Retomo el trabajo de Tario.
Fragmentos de La puerta en el muro.
Tario tiene el don de poder ponerle palabras a esos momentos y sentimientos que hemos vivido alguna vez, de aquellas situaciones que no sabíamos cómo explicar o describir.
"...Ah, sí me senté, y es conveniente saber que me encontraba por aquel tiempo en un periodo extremadamente difícil de mi existencia.
No era, que se diga, ninguna tragedia especial mi vida, sino que me hallaba … relativamente enfermo. Convaleciente, sería más justo. Rara vez visitaba el mar y esta vez lo hacia huyendo de ciertos excesos que el doctor dio en llamar prohibitivos. Me explicaré. Había quebrantado mis nervios en una tensión endiablada, y, los nervios, tan resistentes en mí a cualquier esfuerzo de toda índole, habían cedido como los maderos de una construcción defectuosa. Eran prolongadas e inquebrantables mis jornadas ante la mesa e innumerables y borrascosos mis excesos amorosos. Fue una época sórdida y grave, angustiosa y sombría, que pudo llevarme a la muerte —de no haber buscado el remedio a tiempo—. Como resultado de todo esto, bebía mucho, fumaba y consumía el café por litros. Recuerdo algunas madrugadas —las que me anunciaron el colapso— sentado impávidamente en la cama, obnubilado y confuso, como en un pasmo de epilepsia. Recuerdo las noches dilatadas, catastróficas, sentado ante mi mesa, repitiendo sin cesar una misma palabra a la que no hallaba modo ni manera de que sucediera otra. Y recuerdo, tiempo adelante, aquellas crisis poco aparatosas, más terribles, ciertas ondas de locura, durante las cuales con el rostro de un muerto asomábame a la claridad helada del espejo sin encontrar la razón, el sentido y la memoria, perdido —me imaginaba— en un pozo de oscuras cenizas o en un aceitoso mar de olas amarillentas donde mi propio cuerpo se diluía. Recuerdo mis turbulencias afectivas, el desorden brutal de mi espíritu, la trepidación de mis arterias, los gritos desgarradores y trágicos de mi conciencia que agonizaba. Diríase que el mundo actuaba con una vertiginosidad y resonancia desusadas, incomprensibles para mi, y que me producía el estupor de quien a cada objeto que toca se le adhiere reciamente a las manos. Y los objetos eran blandos, serosos, y no había puerta lo suficientemente sólida que permitiera ser abierta. No seguía adecuadamente el curso de los acontecimientos y, en cambio, comprendíame perseguido atrozmente por ellos; ni seguía el ritmo del hambre que vive, sino de aquél cuyos pies abandonaron la tierra y cuyos nervios autónomos a fuerza de prolongarse y desgarrar la piel han echado raíces en el vacío, captando lo que en él se desarrolla y que resulta para los demás inasible. Por olvidar, había olvidado de reírme —que es el más cruel anuncio de todo colapso. "
"—Siento que alguna vez, por alguna causa imprevista, la vida de alguien sobre la tierra no se extinguirá nunca; que sus pasos serán cada día más firmes y que su voz se escuchará siempre con la continuidad y vigor de los ríos. Siento que hay una música que no concluirá jamás en el tiempo y que un mismo soplo de aire agitará hasta la eternidad el mismo árbol. Antójaseme, por no sé qué razones, que en el momento menos pensado se abrirá la tierra por todas partes como una misteriosa granada madura y que germinarán hasta en los riscos menos propicios, flores y frutos desconocidos, aromas que nadie ha aspirado y formas nuevas en qué deleitarse. Para estupor del que sobreviva estallarán los viejos astros y surgirán otros nuevos y, a cada alumbramiento de éstos, el mar rebasará sus limites, arrullará las ciudades y el perfume de sus algas será tan intenso que se marchitarán los retoños en sus tiestos, aunque la juventud infinita les será otorgada a los hombres. Nadie hablará más de la hiedra en el muro, ni de la puerta en el muro, sino de la nueva montaña; nadie cultivará la hiedra, ni el enebro, ni las madreselvas, porque la tierra producirá unas flores azules de cristal que, trepando por la corteza de los árboles, derramarán su contenido sobre el que camina…
—Sigue, sigue…
—El amor, entonces, será muy distinto a lo que ha sido. Y también los placeres.
—Sigue, te escucho.
