Toda esta semana, para celebrar el día del niño, estará dedicada a la literatura infantil.
En palabras de Harold Bloom: “Un niño a solas con sus libros es, para mí, la verdadera imagen de una felicidad potencial, de algo que siempre está a punto de ser. Un niño, solitario y con talento, utilizará una historia o un poema maravillosos para crearse un compañero. Ese amigo invisible no es una fantasmagoría malsana, sino una mente que aprende a ejercitar todas sus facultades. Quizá es también ese momento misterioso en que nace un nuevo poeta, un nuevo narrador” (Prólogo de Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades. Anagrama. pp 17)
Para empezar, un cuento en verso del maestro Roald Dahl que le da la vuelta (como todo niño) al famoso cuento de los hermanos Grimm.
Después, un excelente cuento de los hermanos Grimm.
CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarle algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
“¿Puedo pasar, Señora?”, preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: “¡Éste me come de un bocado!”
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
“Sigo teniendo un hambre aterradora…
¡Tendré que merendarme otra señora!”
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
“¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!”
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se echó laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: “¿Cómo estás, abuela mía?
¡Por cierto, me impresionan tus orejas!”
“Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas”. “¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!”. “¡Claro, hijita,
son los lentes nuevos que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista”, dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el alimento precedente. De repente
Caperucita dijo: “¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!”
El Lobo, estupefacto, dijo: “¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo…? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa”.
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita!
¿Sabes lo que la descarada usaba?
Pues nada menos que con un abrigo desfilaba
y a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
ROALD DAHL
ilust: QUENTIN BLAKE
Cuentos en verso para niños perversos
Alfaguara infantil
pp. 52-56
EL LOBO Y LOS SIETE CABRITOS
Erase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritos a los que quería tanto como una madre puede querer a sus hijos. Un día se dispuso a ir al bosque a por comida, así que llamó a los siete y les dijo:
-Queridos niños, me voy al bosque, tened cuidado con el lobo porque si llegase a entrar aquí os devoraría, y de vosotros dejaría ni el pellejo. Aunque el malvado se disfraza a veces, podréis reconocerlo al instante por su ronca voz y sus negras pezuñas.
-Querida mamá -dijeron los cabritos-, sabremos cuidarnos; puedes irte sin miedo.
Entonces la madre dio un par de balidos y, ya tranquilizada, se fue al bosque.
No pasó mucho tiempo sin que alguien llamase a la puerta y dijera:
-Abrid, queridos niños, que vuestra madre ya está aquí con algo de comer para todos vosotros.
Pero los cabritos se dieron cuenta de que era el lobo al oír su ronca voz.
-No abriremos –dijeron-; tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y melodiosa, y la tuya es ronca; tú eres el lobo.
Entonces el lobo fue a ver a un tendero, le compró un buen trozo de tiza y se lo comió, haciendo así su voz más dulce. Luego regresó, llamó a la puerta y dijo:
-Abrid, niños queridos, que vuestra madre ya está aquí con algo de comer para todos vosotros.
Pero como el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, los niños la vieron y gritaron:
-No abriremos; nuestra madre no tiene pezuñas negras como tú; tú eres el lobo.
Entonces el lobo fue a ver a un panadero y le dijo:
-Úntame con masa la pezuña, que la tengo herida.
Y cuando el panadero le hubo untado la pezuña con masa, fue a ver a un molinero y le dijo:
-Echa harina blanca sobre mi pezuña.
El molinero pensó: “El lobo quiere engañar a alguien”, y se negó; pero el lobo le dijo:
-Si no lo haces, te devoraré.
Entonces el molinero se asustó y le blanqueó la pezuña. Sí, así son los hombres.
Luego fue el malvado lobo por tercera vez a la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo:
-Abrid, niños, que ha llegado vuestra querida madrecita con algo del bosque para todos vosotros.
-Muéstranos primero tu pezuña –gritaron los cabritos-, para que sepamos si eres nuestra querida mamá.
Entonces enseñó su pezuña por la ventana, y cuando los cabritos vieron que era blanca creyeron que era verdad lo que decía y abrieron la puerta. Pero quien entró fue el lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. Uno, el mayor, se metió debajo de la mesa, el segundo en la cama, el tercero en la estufa, el cuarto en la cocina, el quinto en el armario, el sexto en el lavabo y el séptimo en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los iba encontrando y no perdía tiempo ni en elegir: vengativo, se los fue tragando uno tras otro; sólo se le escapó el menor, el que se había escondido en el reloj de pared. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó arrastrándose, se fue a un verde prado y se echó a dormir bajo un árbol.
Poco después volvía del bosque la vieja cabra. ¡Ay, lo que tuvo que ver!: la puerta de la casa abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos tirados por el suelo; el lavabo hecho pedazos; mantas y almohada arrancadas de la cama. Buscó a sus hijos, y no encontró a ninguno; los fue llamando por sus nombres, y ninguno le respondía. Hasta que, cuando nombró al menor, oyó su dulce voz:
-Querida mamá, estoy en el reloj de pared.
Por fin, toda angustiada, salió de la casa seguida por su cabrito menor. Cuando llegó al prado vio al lobo tumbado bajo un árbol roncando tan fuertemente que las ramas se cimbreaban. Lo miró de pies a cabeza y observó que algo se movía y pateaba en su abultado vientre.
“¡Oh, Dios mío! –pensó-; ¿estarán todavía con vida mis pobres hijos, los que se tragó en la cena?” Entonces mandó al cabrito corriendo a casa, a por tijeras, aguja e hilo. Y luego la cabra abrió la barriga al monstruo; apenas había dado el primer corte cuando ya el primer cabrito asomó la cabeza; y al seguir cortando, salieron brincando los seis cabritos, uno detrás del otro: todos estaban vivos y ni siquiera habían sufrido daño alguno, pues el monstruo, de tan voraz, se los había tragado enteros. ¡Eso sí que fue alegría! Los cabritos besaron y abrazaron a su madre y saltaron y brincaron, como un sastre celebrando bodas. Pero la vieja cabra dijo:
-Id ahora y buscad piedras muy grandes; con ellas rellenaremos la barriga del maldito animal mientras duerme.
Entonces los cabritos trajeron de prisa y corriendo todas las piedras que pudieron y se las metieron en la barriga al lobo, y la cabra la cosió de nuevo tan rápidamente que no se percató de nada; pues ni se movió siquiera.
Cuando el lobo se despertó, se puso a andar, y como las piedras que tenía en el estómago le produjeran mucha sed, se encaminó hacia un pozo para beber agua. Al andar y con el moverse de un lado para otro, las piedras comenzaron a chocar entre sí haciendo ruidos en el estómago. Entonces exclamó el lobo:
-¿Qué tumba y retumba
por dentro de mí?
Seis cabritos creí haber comido,
¡y son ahora piedras las que hacen ruido!
Y cuando se acercó al pozo y se inclinó a beber agua, las pesadas piedras lo arrastraron al fondo y se ahogó miserablemente. Cuando los siete cabritos lo vieron, se acercaron corriendo y gritaron:
-¡El lobo está muerto! ¡El lobo está muerto!
Y danzaron con su madre alegremente alrededor del pozo.
JACOB Y WILHELM GRIMM
Cuentos
Alianza
pp. 100-103
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