Este sábado toca en el diplomado hablar de literatura infantil.
Leímos Alicia en el país de las maravillas (Lewis Carroll), Las aventuras de Pinoccio (Carlo Collodi) y El principito (Antoine de Saint Exupéry)
Las tres grandísimas obras.
A pesar de que en Pinoccio cada hoja contiene una moraleja, está lleno de escenas hilarantes y oscuras como la siguiente:
"Y llegaron los médicos, uno detrás de otro: un cuervo, un mochuelo y un grillo-parlante.
--Quisiera saber, señores-- dijo el Hada volviéndose hacia los tres médicos reunidos junto a la cama de Pinocho--, si este desgraciado muñeco está vivo o muerto.
¡Al oír esta pregunta se adelantó primero el cuervo, y le tomó el pulso; después le tocó la nariz y el dedo meñique del pie izquierdo, y cuando le hubo examinado bien, pronunció solemnemente estas palabras:
--Yo opino que el muñeco está completamente muerto; si por fortuna no estuviese muerto, entonces sería señal indudable de que estaba vivo.
--Siento mucho no ser de la misma opinión de mi ilustre amigo y colega el cuervo-- dijo a su vez el mochuelo--; yo opino que el muñeco está vivo y bien vivo; pero si por desgracia no lo estuviese entonces sería señal indudable de que estaba muerto.
--¿Y usted qué dice?-- preguntó el Hada al grillo-parlante.
--Yo creo que el médico prudente, cuando no sabe qué decir, lo mejor que puede hacer es permanecer callado. Por lo demás, este muñeco no me es desconocido: hace ya tiempo que le conozco.
Pinocho que había permanecido hasta aquel momento como un tronco, tuvo un estremecimiento que hizo mover la cama.
--¡Este muñeco-- continuó diciendo el grillo-parlante-- es un granuja incorregible!
Pinocho abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos en el acto.
--¡Es un galopín, un holgazán, un vagabundo!
Pinocho escondió la cara entre las sábanas.
--¡Un hijo desobediente, que hará morirse de pena a su pobre padre!
En aquel momento se sintió en la habitación rumor de llanto y de sollozos. Levantaron el embozo de la sábana y se encontraron con que era Pinocho el que lloraba.
--Cuando el muerto llora, es señal de que está en vías de curación-- dijo solemnemente el cuervo.
--Siento mucho contradecir a mi ilustre amigo y colega-- replicó el mochuelo--. Yo creo que cuando el muerto llora es señal de que no le hace gracia morirse.
Apenas salieron los tres médicos de la habitación, se acercó el Hada a Pinocho, y al tocarle la frente notó que tenía una gran fiebre.
Entonces disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y se los presentó al muñeco, diciéndole cariñosamente.
--Bebe esto, y dentro de pocos días estarás bueno.
Pinocho miró el vaso torciendo el gesto, y preguntó con voz plañidera:
¿Es dulce, o amargo?
--Es amargo, pero te sentará bien.
--¡Amargo! No lo quiero.
--¡Anda, bébelo: hazme caso a mí!
--Es que no me gustan las cosas amargas.
--Bébelo, y te daré después un terrón de azúcar para quitarte el mal gusto.
--¿Dónde está el terrón de azúcar?
--Aquí lo tienes-- dijo el Hada, sacándolo de un azucarero de oro.
--Primero quiero que me des el terrón de azúcar, y después beberé el agua amarga.
--¿Me lo prometes?
--Sí.
El Hada le dio el terrón, y Pinocho, después de comérselo en menos tiempo que se dice, se relamió los labios, exclamando:
--¡Qué lástima que el azúcar no sea medicina! ¡Yo me purgaría entonces todos los días!
--Ahora vas a cumplir la promesa que me has hecho, y a beberte este poco de agua que ha de ponerte bueno.
De mala gana tomó Pinocho el vaso en la mano, acercando la punta de la nariz y haciendo un gesto; después hizo como que se lo llevaba a la boca; pero se arrepintió y volvió a olerlo, hasta que por último dijo:
--¡Es muy amarga! ¡Muy amarga! ¡No puedo beberla!
--¿Cómo puedes saberlo, si no lo has probado?
--Me lo figuro lo conozco en el olor. Quiero otro terrón de azúcar primero, y después la beberé.
