieve; / Yo soy el que nuna ha visto la luz; / Aquél que surge de lo más hondo. / Mi carro es el carro de la muerte; / Mis alas son las alas del miedo; / Mi aliento es el aliento del norte; / Mi presa es lo frío y lo muerto.

CINEMA ROCK 01

Ya se está volviendo un hábito que estrellas de rock se integren al cine, ya sea actuando o escribiendo y dirigiendo películas. Aunque también hay casos a la inversa, como Jared Leto y Juliette Lewis.

En esta sección haremos un recorrido por aquellas películas relacionadas con una "estrella de rock".

Empezamos con:


La casa de los 1000 cuerpos es escrita y dirigida por Rob Zombie, que lo recordarán porque formó parte de la banda White Zombie (en honor a una película de terror de 1932 protagonizada por Bela Lugosi) de la cuál destacan rolas como Thunderkiss ´66, More human than human y Astro creep 2000; después siguió de solista con canciones memorables como Dragula (videoclip genial, además fue incluída en el soundtrack de Matrix), Living dead girl y Superbeast.

Obviamente la música de la película, del 2003, también la llevó a cabo el buen Zombie. Universal la rechazó por ser demasiado gore, pero Lions Gate, que se estaba especializando en películas de terror, la tomó enseguida.

Empieza como toda película de terror serie B: unos jóvenes (medio estúpidos) viajan en carro y topan con un pueblo extraño donde existe la leyenda de un tal Dr. Satán... y aquí empieza la psicodelia y la locura de Zombie. Deja a un lado a los jóvenes estúpidos y se concentra en esta "familia disfuncional" integrada por: Capt. Spaulding (Sid Haig), que después del de ESO, es el mejor payaso; Otis (Bill Moseley); Baby (Sheri Moon Zombie) que como dato curioso, en todos los videos de White Zombie y de Rob Zombie, aparece... ¡hermosa! Personajes memorables, que a pesar de ser unos psicópatas, terminas amándolos. Ambiente y música totalmente oscuros, perturbadores. Terminarás pensando: ¿qué demonios acabo de ver? Y si eres como yo, que terminó con hambre de más, en el 2005 hizo la secuela llamada "The Devil´s Rejects" y luego una versión de "Halloween" que después hablaremos de ellas.

miércoles, 3 de junio de 2009

REFRANERO ZOOLÓGICO 01

"... los refranes son fórmulas de sabiduría condensada, de uso inmediato y efecto rápido..." José Saramago

Esta sección será dedicada a esa parte tan importante de nuestra cultura que son los dichos y refranes.

"Los dichos de los viejitos son evangelios chiquitos"

Todos en casa los hemos escuchado. Aquí citaremos algunos, pero relacionados con los animales.

Vienen incluídos en : Refranero zoológico: apotegmas y otras expresiones populares sobre los animales; Anita Hoffmann; UNAM; 2003.

Empezamos con los alacranes:


"A quien de mí mal hable, píquenle en la lengua diez alacranes"

"A quien no es de fiar, ni un saco de alacranes le des a guardar"

"Al que le hacen las hormigas, no le hacen los alacranes"

"Las mujeres son el diablo, parientes del alacrán, cuando ven un hombre pobre, paran la cola y se van"

"Si te pica el alacrán, que cante el sacristán"

Si se saben algún otro, compártanlo en comentarios.

AMPARO DÁVILA 04

Hay días en que uno quisiera comprar un boleto para cualquier parte...