—No habrá cuatro estaciones, sino una sola; ni habrá años y meses sino un solo día; y habrá un solo viento, un céfiro nómada y perpetuo, tan blando que no turbará la llama, pero suficiente para que con él se estremezcan las nuevas ramas y caigan sin violencia los frutos.
—Será la primavera…
—Si quieres que así sea, que sea, pues, la primavera. Y tú estarás sentada bajo uno de los nuevos árboles, y tu vestido será amarillo, y las escamas del árbol doradas. y sus frescas ramas azules, y sus frutos de un color que aún no existe. Tú estarás sentada, te digo, y te preguntaré qué extraña luz ilumina tus ojos. Y tú me responderás con un ademán de la mano, señalándome la montaña de frente. Yo miraré la montara, arriba el río, y descubriré que es transparente y marina como un cuarzo, luminosa como un faro, resbaladiza como el hielo y tan bienhechora como una gota de agua. Te preguntaré más tarde de qué proviene el sombrío color de tus pómulos y me señalarás algo muy lejos. Miraré donde tú me indicas y descubriré el sol más extraordinario que jamás nadie haya visto: el sol será violáceo y áspero, orlado de crisantemos, y sus rayos serán ondulantes como las ondas del océano. Te revelaré secretamente que tu voz me suena extraña, que tu voz me asombra porque el lugar es abierto y debiera sonar de otro modo, y me explicarás que no es tu voz lo que oigo, sino el errante rumor del río, el hálito de tu pensamiento y el latido del corazón de las fieras. Tendré reparos en apresar tu cuerpo y, tú, tomando una hoja entre los dedos, la dejarás caer al abismo para que yo vea que ni las piedras más aguzadas pueden inmolarla. Tu humedad será ardiente, olorosa y sagrada. Será estéril. ¡Mira! Y goteará miel de las altas copas y la miel te arroyará por el cuello. Y yo beberé esa miel cristalina y los labios me arderán como fuego. Me arderá la garganta y el pecho. Y tú, esparciendo tus cabellos rosados, tan húmedos como la hierba, me dirás: "Descansa un poco, cierra los ojos y verás qué frescos".
—O te diré: Sólo a ti amo.
—También dirás eso.
—Y algo más: Tómame, aunque me muera. "
Fragmentos de La puerta en el muro.
Tario tiene el don de poder ponerle palabras a esos momentos y sentimientos que hemos vivido alguna vez, de aquellas situaciones que no sabíamos cómo explicar o describir.
"...Ah, sí me senté, y es conveniente saber que me encontraba por aquel tiempo en un periodo extremadamente difícil de mi existencia.
No era, que se diga, ninguna tragedia especial mi vida, sino que me hallaba … relativamente enfermo. Convaleciente, sería más justo. Rara vez visitaba el mar y esta vez lo hacia huyendo de ciertos excesos que el doctor dio en llamar prohibitivos. Me explicaré. Había quebrantado mis nervios en una tensión endiablada, y, los nervios, tan resistentes en mí a cualquier esfuerzo de toda índole, habían cedido como los maderos de una construcción defectuosa. Eran prolongadas e inquebrantables mis jornadas ante la mesa e innumerables y borrascosos mis excesos amorosos. Fue una época sórdida y grave, angustiosa y sombría, que pudo llevarme a la muerte —de no haber buscado el remedio a tiempo—. Como resultado de todo esto, bebía mucho, fumaba y consumía el café por litros. Recuerdo algunas madrugadas —las que me anunciaron el colapso— sentado impávidamente en la cama, obnubilado y confuso, como en un pasmo de epilepsia. Recuerdo las noches dilatadas, catastróficas, sentado ante mi mesa, repitiendo sin cesar una misma palabra a la que no hallaba modo ni manera de que sucediera otra. Y recuerdo, tiempo adelante, aquellas crisis poco aparatosas, más terribles, ciertas ondas de locura, durante las cuales con el rostro de un muerto asomábame a la claridad helada del espejo sin encontrar la razón, el sentido y la memoria, perdido —me imaginaba— en un pozo de oscuras cenizas o en un aceitoso mar de olas amarillentas donde mi propio cuerpo se diluía. Recuerdo mis turbulencias afectivas, el desorden brutal de mi espíritu, la trepidación de mis arterias, los gritos desgarradores y trágicos de mi conciencia que agonizaba. Diríase que el mundo actuaba con una vertiginosidad y resonancia desusadas, incomprensibles para mi, y que me producía el