Con toda la paciencia de una buena madre, el Hada le puso en la boca un poco de azúcar, y después le presentó el vaso otra vez.
--Así no puedo beberlo-- dijo el muñeco haciendo mil gestos.
--¿Por qué?
--Porque me fastidia esa almohada que tengo en los, pies.
El Hada retiró la almohada.
--¡Es inútil! tampoco puedo beberlo!
--Qué es lo que ahora te fastidia?
--Me fastidia esa puerta del cuarto que está medio abierta.
Entonces el Hada cerró la puerta.
--¡Es que no quiero!--gritó, Pinocho llorando y pataleando--. ¡No; no quiero beber ese agua amarga; no quiero; no, no!
--¡Hijo mío, mira que luego te arrepentirás!
--¡Mejor!
--Tu enfermedad es grave.
--¡Mejor!
--Esa fiebre puede llevarle al otro mundo.
--¡Mejor!
--¿No tienes miedo de la muerte?
--Ninguno. ¡Antes me muero que beber esa medicina tan amarga!
En aquel momento se abrió de par en par la puerta de la habitación, y entraron cuatro conejos, negros como la tinta, que llevaban sobre los hombros; una caja de muerto.
--¿Qué queréis?-- gritó, Pinocho despavorido, sentándose en la cama.
--Venimos por ti-- respondió el conejo mas grueso de los cuatro.
--¿Por mí? ¡Pero si no me he muerto todavía!
--Todavía no; pero te quedan pocos instantes; de vida, por no haber querido beber la medicina, que te hubiera curado la fiebre.
--¡Oh, Hada. mía! ¡Hada mía!-- comenzó entonces a gritar el muñeco--. ¡Dame en seguida el vaso! ¡Anda pronto, por favor, que yo no quiero morir, no quiero morir!
Y tomando el vaso con ambas manos, se lo bebió de un sorbo.
--¡Paciencia!-- dijeron entonces los conejos--. Por esta vez hemos perdido el viaje.
Y echándose de nuevo sobre los hombros la caja, que habían dejado en tierra, salieron del cuarto refunfuñando y murmurando entre dientes."
Leímos Alicia en el país de las maravillas (Lewis Carroll), Las aventuras de Pinoccio (Carlo Collodi) y El principito (Antoine de Saint Exupéry)
Las tres grandísimas obras.
A pesar de que en Pinoccio cada hoja contiene una moraleja, está lleno de escenas hilarantes y oscuras como la siguiente:
"Y llegaron los médicos, uno detrás de otro: un cuervo, un mochuelo y un grillo-parlante.
--Quisiera saber, señores-- dijo el Hada volviéndose hacia los tres médicos reunidos junto a la cama de Pinocho--, si este desgraciado muñeco está vivo o muerto.
¡Al oír esta pregunta se adelantó primero el cuervo, y le tomó el pulso; después le tocó la nariz y el dedo meñique del pie izquierdo, y cuando le hubo examinado bien, pronunció solemnemente estas palabras:
--Yo opino que el muñeco está completamente muerto; si por fortuna no estuviese muerto, entonces sería señal indudable de que estaba vivo.
--Siento mucho no ser de la misma opinión de mi ilustre amigo y colega el cuervo-- dijo a su vez el mochuelo--; yo opino que el muñeco está vivo y bien vivo; pero si por desgracia no lo estuviese entonces sería señal indudable de que estaba muerto.
--¿Y usted qué dice?-- preguntó el Hada al grillo-parlante.
--Yo creo que el médico prudente, cuando no sabe qué decir, lo mejor que puede hacer es permanecer callado. Por lo demás, este muñeco no me es desconocido: hace ya tiempo que le conozco.
Pinocho que había permanecido hasta aquel momento como un tronco, tuvo un estremecimiento que hizo mover la cama.
--¡Este muñeco-- continuó diciendo el grillo-parlante-- es un granuja incorregible!
Pinocho abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos en el acto.
--¡Es un galopín, un holgazán, un vagabundo!
Pinocho escondió la cara entre las sábanas.
--¡Un hijo desobediente, que hará morirse de pena a su pobre padre!
En aquel momento se sintió en la habitación rumor de llanto y de sollozos. Levantaron el embozo de la sábana y se encontraron con que era Pinocho el que lloraba.