Otra gran historia de Amparo Dávila:

UN BOLETO PARA CUALQUIER PARTE

DEJÓ a los amigos que insistían en que se quedara con ellos y salió del club.
No podía más, las piernas se le estaban entumeciendo. Casi tres horas sentado. La sinfonola tan fuerte, demasiado humo. Lo que querían era desquitarse. Por eso insistían en que se quedara. No podían soportar que él ganara alguna vez. Y no creyeron cuando les dijo que tenía trabajo en su casa. Marcos se había puesto serio. "Los amigos esclavizan, hijo." Tenía razón su madre, ya no disponía de libertad ni para irse a su casa cuando quisiera. Necesitaba estar solo, pensar. Los días pasaban y no había hablado con su jefe... Al doblar una esquina divisó la ventana de Carmela. Estaba abierta, pero ella estaría aún en la tienda bordando pañuelos. Sólo había aceptado cuatro invitaciones a cenar. Después se alejó de ellas. La madre lo incomodaba. Todo era falso en ella, aquella sonrisa mostrando apenas los dientes, la tierna mirada, la voz. La sentía en acecho siempre, pronta para agarrar. Lo observaba detenidamente de arriba abajo. Había largos silencios. Tenía que elogiar los platillos que habían preparado especialmente para él. A hurtadillas miraba a Carmela y recorría apresuradamente su cuerpo, después desviaba la mirada para que la madre no lo notara. Había flores sobre el piano, coñac y cremas para después de la cena. No podía quejarse, lo habían atendido demasiado bien. Y les debían de haber salido muy caras aquellas cenas. ¿En quién pensaría ahora Carmela? ¿A quién le prepararía suculentas cenas? ¿Quién vería asomarse sus muslos cuando cruzaba, descuidada, las piernas? Carmela tocaba el piano después de la cena. La madre se tumbaba en un cómodo sillón y comía bombón tras bombón mientras los suspiros levantaban su exuberante pecho. Él escuchaba aquellas piezas tocadas con cierta timidez y una suave ternura lo iba invadiendo… Tenía que hablar con su jefe cuanto antes. Pedirle el aumento de sueldo con decisión. Se pondría el traje de franela gris y la corbata azul marino con rayas rojas. Había que estar bien vestido cuando se solicitaba algo. Pero si el señor A le dijera: "Me extraña que solicite usted un aumento, no parece necesitarlo..." "Es que tengo que casarme", agregaría inmediatamente. Así no estaba bien. Su jefe le diría: "¿Cómo es eso de que tiene que casarse?..." Y él no podría soportar aquel tono burlón y mal intencionado. Tenía que ensayar, estudiar lo que iba a decirle palabra por palabra... Irene le preguntaba todos los días si ya había hablado con su jefe. Si supiera que no se atrevía, que todos los días lo intentaba y que no sabía qué decir ni cómo empezar. Se pasaría la noche pensando hasta encontrar la manera de hacerlo. Irene aseguraba que no le importaba esperar un poco; pero que en su casa opinaban de otra manera. "Te está haciendo perder el tiempo y al final no se casará contigo." Empezaba a cansarlo aquella urgencia. Había veces en que ya no tenía ganas de ver a Irene. Aquella diaria pregunta empezaba a serle insoportable. ¡Si Carmela fuera sola...!
Cuando llegó a su casa, la sirvienta le avisó que un señor había estado a buscarlo varias veces.
— ¿Cómo se llama?
—No quiso dar su nombre cuando le pregunté.
— ¿No es alguno de mis amigos?
—No, yo los conozco bien. Éste es un señor muy serio, alto y flaco, vestido de oscuro...
Subió la escalera pensando quién podría ser la persona que había ido a buscarlo. Entró en su cuarto y se sentó en la cama pensativo. Encendió un cigarrillo. Sólo los amigos lo buscaban en su casa. Para cualquier otro asunto lo veían en la oficina. Imaginó un hombre flaco y alto, como lo había descrito la criada, vestido de oscuro, serio, sombrío... Empezaría diciendo: "Le suplico, señor X, que tenga usted resignación y valor. Su madre se encuentra moribunda y no hay manera de salvarla..." Apagó el cigarrillo. ¿Por qué pensaba en cosas tan desagradables? Hacía pocos días le mandaron decir que su madre se encontraba bastante bien, que se alimentaba y dormía lo suficiente... El hombre vestido de oscuro lo saludaría seriamente, después con voz grave le diría: "La misión que me ha sido encomendada es de lo más dolorosa, su señora madre ha muerto repentinamente. Sírvase aceptar el testimonio de mis sinceras condolencias..." Tendría que partir inmediatamente. Esa misma noche, en el último tren. Acompañado por el sombrío emisario. Llegarían en la madrugada. Muerto él de frío, de sueño, de dolor. La encontraría en el depósito de cadáveres sobre una fría plancha de mármol, o tal vez ya en el ataúd entre cuatro cirios. Antes de morir ella lo habría llamado, sin duda, y él a esa hora tal vez estaba jugando con sus amigos o pensando en las piernas de Carmela.