estupor de quien a cada objeto que toca se le adhiere reciamente a las manos. Y los objetos eran blandos, serosos, y no había puerta lo suficientemente sólida que permitiera ser abierta. No seguía adecuadamente el curso de los acontecimientos y, en cambio, comprendíame perseguido atrozmente por ellos; ni seguía el ritmo del hambre que vive, sino de aquél cuyos pies abandonaron la tierra y cuyos nervios autónomos a fuerza de prolongarse y desgarrar la piel han echado raíces en el vacío, captando lo que en él se desarrolla y que resulta para los demás inasible. Por olvidar, había olvidado de reírme —que es el más cruel anuncio de todo colapso. "
"—Siento que alguna vez, por alguna causa imprevista, la vida de alguien sobre la tierra no se extinguirá nunca; que sus pasos serán cada día más firmes y que su voz se escuchará siempre con la continuidad y vigor de los ríos. Siento que hay una música que no concluirá jamás en el tiempo y que un mismo soplo de aire agitará hasta la eternidad el mismo árbol. Antójaseme, por no sé qué razones, que en el momento menos pensado se abrirá la tierra por todas partes como una misteriosa granada madura y que germinarán hasta en los riscos menos propicios, flores y frutos desconocidos, aromas que nadie ha aspirado y formas nuevas en qué deleitarse. Para estupor del que sobreviva estallarán los viejos astros y surgirán otros nuevos y, a cada alumbramiento de éstos, el mar rebasará sus limites, arrullará las ciudades y el perfume de sus algas será tan intenso que se marchitarán los retoños en sus tiestos, aunque la juventud infinita les será otorgada a los hombres. Nadie hablará más de la hiedra en el muro, ni de la puerta en el muro, sino de la nueva montaña; nadie cultivará la hiedra, ni el enebro, ni las madreselvas, porque la tierra producirá unas flores azules de cristal que, trepando por la corteza de los árboles, derramarán su contenido sobre el que camina…
—Sigue, sigue…
—El amor, entonces, será muy distinto a lo que ha sido. Y también los placeres.
—Sigue, te escucho.
—No habrá cuatro estaciones, sino una sola; ni habrá años y meses sino un solo día; y habrá un solo viento, un céfiro nómada y perpetuo, tan blando que no turbará la llama, pero suficiente para que con él se estremezcan las nuevas ramas y caigan sin violencia los frutos.
—Será la primavera…
—Si quieres que así sea, que sea, pues, la primavera. Y tú estarás sentada bajo uno de los nuevos árboles, y tu vestido será amarillo, y las escamas del árbol doradas. y sus frescas ramas azules, y sus frutos de un color que aún no existe. Tú estarás sentada, te digo, y te preguntaré qué extraña luz ilumina tus ojos. Y tú me responderás con un ademán de la mano, señalándome la montaña de frente. Yo miraré la montara, arriba el río, y descubriré que es transparente y marina como un cuarzo, luminosa como un faro, resbaladiza como el hielo y tan bienhechora como una gota de agua. Te preguntaré más tarde de qué proviene el sombrío color de tus pómulos y me señalarás algo muy lejos. Miraré donde tú me indicas y descubriré el sol más extraordinario que jamás nadie haya visto: el sol será violáceo y áspero, orlado de crisantemos, y sus rayos serán ondulantes como las ondas del océano. Te revelaré secretamente que tu voz me suena extraña, que tu voz me asombra porque el lugar es abierto y debiera sonar de otro modo, y me explicarás que no es tu voz lo que oigo, sino el errante rumor del río, el hálito de tu pensamiento y el latido del corazón de las fieras. Tendré reparos en apresar tu cuerpo y, tú, tomando una hoja entre los dedos, la dejarás caer al abismo para que yo vea que ni las piedras más aguzadas pueden inmolarla. Tu humedad será ardiente, olorosa y sagrada. Será estéril. ¡Mira! Y goteará miel de las altas copas y la miel te arroyará por el cuello. Y yo beberé esa miel cristalina y los labios me arderán como fuego. Me arderá la garganta y el pecho. Y tú, esparciendo tus cabellos rosados, tan húmedos como la hierba, me dirás: "Descansa un poco, cierra los ojos y verás qué frescos".
—O te diré: Sólo a ti amo.
—También dirás eso.
—Y algo más: Tómame, aunque me muera. "
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