--Cuando el muerto llora, es señal de que está en vías de curación-- dijo solemnemente el cuervo.
--Siento mucho contradecir a mi ilustre amigo y colega-- replicó el mochuelo--. Yo creo que cuando el muerto llora es señal de que no le hace gracia morirse.
Apenas salieron los tres médicos de la habitación, se acercó el Hada a Pinocho, y al tocarle la frente notó que tenía una gran fiebre.
Entonces disolvió unos polvos blancos en medio vaso de agua y se los presentó al muñeco, diciéndole cariñosamente.
--Bebe esto, y dentro de pocos días estarás bueno.
Pinocho miró el vaso torciendo el gesto, y preguntó con voz plañidera:
¿Es dulce, o amargo?
--Es amargo, pero te sentará bien.
--¡Amargo! No lo quiero.
--¡Anda, bébelo: hazme caso a mí!
--Es que no me gustan las cosas amargas.
--Bébelo, y te daré después un terrón de azúcar para quitarte el mal gusto.
--¿Dónde está el terrón de azúcar?
--Aquí lo tienes-- dijo el Hada, sacándolo de un azucarero de oro.
--Primero quiero que me des el terrón de azúcar, y después beberé el agua amarga.
--¿Me lo prometes?
--Sí.
El Hada le dio el terrón, y Pinocho, después de comérselo en menos tiempo que se dice, se relamió los labios, exclamando:
--¡Qué lástima que el azúcar no sea medicina! ¡Yo me purgaría entonces todos los días!
--Ahora vas a cumplir la promesa que me has hecho, y a beberte este poco de agua que ha de ponerte bueno.
De mala gana tomó Pinocho el vaso en la mano, acercando la punta de la nariz y haciendo un gesto; después hizo como que se lo llevaba a la boca; pero se arrepintió y volvió a olerlo, hasta que por último dijo:
--¡Es muy amarga! ¡Muy amarga! ¡No puedo beberla!
--¿Cómo puedes saberlo, si no lo has probado?
--Me lo figuro lo conozco en el olor. Quiero otro terrón de azúcar primero, y después la beberé.
Con toda la paciencia de una buena madre, el Hada le puso en la boca un poco de azúcar, y después le presentó el vaso otra vez.
--Así no puedo beberlo-- dijo el muñeco haciendo mil gestos.
--¿Por qué?
--Porque me fastidia esa almohada que tengo en los, pies.
El Hada retiró la almohada.
--¡Es inútil! tampoco puedo beberlo!
--Qué es lo que ahora te fastidia?
--Me fastidia esa puerta del cuarto que está medio abierta.
Entonces el Hada cerró la puerta.
--¡Es que no quiero!--gritó, Pinocho llorando y pataleando--. ¡No; no quiero beber ese agua amarga; no quiero; no, no!
--¡Hijo mío, mira que luego te arrepentirás!
--¡Mejor!
--Tu enfermedad es grave.
--¡Mejor!
--Esa fiebre puede llevarle al otro mundo.
--¡Mejor!
--¿No tienes miedo de la muerte?
--Ninguno. ¡Antes me muero que beber esa medicina tan amarga!
En aquel momento se abrió de par en par la puerta de la habitación, y entraron cuatro conejos, negros como la tinta, que llevaban sobre los hombros; una caja de muerto.
--¿Qué queréis?-- gritó, Pinocho despavorido, sentándose en la cama.
--Venimos por ti-- respondió el conejo mas grueso de los cuatro.
--¿Por mí? ¡Pero si no me he muerto todavía!
--Todavía no; pero te quedan pocos instantes; de vida, por no haber querido beber la medicina, que te hubiera curado la fiebre.
--¡Oh, Hada. mía! ¡Hada mía!-- comenzó entonces a gritar el muñeco--. ¡Dame en seguida el vaso! ¡Anda pronto, por favor, que yo no quiero morir, no quiero morir!
Y tomando el vaso con ambas manos, se lo bebió de un sorbo.
--¡Paciencia!-- dijeron entonces los conejos--. Por esta vez hemos perdido el viaje.
Y echándose de nuevo sobre los hombros la caja, que habían dejado en tierra, salieron del cuarto refunfuñando y murmurando entre dientes."
Toda una historia de terror, nomás faltó quemar vivo a Pinocho pa' darle una lección y no sólo chamuscarle los pies.
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