¡Qué dolor verla amortajada! No podría soportarlo. No abriría la caja, se quedaría sin verla por última vez. Pasaría varias horas solo con su muerta. Alguien le daría una taza de café aguado y desabrido. Al día siguiente la enterrarían en algún pueblo cercano al sanatorio... Pero su madre era una mujer bastante fuerte y sana, no obstante su mal, además no era vieja, podría vivir unos quince o veinte años más... El hombre de oscuro se quitaría el sombrero... "¿Es usted el señor X?" le preguntaría ceremonioso. "Vengo a notificarle que ayer se escaparon de nuestro sanatorio varias pacientes, entre ellas la señora madre de usted, y no hemos podido localizarlas..." ¡Qué podría hacer él para encontrarla! Daría parte a la policía. Pondría avisos por la radio, en los periódicos. ¡Su pobre madre perdida! Vagando día y noche de un lado a otro, sin comer, sin abrigo. Le podría dar pulmonía y morirse, y él no sabría ni siquiera dónde buscar su cadáver. Sola, en la noche, muerta de frío y de hambre… Lo llamaba, lo llamaba... La veía caminando por una carretera, cruzarse y... ¡Qué muerte más terrible!... Encendió un cigarrillo y suspiró. La había llevado, con gran dolor, a un sanatorio donde estuviera atendida y vigilada. No podía cuidarla lo suficiente, teniendo que trabajar, y las criadas... Un hombre alto, flaco, muy serio, vestido de oscuro, sólo podría llevar una mala noticia... A lo mejor era un emisario que enviaban los padres de Irene para hacerle saber que ya estaban cansados de esperar que pidiera el aumento de sueldo y se casara. Podía ser alguien de la familia o alguna persona muy íntima de ellos... Tal vez no le permitirían ver más a Irene. Sería posible. Los conocía bastante bien. Eran capaces de todo. Y él entonces quedaría en ridículo. Le contarían a todo el mundo: "Le mandamos un emisario al pobre X, no volverá a poner los pies en esta casa." ¡Desdichados! A lo mejor se llevaban a Irene fuera de allí. No volverían a verse nunca, o tal vez, cuando ya ella estuviera gorda, llena de niños y de aburrimiento. Pero ella, ¿sería capaz de no hacer nada, y dejar que la manejaran como si fuera un títere? Tanto amor y tantas caricias, todo mentira. Los veía riéndose de él. Llenos de hipocresía dirían a sus amistades: "Después de todo, nos da lástima X, ¡el pobre muchacho!" No les concedería ese gusto. Excitado, herido en lo más profundo, caminaba de un lado a otro del cuarto con pasos rápidos. Apagaba un cigarrillo, encendía otro... De pronto recordó que al salir de la oficina el gerente lo había mirado de una manera muy extraña. "Mañana revisaremos su corte de caja", le había dicho mirándolo de arriba abajo. A lo mejor sospechaba que sus cuentas no estaban correctas o que él estaba robando... "Tengo una orden de arresto contra usted, señor X, por desfalco..." ¡Eso era el hombre!, un detective, un agente de la policía secreta que lo iba a arrestar. Pero a él nunca le había faltado ni un solo centavo. No podía ser. El hombre de oscuro lo miraría fijamente... "Señor X, la compañía le concede doce horas para reponer el dinero que le falta, de lo contrario..." ¿Y de dónde iba él a sacar ese dinero? Lo meterían en la cárcel por robo. Saldría su caso en los periódicos. ¿Qué sería de su madre entonces? La echarían del sanatorio, o tal vez la llevaran a un centro de salud, uno de esos en los que no se paga nada y donde tratan a los enfermos como si fueran animales... Se imaginaba la cara que iban a poner Irene y sus padres cuando leyeran la noticia en el periódico. Perderían un candidato, tal vez el único. "Te decíamos que era un mal tipo..." Pasaría los mejores años de su vida en una celda miserable, húmeda y maloliente. Allí envejecería. Olvidado de todos, no habría nadie que se preocupara por su destino. Nadie que le llevara cigarrillos y un poco de compañía. Sin aire, sin sol, sin luz, terminaría tuberculoso. .. Se sentó en el borde de la cama y hundió la cabeza entre las manos, sollozando...
—Aquí está otra vez el señor que ha venido a buscarlo— dijo la sirvienta.
— ¿Qué? ¿Que aquí está? — preguntaba fuera de sí, lívido, desencajado—. Dile cualquier cosa, lo primero que se te ocurra, no puedo recibirlo.
No tenía valor para soportar el golpe y el dolor de una noticia. Porque una noticia es como un puñal que...
—El señor está en la sala esperándolo; yo no sabía que usted no quería verlo, como dio tantas vueltas, yo pensé...
—Bueno, dile que haga el favor de esperar, bajaré luego.
Allí se quedaría esperando hasta el último día del mundo. Él iría lejos. Donde no pudiera encontrarlo y decirle nada. Se iría rápido, sin hacer ruido, sin equipaje. Sólo cogió el dinero que tenía guardado en un cajón de la cómoda, la gabardina y el sombrero. Abrió una ventana; resultaba fácil, no estaba muy alto. Se descolgó suavemente, para no hacer ruido. En la esquina tomó un taxi y ordenó al chofer que lo llevara a la estación del ferrocarril sin perder tiempo. El hombre no lo alcanzaría nunca. Aunque fuera por todo el mundo, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, buscándolo. Jamás le daría su mensaje.
Quería hacerle daño, destrozarlo con una noticia terrible, pero él había sospechado al instante y se había escapado... Allí estaría en la sala sentado, muy tieso y muy sombrío, esperando a que bajara, esperando, esperando... cuando se diera cuenta temblaría de rabia, se pondría verde... sería tarde para darle alcance... no sabría nunca la fatal noticia, viviría tranquilo, feliz... ¡había tenido tanta suerte en poder salvarse! escapándose por una ventana... se había salvado, salvado...
El empleado que despachaba los boletos del ferrocarril creyó no haber entendido, cuando X pidió que le diera un boleto de ida para cualquier parte.

martes, 2 de junio de 2009

MARTES $19

Aunque un poco tarde (andaba vagando en el Centro) aquí están mis recomendaciones para este martes de $19.
En esta ocasión son películas españolas:



Cinta ya clásica en el género del terror. Dirigida por Alejandro Amenábar (abre los ojos, los otros). Como su nombre lo indica, la protagonista está realizando su TESIS en violencia televisiva, películas snuff... y se encontrará cosas muy desagradables .





Se ha convertido de culto esta gran cinta de humor negro dirigida por Alex de la Iglesia. Se burla de una forma oscura pero divertida de todos los estereotipos del mal. Santiago Segura (Torrente) es genial.





Elegante, gran historia, fotografía espectacular... esta película tiene todo, y si a eso le sumas que la dirige Juan Carlos Fresnadillo (exterminio 2) y que trata de un tema tan polémico como la suerte... el resultado es fantástico. Grandiosa aparición de Max Von Sydow (el exorcista).


A pesar de que es dirigida por el maestro Guillermo del Toro (cronos, el espinazo del diablo, hellboy), la fotografía la lleva a cabo Guillermo Navarro y en los productores aparecen Bertha Navarro y Alfonso Cuarón, todos ellos mexicanos, la historia se lleva a cabo en España y es actuada por actores españoles... La imaginación de Guillermo es impresionante. Ganó tres premios Oscar: mejor diseño de arte; mejor fotografía y mejor maquillaje.

lunes, 1 de junio de 2009

MORTINATOS

MORTINATOS es un super grupo... bueno, no es para tanto. En realidad es mi grupo. Al decir "mi" no es porque me sienta más que los demás, lo que pasa es que soy el único integrante del grupo. En este proyecto, además de componer letra y música, canto, toco la batería, las guitarras y el bajo.
Seguramente se preguntarán qué diablos es un mortinato, ya que lo ocupo para todo (mail, blog, grupo)
"Muerte embrionaria en el tercer tercio de la gestación"
Desde que escuché el término me encantó, y no por sádico (en realidad un poco) sino porque representaba mi realidad: a punto de lograr cosas interesantes siempre pasa algo que te las impide.
La canción del video que verán, viene incluída en un demo de ocho canciones que hice para un concurso radiofónico. Obviamente, no gané ni las gracias.

Si les interesa el demo, dejen sus datos en comentarios, de alguna forma se los haré llegar.

FRANCISCO TARIO 04

Uno más de Tario:


La noche del buque náufrago

Peregrino de todos los mares; marinero de todos los puertos; noctámbulo de todas las noches... decidí sucumbir para siempre.
Nada sobre la Tierra permanecía oculto para mí: la inmensidad azul o negra de los océanos; la bienvenida alegre de las ciudades, blancas; la línea recta y excitante de las costas tropicales; los acantilados con sus cavernas de monstruos; las bahías aceitosas y grises de los mares africanos; las cordilleras más altas —peladas unas, otras azules de misterio—; los amaneceres radiantes; los crepúsculos lánguidos; las tempestades, la inercia, el estruendo; la piedad y la gula, la lujuria y las auroras boreales.
De día, como un meteoro, he surcado los mares, arrullando a los hombres. De noche, como un palacio iluminado, he velado su sueño. He transportado de extremo a extremo del planeta las mercancías más exóticas: del trópico, vainilla, azúcar y piedras preciosas; de los climas templados, aceite, nueces y vinos; de las crestas heladas, maderas sólidas y pieles. Conozco el uranio, la seda, la morfina y la dinamita; el champagne, el plomo y el éter. He tenido entre mis brazos a hombres de todas las razas; he escuchado lenguas de todas las latitudes. He sido testigo de los ritos más paganos, de los más obscuros raptos. Innúmeras veces llevé conmigo al amor, a la muerte y a la esperanza.
Ancianos de barba plateada se apoyaban junto a mi borda, mirando al mar con ojos ahítos; niños de mejillas frescas y triunfales animaban mi ruta; músicas de genios ausentes retumbaban en mis entrañas; visionarios de mil ideales ocultos se tendían sobre mi proa, pretendiendo descifrar cada cual su enigma; amantes, de carnes febriles o yertas, consumaban el acto genésico; científicos, aventureros, cortesanas ricas y toxicómanos envilecidos recorrieron sin cesar mis cubiertas; caballos de pura sangre, reptiles, y bacilos destinados al laboratorio compartieron mis inquietudes. Transporté una locomotora y un ramo de orquídeas; un niño recién nacido y un moribundo; un banquero y un poeta; una reina y un prófugo. Conozco todos los vicios del hombre; las brumas de la justicia; el orden de los astros. Lo conozco todo, y decidí sucumbir.
Fue una noche clara, muy tibia.
Ha tiempo me asediaba el terror, la congoja, todos esos sentimientos pestilentes que agitan al hombre en cuanto la vejez se acerca. Una sensación inexplicable —mezcla de tedio y nostalgia por la juventud extinguida— me oprimía, rumbo a las playas de Asia. Navegaba yo, pues, ausente, extraño a mí mismo, como un carricoche cualquiera que rueda a merced del caballito que tira de él. No ansié nunca ser inmortal, porque ello presupone el hastío. Tampoco temí jamás a la muerte.
En cambio, me llenó siempre de cruel espanto la vejez. La decrepitud de un barco es el espectáculo más monstruoso que pueda darse. La decrepitud de un ser triunfante de la Naturaleza sólo tiene un paralelo: el río, que, al secarse, muestra sin pudor alguno su ridícula osamenta. En un tiempo, sus aguas profundas y verdes contenían el secreto de toda belleza; hoy, sobre sus piedras ardientes cantan los grillos feos, los sapos, y millones de moscas ventrudas olfatean y engullen el excremento de los asnos.
Mi terror, por consiguiente, era justificado.
No deseaba yo —viajero de lunas y soles— verme arrumbado en un muelle de fuego, bajo una luz extenuante, retorcidos mis músculos en siniestras contorsiones, como un epiléptico en el desierto inútil. No deseaba ser ruina, guarida de aves y teatro de experimentos marinos. Pronto el metal de mis herrajes se cubriría de moho; mis mástiles se inclinarían como árboles sin savia; se crisparían mis maderas finas; y mis tres chimeneas paralelas serían igual que tres cruces gigantes sobre la tumba de un millonario. Deshabitado, absurdo, no tendría más valor que una reminiscencia. Imitaría, imperfectamente, sobre el fondo olivo del mar, uno de esos esqueletos antediluvianos que despiertan en los museos la ansiedad de las criaturas. Pertenecería a lo que fue. Y un día no muy lejano, una de esas tempestades colosales y frenéticas, que tanto he admirado, rompería mis amarras, golpearía mi casco contra las paredes del muelle, y, lentamente, tristemente, sin ningún espasmo, me iría sumergiendo allí, allí mismo, junto a las barquichuelas de los pescadores, entre el griterío de la multitud enardecida, cerca de los comercios, de los bártulos, de los retretes de los hombres. Ningún prodigioso abismo me acogería: sólo diez, quince metros de agua turbia, pesada, multicolor por la abundancia de desperdicios.
Así, pues, deseé fenecer en la inmensidad de la noche, del mar abierto, bajo las estrellas chispeantes y la luna roja.
Ocurrió bien simplemente.
Sonaba la orquesta adentro. Se bebía champagne, cerveza helada y kirsch. Se comía caviar, cerezas en compota y galletas sodas. Bailaban los pasajeros, uno que otro tripulante y el capitán. Los marineros cantaban sobre la popa, acompañados de un acordeón. Un hombre solitario, junto a una grúa, limpiaba nerviosamente sus gafas. Otro, más viejo que éste, miraba pensativamente a la obscuridad. En la cabina de un multimillonario yanqui se redactaba este telegrama:

"Happy NewYear"

Dos jovencitos núbiles, con las mejillas encendidas de deseo, tejían un sueño imposible de azahares, virginidad e incienso.
No sentí la menor inquietud o temor, el más leve remordimiento. ¡Era tan pueril todo aquello! ¡Es tan pueril realmente la vida de los hombres!
Miré por última vez al cielo alto, negro; a la luna mórbida, sangrante; a la espuma inquieta; a la concavidad profunda del horizonte. Una sed abrasadora —sed de agua salada— me quemó la garganta, cual si un fuego repentino hubiera estallado en mi pecho y se propagara a través de mis arterias. Abrí la boca y bebí. El agua penetró a borbotones, se precipitó en mi vientre, inundándome las entrañas. Cesó la orquesta. Se apagaron las luces. Tronó la sirena barriendo la llanura...
Y me hundí. Me hundí cruelmente con un mundo a cuestas; con el hombre que limpiaba sus gafas; con la compota de cerezas; con el acordeón de los marineros; con el uniforme del capitán; con las gemas y los metales de las señoras; con mil botellas de champagne sin descorchar...
Y otro mundo más noble, infinitamente más bello, salió a mi encuentro. Un mundo húmedo, susurrante y pleno. Un mundo de fosforescencias extrañas, de monstruos casi divinos, de sombras gráciles que se deslizan sin ningún ruido, de mujeres azules y hombres con escamas rojas, de copas cargadas de sal. Un mundo de floraciones perpetuas; de miradas inalterables; de paz y regocijo continuos.
Cuando caí al fondo escuché el canto triunfal de todos los buques muertos. Y me eché a dormir así, un poco fatigado, otro poco orgulloso, pensando con angustia en esos muelles infames donde los barcos decrépitos se retuercen vencidos, cobardes, enfermos...